lunes, 29 de mayo de 2017

Cara a Cara: CAPÍTULO 13.



Cara a Cara: CAPÍTULO 13.

En el vuelo, tres águilas acompañaron a la gárgola hasta la guarida de los Kices, partieron apenas los elementales entraron a la ciudad entre las montañas. Las fuerzas se habían triplicado en el umbral, decenas de guerreros Kiceanos armados, patrullando la zona. Otra vez les apuntaron con sus espadas y lanzas apenas los vieron venir; rodeados, los elementales se quedaron inmóviles.
- No les haremos daño, estamos del mismo bando- les dijo Natal, con las manos extendidas como quien no quiere problemas. Sony comenzó a volver a la normalidad, acto que dejó boquiabiertos a los guardias; nada de temor, solo asombro. Ese hecho maravilloso en donde una abominable bestia color grisácea se reducía y achicaba a un simple joven de cabello oscuro. No duraba mucho tiempo la transformación, era solo cuestión de segundos, pero el hecho no dejaba de ser único e increíble. Muchos de ellos bajaron sus armas (a decir verdad, solo acotaban ordenes, la gran mayoría creía en ellos en secreto. Eso si, había dos bandos: los que estaban a favor y los que no). Koba apareció entre la multitud y ordenó que se los volviera a encerrar, estaba acompañado por los restantes miembros del consejo (Kaia y Hassian, descontando a Faír).
- Increíble que se atrevan a volver después de lo que hicieron- les dijo el hombre con rencor.   
- Somos inocentes, nos tendieron una trampa- dijo Kay, con el mismo tono que un niño usa con su mamá, explicándole porque se llevó materias del colegio a diciembre- Sabemos a la perfección que no te simpatizamos, pero por esta vez, tenemos que trabajar juntos.
Koba rió con soberbia.
- ¿Trabajar juntos? ¿Vosotros estáis locos?
- Un ejército viene hasta aquí. Minos lo planeó desde el principio, jugó con nosotros, nos hizo buscar esos artefactos para que no veamos con claridad su verdadero plan.- exclamó Sony, apoyando a Kay.
- ¿Tenéis prueba de ello?- preguntó Koba, dubitativo.  
- Ninguna…- dijo Kay, miró a Sony y luego a Koba- ¡Deben creernos!
- Encerradlos inmediatamente- ordenó el consejero Koba con frialdad- Solicitaré una orden para ejecutarlos a la mañana del día siguiente.
Los elementales tragaron saliva. Justo cuando la situación se había vuelto más complicada, apareció Faír.
- ¿Qué significáis esto?- preguntó, alzando la voz.
- Gran Faír- saludó Koba, fingiendo respeto- Los traidores deliran.
- Quiero saber que es lo que estáis diciendo.- repuso Faír con mayor tranquilidad- Solo un tonto volvería sabiendo lo que le espera.  
- Faír…- habló Sony.
- ¡Mienten!- interrumpió Koba, exaltado.
- ¡Dejadlos hablar!- gritó Faír, imponiendo su autoridad, Koba se quedó mudo.
- Minos estuvo esperando a que Dayas utilizara la última estatua en el castillo, así copiaría sus habilidades mediante su aliado mago…- le dijo Sony, estaba muy tenso.
- Fimas- afirmó Faír.
- El mismo.- combinó el elemental de lava- ¡Ha preparado a un grupo muy numeroso de soldados y vienen hasta aquí!  
- ¿Pero cómo? La guarida está muy bien oculta entre las montañas. Los secuaces de Minos han pasado por aquí y nunca han logrado hallarnos.
- No sabremos explicar cómo… al menos que el espía se los haya dicho- habló Kay.
- ¿Espía?- preguntó Faír.   
- Lo vimos, bueno… no en realidad, lo escuchamos.- dijo el elemental del fuego. Kaia, Koba y Hassian escuchaban con total atención sin hablar ni una palabra- Y eso no es todo…
Natal entendió lo dicho y posó el gran artefacto dorado sobre el suelo, los Kiceanos se sobresaltaron al verlo.
- ¡El artefacto dorado!- exclamó Faír, anonadado.
- Aún no está completo, le faltan las alas- indicó el elemental del fuego.
- Mongot. ¿Dónde está?- preguntó Natal con la mirada cansada.
- Aún no ha regresado- informó Faír- ¿Por qué?
- Solo curiosidad.- dijo el elemental del viento- Sospechábamos que el espía debía ser alguien cercano al príncipe…
- ¿Mongot?- exclamó Faír, indignado- Es imposible que él sea el traidor. Su padre…
- NOS EQUIVOCAMOS.- enfatizó Dick Natal.
- ¿Cómo dice?- Faír tragó saliva.  
- La voz que escuchamos no pertenecía a Mongot, sino a otro miembro de la resistencia- Natal señaló hacia los tres miembros del consejo. Faír se dio media vuelta- No estuve seguro durante todo el viaje, además no ha dicho nada en los últimos minutos, pero pude recordarlo. Él fue quien resguardó a todos los artefactos que fuimos recolectando, los robó y se los dio al tirano. ¡HASSIAN!
Las miradas fueron hacia el comandante Hassian en un abrir y cerrar de ojos, el hombre se mantenía pasivo, en un estado de total quietud.
- ¿Es eso cierto?- preguntó Faír a Hassian.
- Los magos no tenéis pruebas- habló Hassian, ahí fue cuando los elementales lo comprobaron- Soy representante de Zimpat, juré protegerla con mi vida, y ahora… unos ajenos planean inculparme por que se les da la gana.     
- ¿Tienen pruebas?- le preguntó Faír a los elementales.
- No…- dijo Kay, apenado.
Faír suspiró.
- Lo siento, muchachos- dijo el anciano- Soldados, pueden proseguir.
Los Kiceanos se les acercaron y los esposaron, los elementales no se resistieron. Ahora, Koba y Kaia observaban a Hassian con total desconfianza, el comandante no les prestaba atención y observaba seriamente el arresto de los magos. Faír amagó para retirarse, pero algo ocurrió. Escucharon el cabalgar de dos o tres caballos, los cuales se acercaban a velocidad. Los Kiceanos fueron hacia sus posiciones de combate, pero no fue necesario, Mongot era quien cabalgaba, junto a otros dos hombres (los cuales llevaban a otros dos).
- ¡Mongot!- exclamó Koba, enérgicamente.
Mongot se bajó del caballo y ordenó con rapidez.   
- ¡Soltad a los magos inmediatamente!- los Kiceanos obedecieron.
- ¿Qué es lo que ocurre?- preguntó Koba, sin entender. Pero Mongot no le prestó atención y volvió a hablarle a los Kiceanos.  
- Ahora soldados, arresten a Hassian, él es el espía.
Hassian frunció el ceño.
- Me acusáis sin pruebas, otra vez- dijo entre dientes.
Mongot sonrió con cierta picardía y le ordenó a sus hombres que bajaran de los caballos. Cada uno llevaba a un prisionero (soldados de Zimpat).
- ¿Qué estáis planeando?- Hassian empezó a preocuparse.  
- Tú- Mongot se le acercó a uno de los prisioneros- ¿Reconoces a este hombre?
El prisionero asintió.
- ¿De donde lo conoces?- le preguntó el comandante.
- Lo he visto entrar al castillo una vez cada cinco meses, le pasa información al Rey Minos, este le paga, y luego se retira.   
- ¿Y tú quien eres?- dijo Mongot.  
El prisionero suspiró.
- Van a matarme después de esto. Pero que más da… soy un guardia del castillo, paso allí todos los días desde el sol hasta la luna.
- No me hagáis reír- exclamó Hassian, algo perturbado- ¿Le diste letra para que ensaye?
- Revisen entre sus cosas, allí encontrarán oro de Zimpat, como señal de pago- indicó el otro prisionero, más seguro. Kaia se apresuró y le quitó una bolsa entre sus vestimentas, repleta de monedas de oro con la insignia del águila.
Repentinamente, los soldados arrestaron a Hassian.
- Ya es demasiado tarde- dijo el comandante con maldad.
- Siempre lo supe, desdichado- Mongot se le acercó- También te acuso de la muerte de Grax y Barón, utilizaste sus muertes para inculpar a los magos del robo de los artefactos; cuando en realidad Minos te había ordenado llevárselos. 
Luego fue Koba quien le habló al oído.
- Así que esta fue la razón por la cual te rehusaste a unirte a nuestra causa. Mataste a Grax y a Barón. Si hubierais aceptado, las cosas habrían salido de otra manera.
- Koba…- le habló Mongot finalmente- Usted también está arrestado, por conspiración contra la voluntad de los Kiceanos.
- ¿¡Qué!? ¿Cómo dice? No tenéis pruebas.- gritó Koba, histérico.  
- Dayas me dijo que uno de los magos se enteró de todo al respecto- habló Mongot, Kay y Sony se miraron sin comprender, Natal les hizo un gesto de que había sido él- Y a estas alturas, el peso que habéis ganado en la resistencia es superior al vuestro. 
- ¿Eso es todo? ¡¿Prefieren creerle a un desconocido antes que a uno de sus líderes?! Me equivoqué contigo, Mongot. Con tu familia, ¡todos son una manga de cerdos!
Mongot le pegó un puñetazo en la cara que dejó al pobre Koba muy aturdido y sin un diente. Los elementales no podían creer lo que estaba pasando, una sensación de mezcla, alegría y temor recorría sus espíritus en esos instantes.
- ¿Cómo lo supiste?- preguntó Natal, sorprendido.
