Cara a Cara: CAPÍTULO
13.
En el vuelo, tres águilas
acompañaron a la gárgola hasta la guarida de los Kices, partieron apenas los
elementales entraron a la ciudad entre las montañas. Las fuerzas se habían
triplicado en el umbral, decenas de guerreros Kiceanos armados, patrullando la
zona. Otra vez les apuntaron con sus espadas y lanzas apenas los vieron venir;
rodeados, los elementales se quedaron inmóviles.
- No les haremos daño,
estamos del mismo bando- les dijo Natal, con las manos extendidas como quien no
quiere problemas. Sony comenzó a volver a la normalidad, acto que dejó
boquiabiertos a los guardias; nada de temor, solo asombro. Ese hecho
maravilloso en donde una abominable bestia color grisácea se reducía y achicaba
a un simple joven de cabello oscuro. No duraba mucho tiempo la transformación,
era solo cuestión de segundos, pero el hecho no dejaba de ser único e
increíble. Muchos de ellos bajaron sus armas (a decir verdad, solo acotaban
ordenes, la gran mayoría creía en ellos en secreto. Eso si, había dos bandos:
los que estaban a favor y los que no). Koba apareció entre la multitud y ordenó
que se los volviera a encerrar, estaba acompañado por los restantes miembros
del consejo (Kaia y Hassian, descontando a Faír).
- Increíble que se atrevan a
volver después de lo que hicieron- les dijo el hombre con rencor.
- Somos inocentes, nos
tendieron una trampa- dijo Kay, con el mismo tono que un niño usa con su mamá,
explicándole porque se llevó materias del colegio a diciembre- Sabemos a la
perfección que no te simpatizamos, pero por esta vez, tenemos que trabajar
juntos.
Koba rió con soberbia.
- ¿Trabajar juntos?
¿Vosotros estáis locos?
- Un ejército viene hasta
aquí. Minos lo planeó desde el principio, jugó con nosotros, nos hizo buscar
esos artefactos para que no veamos con claridad su verdadero plan.- exclamó
Sony, apoyando a Kay.
- ¿Tenéis prueba de ello?-
preguntó Koba, dubitativo.
- Ninguna…- dijo Kay, miró a
Sony y luego a Koba- ¡Deben creernos!
- Encerradlos inmediatamente-
ordenó el consejero Koba con frialdad- Solicitaré una orden para ejecutarlos a
la mañana del día siguiente.
Los elementales tragaron
saliva. Justo cuando la situación se había vuelto más complicada, apareció
Faír.
- ¿Qué significáis esto?-
preguntó, alzando la voz.
- Gran Faír- saludó Koba,
fingiendo respeto- Los traidores deliran.
- Quiero saber que es lo que
estáis diciendo.- repuso Faír con mayor tranquilidad- Solo un tonto volvería
sabiendo lo que le espera.
- Faír…- habló Sony.
- ¡Mienten!- interrumpió
Koba, exaltado.
- ¡Dejadlos hablar!- gritó
Faír, imponiendo su autoridad, Koba se quedó mudo.
- Minos estuvo esperando a
que Dayas utilizara la última estatua en el castillo, así copiaría sus
habilidades mediante su aliado mago…- le dijo Sony, estaba muy tenso.
- Fimas- afirmó Faír.
- El mismo.- combinó el
elemental de lava- ¡Ha preparado a un grupo muy numeroso de soldados y vienen
hasta aquí!
- ¿Pero cómo? La guarida
está muy bien oculta entre las montañas. Los secuaces de Minos han pasado por
aquí y nunca han logrado hallarnos.
- No sabremos explicar cómo…
al menos que el espía se los haya dicho- habló Kay.
- ¿Espía?- preguntó Faír.
- Lo vimos, bueno… no en
realidad, lo escuchamos.- dijo el elemental del fuego. Kaia, Koba y Hassian
escuchaban con total atención sin hablar ni una palabra- Y eso no es todo…
Natal entendió lo dicho y
posó el gran artefacto dorado sobre el suelo, los Kiceanos se sobresaltaron al
verlo.
- ¡El artefacto dorado!-
exclamó Faír, anonadado.
- Aún no está completo, le
faltan las alas- indicó el elemental del fuego.
- Mongot. ¿Dónde está?- preguntó
Natal con la mirada cansada.
- Aún no ha regresado-
informó Faír- ¿Por qué?
