Mi Nombre es Dayas: CAPÍTULO
4.
Todo fue rápido y extremo,
cayeron por un inexplicable portal, las luces se entremezclaban, figuras
distorsionadas corrían de aquí a allá y el viento aligeraba la caída, fue una
sensación muy similar a las montañas rusas o distintivos juegos extremos que
yacían en los parques de diversiones. La sensación no fue agradable del todo,
apenas aparecieron en un nuevo sector, todos los presentes (a excepción del
joven de cabello dorado) padecieron nauseas y mareos repentinos. Uno de todos
los guerreros les dijo a los elementales:
- Bienvenidos a la Guarida
de los Kices- avanzó sin decir más nada y no volvieron a entablar relación con
el sujeto.
Aquel sector estaba rodeado
de montañas y grandes árboles, parecía estar diseñado para esconderse. Un
angosto sendero iba hacia el norte, todos ellos tuvieron que caminar en fila,
siguiendo al joven de cabello rubio. El vapor entorpecía la vista, surgía del
interior de las rocas, los elementales creyeron que se trataba de magia pero no
lo era; aquellas rocas estaban formadas por un material inexistente en nuestro
mundo, su superficie irradiaba un profundo calor que provocaba el vapor, uno de
los soldados se los explicó. El estrecho camino llegó a su fin, Natal, Kay y
Sony contemplaron la base central de los individuos: una inmensa ciudad rodeada
de montañas, bajo un impecable techo de tierra, se asemejaba al interior de una
caverna, la caverna más grande que jamás hayan visto, pues se extendía
kilómetros y kilómetros. Había solo dos entradas y salidas en aquel pueblo, una
de ellas ya la conocían. Las casas de madera y cristal se encontraban a veinte
metros del suelo, algunas pegadas a las montañas, otras a árboles de gran
tamaño. Múltiples pasajes se entrecruzaban entre sí y llevaban a todo lugar
allí dentro. El joven, los guío hacia el interior de un edificio cilíndrico (en
ubicación horizontal), los demás guerreros fueron a curar sus heridas y otros a
descansar. Solo se quedaron otros cuatro hombres junto a ellos.
- Lamento el silencio en
todo este trayecto, es muy difícil hablar en ese camino tan angosto- le dijo el
joven a los elementales.
- No tiene porque
disculparse, después de todo… nos salvó la vida- respondió Natal, intrigado.
- Así que… ¿Salvé su vida?-
rió el joven en tono de burla- A mi me parece que no necesitaban ser salvados,
tenían la situación bajo su control. Los he visto… hacer cosas que nadie puede.
Natal no supo que decir.
- Eso pensé- prosiguió el
joven- Nosotros somos los Kices, la resistencia ante la tiranía de mi tío... el
Rey Minos.
- ¿Su tío?
- Exacto, Minos era hermano
de mi padre, antiguo rey de Zimpat- explicó el joven con desdén- Un día
desapareció y nunca más volvió, Minos tomó su lugar. Tras estos sucesos, el Rey
me persiguió sin descanso, huí a las montañas y allí conocí a los Kices. Me uní
a ellos y juré venganza contra el Rey.
- ¿Cuál es tu nombre,
muchacho?- preguntó Natal.
- Generalmente evito
decirlo, a muchos les cuesta creer que soy el heredero al trono. Tal vez Minos temía que se lo ultrajara, pero…
nunca lo sabré con exactitud- el joven miró a Natal, quien esperaba
impacientemente una respuesta- Mi nombre es Dayas, señor. Dayas Jimonte.
Kay y Sony se sobresaltaron.
- ¿Qué ocurre?- preguntó el
joven con furor- ¿Acaso ya habían oído hablar de mí?
- No es nada, señor Dayas, príncipe de Zimpat- excusó Natal.
- ¿Vuestro nombre, cual es?-
se apresuró en preguntar.
- Dick Natal, señor. Y estos
dos jóvenes son Kay Montarnen y Sony Dameron.
Dayas los observó
atentamente.
- ¿Tienen mi edad, no es
así?
- ¿Cuál es su edad, señor?-
preguntó Kay con timidez.
- Veintiocho años.
- Kay y yo tenemos veinte
años, con la diferencia de un mes- habló Sony, simulando el dolor que sentía en
la espalda.
- Ya veo…
De repente apareció un nuevo
personaje: un hombre fortachón, de dos metros de altura, cabello oscuro y
largo, barbilla, facciones duras, nariz ancha, ojos marrones, orejas
puntiagudas y dos pequeños cuernos en la cabeza, además llevaba puesto un
uniforme color mostaza y una espada envainada en su cintura.
- Mi señor, me dijeron que
me buscabais- dijo el hombre con una voz de registro grave.