- Mi padre Mangat, antes de morir, me advirtió que siempre había dudado de los intereses de la mayoría de los miembros del consejo. Los investigué uno por uno, me mantuve cercano a aquellos de los que más sospechaba hasta juntar la suficiente cantidad de pruebas para arrestarlos. Fue una deuda para con mi padre, por eso no quise alertar al príncipe hasta estar seguro.
- Una vez te vi desaparecer, sospechaba otra cosa…- le dijo Sony, apenado.
- Deposité mi confianza en muy pocos hombres, los que me ayudaban a recolectar la información necesaria- le respondió Mongot- Cambiando de tema por un segundo, quiero disculparme con vosotros. No los traté como os merecían, tenía mis dudas, pero poco a poco lograron ganarse mi confianza. Así lo hicieron cuando escaparon e intentaron regresar al castillo para descubrir la verdad.
- ¿Usted lo sabía?- preguntó Kay.  
Uno de los soldados Kiceanos se quitó el casco, se trataba del joven Bin (quien los había ayudado a escapar).
- Bin ha sido mi mano derecha desde que tengo memoria.... Es mi hermano menor.- señaló Mongot.
Binmatt los saludó sonriente, con el ojo morado (por el golpe que Natal le había dado), algunos rasgos eran similares a los de Mongot, pero a los elementales ni se les habían pasado por la cabeza, estaban verdaderamente petrificados.
- Entonces actuaste cuando nos encerraste, planeaste todo…- dijo Sony.
- Así es, tenía que actuar frente a los responsables. Solo así las cosas saldrían bien. – respondió el comandante.
- Mongot, te has ganado todo nuestro respeto- le dijo Natal y estiró su brazo para efectuar un apretón de manos. Esta vez, Mongot no dudó y completó el apretón con gusto.  
- De todas formas, no hay tiempo que perder, las fuerzas de Minos se acercan.
- ¿Cómo es que nos han descubierto, Mongot?- preguntó Faír.
- Me fui con algunos hombres y asaltamos un campamento alejado del castillo, donde encontramos a estos hombres. Me confesaron que siempre supieron donde estábamos. Minos estaba esperando a que su experimento funcionara, la estatua que transportará a su ejército muy cerca de aquí, así podría enviar a los soldados que quisiera y tendría la batalla ganada.
- Ese hijo de…- dijo Kaia entre dientes.
- ¡Todos en posición!- gritó Mongot con fervor como un auténtico líder- ¡Den el aviso! ¡Se aproxima una intensa batalla! ¡Lleven a las mujeres y a los niños al refugio! ¡Dejen libres a los prisioneros! ¡Refuercen el acceso a la guarida!
Los Kiceanos obedecieron, todos estaban a las corridas. Los prisioneros que había capturado Mongot escaparon por la entrada, asustados. Entonces, un preocupante sonido se hizo escuchar entre las montañas. Armaduras…
- ¡Ocúltense!- le dijo Mongot a los elementales.  
- ¡No, nos quedaremos a pelear!- exclamó Kay, decidido.
- Esto no es un juego, sin importar los poderes que tengan, esta será una batalla horrible.
- Dijimos que los ayudaríamos en todo, aquí nos quedamos- habló Natal con firmeza. Mongot no volvió a insistir. Faír salió disparando. La tensión fue creciendo, todo se sacudía levemente, nadie reconocía si en verdad estaba pasando o si eran los nervios por la situación. De repente, una lluvia de flechas provino desde el camino posterior a la entrada, los Kiceanos utilizaron sus enormes escudos para defenderse, algunos cayeron atravesados.
Bin volvió a colocarse el casco y ayudó a la barricada que defendía la entrada. Los arqueros no se hacían visibles, hubo otra ligera pausa… hasta que el grupo de soldados apareció.
Mongot gritó en un extraño idioma, los Kiceanos alinearon sus escudos, ocupando toda la entrada. Los soldados del Rey chocaron contra ellos y empezaron a hacer fuerza para entrar en la guarida. Los elementales estaban a la expectativa, Natal les indicó que se colocaran los cascos (aunque las armaduras fueran iguales a la de los soldados de Zimpat), luego desenvainaron sus respectivas espadas, aguardando… lo peor.
Los soldados del Rey, entre alaridos, continuaban efectuando una embestida cuerpo a cuerpo; todos amontonados, el número comenzó a crecer, el angosto valle se vió repleto. Los Kiceanos soportaron el ataque durante un largo período, sus escudos aún no habían sido atravesados. Hasta que apareció el mago Fimas en el valle y utilizó una extraña bola de energía para deshacerse de los Kiceanos protegiendo la entrada. Inmediatamente, los soldados de Zimpat entraron y lucharon contra los Kiceanos, los elementales se unieron a la batalla. Hassian aprovechó el desconcierto, tomó de improvisto a un soldado, le robó su espada y violentamente mató a los guardias que lo habían arrestado. Sin oportunidad de escapar, Hassian asesinó a Koba a sangre fría.
- Una lástima que no te hayas unido a nuestra causa, sino las cosas habrían salido de otra manera- le dijo en tono de burla, le quitó la espada del estómago (repleta de sangre) y Koba cayó al suelo sin vida.
Kaia le hizo frente, pero Hassian era un guerrero excepcional, le cortó un brazo y luego le atravesó el cuello.
Aprovechó que nadie se había percatado de lo sucedido y huyó.    
Fimas se enfrentó a los elementales, el mago oscuro era un sujeto adulto de facciones duras, con el torso musculoso al descubierto; vestía una clase de pollera blanca que llevaba joyas y un cinturón. Era calvo, nariz ancha, ojos oscuros y dos aritos en las orejas. Su poder era atroz, hubo una feroz batalla en donde utilizaron gran parte de sus habilidades.
Los soldados del Rey habían utilizado antorchas encendidas para incendiar las viviendas y desconcertar a sus enemigos.
Mongot luchaba intensamente, ningún soldado del Rey podía contra su ferocidad. Su hermano Bin lo acompañó en su lucha, juntos se las arreglaron para detener a muchos de los soldados; pero las fuerzas del Rey continuaban llegando, la guarida recibía cada vez más visitantes.   
Y fue entonces, cuando finalmente entró el Rey Minos a la escena, vestido con una gran armadura de cobre que se distinguía de todas las demás, en especial por su inmenso casco de batalla.
- ¡Es Minos!- exclamó Bin, con el rostro manchado de sangre.
Mongot no lo dudó, fue a hacerle frente, pero la gran cantidad de soldados se lo impidieron.
Minos no parecía muy interesado en formar parte de la batalla, caminó con suma tranquilidad hacia determinada cabaña, la de Dayas…
Ningún soldado Kiceano era rival para Minos, quien no necesitaba de una espada para quitarles sus vidas. Pero cuando estuvo muy cerca de llegar a su objetivo, alguien se le interpuso: Faír.
- Quítate de mi camino- ladró Minos.  
- Le prometí a un viejo amigo que cuidaría de este chico hasta el final de mis días.
Minos rió efusivamente.
- Vayas murió, viejo. Aquella promesa se la llevó el viento.
- No se lo prometí al difunto rey, sino a tiviejo amigo.
- Nada de lo que digas o hagas detendrá mi propósito.  
- En guardia, entonces- Faír tampoco necesitó de su espada para combatir contra el Rey.
La batalla que se libró entre ambos fue sorprendente, digna de antiguos luchadores de artes marciales. Faír, a pesar de su edad, combatía a Minos en un mismo nivel. Minos se quitó la armadura para aligerar el cuerpo (a excepción del casco) y Faír se deshizo de la túnica celeste, abajo llevaba un conjunto pegado al cuerpo, totalmente oscuro. Minos cometía faltas en varias ocasiones, hasta que se artó, sorpresivamente desenvainó su espada y con ella atravesó al estómago del último miembro del consejo. Faír cayó al suelo de rodillas.
- Tram…poso- le dijo, totalmente inmóvil, con los ojos azules abiertos como platos y las arrugas confundiéndose con las lágrimas.   .  
- Te dije que nadie podría interponerse- Minos limpió la espada con un pañuelo naranja y la envainó.
- ¡NO!- gritó la voz de Dayas, quien aún herido, salió de sus aposentos.
- Príncipe… no- le susurró Faír con sus pocas fuerzas y se acostó en el suelo completamente debilitado.
Minos quiso avanzar hacia su sobrino, pero Faír lo tomó del tobillo y le dijo.
- Tú no eres aquel muchacho que yo conocí alguna vez… y finalmente puedo entender por qué- Faír falleció, sus ojos se quedaron abiertos e inmóviles mirando fijamente a Minos y la mano que había tomado el tobillo del Rey cayó al suelo.
Minos continuó avanzando.
- Tú y yo, finalmente. Cara a cara- le exclamó al príncipe, limpiándose los moretones que le había causado Faír con su túnica celeste, luego la tiró al suelo.
Dayas explotó, su rostro pálido volvió a enrojecerse, y aún rengueando, una inmensa luz salió de su interior. Las aguas de los lagos fueron hacia él, rodearon y envolvieron a Minos, el Rey no reaccionó.
- Muéstrame lo que puedes hacer- lo desafió.