- Solo curiosidad.- dijo el
elemental del viento- Sospechábamos que el espía debía ser alguien cercano al
príncipe…
- ¿Mongot?- exclamó Faír,
indignado- Es imposible que él sea el traidor. Su padre…
- NOS EQUIVOCAMOS.- enfatizó
Dick Natal.
- ¿Cómo dice?- Faír tragó
saliva.
- La voz que escuchamos no
pertenecía a Mongot, sino a otro miembro de la resistencia- Natal señaló hacia
los tres miembros del consejo. Faír se dio media vuelta- No estuve seguro
durante todo el viaje, además no ha dicho nada en los últimos minutos, pero
pude recordarlo. Él fue quien resguardó a todos los artefactos que fuimos
recolectando, los robó y se los dio al tirano. ¡HASSIAN!
Las miradas fueron hacia el
comandante Hassian en un abrir y cerrar de ojos, el hombre se mantenía pasivo,
en un estado de total quietud.
- ¿Es eso cierto?- preguntó
Faír a Hassian.
- Los magos no tenéis
pruebas- habló Hassian, ahí fue cuando los elementales lo comprobaron- Soy
representante de Zimpat, juré protegerla con mi vida, y ahora… unos ajenos
planean inculparme por que se les da la gana.
- ¿Tienen pruebas?- le
preguntó Faír a los elementales.
- No…- dijo Kay, apenado.
Faír suspiró.
- Lo siento, muchachos- dijo
el anciano- Soldados, pueden proseguir.
Los Kiceanos se les
acercaron y los esposaron, los elementales no se resistieron. Ahora, Koba y
Kaia observaban a Hassian con total desconfianza, el comandante no les prestaba
atención y observaba seriamente el arresto de los magos. Faír amagó para
retirarse, pero algo ocurrió. Escucharon el cabalgar de dos o tres caballos,
los cuales se acercaban a velocidad. Los Kiceanos fueron hacia sus posiciones
de combate, pero no fue necesario, Mongot era quien cabalgaba, junto a otros
dos hombres (los cuales llevaban a otros dos).
- ¡Mongot!- exclamó Koba,
enérgicamente.
Mongot se bajó del caballo y
ordenó con rapidez.
- ¡Soltad a los magos
inmediatamente!- los Kiceanos obedecieron.
- ¿Qué es lo que ocurre?-
preguntó Koba, sin entender. Pero Mongot no le prestó atención y volvió a
hablarle a los Kiceanos.
- Ahora soldados, arresten a
Hassian, él es el espía.
Hassian frunció el ceño.
- Me acusáis sin pruebas,
otra vez- dijo entre dientes.
Mongot sonrió con cierta
picardía y le ordenó a sus hombres que bajaran de los caballos. Cada uno
llevaba a un prisionero (soldados de Zimpat).
- ¿Qué estáis planeando?-
Hassian empezó a preocuparse.
- Tú- Mongot se le acercó a
uno de los prisioneros- ¿Reconoces a este hombre?
El prisionero asintió.
- ¿De donde lo conoces?- le
preguntó el comandante.
- Lo he visto entrar al
castillo una vez cada cinco meses, le pasa información al Rey Minos, este le
paga, y luego se retira.
- ¿Y tú quien eres?- dijo
Mongot.
El prisionero suspiró.
- Van a matarme después de
esto. Pero que más da… soy un guardia del castillo, paso allí todos los días
desde el sol hasta la luna.
- No me hagáis reír- exclamó
Hassian, algo perturbado- ¿Le diste letra para que ensaye?
- Revisen entre sus cosas,
allí encontrarán oro de Zimpat, como señal de pago- indicó el otro prisionero,
más seguro. Kaia se apresuró y le quitó una bolsa entre sus vestimentas,
repleta de monedas de oro con la insignia del águila.
Repentinamente, los soldados
arrestaron a Hassian.
- Ya es demasiado tarde-
dijo el comandante con maldad.
- Siempre lo supe,
desdichado- Mongot se le acercó- También te acuso de la muerte de Grax y Barón,
utilizaste sus muertes para inculpar a los magos del robo de los artefactos;
cuando en realidad Minos te había ordenado llevárselos.
Luego fue Koba quien le
habló al oído.
- Así que esta fue la razón
por la cual te rehusaste a unirte a nuestra causa. Mataste a Grax y a Barón. Si
hubierais aceptado, las cosas habrían salido de otra manera.
- Koba…- le habló Mongot
finalmente- Usted también está arrestado, por conspiración contra la voluntad
de los Kiceanos.