- Así es, camarada- le
respondió Dayas y se dirigió a los elementales- Él es Mongot, Sub. Capitán de las
fuerzas Kiceanas, mi más grande compañero y amigo. Los llevará a sus
aposentos, pasarán la noche aquí, estáis invitados.
- Un gusto, señor- le dijo
Natal a Mongot y luego extendió el brazo para un apretón de manos.
Mongot se quedó anonadado,
sin saber que hacer.
- Solo debes estirar tu
brazo y tomarme la mano… es un saludo.
Mongot cumplió, aunque con
desconfianza, y completó el apretón de manos.
- No son de por aquí, ¿No es
así?- preguntó Dayas con suma curiosidad.
- Vinimos de un lugar muy
lejano al vuestro, somos viajeros- contestó Natal.
- Y guerreros muy poderosos,
por lo visto. Vi con mis propios ojos como redujeron a esos soldados utilizando
habilidades extraordinarias.
- Usted también tiene sus
trucos, señor.
- Lo mío es otro tema, de
familia se podría decir.
- Tengo una pregunta, señor-
habló Kay.
- Díganme Dayas, siempre
intento evitar las formalidades.
- De acuerdo, seño… digo
Dayas- continuó el elemental del fuego- A las afueras del pueblo leímos un
cartel en el que especificaba una derrota de los Kices por parte del Rey Minos…
- ¡Puras mentiras!- exclamó
Mongot, furioso.
- Tranquilo, camarada- le
ordenó Dayas, pasivamente - Son puras mentiras. El rey convenció al reino de
que nosotros somos la amenaza. Tras ausentarnos en sus territorios durante un
prolongado tiempo les dijo a todos los demás que había ganado la guerra. Pobre…
no tiene idea.
- Así que esa es la
explicación…- pensó Kay y solo asintió.
- Cómo lo habrán notado, puedo
transportarme de lugar en lugar mediante las estatuas con forma de águila.
Zimpat estaba lleno de ellas, pero muchas fueron utilizadas, una vez se usan,
dejan de existir. Minos ordenó destruir las restantes y dejó solo dos en el
castillo… seguramente pensaba utilizarlas en nuestra contra de alguna manera,
pero fracasó. Estábamos esperando el
momento justo para aprovecharlas, hasta que unos espías me avisaron de su
presencia en el reino y me decidí en ir a rescatarlos de las garras de ese mal
nacido.
- ¿Rescatar a tres extraños
extranjeros?- preguntó Sony, dubitativo.
- El Rey destruyó a muchos y
vi con mis propios ojos como evaporó familias, con la oportunidad que tenía de
salvaros no quería desaprovecharla.
- Disculpe si lo ofendí…
- No te preocupes, entiendo
tu preocupación. Acabamos de conocernos. De todas formas, me voy a tomar el
atrevimiento de decirles que ayudarlos a escapar fue la mejor decisión que tomé
en mi vida…- los elementales cruzaron algunas miradas, alegres y confusos- Gran
sorpresa me llevé al verlos utilizar sus poderes. ¿Quién lo diría? ¡MAGOS en
estas tierras!
- ¿Magos?- dijeron Kay y
Sony al unísono, mirándose entre sí. Natal les hizo una seña de que le siguieran
la corriente.
- ¡Nos vienen como anillo al
dedo!- Dayas se demostraba muy eufórico- Verán… un mago muy poderoso trabaja
para Minos, se llama Fimas. El
desdichado colocó un campo de fuerza
para que no podamos entrar al reino. La única posibilidad que teníamos eran las
estatuas, pero ya todas han sido destruidas, recientemente las últimas dos para
ayudarlos. Pareciera que los estoy manipulando, pero… siéndoles sincero,
necesitamos de vuestra ayuda.
- Cuente con nosotros- respondió
Natal tan rápido como el sonido. Kay y Sony lo miraron de reojo, en ese momento
creyeron que lo mejor sería buscar la manera de volver a casa, pero recordaron
lo que les esperaba y no dijeron nada al respecto.
El rostro de Dayas se
iluminó como una lámpara.
- ¡Me alegra oírlo! ¡Nos vendrán muy bien tres magos en
nuestra resistencia!
Mongot, que había estado
callado, se retiró disconforme. Dayas, sin darle importancia, prosiguió
exaltado:
- Antes que nada, les contaré todo- respiró profundo con
tal de calmar su ímpetu y continuó- Mi tío tiene un propósito: Existen siete reinos alrededor del bosque.
Zimpat es uno de ellos. Ya cuatro han caído por culpa de Minos. Ahora, el plan
de mi tío es adueñarse de todas las fortalezas, ya que si lo logra, ese será su
punto clave para iniciar un ataque masivo y conquistar el Zen.
