martes, 19 de abril de 2016

Kay: CAPÍTULO 3.




Kay: CAPÍTULO 3.

Cuando la reunión llegó a su fin, Sony huyó a toda velocidad de aquel lugar. No quería toparse con nadie. Había comenzado a padecer síntomas que no tenía hace tiempo y los cuales se estaban agudizando... las extremidades de su cuerpo se le retorcían por dentro y estuvo apunto de desmayarse. 


Aunque creyó que el dolor cesaría una vez cumpliera con la visita que le había prometido a su mejor amigo en todo el mundo, Kay Montarnen. Pues Sony acababa de llegar a la Argentina. Kay vivía en las afueras de la ciudad, en la cima de la colina del este. La familia de Kay había fallecido hace mucho tiempo, días antes de que cumpliera un año. Nicolas Dameron, gran amigo de su padre, decidió ser su tutor. 

Creció toda su vida junto a Sony, yendo a casi toda la escuela secundaria juntos. Debido a los constantes viajes que Nicolas realizaba a Estados Unidos, la familia de Sony decidió mudarse a aquel país. Pero Kay, aún siendo un menor de quince años, había decidido quedarse. 

Consiguió un trabajo, y Nicolas le regaló una casa a las afueras de la ciudad, donde su padre y Nicolas habían trabajado durante mucho tiempo. El padre de Sony estableció un pacto con las autoridades, Kay sería propietario oficial de la casa una vez cumpliera 18 años (a fines del año pasado, Kay se había vuelto mayor de edad). 

Desde entonces vivió allí en solitario, sin ver a su amigo durante tres años. Kay llevaba mucho tiempo esperándolo, su vida era como la de un adulto. Ni siquiera pudo ir al entierro de Nicolas en Estados Unidos (quien había fallecido un año después de la mudanza) por razones desconocidas.

Sony llegó una noche a la cima de la colina mediante su vehículo alquilado; exhausto, casi se cae al suelo, una vez bajó del transporte (un auto Volkswagen del 2220). Los enormes vientos del día que iban en su contra y los extraños síntomas que lo afligían, estaban acabando con él. Tenía mucho calor, cuando la temperatura actual no era superior a los 10°C, y sentía el peso de un ladrillo en su piel.

Kay abrió la puerta de un golpe, apenas escuchó al auto estacionar. Se abrazaron con lágrimas en los ojos. Kay, muy alegre con su visita y lleno de emoción, lo invitó a pasar.
Estuvieron toda la tarde hablando, comiendo, tomando mate y compartiendo anécdotas. Recordaban viejos tiempos y reían, ambos estaban sentados en los grandes sillones de cuero, junto a la chimenea, ubicada en el living de la casa.

- Joven, fachero y… ¡¿no tienes novia?!- exclamó Kay sonriente - Mi amigo, te dormiste.

- Lo sé…- respondió Sony con una sonrisa en su rostro, el dolor había cesado- Desde la muerte de papá, no todo volvió a ser lo mismo. Ahora que estoy aquí, abandoné algunas materias y planeo regresar en el próximo semestre.

- Me alegro que hayas venido. Nicolas fue un gran hombre, sin duda. Sin él, quien sabe dónde estaría yo ahora.

- De verdad que lo era.- no era su tema favorito de conversación pero la presencia de Kay le traía paz y confianza, como si hubiera vuelto a casa.

- Sé que no te gusta hablar de esto. Pero… ¿Cómo murió realmente?- preguntó Kay con discreción.

- Tres asesinos, seguramente afiliados al partido que mi viejo estaba enfrentando, aparecieron en la noche y le dispararon en la cabeza- respondió Sony con neutralidad.

- No creo…- frunció el ceño su amigo.

- ¿Qué cosa?

- No, nada. Ocurrencias mías. Continúa por favor.

