jueves, 30 de agosto de 2018

El Mundo Helado: CAPÍTULO 19.


El Mundo Helado: CAPÍTULO 19.

- ¿El mundo helado? – repitió Lepra, indignado- ¡Estamos a metros de la entrada a la Fortaleza y querés cambiar el rumbo!

Kay se puso de pie y suspiró antes de hablar.

- Durante los días que viajamos, tuve sueños… visiones del pasado- Dayas, Lepra, Sony y Rak lo miraron con interés- Sobre la segunda generación de Proetas y sobre mi papá y Nicholas Dameron.

Sony tragó saliva, miraba a Kay con afán e incredulidad.

- Vi su batalla contra Foucen, el demonio de hielo; vi la muerte de Aitor Carmanguer y… vi como Frank y Nicholas entraron a una dimensión de bolsillo con la espada divina.

- En la espada divina y la otra dimensión está la clave- recordó Sony en su mente, haciendo referencia al viejo pergamino que habían encontrado hacía años.

- ¿Qué más sucedió? – preguntó Lepra con cautela.

A Kay parecía costarle seguir con lo que contaba, tensionó los hombros y los aflojó mediante un exhalo antes de hablar.

- En la dimensión de bolsillo está la tumba de Gyan y una fuente extraña. Y eso no es todo… antes de despertarme, presencié como el mago amenazaba la vida de nuestros padres- miró a Sony con preocupación- Fismut guarda algo ahí de gran valor. Un terrible secreto, estoy seguro. 

Lepra apretó los dientes y se quedó callado.

- ¿Tienes en mente como viajar al Mundo Helado? – le preguntó Sony con seriedad. No le reprochó nada.

Kay miró a Rak.

- Obvio- exclamó el profeta, Morris acababa de salir del interior de sus ropas entre bostezos- Yo los puedo llevar hasta allí, pero tendré que quedarme aquí para que puedan regresar. Mantendré la puerta dimensional abierta por una hora.

- Dos horas, Rak- le pidió Kay- Nos llevará tiempo. Te lo pido por favor. Mi instinto nunca me falla, sé que hay algo allí.

Dayas se llevó la mano al mentón y pensó, luego dijo.

-  Bien, Kay. Yo confío en ti. Dos horas en el Mundo Helado y luego iremos a la Fortaleza de Büul para tomar el medallón de plata.

- Muchacho… ¿Es la primera vez que tienes estas visiones del pasado? – le preguntó Rak.

- No. A veces puedo tocar la frente de un individuo y conocer su vida- le contó Kay- Sin embargo, en los sueños se me aparecen recuerdos al azar, nunca entendí como funciona. Hubo una ocasión dónde pude viajar al pasado a través de un sueño y cambié la historia. Es… complicado.

- Ya veo- contestó el profeta, Morris frotaba su peluda cabeza contra la nuca de su compañero- Yo conozco un artefacto capaz de hacer esas cosas, lo escuché una vez en mi planeta. Uno de los tres medallones mágicos: el medallón de oro- Todas las miradas fueron hacia Rak- Mi gente conocía muy poco de los titanes, no obstante, hubo rumores sobre el funcionamiento de este medallón. Decían que podías viajar en el tiempo despierto o dormido, o conducir a alguien a hacerlo en contra de su voluntad. En toda la historia jamás fue encontrado, a diferencia de los otros dos medallones.

- ¿Me estás queriendo decir que alguien quiso que yo vea esas imágenes del pasado? – le preguntó Kay con el ceño fruncido- Ahora que lo pienso, podría ser una trampa. Tal vez Hariet quiera emboscarnos en el mundo helado y las visiones fueron para que tomara la decisión de ir.