- ¿El Zen?- preguntó Kay,
confundido.
- ¡Nuestro mundo! ¿Ustedes
lo llaman por otro nombre desde donde vienen?
- Si… Tierra le
decimos.
- Eso si que es extraño.-
dijo Dayas, fascinado.- Continuando: Los Kiceanos somos un conjunto de guerreros
de todos los reinos, la única resistencia. Hace muy poco descubrimos la
existencia de seis artefactos milenarios,
los cuales nos ayudarán a anular el
hechizo y finalmente entrar a Zimpat con todas nuestras fuerzas para vencer
al Rey.
- Estamos dispuestos a
ayudar- vociferó Sony, más convencido que su amigo.
- Totalmente- agregó Kay,
después de todo, no podía negarse a ayudar a quienes lo necesitan- Solo díganos
que hay que hacer.
- Me agradan, muchachos-
sonrió el príncipe, nuevamente entusiasmado- Tengo confianza en sus poderes y
es por eso que quiero pedirles el gran favor de ser los responsables de su
búsqueda. Estoy pidiendo mucho… lo sé, pero estamos en guerra y son tiempos
desesperados. Obviamente nuestros hombres los acompañaran y guiarán.
- En nuestro hogar, hacíamos
tareas parecidas y generalmente las cumplíamos solos, si no le molesta- le
explicó Natal.
Dayas asintió convencido.
- Lo discutiremos más tarde,
merecen descansar- luego señaló con el dedo hacia un área- Prosigan por ese
pasillo y doblen a la derecha, encontrarán un techo para ustedes con comida
servida y camas. Más tarde volveré a llamarlos.
- Muchas gracias por su
hospitalidad, señor Dayas- agradeció Natal, haciendo una reverencia.
El príncipe estuvo apunto de
marcharse hasta que…
- ¡Ah!- exclamó Dayas como
quien acaba de recordar algo- Te he visto sangrar en la espalda- señaló a Sony-
Ve con nuestro médico, es justo la cabaña de al lado.
- Gracias por su atención-
dijo Sony, imitando a Natal.
Dayas sonrió, se inclinó
levemente y se marchó. Kay, Sony y Natal se quedaron examinándolo,
sorprendidos; era un hombre hecho y derecho, muy agradable. Esperaron unos
segundos a que se fuera para poder conversar entre ellos.
- ¿Natal, estas seguro de
esto?- le preguntó Kay, rompiendo con el silencio.
- Dayas Jimonte es el
legítimo heredero de Zimpat, el reino del águila, merece nuestra ayuda… intentó
salvarnos- respondió Natal, con un poco de inseguridad y repasando toda la
información que acababan de conocer.
- La extraña luz… ¿Habrá sido
él? Me olvidé por completo de preguntárselo- habló Sony.
- Seguramente, es el único con esa habilidad. Pero igual,
sigue siendo extraño todo esto- le dijo Natal.
- Su apellido es Jimonte- continuó
Sony- También lo vimos efectuar esa enorme cantidad de agua sobre los soldados
del Rey… ¡Dayas es un elemental!
- Así parece ser- combinó
Natal e hizo una mueca de preocupación- Aunque este joven no tiene ni idea de
lo que es un elemental, y menos… de la existencia de nuestro mundo. Por ahora
lo mantendremos en secreto.
- Controla el agua, ese es
su elemento- comentó Kay, como si Natal no hubiera hablado.
- Hay mucho más que eso, mis
amigos- habló el más viejo de los elementales- Su antepasado Juan Jimonte fue
el más habilidoso de los ocho, su corazón llevaba una extraña habilidad, poseía
el llamado ‘’doble elemento’’. Estos poderes y su inteligencia llevaron a
Jimonte a ser el líder del grupo. Él
daba las órdenes entre nosotros, gracias a su liderazgo vencimos ese día a las
fuerzas del Oscuro. Jimonte desapareció un año después de la disputa que tuvo
con Morgán, todos creímos que el mago lo había expulsado… nunca creí que de
nuestro mundo. Al parecer, el linaje del
elemental se formó aquí, lo que me da a entender que vino a vivir al Zen.
Pero… ¿Cómo supo de esta dimensión?
Kay y Sony estaban
pensativos, hubo una pausa y luego Kay rompió el silencio, una idea lo
perturbaba.
- ¡¿Quieres decir que Dayas
es el elemental mas poderoso de todos nosotros?!
Natal rió.
- Deja los celos de lado,
joven elemental. Y si, es el que más habilidades adquirió de los ocho. Igual,
aquí hay algo que no me cierra.
- ¿Por qué?- preguntaron los
JEN al unísono.
- El águila… no era la bestia que Jimonte llevaba en su interior.