- ¿¡Qué!? ¿Cómo dice? No
tenéis pruebas.- gritó Koba, histérico.
- Dayas me dijo que uno de
los magos se enteró de todo al respecto- habló Mongot, Kay y Sony se miraron
sin comprender, Natal les hizo un gesto de que había sido él- Y a estas
alturas, el peso que habéis ganado en la resistencia es superior al
vuestro.
- ¿Eso es todo? ¡¿Prefieren
creerle a un desconocido antes que a uno de sus líderes?! Me equivoqué contigo,
Mongot. Con tu familia, ¡todos son una manga de cerdos!
Mongot le pegó un puñetazo
en la cara que dejó al pobre Koba muy aturdido y sin un diente. Los elementales
no podían creer lo que estaba pasando, una sensación de mezcla, alegría y temor
recorría sus espíritus en esos instantes.
- ¿Cómo lo supiste?-
preguntó Natal, sorprendido.
- Mi padre Mangat, antes de
morir, me advirtió que siempre había dudado de los intereses de la mayoría de
los miembros del consejo. Los investigué uno por uno, me mantuve cercano a
aquellos de los que más sospechaba hasta juntar la suficiente cantidad de
pruebas para arrestarlos. Fue una deuda para con mi padre, por eso no quise
alertar al príncipe hasta estar seguro.
- Una vez te vi desaparecer,
sospechaba otra cosa…- le dijo Sony, apenado.
- Deposité mi confianza en
muy pocos hombres, los que me ayudaban a recolectar la información necesaria-
le respondió Mongot- Cambiando de tema por un segundo, quiero disculparme con
vosotros. No los traté como os merecían, tenía mis dudas, pero poco a poco
lograron ganarse mi confianza. Así lo hicieron cuando escaparon e intentaron
regresar al castillo para descubrir la verdad.
- ¿Usted lo sabía?- preguntó
Kay.
Uno de los soldados Kiceanos
se quitó el casco, se trataba del joven Bin (quien los había ayudado a
escapar).
- Bin ha sido mi mano
derecha desde que tengo memoria.... Es mi hermano
menor.- señaló Mongot.
Binmatt los saludó
sonriente, con el ojo morado (por el golpe que Natal le había dado), algunos
rasgos eran similares a los de Mongot, pero a los elementales ni se les habían
pasado por la cabeza, estaban verdaderamente petrificados.
- Entonces actuaste cuando
nos encerraste, planeaste todo…- dijo Sony.
- Así es, tenía que actuar
frente a los responsables. Solo así las cosas saldrían bien. – respondió el
comandante.
- Mongot, te has ganado todo
nuestro respeto- le dijo Natal y estiró su brazo para efectuar un apretón de
manos. Esta vez, Mongot no dudó y completó el apretón con gusto.
- De todas formas, no hay
tiempo que perder, las fuerzas de Minos se acercan.
- ¿Cómo es que nos han
descubierto, Mongot?- preguntó Faír.
- Me fui con algunos hombres
y asaltamos un campamento alejado del castillo, donde encontramos a estos
hombres. Me confesaron que siempre supieron donde estábamos. Minos estaba
esperando a que su experimento funcionara, la estatua que transportará a su
ejército muy cerca de aquí, así podría enviar a los soldados que quisiera y
tendría la batalla ganada.
- Ese hijo de…- dijo Kaia
entre dientes.
- ¡Todos en posición!- gritó
Mongot con fervor como un auténtico líder- ¡Den el aviso! ¡Se aproxima una
intensa batalla! ¡Lleven a las mujeres y a los niños al refugio! ¡Dejen libres
a los prisioneros! ¡Refuercen el acceso a la guarida!
Los Kiceanos obedecieron,
todos estaban a las corridas. Los prisioneros que había capturado Mongot
escaparon por la entrada, asustados. Entonces, un preocupante sonido se hizo
escuchar entre las montañas. Armaduras…
- ¡Ocúltense!- le dijo
Mongot a los elementales.
- ¡No, nos quedaremos a
pelear!- exclamó Kay, decidido.
- Esto no es un juego, sin
importar los poderes que tengan, esta será una batalla horrible.
- Dijimos que los
ayudaríamos en todo, aquí nos quedamos- habló Natal con firmeza. Mongot no
volvió a insistir. Faír salió disparando. La tensión fue creciendo, todo se
sacudía levemente, nadie reconocía si en verdad estaba pasando o si eran los
nervios por la situación. De repente, una lluvia de flechas provino desde el
camino posterior a la entrada, los Kiceanos utilizaron sus enormes escudos para
defenderse, algunos cayeron atravesados.