- Espera- habló Sony- ¿Recuerdas el sueño que tuviste en la cápsula? Ayudaste a Morgán y tomaste la espada divina. Eso no ayudaba en nada a Hariet- Kay se le quedó mirando en silencio- La teoría de Rak tiene mucho sentido. Es probable que nunca hayas tenido la habilidad de viajar al pasado y cambiar la historia, te hicieron creerlo. La persona que tiene el medallón de oro te estuvo ayudando y quiere que te dirijas al Mundo Helado. Pero descuida, no irás solo.

Kay lo ignoró, sin embargo, no pudo evitar sentirse aliviado al escuchar esas últimas palabras.

- No. Debemos continuar- se impuso Lepra.

- Compañero- le habló Dayas y lo tomó del hombro, lo que incomodó al joven morgano- Ellos son los hombres de la profecía, deberíamos confiar en ellos, ¿no te parece?

Lepra sacudió el hombro para que el príncipe lo soltara y asintió con la cara larga.

- Dos horas, ¿eh? Ya me deben unas cuantas, niñitos- sonrió Rak y movió la cabeza a un costado para que Morris saltara al suelo. Respiró hondo y formó el triángulo con sus dedos- Quisiera visitar ese lugar una vez más, pero sin los Ryanos, no tiene sentido. Apresúrense.
El aire se vio deformado y unas cuantas rocas del pasadizo estrecho se vieron atraídas hacia el agujero de gusano que acababa de aparecer en la pared.

Kay y Sony entraron primero. Dayas le dijo a Rak que volverían pronto y el profeta asintió decidido. Morris los miraba con tristeza, como si nunca más volviera a verlos. Lepra fue el último, a quién Rak notó muy preocupado.

- No es un grupo si se guardan secretos todo el tiempo- le dijo el profeta. Lepra giró para mirarlo y examinó el suelo hasta que entró al portal, el cual lo absorbió por completo.

DENTRO DE LA TIERRA HELADA

Kay, Sony, Lepra y Dayas aparecieron en un inmenso paisaje congelado. El calor y la humedad habían desaparecido, estaban en un mundo de frío, desolado. 

El agujero negro se desvaneció a sus espaldas y antes de las quejas, Dayas y Lepra revelaron que Rak les había dado cristales morados y diminutos para abrir aquel lado del agujero de gusano, mientras tanto, el profeta mantendría abierto el otro punto del espacio. 

Caminaron a través de la nieve y el sendero congelado, el cual realizaba curvas y se dividía en diferentes laderas, los Forasteros no tardaron en descubrir que estaban encima de una montaña blanca. Más montañas cubiertas de escarcha rodeaban todo el terreno, de 800 metros o tal vez 1000 metros, pensaron ellos.

 Kay formó una gran bola de fuego y la sostuvo entre sus manos para generarle el calor al grupo, la temperatura estaba muy por debajo de los 0° C.

- Por fortuna, los Elementales somos resistentes a enfermedades fuertes debido a las propiedades de la Inmortalidad que el corazón nos ofrece- dijo Kay al grupo y lideró la expedición.

Era de día y el viento sacudía el ambiente con violencia, lo que preocupó a los jóvenes, dos de ellos se estaban empezando a arrepentir de haber seguido a Kay…

Continuaron caminando y no tardaron en vislumbrar un precipicio a su izquierda, como una antigua cascada convertida en hielo. Por debajo pudieron contemplar el inmenso mundo donde se encontraban, más allá había árboles, montañas y lagos congelados.

- ¿Qué esperas encontrar aquí? – le preguntó Dayas al elemental de fuego.

- Respuestas- respondió- Aquí existe algo que tenemos que saber, mis sueños me lo dijeron, mi instinto me lo dice.
- ¡Es un mundo inmenso, vamos a estar semanas a este ritmo! – exclamó Lepra, molesto, mientras el viento y la nieve le sacudían la cara.

- ¿Dijiste que en la dimensión de bolsillo está la tumba de Gyan? – preguntó Sony a los gritos.