Mientras tanto, las fuerzas de Minos habían tomado una increíble cantidad de prisioneros, muchos muertos en batalla, los Kiceanos se rindieron, pensando en sus familias. Los elementales habían desaparecido, Fimas dirigía a las tropas en ausencia de Minos. Irrumpieron en el refugio, secuestraron a las mujeres y niños, y los llevaron a Zimpat, junto a todos los demás hombres; allí serían castigados. Mongot y Bin continuaban vivos, pero habían perdido la consciencia, los privaron de sus armas y los volvieron prisioneros.

El combate entre Dayas y Minos se hizo intenso, el príncipe no tenía la suficiente fuerza y dejó de utilizar sus habilidades, tomó la espada y enfrentó a su tío. Minos se burló de su condición y lo dejó innumerables veces en el suelo. Dayas estaba en un completo descontrol mental, la tristeza por la muerte de Faír, su fracaso como comandante, la impotencia de haber sido manejado como un juguete por un extraño encapuchado; todo pesaba. En un momento, cayó al lado del cuerpo sin vida de Faír, le cerró los ojos, lloró y dijo:
- Por ti, Faír.
Dayas se levantó y tiró la espada.  
- Eres terco- rió Minos con suma tranquilidad- Quédate ahí donde estas y mis lacayos te llevarán a Zimpat para que compartas el destino de tus hombres.    
Herido, triste y confundido, Dayas apretó los puños y volvió a utilizar la técnica del agua de los lagos, rodeó a Minos y lo atrapó.
- ¿Otra vez esto?- se burló el Rey.
Aún débil, Dayas utilizó todo su poder, las masas de agua torturaron al tirano; lo dejaron debilitado y a respiros forzosos en el suelo. El príncipe se le acercó, le quitó el casco y le dio una feroz patada en la mandíbula. Difícilmente se agachó y entre lágrimas comenzó a molerlo a golpes, Minos reía como un desquiciado, mientras tanto, tenía la mandíbula y el bigote anaranjado manchado de sangre. Por la furia, Dayas desenvainó la espada del Rey y lo amenazó con ella.
- Vamos, ¿Qué esperas? Córtame la garganta- lo incitó Minos, sin fuerzas.     
Entre los arbustos, los elementales se habían ocultado, debilitados y heridos por la batalla; observaban lo ocurrido con sumo asombro.
Dayas frunció el ceño, por más que toda la furia de su corazón quisiera hacerlo, no podía. Tiró la espada y relajó los hombros, luego se levantó y se alejó.
Minos aprovechó la distracción y le arrojó la espada, pero entonces Natal la desvió con sus habilidades en el viento. Kay efectuó una barrera de fuego entre ambos. Los soldados del Rey aparecieron e intentaron pasar pero fracasaron. Los elementales tomaron a Dayas y huyeron hacia el bosque.

martes, 23 de mayo de 2017

De Vuelta con el Tirano: CAPÍTULO 12.



De Vuelta con el Tirano: CAPÍTULO 12.    

‘’ NO A TODOS… ME FALTABA UNO- dijo Morgán. Kay sintió el filo de la espada entrar en su cuerpo, no podía describirlo, solo sentirlo; dolor en todas las formas posibles, una parálisis en su interior y la ausencia de la vida posándose sobre él. ’’

- ¡NO!- gritó Kay, despertando. 
- ¿Feo sueño?- preguntó Sony. Kay asintió mientras se limpiaba el sudor, la noche en el bosque azul resultó ser de lo más hermosa, no había luna llena, al instante descubrieron que Natal no dormía.- En estos días, las pesadillas se han vuelto algo natural.
- La batalla con Morgán en los Andes, mi caída… es algo que aún no he podido superar- suspiró el elemental del fuego.
- Sé que podrás, perdonaste a Morgán y lo libraste de una horrible maldición. Eres un héroe, Kay- le sonrió su amigo- El héroe más tonto que he conocido en mi vida…
Ambos rieron y se detuvieron a observar a Natal, quien yacía en cuero lavándose las heridas (que se había ganado en el templo cuando la estatua lo empujó) con las aguas de un pequeño manantial que se ubicaba a metros de la pequeña colina donde se encontraban. Algo inusual notaron, el elemental tenía una inmensa cicatriz que iba desde la costilla izquierda hasta la cintura.
- Oye Natal- lo llamó Kay- ¿Te sacaron un riñón alguna vez? Creí que los elementales inmortales eran inmunes a las enfermedades graves.
Natal se colocó la armadura verde que le habían regalado. La cual no había utilizado en sus últimas aventuras. Terminó de lavarse y fue con sus compañeros.
- No. Esta marca que tengo es lo único que me queda de mi antigua contraparte. La contraparte Amdor, como le decíamos nosotros.    
- ¿Quieres decir la bestia que todos los elementales poseen?- preguntó Sony, lleno de curiosidad.
- La misma, no nos entendíamos y nos separamos. Eso es todo.-respondió Natal con frialdad e intentó cambiar de tema- ¿Trajeron sus armaduras?   
- Las dejamos en la guarida- dijo Sony.
- ¿No se entendían?- preguntó Kay después- ¿Quieres decir que tu otra parte podía razonar? ¿Y qué era?
Natal estuvo apunto de responder hasta que un águila apareció de los cielos y descendió hacia ellos. Posó las alas hacia un costado y miró repetidas veces a su alrededor sin emitir sonido alguno. Una mala sensación recorrió el espíritu del elemental de lava.
- Dayas…- dijo Sony y se levantó de golpe- ¡Hay que irnos! 
- ¿Qué, por qué?- exclamó Kay, molesto porque quería saber lo que Natal ocultaba.
- Dayas está en peligro.- indicó Sony.  
- ¿Cómo lo sabes?- le preguntó su amigo.
- Lo presiento. 
- Pero no sabemos donde está, además si estuviera en la guarida tardaríamos días en llegar.
- Iremos volando…

El sol se alzaba desde el este, Dayas se encontraba tendido sobre el suelo, con los ojos cerrados, un gran charco de sangre a su alrededor y sobre su rostro. Los elementales llegaron en cuanto pudieron, el águila los guió hacia él. Sony volvió a la normalidad y fue el primero en correr a buscarlo. Lo encontraron enseguida.
- Oh por dios…- exclamó Sony y se arrodilló ante Dayas entre lágrimas- Yo predije que ocurriría esto y no lo evité…
Natal le tomó la presión y comentó:
- Sigue con vida, ha perdido mucha sangre, hay que llevarlo inmediatamente a la base.
Sony no dudó, lo tomó entre sus brazos y aprovechando que el sol aún no salía por completo, volvió a transformarse en una gárgola y lo llevó. Kay y Sony se subieron al lomo de la bestia.
En cinco minutos llegaron a destino, pero la sorpresa fue grande.
Apenas arribaron, los Kiceanos observaron horrorizados al príncipe inconsciente.
- ¡Aún sigue con vida, llévenlo a un médico ahora!- exclamó Sony, desesperado, a los Kiceanos.
Pero nadie le hizo caso. Había una gran cantidad de Kiceanos armados, todos ellos les apuntaron con sus lanzas.
- ¿Qué sucede aquí?- preguntó Natal, anonadado y la mirada fruncida.
Faír apareció entre los Kiceanos, se acercó a los magos de la resistencia y tomó a Dayas (el anciano poseía una fuerza extraordinaria).
- ¿Qué pasa, Faír?- le preguntó Sony- ¿Por qué nos amenazan con sus lanzas?
- Lo siento, joven. Hice lo que pude, pero algunos poderosos son muy tercos. Yo me encargaré del príncipe, estará bien- Faír se retiró con Dayas en sus brazos. Aunque sea, esas palabras tranquilizaron a los elementales.
Ante la confusión, tres hombres se hicieron ver entre las filas de guerreros: Mongot, Koba y Kaia. Esta vez, fue Mongot quien habló, estaba furioso.
- ¡Sabemos que fueron ustedes, escorias!- gritó, entre alaridos y escupitajos.
- No tenemos idea de que están hablando…
- ¡Silencio!- volvió a gritar el sub- comandante- ¡Hablaréis cuando se os pida!- le hizo una señal a sus hombres, ellos trajeron dos bolsas de lana y las abrieron, adentro… yacían los cuerpos mutilados de Barón y de Grax.   
Kay y Sony fruncieron el ceño, desconcertados; fue inevitable no cerrar los ojos por la impresión.
- Y no solo eso- continuó Mongot- ¡Robaron los artefactos dorados para dárselos al tirano de Minos!
- ¡Eso es mentira!- Sony dio un paso al frente, los Kiceanos reaccionaron y acercaron sus lanzas. Luego observó a Koba, quien tenía una disimulada sonrisa en su rostro- ¡Fue él!- lo señaló- ¡Mató a sus compatriotas para echárnoslo en cara!
- Yo estuve aquí todo este tiempo, mis hombres pueden corroborarlo.- respondió Koba, en tono divertido- Por incompetencia del joven Dayas y… claro está, su actual situación, el consejo ha decidido nombrar a Mongot como comandante en jefe de todas las fuerzas Kiceanas. Su padre estaría muy orgulloso.- Los JEN notaron la ironía. Koba cambió la postura y se dirigió a Mongot- Ahora, comandante, como primera tarea… ¿Qué es lo que ordena?
- Encierren a estos tres asesinos en las mazmorras… de por vida- dijo Mongot entre dientes.
Los elementales tragaron saliva, los guardias les sacaron todas sus pertenencias, entre ellas las bolsas- mochilas, y sus nuevas armaduras (desvistieron a Natal y secuestraron las de Kay y Sony que estaban en su cabaña), luego los condujeron a un asqueroso lugar. Las mazmorras estaban en una habitación especial, barrotes de hormigón, celdas y guardias. Nada tenía sentido.

- ¿Qué tal si Mongot fue quien planeó dejar así de herido al príncipe, mató a Grax y a Barón, además de ocultar los artefactos para incriminarnos y hacerse comandante? Tiene sentido para mí.- dijo Kay, sentado en el suelo mientras se tomaba las rodillas. Todos ellos estaban vestidos con ropa negra desgastada, pantalones y remeras largas.
- No lo tiene. Mongot es el mejor amigo de Dayas. Traicionarlo así es muy cruel. Además, la vez que lo escuché en esa conversación secreta se la pasó defendiéndolo- replicó Sony.
- Es una actuación, Sony. Ese tipo es un mal nacido.- el muchacho que controlaba el fuego estaba cabreado.  
- Es normal tenerle rencor por encerrarnos, pero está bien, tiene lógica que lo haga, ahora es el comandante y no puede dejar cabos sueltos- comentó Natal, a quien se lo notaba muy tranquilo.
- Además no tienen ninguna prueba contra nosotros, está bien… los secuestramos pero no los matamos, menos de esa manera tan despiadada y salvaje- dijo Kay, rojo de la indignación.
- Sin duda, Mongot oculta algo, ese día que lo seguí y lo perdí fue algo verdaderamente alarmante- dijo Sony, apoyando a su amigo- Merecemos un juicio justo.
- No lo sé, mejor vayamos a dormir- habló el elemental del fuego entre suspiros- Salvamos a dos especies de una guerra, recuperamos los nuevos artefactos, descubrimos cosas importantísimas en un antiguo templo, rescatamos al príncipe de la muerte y sin embargo, aquí estamos… con hambre y encerrados por un crimen que no cometimos.        