Bin volvió a colocarse el
casco y ayudó a la barricada que defendía la entrada. Los arqueros no se hacían
visibles, hubo otra ligera pausa… hasta que el grupo de soldados apareció.
Mongot gritó en un extraño
idioma, los Kiceanos alinearon sus escudos, ocupando toda la entrada. Los
soldados del Rey chocaron contra ellos y empezaron a hacer fuerza para entrar
en la guarida. Los elementales estaban a la expectativa, Natal les indicó que
se colocaran los cascos (aunque las armaduras fueran iguales a la de los
soldados de Zimpat), luego desenvainaron sus respectivas espadas, aguardando…
lo peor.
Los soldados del Rey, entre
alaridos, continuaban efectuando una embestida cuerpo a cuerpo; todos
amontonados, el número comenzó a crecer, el angosto valle se vió repleto. Los
Kiceanos soportaron el ataque durante un largo período, sus escudos aún no
habían sido atravesados. Hasta que apareció el mago Fimas en el valle y utilizó
una extraña bola de energía para deshacerse de los Kiceanos protegiendo la
entrada. Inmediatamente, los soldados de Zimpat entraron y lucharon contra los
Kiceanos, los elementales se unieron a la batalla. Hassian aprovechó el
desconcierto, tomó de improvisto a un soldado, le robó su espada y
violentamente mató a los guardias que lo habían arrestado. Sin oportunidad de
escapar, Hassian asesinó a Koba a sangre fría.
- Una lástima que no te
hayas unido a nuestra causa, sino las cosas habrían salido de otra manera- le
dijo en tono de burla, le quitó la espada del estómago (repleta de sangre) y
Koba cayó al suelo sin vida.
Kaia le hizo frente, pero
Hassian era un guerrero excepcional, le cortó un brazo y luego le atravesó el
cuello.
Aprovechó que nadie se había
percatado de lo sucedido y huyó.
Fimas se enfrentó a los
elementales, el mago oscuro era un sujeto adulto de facciones duras, con el
torso musculoso al descubierto; vestía una clase de pollera blanca que llevaba
joyas y un cinturón. Era calvo, nariz ancha, ojos oscuros y dos aritos en las
orejas. Su poder era atroz, hubo una feroz batalla en donde utilizaron gran
parte de sus habilidades.
Los soldados del Rey habían
utilizado antorchas encendidas para incendiar las viviendas y desconcertar a
sus enemigos.
Mongot luchaba intensamente,
ningún soldado del Rey podía contra su ferocidad. Su hermano Bin lo acompañó en
su lucha, juntos se las arreglaron para detener a muchos de los soldados; pero
las fuerzas del Rey continuaban llegando, la guarida recibía cada vez más
visitantes.
Y fue entonces, cuando
finalmente entró el Rey Minos a la escena, vestido con una gran armadura de
cobre que se distinguía de todas las demás, en especial por su inmenso casco de
batalla.
- ¡Es Minos!- exclamó Bin,
con el rostro manchado de sangre.
Mongot no lo dudó, fue a
hacerle frente, pero la gran cantidad de soldados se lo impidieron.
Minos no parecía muy
interesado en formar parte de la batalla, caminó con suma tranquilidad hacia
determinada cabaña, la de Dayas…
Ningún soldado Kiceano era
rival para Minos, quien no necesitaba de una espada para quitarles sus vidas.
Pero cuando estuvo muy cerca de llegar a su objetivo, alguien se le interpuso:
Faír.
- Quítate de mi camino-
ladró Minos.
- Le prometí a un viejo
amigo que cuidaría de este chico hasta el final de mis días.
Minos rió efusivamente.
- Vayas murió, viejo.
Aquella promesa se la llevó el viento.
- No se lo prometí al
difunto rey, sino a ti… viejo amigo.
- Nada de lo que digas o
hagas detendrá mi propósito.
- En guardia, entonces- Faír
tampoco necesitó de su espada para combatir contra el Rey.
La batalla que se libró
entre ambos fue sorprendente, digna de antiguos luchadores de artes marciales.
Faír, a pesar de su edad, combatía a Minos en un mismo nivel. Minos se quitó la
armadura para aligerar el cuerpo (a excepción del casco) y Faír se deshizo de
la túnica celeste, abajo llevaba un conjunto pegado al cuerpo, totalmente
oscuro. Minos cometía faltas en varias ocasiones, hasta que se artó,
sorpresivamente desenvainó su espada y con ella atravesó al estómago del último
miembro del consejo. Faír cayó al suelo de rodillas.