- Si…

- ¿No te parece casual que las palabras del pergamino sean similares? – prosiguió el joven abogado. Kay volteó a mirarlo con dificultad- “A través de los tiempos se manifestó, aguardando ser liberado de sus cadenas, y a pesar de la larga espera, su odio creció.”

- ¡Hariet! – exclamó Lepra y estuvo a punto de tropezarse con una roca.

- Muy bien, genio- le dijo Sony con sarcasmo- “Sueña con las bestias viviendo bajo su merced.” ¿Y si no se refería sólo a los Ryanos, sino también a los humanos? Todos somos bestias, Hariet nos quiere a todos bajo su merced.

- ¡Inteligente! – gritó Dayas e intentó acercarse más a la bola de fuego.

- “Sólo con la muerte se paga la vida de este ser”- retomó el muchacho de ojos verdes- Ahí no está haciendo referencia a Hariet, podría jurarlo. Creo que habla… del PRODIGIUM- los otros tres asintieron- “Dos hermanos se enfrentaron y uno de ellos fue expulsado.” Es lógico que habla de Juan Jimonte y José Morgán debido a su disputa por la tenencia de la espada- nadie acotó- Y finaliza con la siguiente frase: “Entre los mundos se encuentra la llave, en la espada divina y la otra dimensión está la clave.” ¡Por dios! ¡Todo está conectado! ¡Eso nos trae aquí, a la dimensión de bolsillo y a la tumba de Gyan!

Dayas frunció el ceño, ahora estaba más convencido de visitar la tierra helada. Lepra exclamó.

- ¿Quién escribió ese pergamino?

- Nunca lo supimos- dijo Kay, tratando de pisar con cuidado y sosteniendo la bola de fuego con aspereza- Una parte la encontramos en un agujero de la Isla flotante de Sarmander, la cual ya no existe. El resto del pergamino lo hallamos en la ciudad de Buenos Aires, en una casa abandonada, supimos más tarde que Meddes lo había colocado allí junto al medallón de bronce para que viajemos al ZEN.

Lepra y Dayas se miraron entre sí.

- Ustedes sí que han tenido una vida repleta de aventuras insólitas…- vociferó el príncipe.

- ¿Eso quiere decir que Meddes pudo haberlo escrito? – preguntó Lepra.

- Lo dudo- aclaró Sony- La caligrafía del pergamino me hacía recordar a…- abrió los ojos como platos y finalmente relacionó dos cosas que no había notado con anterioridad- El mapa.

- ¿Mapa? – preguntó Dayas. Sony no le hizo caso y se dirigió a Kay.

- ¿Te acuerdas cuando viajamos a la Isla Tanque para hablar con el Rey Patricio? – Kay asintió- ¿Te acuerdas lo que nos dio?

- El mapa del Templo Azteca- dijo Kay, los cuatro se detuvieron en medio del frío- ¿Y eso qué?

- ¡El mapa no vino solo! ¡Venía con una carta firmada por nuestros padres! ¡Kay, el pergamino FUE ESCRITO POR ELLOS! ¡Es la misma letra! – gritó el joven abogado de la emoción.

Kay sonrió y miró las montañas blancas.

- Aquí está su secreto, entonces. Aquello que hemos intentado descifrar durante años. Es probable que ellos descubrieran la verdad de Fismut- pensó el elemental del fuego y miró a Lepra con desconfianza.

Kay apagó la bola de fuego y sus compañeros se quedaron anonadados, lo único que les daba calor se había esfumado. Luego, abrió los cinco dedos de su mano derecha y Lepra quedó suspendido en el aire. Dayas y Sony no podían creer lo que estaba pasando.

- El joven pupilo de Fismut, seguro debes ser muy importante para él- le dijo Kay a Lepra con crueldad- Tu maestro pudo haber ordenado la muerte de mis padres. Sería lógico arrebatarle su familia, como él pudo haberlo hecho.

- ¡Son sólo suposiciones! – gritó Sony, furioso- ¿Sólo porque viste a Fismut amenazando a nuestros padres crees que todo terminó mal? Tendríamos que conocer todo ese episodio al detalle y luego juzgar.