A la mañana siguiente, hubo un cambio de guardia, este nuevo hombre era mucho más joven que el anterior y parecía recién salido de la academia. (Sí había una academia para volverse un auténtico guerrero Kiceano), los observó detenidamente y luego se quedó quieto con la vista al frente.
- Tú, cadete- lo llamó Natal- Sé que no puedes hablarnos, pero si tienes consideración, ¿Podrías explicarnos lo que sucede?
El joven guerrero se mantuvo callado por un tiempo, Natal se aferró a la reja y colocó los brazos entre los barrotes.
- El comandante Mongot os acusa de traidores- respondió seriamente. Aunque algo inusual y carismático había en él.
- ¿Pero cómo? No tienen pruebas.
- El consejero Koba jura haber encontrado pedazos de tela pertenecientes a ropa que vosotros utilizáis.
Natal se dirigió a sus compañeros.
- ¿Habrá matado a sus dos secuaces para tal fin?- mientras tanto, el guerrero giraba los ojos para observarlos sin mover ni un músculo de su cuerpo.
- Oye jovencito- lo volvió a llamar Natal, el guerrero miró hacia delante con rapidez- A ti te veo distinto a los demás guardias, los demás ni siquiera nos dirigen la mirada. Actúan con soberbia y arrogancia, pero tú no, nos observas y nos analizas. ¿Me equivoco?
Hubo un prolongado silencio.
- No, señor- respondió el guerrero. Hizo otra pausa y continuó- Yo no creo en lo que dicen.
- ¿Cómo dices?- dijo Natal, sorprendido.
El guerrero tragó saliva y se animó a volver a hablar.
- Yo creo que vosotros sois inocentes. Hace tiempo que dicen por ahí que las autoridades andan buscando a un espía entre nosotros, alguien que le pasa información al tirano. Pero todo eso viene desde mucho antes que llegaran ustedes. Yo creo que el verdadero traidor los puso allí para su conveniencia.
- Gracias por tu credibilidad, nos anima- respondió Natal con una sonrisa- ¿Y Mongot? ¿Dónde está?
- Partió esta mañana hacia rumbos desconocidos, nadie sabe a donde, pero juró que regresaría dentro de unos días.
- Curioso…- dijo Natal.
- ¿Qué es curioso, señor?- dijo el guerrero, sin salirse de su posición firme y rígida.
- Nada, nada.- negó Natal con la cabeza y le dijo con cierta pretensión- Me encantaría poder ayudar, pero estamos aquí.
Kay y Sony escuchaban la conversación en silencio con suma atención.
- Lamento no poder ayudar con eso. Tengo órdenes estrictas.
- De eso no hay duda. No queremos que las desobedezcas. Pero estando aquí se nos va a hacer imposible saber quien está tramando todo esto…
El guerrero se quedó mudo, pensativo y tardó un buen rato hasta que se decidió.
- ¿Qué es lo que propone?
- Hace poco una peluda criatura vino a la guarida mediante un Zef llamado el Zefari, ¿No es así?
El joven asintió.
- Si de verdad estas de nuestro lado, tráelo con nosotros sin que nadie se entere, averigua donde es que tienen nuestras cosas y a la noche nos dejarás salir.
- Perderé mi lugar en el ejército…
- No lo harás. Haremos más creíble que huimos, no sospecharán que nos dejaste escapar.
- Muy bien. Lo haré.- dijo el joven soldado con firmeza- Más les vale no traicionarme, creo en ustedes, pero no está mal ser precavido.
- No somos lo que piensan, joven.- dijo Natal, comprendiendo- No tienes idea de a la cantidad de personas que hemos ayudado.
El joven Kiceano sonrió disimuladamente sin perder la postura.

La noche llegó con rapidez, no había muchos guardias cuidando las celdas y el silencio predominaba en toda la guarida. El joven Kiceano no aparecía, los elementales se desanimaron y llegaron a creer que todo había sido una fábula. Estaban muertos de hambre, sedientos y sin fuerzas. Finalmente, el joven apareció con las llaves de la celda y todas sus cosas. Se había encargado de desviar (disimuladamente) la trayectoria de cada uno de los guardias, mediante palabras. El muchacho era muy inteligente.
- ¿Y Clavito?- murmuró Sony, una vez el soldado abriera la celda.
El joven señaló la bolsa-mochila, Sony la abrió y adentro yacía la criatura, la cual saltó alegremente hacia el rostro del elemental en señal de saludo. Natal le dijo que no haga ruido, Sony se contuvo y posó a Clavito sobre su hombro.
Los elementales se colocaron sus respectivas armaduras de color, armas y provisiones; antes comieron los frutos que tenían guardados, satisfaciendo su apetito para recuperar fuerzas.
- Gracias, de verdad- le dijo Kay tomando al joven guerrero del hombro. Sony también agradeció con un gesto.
- No hay de que, no me defrauden- respondió él, apretando los dientes- Tendréis que golpearme para que parezca creíble, una vez los vea traspasáis la quinta vivienda empezaré a gritar, para no levantar sospechas y estaréis por su cuenta. Muchas suerte, magos. 
- Yo también te agradezco, joven. Volveremos y solucionaremos todo este embrollo. Te lo prometo- le dijo Natal- A propósito, ¿Cómo es tu nombre?
- Binmatt señor, aunque mis amigos me dicen Bin.
- Gracias Bin y perdona por el golpe- Natal lo golpeó en la nariz y se dispuso a correr.
Igual a las indicaciones de Bin, una vez pasaron la quinta vivienda (que estaba al final de la calle), el joven empezó a gritar: ¡SE ESCAPAN! ¡SE ESCAPAN! ¡LOS PRISIONEROS SE ESCAPAN!
La voz se corrió enseguida y todos los Kiceanos empezaron a buscarlos; Kaia y Koba se encargaron de dirigir las búsquedas. Los elementales se resguardaron en diferentes casas y fueron avanzando de hogar en hogar entre las sombras. Pronto llegarían a la entrada principal. Los Kiceanos los buscaban sin descanso, luces y antorchas se iluminaban a altas horas de la noche. La entrada estaba repleta de soldados, pero Natal sabía que sucedería eso.
- Sony, ahora- el elemental de lava se transformó en una abominable gárgola, cargó a sus compañeros y pasó por encima de los soldados sin ser vista. Aunque, por un error de Kay (quien llevaba los ojos vendados), que tosió por la intensidad del viento durante el vuelo, los Kiceanos los notaron; entre gritos y alaridos de guerra les lanzaron flechas y lanzas, pero no pudieron hacerles nada y los elementales (junto a Clavito) lograron escapar de la guarida. Una vez estuvieron lo suficientemente lejos, Sony quiso descender, pero Natal se lo prohibió.      
- No Sony, debemos ir hasta el único lugar donde podremos averiguar lo que en verdad pasó y probar nuestra inocencia.
- ¿A dónde?- preguntó Kay.
- A Zimpat. De vuelta con el tirano.

Dayas despertó a causa del gran alboroto que estaban causando los Kiceanos, no tenía fuerzas para moverse y pudo notar que todas sus heridas estaban siendo tratadas. Faír yacía a su lado sin sacarle los ojos de encima.
- Es increíblemente terco, joven príncipe.- le dijo, con la mirada cansada.
- ¿Qué fue lo que pasó?- preguntó Dayas en voz baja y luego tosió, algunas gotas de sangre mancharon la sábana. Faír lo limpió, le dio agua y lo ayudó a recuperarse.
- Eso mismo pregunto, ¿Quién le hizo esto? Si no fuera por… hubiera muerto en poco tiempo.
- ¿Qué pasó, Faír?- volvió a preguntar el príncipe.
- ¿No lo recuerda?
- Un hombre…- dijo Dayas con sus pocas fuerzas- Fue horrible, Faír. Me destruyó, me manejó como a un juguete.
- ¿Y quién era?
- No, no lo recuerdo… Lo único que sé es que buscaba a los magos, a Kay y Sony, quería… ¡oh por dios! ¡Dime que están bien!
- Lo están, bueno…
Un soldado interrumpió la conversación y entró en la cabaña de improvisto.
- Señor, siento interrumpir. Los magos han escapado.
- ¿Escapado?- preguntó Dayas sin entender.
- Vaya con Kaia, soldado.- le ordenó Faír, fastidiado- Él sabrá que hacer.
- Si, señor- el soldado se retiró.
- ¿Qué ha pasado, Faír?- preguntó Dayas.
- Necesita descansar- le respondió Faír y amagó para retirarse, pero Dayas lo tomó del brazo. El anciano suspiró y no tuvo mayor remedio que contarle lo ocurrido- Grax y Barón fueron asesinados, descuartizados para ser exactos. Koba jura que los magos son los responsables.
- No, no puede ser… eso es absurdo. Son inocentes.- la situación de Dayas era bastante delicada y saber aquello solo hizo que se sintiera aún peor.
- Ya no hay forma de cambiar la decisión del consejo, y peor aún, ahora que han escapado.
- ¿Mongot? ¿Dónde está? Él sabrá que hacer.
- Hay una cosa que no le he dicho señor…- el anciano suspiró abatido.
- Dime Faír.
- El consejo decidió reemplazarlo, Mongot ha tomado su cargo como comandante. 
- ¿Qué…?- Dayas se quedó petrificado.
- Lo siento, señor. En su situación, es una decisión acertada. Aunque Mongot partió esta mañana hacia rumbos desconocidos.
- ¿Es eso posible?
- Su amistad con Koba es extrañable… él lo permitió.
- Todo es raro….
- Dayas, quiero saber la verdad, no los defiendas.- Faír frunció el ceño- ¿Fueron los magos los que te hicieron esto?
- No, Faír. Ellos son inocentes, ya te lo dije… fue un hombre extraño. Un encapuchado, un tal… Meddes.
Faír suspiró aliviado y dijo.
- Su tío pudo haber sido informado de su partida y es probable que sea el responsable. El espía otra vez…
- Lo dudo, ese hombre hablaba de…- Dayas sintió un inmenso dolor en todo su cuerpo.
- Mejor descanse, ya hablaremos- Faír le dio un beso en la frente y se retiró.
Dayas se durmió enseguida.