- Tram…poso- le dijo,
totalmente inmóvil, con los ojos azules abiertos como platos y las arrugas
confundiéndose con las lágrimas. .
- Te dije que nadie podría
interponerse- Minos limpió la espada con un pañuelo naranja y la envainó.
- ¡NO!- gritó la voz de
Dayas, quien aún herido, salió de sus aposentos.
- Príncipe… no- le susurró
Faír con sus pocas fuerzas y se acostó en el suelo completamente debilitado.
Minos quiso avanzar hacia su
sobrino, pero Faír lo tomó del tobillo y le dijo.
- Tú no eres aquel muchacho que yo conocí alguna vez… y finalmente puedo entender por qué- Faír falleció,
sus ojos se quedaron abiertos e inmóviles mirando fijamente a Minos y la mano
que había tomado el tobillo del Rey cayó al suelo.
Minos continuó avanzando.
- Tú y yo, finalmente. Cara
a cara- le exclamó al príncipe, limpiándose los moretones que le había causado
Faír con su túnica celeste, luego la tiró al suelo.
Dayas explotó, su rostro
pálido volvió a enrojecerse, y aún rengueando, una inmensa luz salió de su
interior. Las aguas de los lagos fueron hacia él, rodearon y envolvieron a
Minos, el Rey no reaccionó.
- Muéstrame lo que puedes
hacer- lo desafió.
Mientras tanto, las fuerzas
de Minos habían tomado una increíble cantidad de prisioneros, muchos muertos en
batalla, los Kiceanos se rindieron, pensando en sus familias. Los elementales
habían desaparecido, Fimas dirigía a las tropas en ausencia de Minos.
Irrumpieron en el refugio, secuestraron a las mujeres y niños, y los llevaron a
Zimpat, junto a todos los demás hombres; allí serían castigados. Mongot y Bin
continuaban vivos, pero habían perdido la consciencia, los privaron de sus
armas y los volvieron prisioneros.
El combate entre Dayas y
Minos se hizo intenso, el príncipe no tenía la suficiente fuerza y dejó de
utilizar sus habilidades, tomó la espada y enfrentó a su tío. Minos se burló de
su condición y lo dejó innumerables veces en el suelo. Dayas estaba en un
completo descontrol mental, la tristeza por la muerte de Faír, su fracaso como
comandante, la impotencia de haber sido manejado como un juguete por un extraño
encapuchado; todo pesaba. En un momento, cayó al lado del cuerpo sin vida de
Faír, le cerró los ojos, lloró y dijo:
- Por ti, Faír.
Dayas se levantó y tiró la
espada.
- Eres terco- rió Minos con
suma tranquilidad- Quédate ahí donde estas y mis lacayos te llevarán a Zimpat
para que compartas el destino de tus hombres.
Herido, triste y confundido,
Dayas apretó los puños y volvió a utilizar la técnica del agua de los lagos,
rodeó a Minos y lo atrapó.
- ¿Otra vez esto?- se burló
el Rey.
Aún débil, Dayas utilizó
todo su poder, las masas de agua torturaron al tirano; lo dejaron debilitado y
a respiros forzosos en el suelo. El príncipe se le acercó, le quitó el casco y
le dio una feroz patada en la mandíbula. Difícilmente se agachó y entre
lágrimas comenzó a molerlo a golpes, Minos reía como un desquiciado, mientras
tanto, tenía la mandíbula y el bigote anaranjado manchado de sangre. Por la
furia, Dayas desenvainó la espada del Rey y lo amenazó con ella.
- Vamos, ¿Qué esperas?
Córtame la garganta- lo incitó Minos, sin fuerzas.
Entre los arbustos, los
elementales se habían ocultado, debilitados y heridos por la batalla;
observaban lo ocurrido con sumo asombro.
Dayas frunció el ceño, por
más que toda la furia de su corazón quisiera hacerlo, no podía. Tiró la espada y relajó los hombros, luego se levantó y
se alejó.
Minos aprovechó la
distracción y le arrojó la espada, pero entonces Natal la desvió con sus
habilidades en el viento. Kay efectuó una barrera de fuego entre ambos. Los
soldados del Rey aparecieron e intentaron pasar pero fracasaron. Los elementales
tomaron a Dayas y huyeron hacia el bosque.