- Yo no puedo confiar en él. A decir verdad, no puedo confiar en ninguno de ustedes, pero no me queda otra- continuó Kay- No les dije nada de las visiones porque ustedes tampoco me dicen nada a mí. Lepra se guardó que Hariet era un Kimhote, Sony… mejor no lo digo. Y Dayas, bueno, no tengo problemas contigo.

Lepra flotaba por los aires, tenso e inmóvil.

- Fismut está de su lado, siempre lo estuvo- dijo al fin.

- ¿De verdad? Cada día se esfuerza para demostrarnos lo contrario.
- No tengo por qué revelarte todo lo que él me confió- se defendió Lepra- Hay una razón para todo, pero pregúntaselo a él, no a mí. Es su vida, no la mía.

Kay lo soltó y Lepra cayó al suelo, Dayas lo ayudó a levantarse.

- No le tendré estima a Fismut por lo que le hizo a Natal, pero si de algo estoy seguro es que hizo lo necesario para combatir a la oscuridad. Primero con Büul y ahora con Hariet. Y otra cosa… - habló Sony con seriedad, luego estiró la mano y Kay se vio atraído hacia él por la fuerza magnética- No vuelvas a amenazar a mis compañeros. ¿Entendiste? – lo soltó y Kay se liberó, avanzó a pisotones y se alejó de ellos.

- Es tan terco- le dijo Sony a Dayas y Lepra, mientras los tres lo veían alejarse- Nunca me perdonará por guardarme lo de su novia. Yo tampoco quería perdonarlo a él por no hacerse cargo, sin embargo, entendí que tenemos que estar unidos, no separados. Pelar entre nosotros no nos servirá de nada- a continuación, miró especialmente a Dayas- Tú me lo enseñaste en este viaje.

Dayas sonrió y los tres continuaron, por primera vez, Lepra reflexionó sobre el asunto.

Kay se adelantó unos cuantos metros, había formado dos pequeñas bolas de fuego para calentarse a sí mismo. La nieve de los suelos le llegaban hasta las rodillas y el camino se volvía cada vez más dificultoso. Sin mirar atrás, sumergió otra pierna en la nieve y pisó algo sólido…

Se detuvo y escarbó rápidamente con las bolas de fuego, tardó un tiempo en deshacerse de toda la nieve, tanto que sus compañeros pudieron alcanzarlo y se detuvieron a observar lo que hacía. Kay hizo un agujero en la nieve con el fuego y descubrió el cadáver de un Narsog.

- ¿Cómo llegó a esta dimensión? – preguntó Dayas, frunciendo el ceño.

- Si el pasado está relacionado con el presente, entonces…- pensó Kay y le arrancó el cráneo putrefacto al esqueleto. Luego dijo en voz alta- No soy un experto, pero podría jurar que lleva años bajo la nieve.

- ¿Alguna explicación? – dijo Lepra, seriamente, sin sacarle los ojos de encima al elemental de fuego, quién ni le hacía caso.

Kay miró todo el camino y el amplio sendero cubierto de nieve. Cerró los ojos y el círculo de los magos se formó bajo sus pies.

- Vuelen- les indicó a sus compañeros, Lepra y Dayas no entendieron, pero Sony sí.

Dos alas grisáceas salieron de la espalda de Sony y tomó a Dayas y a Lepra de los brazos, luego flotó unos centímetros y a continuación, Kay posó las bolas de fuego que sostenía en la nieve, al instante, la tierra blanca a un radio de veinte metros se derritió.

Sony descendió con sus compañeros y apenas pisó la tierra, las alas de la gárgola desaparecieron.

Los cuatro estaban fascinados y espantados. Decenas de cadáveres putrefactos de Narsogs se situaban en toda la zona liberada.