Gracias a la velocidad de la gárgola, arribaron Zimpat en cuestión de horas. El último tramo habían tenido que hacerlo a pie, ya que el sol se aproximaba y Sony corría el riesgo de convertirse en piedra. De todas formas, era la opción más viable, ya que las torres del castillo estaban siendo custodiadas.  
A diferencia de la primera vez que habían visitado el reino, no entraron por la única abertura entre las murallas, sino que se las arreglaron para causar un agujero en el muro (gracias a las habilidades de Natal), lo cubrieron con una carreta vieja para luego salir.   
- Nuestra tarea es llegar al castillo sin ser vistos, es vital cumplir con eso. ¿Me oyeron?- habló Natal a sus compañeros.
Kay, Sony y Clavito asintieron.
- ¿Tú crees que los artefactos están allí?- preguntó Sony- ¿No es muy evidente?
- Recemos porque Minos confíe plenamente en sus hombres y se sienta lo suficiente seguro como para ocultarlos en el castillo- dijo Kay, Clavito dio un salto en su hombro, indicando que estaba de acuerdo. 
- Es un hombre astuto… por eso hay que ser precavidos. Síganme.
Los cuatro se adentraron en el inmenso reino, la luz del día se aproximaba, muchos salían de sus hogares para empezar a trabajar. Patrullas de aquí a allá, dominaban todas las zonas públicas (plazas, instituciones). Fue difícil, pero no imposible. Entre medio de distracciones, cautela y trabajo en equipo, el grupo llegó al inmenso jardín que antecedía al castillo del Rey. Allí se destacó un gran número de soldados entrenando, afilando sus espadas, combatiendo ferozmente, parecían estar preparándose para una batalla.   
- Esto no me pinta nada bien- dijo Sony a sus compañeros.
- Continuemos- indicó Natal.
- Pero la única forma de entrar al castillo es por medio de este campo de batalla- exclamó Kay.
- Haz silencio o nos descubrirán- lo retó Sony- Aunque tienes razón…
Natal se quedó pensativo, Clavito se alejó de ellos y fue hacia un establo que se encontraba muy cerca de su posición. Los elementales reaccionaron tarde y fueron tras él. Clavito les estaba indicando el camino, dentro del establo había docenas de armaduras y armas, además de los caballos…
- ¡Eres un genio!- le dijo Kay y lo alzó, a lo que Clavito respondió cariñosamente.
- Tendremos que dejar las armaduras que nos regalaron- musitó Sony.
- Luego regresamos y las recuperamos- le dijo Natal.
Clavito se ocultó detrás del escudo de Natal, incómodos con las nuevas prendas, se colocaron los cascos, empuñaron sus espadas y escudos, y avanzaron hacia el jardín del castillo. Antes se habían encargado de ocultar todas sus pertenencias entre la paja.  
- No digan nada, diríjanse hacia el castillo sin entablar conversación con nadie y sin mirar a nadie. ¿Me entendieron?- les ordenó Natal, quien fue el primero en avanzar. Los demás le siguieron.
Al principio ninguno de los soldados se percató de su presencia, pudieron avanzar unos cuantos metros por el único sendero hacia el castillo, todo a su alrededor era pasto. Hasta que uno de los soldados se dirigió a ellos, la cola de su yelmo era de color violeta (a diferencia de los demás guerreros que la tenían de amarillo).
- Vosotros. ¿Por qué no estáis combatiendo? Nuestro Rey os quiere listos para mañana a la mañana. ¿¡Qué esperáis!?- dijo el caballero con la cola del yelmo violeta. Kay y Sony comenzaron a sudar de los nervios.     
- Tenemos… órdenes de entrar al castillo… y recibir instrucciones- habló Natal. El hombre se quedó inmóvil sin emitir gesto alguno, hasta que finalmente respondió.
- ¿Instrucciones, eh? Me imagino que son del grupo que fracasó en el reino del norte. No quiero sonar despiadado, pero la última vez que escuché a un soldado decir que ‘’se dirigía a recibir instrucciones’’ apareció sin garganta al otro día. Mucha suerte- el caballero se retiró entre risas- Dejadlos entrar- le indicó a los guardias de la gran puerta. 
- Funcionó, supongo- le dijo Kay a Natal, su mentor lo cayó.
Los elementales (con Clavito escondido detrás del escudo) entraron al castillo y las puertas se cerraron a sus espaldas. Adentro estaba vacío, las mismas columnas, puertas y alfombras que ya habían visto con anterioridad continuaban allí. Los elementales se quitaron sus cascos, Clavito se posó sobre el hombro de Natal, quien no se rehusó.  
- ¿Nos separamos? El castillo es grande, será difícil encontrar los artefactos- dijo Sony.
- Tengan mucho cuidado…- Natal se quedó petrificado ante un gigantesco cuadro con el retrato de un antiguo rey, posó su mano sobre él y un sonido se escuchó (como el de una puerta abriéndose), el cuadro se echó para adentro y luego se abrió como una compuerta… adentro estaban todos los artefactos robados.
- ¡Qué suerte!- exclamó Kay.
- Demasiado fácil…- suspiró Sony- Me huele a trampa.
Oyeron murmullos aproximarse desde la habitación del Rey (donde lo habían conocido), sin meditarlo, los cuatro entraron en la bóveda secreta con los artefactos, Natal hizo un gesto veloz para cerrar la puerta con sus habilidades. Ahora estaban a oscuras y tan solo podían oír. Reconocieron a un grupo de soldados junto al tirano.
- Traedlo, lo quiero- les decía Minos a sus hombres.
- De inmediato, señor- respondió uno. Los elementales oyeron las puertas del castillo abrirse y a los soldados retirarse a cumplir la orden de su Rey. También pudieron distinguir que un nuevo individuo con ropas ligeras acababa de entrar al castillo.
- Al fin, ha pasado mucho tiempo desde nuestra última reunión- le dijo Minos, complacido.
- Los Kiceanos confían en mí, no puedo darme el lujo de desaparecer así como así- respondió el sujeto, una voz masculina que a los elementales les resultó muy familiar- Su sobrino ha recibido una gran golpiza.
- ¿De verdad? Mis hombres no me informaron.
- ¿Para qué estoy yo? Aún no ha despertado, bueno… por lo menos desde que partí.
- No me importa lo que le haya sucedido. ¿Los magos están encerrados? ¿Los comandantes fueron asesinados sin levantar sospechas?
- Así es, señor. Según lo planeado, me encargué personalmente de quitar sus miserables vidas. Trabajaban para Koba, quien aprovechó la situación para incriminarlos. No hubo quien se oponga a su encierro.
- Después de todo, sí que no los soportan…- rió Minos- Admiro tu talento, ahora solo falta que hagas algo más por mí y te nombraré nuevo capitán de mis fuerzas, como lo prometí.       
- Lo que desee, mi rey.
- He esperado durante mucho tiempo para que llegue este día, ver a la resistencia reducida a cenizas- dijo Minos con arrogancia- El príncipe cometió su último error, al venir aquí mediante la última estatua, Fimas se encargó de imitar sus habilidades y ahora… podremos hacer lo mismo. 
Kay exhaló sorprendido, Sony le tapó la boca. Para su suerte, ninguno de los dos hombres lo escuchó.
- Ahora regresa con los Kiceanos, no tardaremos en llegar.
- Excelente- respondió la voz del sujeto que acompañaba a Minos, los elementales pudieron oír el sonido de sus pisadas hasta que desaparecieron.
Minos también se había retirado, una vez sintieron seguros el área, salieron de su escondite con los artefactos.
- El espía…- dijo Sony.
Pero no hubo tiempo de charla, tuvieron que ocultarse nuevamente ya que volvieron a escuchar pisadas. El cuadro no volvió a abrirse, improvisaron y se escondieron en otra de las habitaciones del castillo. Algo extraño ocurrió, desde su ubicación, los elementales observaron estupefactos como de repente, una compuerta secreta, del tamaño de un automóvil, se abrió en el suelo del castillo. Minos apareció desde allí, se dirigía hacia la gran puerta, las abrió y salió al exterior, estas se volvieron a cerrar, al igual que la compuerta secreta.
- Este Minos no deja de sorprenderme.- dijo Natal, con la boca abierta- Tendremos que esperar a que el Rey vuelva o a que sus soldados entren- advirtió- Estamos atrapados aquí.
- Por lo menos, tuvimos suerte…
- ¿Por qué…?- Natal fue interrumpido por sus compañeros, quienes le indicaron que mirara con atención a la habitación, sobre un pedestal yacían dos nuevos artefactos dorados. Uno de ellos era el pico del águila y el otro era la segunda mitad del cuerpo. Se acercaron estupefactos, combinaron las piezas del artefacto y formaron a un águila sin alas tallada en oro puro y sólido, el peso de la reliquia era considerable y la colocaron sobre el pedestal para apreciarla. 
- Bueno, por lo menos ahora sabemos cuales son los dos artefactos que nos faltan- habló Kay.    
Permanecieron allí dentro durante todo el día, lamentablemente las puertas no se volvieron a abrir hasta el anochecer. Natal intentó por todos los medios abrir la compuerta secreta, pero no hubo caso, algo se lo impedía, tal vez un mecanismo sumamente avanzado que ni siquiera las habilidades de un elemental podrían derribar. Pero nunca lo supo.
Una vez se volvieron a abrir, los guardias entraron al castillo, los elementales (disfrazados con las armaduras de los soldados del Rey) aprovecharon para salir de allí con calma y en fila (escondiendo a Clavito y al artefacto). Los guardias ni siquiera los miraron. Afuera, los jardines estaban vacíos, no hubo señal de que las fuerzas del tirano estuvieran presentes.
- Ya se han ido- dijo Sony, confundido.
Observaron a un soldado (con una antorcha en su mano) dirigirse a la parte trasera del jardín, cautelosamente lo siguieron. Zimpat no dejaba de sorprenderlos, una importante excavación se estaba efectuando en esa área, con Minos a cargo, supervisando todo. Todos sus hombres estaban sin los cascos, se notaba que habían estado excavando con sus palas como esclavos durante un prolongado tiempo. Una serie de antorchas rodeaban el agujero de tierra en el jardín, Minos solo observaba. Y entonces, uno de ellos descubrió algo y gritó: ¡LO ENCONTRÉ! Otro de los soldados se le acercó personalmente al tirano y le informó: ‘’LO ENCONTRAMOS, SEÑOR’’. La noche estaba cubierta de nubes, hacía frío (los días calurosos parecían haberse acabado) y los secuaces del Rey yacían exhaustos, pero mirar a su soberano les infundía temor y continuaban. Alrededor de veinte hombres se necesitaron para quitar el objeto y subirlo, se trataba de una tumba. La colocaron justo al lado de Minos, quien la observaba con indiferencia.
- Abridla- ordenó el monarca.
Sus servidores limpiaron el polvo y la tierra, allí fue cuando los elementales pudieron contemplar las escrituras sobre la tabla: ‘’JUAN JIMONTE, REY DE LOS REYES, EL SALVADOR’’
- La tumba de Juan Jimonte…- suspiró Natal en voz baja- ¿Por qué la quiere?  
Minos hizo a un lado a sus soldados y la abrió él mismo con una única mano, su rostro se iluminó.
- Llevadla al cuarto.
Los soldados quitaron al esqueleto del difunto y lo tiraron al agujero de tierra, lo que a Minos en verdad le importaba era lo que yacía debajo. Los elementales pudieron verla por unos segundos: una inmensa caja oscura, hecha de hierro y repleta de cadenas.
- Más soldados de Minos se acercan, hay que irnos- advirtió Sony, pero Natal se encontraba petrificado ante el hecho- ¡Vámonos!- tomó del brazo a su mentor y a Kay, Clavito yacía sobre su hombro.