- Bueno…- le dijo Sony y bajó la mirada- Al escuchar el disparo, mi abuelo fue por el revólver. Les disparó, pero no le dio a ninguno, huyeron de inmediato…- Sony suspiró tratando de contener la furia.

- El mundo está rodeado de idiotas y psicópatas, mi amigo. Toma el último sorbo, te hará sentir mejor.

Sony le hizo caso, y verdaderamente su amigo tenía razón.

- Las criaturas que asesinaron a mi padre no eran seres humanos. Eran… bestias.

- De esperarse.

- ¿Cómo dices?

- No, nada. Nunca me agradaron esas abominaciones.

- Son personas Kay, al igual que nosotros. Tienen derechos.

- Eso es lo que en la sociedad falla. Pero no importa Sony, no quiero discutir contigo por una estupidez.

Hubo un pequeño y tirante silencio, cada uno tomó o comió algo, antes de que la conversación siguiera.

- Tengo una misión muy importante Kay, me la encomendó el mismísimo presidente de la nación- habló Sony, intentando cambiar el tema.

- ¿Cuál es?- preguntó su amigo con desinterés.

- Atrapar a Van Robin Hed, el asesino.

Kay escupió el trago que acababa de tomar y aún no había tragado.

- ¿Qué sucede?

- Me atraganté- rió Kay- Así que Robin Hed ¿Eh? El cazador.

- El mismo.

- Mucha suerte Sony. Me dijeron que es un tipo muy peligroso.

- Por lo visto, si lo es- afirmó Sony- Muchos lo tildan como un fanático racista, pero yo creo que nos estamos quedando cortos con las suposiciones…- se interrumpió a sí mismo y preguntó- ¿Podría pasar al baño?

-Sí, por supuesto, quinta puerta a la izquierda.

Sony se levantó inmediatamente y avanzó hacia un largo y angosto pasillo; las paredes eran de color carmesí y las puertas del mismo color que la sangre. Fue contando una por una hasta llegar al baño, observó a su amigo por detrás (el sillón donde estaba sentado le daba la espalda) mientras este tomaba un último sorbo del termo. 


Una vez salió, notó que Kay había desaparecido y le despertó la curiosidad. Como un niño, comenzó a revisar las abandonadas habitaciones. Contempló el buen gusto que su amigo tenía por el arte, cuadros pequeños que retrataban hermosas obras. Llegó hasta el final del recorrido y divisó una última puerta al final del pasillo. 

Allí, al entrar, encontró una enorme sala descuidada y oscura, en frente, había un escritorio de madera cubierto de papeles, y a un costado yacían dos o tres sillones cubiertos con una tela blanca. Pese a la pobre iluminación, más adelante se divisaban dos ventanas con forma de triangulo, una al lado de la otra, de 1 metro de altura cada una, cerradas y sin cortina. 

Miró por la ventana, la gran vista que ofrecía de la ciudad. A continuación observó con atención una palanca a su lado, la movió torpemente y las ventanas se desplazaron simultáneamente, causando un ruido insoportable pero de baja intensidad. Impresionado con tal tecnología, vio que la poca luz en la habitación alumbraba una marca, como para colocar un objeto que coincidiera con ella. Buscó en el escritorio, solo por curiosidad. 

Tiró papeles y lápices, hasta encontrar, en uno de los cajones, un objeto que coincidía con la marca. Lo colocó justo en su ubicación, y unas enormes puertas se abrieron de par en par, en la pared de la derecha. Sony cayó al suelo de la sorpresa, más asustado que asombrado. 

Dentro de estas dos compuertas yacían varios objetos. Primero observó al artefacto más grande, el cual brillaba como el cristal y enceguecía los ojos, lo tocó con sus manos para comprobar que todo aquello era real y no un sueño. Acarició sus dedos y frunció el ceño. Pues, lo que descubrió allí dentro fue la ropa, el equipo y las armas… de Van Robin Hed, y lo que acababa de tocar con sus propias manos, eran nada más y nada menos que sus alas de plata.

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