El círculo de los magos se esfumó, pero las bolas no; Kay las combinó para conformar una esfera de fuego más grande y volver a calentar al resto.

- Si la espada divina y la otra dimensión son la clave, entonces…- comenzó Sony.

- Yo traje estos Narsogs hasta aquí- agregó Kay.

- ¿Tú? – preguntaron Lepra y Dayas al mismo tiempo.

- Durante la batalla de los Andes, derroté a los Narsogs con la espada divina y llevé sus desagradables cuerpos a una dimensión que desconocía- aclaró el joven JEN de fuego.

- Y a esa misma dimensión lanzaste los pedazos de la espada divina- continuó Sony- Eso quiere decir que….

- La espada divina está aquí- dijo Dayas.

- Tendríamos que eliminar toda la nieve de este inmenso mundo, tardaríamos años en encontrarla- dijo Lepra- Mejor volvamos.

Kay y Sony estuvieron a punto de contestar hasta que oyeron un potente rugido. Los cuatro se alarmaron y se pusieron en guardia, no sabían de dónde había surgido el sonido.

El viento los sacudió y la nieve que caía del cielo incrementó, los rayos de una estrella comenzaban a iluminar los sectores más oscuros y eran interrumpidos por algunas montañas picudas.

Kay, Sony, Lepra y Dayas formaron un círculo, espalda con espalda, atentos a un posible ataque.

Y entonces, una inmensa roca fue hacia ellos. Lepra la manipuló y la echó a un costado. Otro rugido sonó, mucho más fuerte que el anterior.

- ¿Alguno cree en el Yeti? – preguntó Sony, muerto de miedo- Bueno, yo sí.
A continuación, varias bolas de nieve los acecharon como proyectiles. Kay conformó un escudo de fuego alrededor del grupo y todas se derritieron.

La silueta de una criatura yacía entre la espesa nieve que caía del cielo, prosiguió lanzando rocas y bolas de nieve enormes, pero todos sus ataques fueron repelidos por Lepra y Kay.

Dayas tragó saliva y mantuvo la respiración. La sombra del espécimen debía de medir unos diez metros aproximadamente. Oyeron un tercer rugido y vieron como la sombra avanzaba rápidamente hacia ellos, estaba corriendo.

Sin haberse dado cuenta, los cuatro estaban muy cerca del risco, cualquier embestida los tiraría. Estaban atrapados.

El sujeto misterioso intentó romper el círculo, los cuatro se separaron justo a tiempo.

Era cómo un gorila gigante con el cabello blanco, manchado de nieve y el pecho más oscuro. Para Sony era el yeti.

- Eres…- susurró Kay, sin poder creerlo.

El monstruo rugió por cuarta vez, enseñando todos sus colmillos y su amplia mandíbula. Se abalanzó sobre Dayas y este rodeó por el suelo para esquivar la embestida. Luego fue por Lepra y este formó el círculo de los magos celeste, no tuvo tiempo de conformar un hechizo porque la criatura lo tomó de las piernas y lo revoleó por los aires.

Sony fue rápido y usó la fuerza magnética para atraerlo hacia él y que cayera sano y salvo. Después, conformó una amplia cortina de lava y lo encerró allí, la lava se solidificó y se convirtió en roca cristalina.

La criatura rompió la prisión cristalina a puñetazos y saltó, furioso, hacia Sony.

Kay lo empujó con la fuerza magnética y el gorila blanco fue expulsado hacia otro lado lejos del joven abogado. Cayó al suelo de pie y se esforzó para no arrastrarse mucho por la nieve.

A continuación, el gorila aplaudió y una ráfaga de viento acechó a los cuatro elementales, quienes cayeron por el risco.

Sony mutó a la gárgola de piel gris y Dayas a la fascinante águila dorada. Sony tomó a Lepra y Dayas a Kay, planearon y volaron hasta la superficie.