Sony se transformó y huyeron lo más rápido posible. Para su desgracia, las armaduras que les habían regalado se habían quedado en el establo.               

martes, 16 de mayo de 2017

Donde se Ocultaron las Sombras- Parte 2: CAPÍTULO 11.



Donde se Ocultaron las Sombras- Parte 2: CAPÍTULO 11.

Habían pasado ocho días desde que los magos de la resistencia habían partido hacia las islas y aún así, no había noticias sobre su paradero. Dayas intentó no imaginar lo peor, confiaba en ellos más que en él mismo, sabía que ningún obstáculo sería problema para dicho grupo. Pero aún así, estaba muy preocupado. Faír visitó su cabaña y habló con él.
- Ya vendrán, son seres especiales, mucho coraje veo en ellos, tal vez un poco de inmadurez… pero son leales y son fuertes. Antes de que el sol desaparezca, habrán regresado- le dijo al príncipe con notable reticencia.   
- No lo sé, Faír. Tengo un mal presentimiento. ¿Usted no?- Dayas se frotó el pelo.  
- Sin duda hay un lazo que los une, señor.
- ¿A qué te refieres?
- Digo, las habilidades de los magos y las suyas son semejantes, todos ustedes utilizan el poder de la naturaleza y en mi vida he conocido a muchos magos que no podrían ni hacer la mitad de lo que vosotros podéis hacer.
- ¿Quieres convencerme de que yo también soy un mago?- dijo el príncipe, divertido.  
- Es una probabilidad.- Faír no lo tomó como un chiste- Pero olvídelo, la vejez me hace delirar- se disculpó el anciano.
- No hay porque disculparse, mi leal amigo- hubo una pausa y Dayas se paró de golpe- No puedo más, iré yo mismo a buscarlos.
- La bahía está a poco de aquí, pero de todas maneras, sería una presa fácil para los secuaces del Rey, señor.
- No pienso quedarme de brazos cruzados. Dile a Mongot que iré en su búsqueda. No me sucederá nada.
Faír asintió disconforme y se retiró.
   

- ¿Dónde estamos?- preguntó Sony.
- No lo sé, pero ya estoy cansado de caer por agujeros.- respondió Kay.
El lugar estaba muy escaso de luz, salvo por unas cuantas antorchas encendidas que contenían una llama color verde. Los demás se intentaron recuperar del golpe y se levantaron apenas pudieron. Creyeron escuchar el murmuro de un hombre en un desconocido idioma, un vapor se alzaba hasta sus rodillas, avanzaron cuidadosamente. Observaron con horror una infinita cantidad de huesos, cadáveres de hombres y animales, se asemejaba a una cueva sin salida.
- Mantengámonos todos juntos- dijo Natal a sus compañeros, quienes se pegaron a él ante la expectativa. Duros como rocas, siguieron los pasos de su maestro.
- ¿Qué es este lugar?- preguntó Kay, un poco asustado.
Y frente a ellos apareció una inmensa pared dibujada innumerables veces con sangre. Los dibujos más destacados fueron cuentas, tal vez la cantidad de días, de meses o de años; un círculo rojo dentro de otro círculo de mayor tamaño, este a su vez, dentro de otro aún más grande; todos ellos atravesados por una línea recta horizontal. También había un símbolo dibujado y abajo la palabra: JEN.     
- Es el mismo símbolo del pergamino, del medallón...- dijo Natal y apretó los dientes, ya se veía venir una importante revelación.
- Y de la espada…- agregó el elemental del fuego- Quien quiera que haya estado aquí no se ve muy amistoso que digamos…
Kay se acercó lentamente a la pared dibujada mientras sus compañeros hablaban y posó su palma sobre ella. Una luz cubrió sus ojos y pudo viajar en algún punto del pasado para escuchar el fragmento de una conversación entre dos seres:

- Nunca serás de su semejanza. Jamás podrás compararte con lo que alguna vez fue ‘’ÉL’’- dijo una gruesa y retumbante voz.  
- Un día… pagarás por todo lo que me has hecho- respondió el otro ser en tono amenazante, una voz más susurrada pero muy tenebrosa- Tit… 

Kay volvió en si y recuperó la vista, se echó para atrás y estuvo apunto de perder el equilibrio.
- Kay… ¿Qué sucede?- le dijo Natal y fue a socorrerlo para que no se caiga al suelo.
- Oh… ¿Tuviste una visión, no es así?- preguntó Sony, comprendiendo rápidamente.
- El pedazo de una conversación, no pude ver más… algo me lo impidió- respondió Kay, anonadado por la visión- Dos seres, hablaban, solo eso…
Kay le hizo una seña a Natal de que ya podía ponerse de pie por su cuenta, lo hizo y acarició la misma pared que acababa de tocar.
- Kay, me estas asustando…- le dijo Sony, estaba sudando y su estómago apretaba con fuerza.
El joven que podía controlar el fuego, estaba muy concentrado en estudiar la pared y sus dibujos. Como una vez le había sucedido a Sony en el pasado, ahora a Kay parecían aclarársele ciertas dudas. En voz alta, pronunció…
- A través de los tiempos se manifestó, aguardando ser liberado de sus cadenas, y a pesar de la larga espera, su odio creció, sueña con las bestias viviendo bajo su merced, solo con la muerte se paga la vida de este ser.
- Si, el pergamino… ¿Qué descubriste?- preguntó Natal, con la mirada fruncida.
Los pasos del elemental mientras caminaba de un lado a otro, resonaban en toda la prisión, como golpes mortales. Kay mantuvo el suspenso apenas se detuvo y el silencio se apoderó de la sala.
- Fue aquí.- Kay tenía los ojos brillantes y parecía que estaba apunto de ponerse a llorar, su voz estaba algo quebrada- El pergamino era una ADVERTENCIA. Alguien nos quiso prevenir…
- ¿Prevenir qué?- preguntaron Natal y Sony al mismo tiempo, con cierta angustia.
Otro silencio dio lugar hasta que…
- Qué Hariet está con vida
Sony tragó saliva. Natal dio un paso hacia atrás y recordó un incendio y un triple homicidio. El único responsable de la muerte de la familia de Kay, del padre de Sony, de… vivía.
Natal ya lo sabía, José Morgán se lo había dicho el año pasado en la Isla flotante de Sarmander. Pero en su momento, parecía tratarse de algo lejano y sin relevancia. Sin embargo, estar en el mismo lugar donde estuvo aquel sujeto, eso sí que era distinto…
Natal hizo un gesto brusco, se colocó de espaldas y por primera vez, lloró adelante de sus pupilos. 