- Ese monstruo me la va a pagar- dijo Lepra con el ceño fruncido y también mutó, se convirtió en un toro humanoide: un minotauro.
- Creí que estabas muerto- pensó Kay y su cuerpo se llenó de pelo azulado y erizado, le crecieron músculos y su rostro fue reemplazado por el hocico de un animal feroz.

El hombre lobo, el minotauro, el águila dorada y la gárgola se colocaron en línea recta, listos para comenzar con la batalla entre monstruos.

El gorila blanco aplaudió nuevamente y otra ráfaga de viento surgió. El hombre lobo y el minotauro saltaron hacia los costados; el águila y la gárgola soportaron el impacto, agitando sus alas para contrarrestar el impulso.

Por un leve momento, las cuatro contrapartes de Amdor y el gorila blanco se observaron con recelo.

El minotauro tenía brazaletes dorados en los brazos y las pantorrillas, hombreras y la gran hacha medieval con el mango grueso. Sus ojos eran muy pequeños, casi irreconocibles. Era el más bajito de todos los monstruos con tres metros de altura. El águila dorada tenía dos agujeros amarillos con pupilas negras, un pico inmenso, la piel emplumada con diferentes tonos de dorado, como capas. Medía seis metros y poseía dos hermosas alas teñidas de oro.

La gárgola, por su parte, tenía dos ojos de color miel sin pupilas, el cabello largo, liso y oscuro hacia atrás de sus orejas puntiagudas. Dos cuernos de pequeño tamaño sobre la cabeza, la piel totalmente gris, facciones duras y el cuerpo robusto y vigoroso. El torso desnudo, un pantalón roto; manos y pies de cuatro dedos con garras y el rostro de un gris más oscuro que los Ryanos, con dos colmillos sobre la boca y una prominente barbilla. Además de las alas tras su espalda y el cuerpo de un humano enorme. Debía de medir cuatro metros.

El hombre lobo también medía cuatro metros, sin ropa alguna, repleto de un cabello erizado y azulado, manos y pies de tres dedos con garras grandes y filosas; y dos orejas puntiagudas encima del hocico repleto de colmillos.

El gorila blanco superaba a todas las bestias en altura al medir diez metros, y era el más grandote de todos. Hubo unos segundos de quietud y luego, Kay atacó al monstruo blanco con sus garras.

El abominable monstruo le dio un manotazo al lobo y este chocó con unas rocas. Las cinco bestias estaban rodeadas de nieve y lucharon sin cesar.

El águila dorada agitó sus alas para expulsar el alma del cuerpo del contrincante, pero de nada sirvió y el monstruo lo tomó del ala dorada y lo revoleó por los aires.

El minotauro aprovechó la distracción y logró perforarle una pata con el hacha, Sony le dio un puñetazo en el estómago y el monstruo se desplomó en la nieve.

El sector que Kay había liberado de la nevada ya estaba cubierto nuevamente, a menor medida. A comparación del resto del paisaje, parecía un agujero en la tierra.

La gárgola y el minotauro se situaron a un lado del monstruo acostado, creyendo que lo habían derrotado. Pero el monstruo fingía, tomó a la gárgola de la pierna y lo usó como bate para golpear al minotauro, ambas bestias se dieron de bruces con la nieve, la cual flotó como humo.

El águila dorada volaba por los aires y disparó rayos de luz del pico mientras cantaba. El gorila blanco los esquivó y saltó para agarrar al águila dorada de las patas y la abatió contra el suelo.

El lobo tomó una roca con los brazos y se la lanzó al monstruo blanco, este la rompió con un puñetazo. Kay estaba impactado por lo fuerte que era su enemigo.

El Yeti dio manotazos a la nada con fuerza y el viento cambió su trayectoria a su voluntad, acechando a las bestias. El lobo y la gárgola rugían, dañados y sangrando levemente. El águila dorada gemía con la pata quebrada y el minotauro lanzaba hilos de humo por el hocico, rabioso.