‘’- Ese tatuaje… ¿Qué es?- preguntó Natal, lleno de curiosidad. 
- La marca negra… un hechizo que nos obliga a hacer cosas desagradables por ordenes de otro ser.
Natal abrió los ojos como platos.
- ¿Quién?- pero José no necesitó responderle para que Natal lo reconociera- Entonces…
- Hace tiempo ya, aproximadamente diecinueve años- se apresuró Morgán en contestar. (…)’’

‘’- ¿Y qué pasó?- preguntó Natal.
- Tuve la visita de un viejo enemigo, uno que creí que había muerto. Me prometió salvarla a cambio de su lealtad… me negué rotundamente al principio. (…)’’
[La Guerra de las Bestias 2: La espada divina y el tesoro de los aztecas. CAPÍTULO 11]

- Despertó hace veinte años, ¡veinte malditos años! ¡No puedo ser tan ciego!- gritó Natal, lleno de furia y golpeó la pared con sus nudillos.
Kay y Sony miraban a Natal en silencio, conmocionados y preocupados.
- Morgán lo dijo antes de morir: fue la culpa del demonio. Él mató a mis padres.- dijo Kay, en voz baja.
- Y a Nicolas…- dijo Sony- Mediante una red confusa.
Kay observó a Sony con gesto de sorpresa.
- Hariet manipuló a Morgán para que esta hiciera lo mismo con Dimitrion, así, nuestro primer enemigo ordenó la matanza de mi padre a tres bestias, que pertenecían a La Cruz- Sony pisoteó el suelo, nadie se dio cuenta que una pequeña grieta había aparecido cuando lo golpeó- Los tres sujetos que asustaron a mi familia y le quitaron la vida frente a mis ojos. 
- ¿Por qué está tan obsesionado con nosotros?- preguntó Kay.
- Yo creo que el gran misterio es lo que ocultaron Frank y Nicolas. Si juntamos algunas piezas, puedo inducir que Hariet quería algo de nuestros padres, más bien, quería callarlos. Por eso los mató. Lo único que no entiendo…- Sony intentaba analizar todo fríamente, cosa que era casi imposible- ¿Por qué mató a tu familia completa cuando tenías menos de un año? ¿Y por qué tardó tanto en asesinar a mi padre?
- ¿Y por qué no lo hizo él mismo?- agregó Kay, hubo una pausa y continuó- Una de las voces, la que amenazaba, era él… 
- ¿Estas seguro?
Kay asintió. Natal se dio media vuelta y se limpió el puño, se había lastimado con el puñetazo a la pared.
- ¿Quién, Kay?- preguntó el profesor, frívolamente.
- Era Hariet. Y estaba furioso, un hombre o lo que fuera le decía que jamás se parecería a un alguien. El Oscuro, enojado, le respondía que un día le pagaría por todo lo que le había hecho…
El dolor que estaba padeciendo Natal se transformó en curiosidad.
Los tres compañeros cruzaron miradas de confusión.
Natal se limpió las lágrimas, se agarró los cachetes de la cara con la mano izquierda, fijó sus ojos en el suelo y analizó todo detenidamente.
- ¿Qué fue lo que te hizo a ti?-  le preguntó Sony, con miedo.
Pero Natal le lanzó una mirada amenazadora. Kay y Sony se sobresaltaron sin demostrarlo. Y de repente… ahí estaba la respuesta, frente a sus narices todo este tiempo. Natal lo acababa de descubrir.
- Ahora lo entiendo todo- dijo, ninguno de los JEN se animó a preguntar de que hablaba. Sin embargo, no fue necesario que lo hicieran.- El desgraciado no murió cuando la espada lo atravesó de lado a lado. Debí imaginarlo. Entonces… Jimonte lo trajo hasta este mundo y lo encerró en este templo, en esta prisión mágica… - Natal sonrió, pero no fue de felicidad- Por eso el mago me pidió que me mantuviera inmortal y que los buscara, porque él aún estaba con vida…- y pensó- Porque quería darme la oportunidad de vengarme
- En resumen, Fismut y Juan Jimonte crearon este templo para encarcelarlo. Nunca fue expulsado de la Tierra, solo la estaba protegiendo.- dijo Sony.  
- ¿Cómo hizo para escapar? ¿Y donde está?- dijo Kay. Las interrogantes eran cada vez más.
- La criatura…- se dijo Natal a sí mismo por un momento y luego se dirigió en voz alta hacia sus compañeros- El ser que casi me mata, ¡lo acabo de recordar! Es un Snoro, un ser tenebroso que provino de los poderes de Hariet.
- Tal vez a Fismut y a Jimonte no les fue tan fácil contener su poder…- dijo Sony, poco a poco, las tristeza parecía quedar otra vez en el pasado.  

En un abrir y cerrar de ojos aparecieron nuevamente en la gran habitación luminosa del templo, sobre el círculo dibujado, como si nada hubiera pasado. 
- ¿Qué demonios?- exclamó Kay, aturdido por el cambio de panorama.
- Entramos por un momento, eso pasó- dijo Natal, se lo notaba mejor. Luego se apresuró en ir hacia el pedestal- La última hoja del libro dice como abrir y cerrar dicho portal, son las indicaciones para encerrar a un alma en la prisión fantasma.
- ¿Un… alma?- dijeron los JEN al unísono.
- No dice nada de Hariet. Son solo indicaciones. El mago me enseñó a entender su lengua cuando era un niño, entiendo algunas pocas cosas- dijo sin prestarles atención. Natal continuó pasando las hojas y se detuvo en una- Esta dice: ‘’Quitar’’ e indica como…
- ¿Cómo que?- preguntaron los JEN al unísono.
- Cómo extirpar al ser que lleves dentro y reemplazarlo por otro- Natal suspiró abatido- Así que eso fue lo que Juan Jimonte hizo consigo mismo.
- Será mejor que nos marchemos, este lugar me produce rechazo- dijo Kay mirando a su alrededor en señal de peligro.
- Comparto- le dijo Natal- Ya hemos aprendido suficiente, vayámonos- luego tomó el libro más la hoja que faltaba.
Pero algo ocurrió apenas lo hizo, los ojos de la estatua dorada de Juan Jimonte se movieron de un lado a otro, fruncieron el ceño y los acecharon.
- Esto no me pinta nada bien…- dijo Sony, el primero en notar que ya estaban en problemas.
La estatua de Juan Jimonte COBRÓ VIDA y se levantó de su asiento.
- ¡Corran!- les dijo Natal, todos se dispusieron a hacerlo en dirección a la puerta. Repentinamente se cerró con fuerza, la estatua viviente fue tras ellos.
- Natal, intenta abrir la puerta con tus habilidades mientras Sony y yo distraemos a nuestro gigantesco amigo- indicó Kay.
Aunque no le gustara seguir órdenes de un joven, no tuvo mayor remedio que obedecer; para su desgracia, la puerta estaba sellada y sus habilidades en el viento solo la sacudían, pero de todas formas, siguió intentando.
Sony creó diversos charcos de lava para que la estatua tropezara, lo que funcionó; Kay intentó dañarlo con sus bolas de fuego sin éxito. La estatua volvió a levantarse pero no les hizo nada, fue directamente por Natal.
- No parece estar interesado en nosotros…- dijo Kay, desconcertado.
- ¡El libro! ¡LA CRIATURA PROTEGE EL LIBRO! ¡Por eso no nos ataca a nosotros!- exclamó Sony- ¡Natal! ¡Huye! ¡Deja el libro!
Pero Natal no los oía y continuaba intentando abrir la puerta sin percatarse por los temblores que causaban las pisadas de la gigantesca estatua, la cual se acercaba a gran velocidad. Se colocó justo detrás, en silencio, hasta que el elemental de viento se cansó de intentar abrir la puerta, miró hacia atrás y se sobresaltó al verla. La estatua fruncía el ceño, a la espera, abrió la boca e hizo una clase de rugido, las vibraciones del sonido lo empujaron a Natal hasta la entrada. Este cayó y quiso huir, pero el paso lo tenía rodeado. Natal se aferró al libro, lo que la criatura notó e hizo que aumentara su ferocidad.
Tenía una forma similar a la de las estatuas griegas; cubierta de oro, con los ojos de piedra, vestimenta (una armadura) imbricada al cuerpo, tallada en el mismo material.
Justo a tiempo, Sony efectuó masas de lava en los talones de la estatua y las solidificó rápidamente para que no pudiera avanzar. Pero la estatua del prócer se deshizo de las rocas ígneas con facilidad. Secuencialmente, Kay voló por los aires con las manos apuntando al suelo y se colocó sobre su hombro. Le lanzó una serie de llamaradas a los ojos para cegarlo, la estatua intentó derribarlo, pero Kay voló justo a tiempo. Entre volteretas y manotazos fallidos, Kay lo golpeó en la frente con sus poderes, un agujero le surgió y de su interior cayó un extraño cubo, el cual fue a parar a las manos de Natal. El hombre, fascinado, lo guardó. La estatua, le dio un manotazo al elemental de fuego.
- ¡Cuidado Kay!- le gritó Sony desde abajo. No podía utilizar sus alas por la luz del sol que entraba por los ventanales del templo. Y no quería arriesgarse a perder las alas de la gárgola… por segunda vez.        
Kay perdió el equilibrio y con suerte pudo caer sobre la cabeza de la estatua gigante, con el peligro de caer cien metros, el elemental intentó sostenerse de los duros cabellos dorados de la estatua. El inmenso ser se sacudió para sacárselo de encima, el balanceo causó que Kay casi cayera, pero se aferró a la parte delantera de la cabeza hasta llegar a la frente, por accidente posó sus dos dedos sobre ella y se nutrió, inexplicablemente, de sus recuerdos:


MEMORIA 1:

Juan Jimonte (a quien se lo notaba viejo) y otro hombre con una gran túnica blanca hablaban en ese mismo templo, la escena se veía desde la perspectiva de la estatua sentada.
- La prisión es un éxito- exclamó Jimonte- Hariet morirá con el tiempo.
- No, mi amigo. Su poder sigue siendo insuperable, en un futuro intentará huir. Y lo logrará, estoy seguro. Pero de eso no hay duda, que los JEN se encargarán.
- Gran Fismut… he hecho todo lo que me pedisteis. Abandoné mi patria, mi hogar por ti. Encontré amor y paz en la nueva Zimpat. Además de un nuevo ser en mi interior. Os agradezco.
- ¿Pero…?
- Pero os quisierais pedir un favor. Un último favor. Como veréis, a diferencia de usted, yo he envejecido. Y no ha pasado ni un día ni una noche en la que no he pensado en MI GRAN DESEO.
Fismut hizo un gesto de que continuara hablando.
- De conoceros, señor. Sé que falta mucho tiempo, pero también sé que tú podéis llevarme a un instante de sus vidas. Quiero veros, antes de partir. Ese es mi deseo.
- Por todo lo que hicisteis, lo haré.
Una gran sonrisa apareció en el rostro del ya anciano Juan Jimonte, sus cabellos ya no eran tan ondulados, tenía barba y cabello color blanco, pocas arrugas, postura encorvada, vestía de la misma forma y poseía un collar de oro con un rubí en forma de águila, además de la corona en su cabeza, la corona real.
Fismut posó su bastón sobre la cabeza del Rey Jimonte, una luz amarilla lo rodeó y desapareció por unos instantes. Fismut esperó hasta que regresara por arte de magia.
- Ha… ha sido increíble- dijo Jimonte, tan entusiasmado que parecía tratarse de Dayas- Son tan jóvenes… y visten tan raro. Uno de ellos se transformó en un hombre lobo y casi los mata…
Fismut lo cayó.
- Lo que viviste, guárdatelo para ti.
Pero a Jimonte pareció no importarle.
- Tuve que usar el poder de la estatua de oro para detenerlo, creo que les salvé la vida. No me vieron, quédate tranquilo.
- Si, lo sé- respondió el mago- Lo he visto todo. Ahora escucha: No debes dejar que nadie vuelva a pisar este templo. No al menos hasta que tu vigésimo vigésimo vigésimo tatara nieto varón cumpla los ocho años. Y tu familia nunca deberá enterarse de la existencia de los elementales o de la Tierra, es una orden.
- Tienes mi palabra, gran mago. Y gracias.  

MEMORIA 2:

Minos estaba en el pedestal, petrificado, el círculo acababa de cerrarse. Arrancó una hoja y la posó sobre la mesa, inmediatamente huyó con el libro,  las puertas se cerraron a su espalda antes de que la estatua pudiera reaccionar por el robo.

La estatua se echó para atrás, Kay cayó, logró utilizar la técnica para volar y así llegó al suelo sano y salvo. El inmenso ser había entendido lo sucedido, volvió a su lugar, se sentó y se convirtió nuevamente en un objeto sin vida. Las puertas se abrieron nuevamente y los elementales, sin meditarlo, salieron.

- ¿Qué fue lo que viste?- preguntó Sony, mientras suspiraba.
- Fue Jimonte, Juan Jimonte fue esa extraña luz que vimos la primera vez que vinimos aquí, él le pidió al mago Fismut que su último deseo, antes de morir, era conocernos- Kay se sentó en el suelo, aturdido, entrecerrando los ojos por la intensidad del sol.
- La que nos salvó la vida del hombre lobo…- dijo Sony, maravillado- Viajó hacia el futuro solo para conocernos, esto ya es demasiado para mí.  
- Fismut dijo que era nuestra tarea detener a Hariet. Y sí, allí estuvo encerrada su alma- continuó el elemental del fuego.
- ¿Estuvo?- preguntó Natal, agitado.  
- El mago dijo que hasta que su vigésimo vigésimo vigésimo tatara nieto cumpliera ocho años… - respondió Kay.
- ¿Se referirá a Dayas?- dijo Sony mientras se limpiaba el sudor de la frente.
- No lo sé, puede ser cualquiera, habría que hacer las cuentas- Kay respiraba rápidamente por el cansancio- Hay más… en otra memoria de la estatua aparece Minos. Él se robó el libro.
- ¿Y el cadáver? ¿Será el cadáver de Minos el que encontramos y quien en realidad está gobernando es un impostor?- habló Sony como un rayo.
- ¿Y Vayas?- preguntó el elemental de fuego.
- Pudo haberse deshecho de él de alguna otra forma- afirmó Sony.
- Lo dudo, Dayas nunca se percató de que no fuera su tío. El cadáver es de Vayas, sin duda.
- Descarto teoría- dijo el joven elemental de lava y apretó los dientes.     
- Una cosa es segura…- afirmó Natal y ayudó a Kay a levantarse- El templo de Jimonte fue el lugar donde se ocultaron las sombras todo este tiempo.

Dayas había partido sin avisar, preocupado por lo que podría haber pasado con los magos de la resistencia. Mientras caminaba por el angosto sendero en dirección a la costa sintió que alguien lo seguía. La noche se hacía evidente, cada vez más lejos de las montañas, un cielo repleto de estrellas fascinaba al príncipe durante su caminata. La luz de la luna le funcionaba de guía, además de que llevaba una antorcha, no tenía miedo de deambular por allí, de chico había atravesado todo el bosque azul Él solo, escapando de una trágica muerte. La brisa soplaba con suavidad, la noche calurosa era calma y preciosa. Pero Dayas no podía darse el lujo de disfrutar de todo ello, tenía una tarea y debía cumplirla. En cierto modo, una parte de él quería demostrarle a sus superiores que no era ningún débil y que podía manejar la situación; por otro lado, el cariño que se habían ganado los magos era tan grande que ya los consideraba parte de su camaradería más cercana. Al principio, fueron solo impresiones, pero luego se fueron haciendo cada vez más evidentes y repetitivas. Pisadas, movimientos entre las sombras, ojos acechándolo. Dayas, sin ningún temor, dijo en voz alta.
- ¿Quién anda ahí?- el silencio total fue la respuesta- Lo diré una vez más… ¿QUIÉN ANDA AHÍ?- los pájaros nocturnos callaron su canto y cuando Dayas estuvo apunto de seguir el paso y creer que todo había sido impresión suya, un sujeto apareció. Un sujeto encapuchado. Dayas lo miró con asombro, un poco de preocupación, pero sin miedo- ¿Quién eres?- Dayas se fue acercando a paso lento. El sujeto no respondió- ¡Le hice una pregunta! Soy Dayas, heredero al trono de Zimpat, exijo una respuesta.
El sujeto tardó en responder, se trataba de un hombre con una voz que pronunciaba muchos las ‘’eses’’.
- Usted, príncipe, solo es un peón en el tablero descomunal de la vida, donde su destino apenas importa.
Dayas se mantuvo a unos pocos metros del encapuchado.
- ¿A qué te refieres?- la llama de la antorcha se apagó y Dayas tiró el tronco.
- Busco a dos jóvenes, sé que están aquí en el ZEN. Los he buscado durante mucho tiempo.
- No sé a que se refiere, señor. Buenas noches.
- No descansaré hasta encontrarlos. Tiene mi palabra.
- No es que se la haya pedido.
El encapuchado rió.
- Quiero a los JEN, los quiero.
- Vuelvo a repetir que no sé a que se refiere, buenas noches- dijo Dayas y amagó para retirarse.
- Tienen la misma edad, seguramente- insistió el extraño sujeto- Ambos no nacieron aquí, son jóvenes, torpes y poseen habilidades con los que otros solo sueñan.
Dayas frunció el ceño, supo en lo más profundo de su corazón, que ese sujeto buscaba a sus amigos Kay y Sony. Se dio media vuelta y le dijo:
- ¿Y qué es lo que quiere con ellos?
- Hizo memoria, eh- dijo el encapuchado, Dayas tragó saliva- Solo verlos sufrir y cuando sea necesario, matarlos.
- ¡Sobre mi cadáver!- exclamó Dayas.
El sujeto estiró las manos y el príncipe voló por los aires hasta caer al suelo. El rostro de Dayas volvió a enrojecerse y furioso, efectuó un torbellino de agua en forma horizontal; el sujeto solo se dispuso a rechazarlo con un gesto despectivo. Mientras el sujeto se acercaba, Dayas sentía cada vez más ira, lo volvió a atacar pero nada le sucedió a su contrincante. Quien se le acercó caminando, le pegó una cachetada burlona (la cual dejó anonadado al pobre Dayas) e hizo aparecer en su mano derecha un inmenso bastón; con este torturó al joven príncipe y lo dejó al borde de la muerte. Todo estaba muy oscuro y confuso, tendido sobre el suelo boca arriba, el joven de cabello dorado le preguntó:
- ¿Quién eres?
- ¿Eso importa?- respondió el encapuchado en tono burlón- ¡¿DÓNDE ESTÁN?!
- No… te lo diré.
El sujeto atravesó el pecho del príncipe con su bastón, este sufrió una hemorragia inminente. Y despojado en el suelo, los ojos azules penetrantes e inmóviles, su cuerpo y su rostro pálido, totalmente cubierto de sangre.
El encapuchado se arrodilló y le habló al oído:
- Mi nombre es Meddes, el sacerdote Meddes. El caos se acerca, muchacho. Vive mientras puedas.
- ¿De qué habla, señor?- preguntó Dayas con sus pocas fuerzas.
- Una entidad ancestral que ha sido considerada por innumerables especies como la fuerza más destructiva del cosmos, se aproxima y como estaba escrito, nadie podrá escapar de su destino fatal- respondió el encapuchado y se alejó del cuerpo unánime del príncipe- Mi amo no quiere que nadie interfiera con sus planes…- dijo mientras limpiaba la sangre del bastón con un pañuelo- Muy valiente, príncipe de Zimpat, digno de su apellido, pero no lo suficiente- rió- Esperaré a que regresen a la Tierra. No tengo prisa, después de todo… los sucesos se están desarrollando según lo planeado. Buenas noches, elemental. Solo quería jugar contigo.  

Meddes desapareció en el oscuro sendero. La lluvia cayó sin aviso. Un águila voló y fue hacia él. Dayas cerró los ojos y deseó que la muerte no tardara en llegar.