Sin pensarlo dos veces, el minotauro y el lobo atacaron primero a la colosal criatura, se aferraron a sus piernas y no lo soltaron. El monstruo los golpeaba y ellos seguían allí, abrazándolo.

La gárgola flotó por los aires y el águila también (aunque le costó), las dos entidades sacudieron sus alas a los lados del contrincante. La gárgola fue rápida y lo tomó por detrás mientras apretaba los dientes.

- ¡Quítale su alma! – le dijo la gárgola al águila dorada con aquella voz grave y resonante.

El águila dorada volvió a intentarlo, lanzando un sonido a través de su pico. Pero el gorila (con las tres bestias encima), se corrió a un costado y se lanzó al risco.

El lobo y el minotauro se soltaron de él, Sony rescató a ambos en los aires y regresó a la superficie.

El monstruo blanco posó su enorme mano en la ladera y arrastró su brazo por allí hasta que logró sostenerse, escaló la montaña y subió nuevamente.

Las bestias notaron que el gorila tenía el brazo blanco cubierto de escarcha, suciedad y sangre; también suspiraba con fuerza.

El águila estuvo a punto de quitarle el alma otra vez, pero el lobo gritó.

- ¡Espera!
Todos se quedaron desconcertados y el gorila blanco le dio un puñetazo en el ojo al lobo, dejándole un colorinche y tirándolo hacia atrás.

La gárgola y el águila atacaron, no obstante, el gorila aplaudió y la ráfaga de aire los empujó contra otras rocas. Sólo quedaba el minotauro, quién había dejado el hacha tirada cuando lo había tomado de la pierna.

Trató de alcanzarla, pero fue demasiado tarde, el monstruo blanco lo tomó de la cabeza y lo tiró por el risco, los demás gritaron…

La gárgola y el águila dorada no tenían energía para levantarse y volar; estaban a poco de desmayarse.

El Yeti se golpeó el pecho con los puños, como hacen los gorilas y avanzó lentamente hacia el lobo para matarlo de una vez.

Y justo en ese momento, otra criatura se abalanzó ágilmente y pateó al engendro de las nieves.

El lobo observó a la nueva entidad con los ojos entrecerrados, también estaba por perder la consciencia.

Era un tigre blanco con rayas negras, o, mejor dicho, era una persona-tigre. Caminaba a dos patas como un hombre, sin embargo, su piel era totalmente pálida, con el cabello erizado y líneas oscuras por todos lados. Ojos celestes, los bigotes de un felino, la nariz colorada, manos y pies de cuatro dedos con garras, y una altura de tres metros.

Fue tan ágil que ninguno de los ataques que realizó fue previsto por el gorila, saltaba, giraba y corría a cuatro patas, como un auténtico cazador.

El monstruo blanco se desesperaba al no poder agarrar al tigre parlante y dio múltiples manotazos fallidos a los aires.

La gárgola y el águila dorada se durmieron, completamente vencidos. Pero Kay, transformado en un lobo, pudo vivenciar antes de desmayarse, como otras dos nuevas criaturas aparecían volando por los aires con el minotauro entre sus brazos y luego lo dejaban en la superficie, sano y salvo. Eran un dragón de piel verde y un murciélago-hombre con la piel de acero.

Todo fue tan confuso, el frío había menguado, ya no caía nieve y el viento soplaba lejos de ellos, antes de abrir los ojos, los elementales reconocieron que estaban en una cueva.

Kay temblaba del frío y lo segundo que notó fue que estaba desnudo (en su forma humana) frente a una fogata.

- Toma o te enfermarás - le dijo una voz, todo estaba muy borroso para Kay, aún no se recuperaba del todo. Una manta le cayó encima, se asustó, sentía que estaba ciego ante lo desconocido. La tomó y recuperó el foco de la vista, vio a sus compañeros sin ropa (en forma humana), todos durmiendo y temblando por el frío.

Kay se levantó, confirmó una fogata encendida y a dos hombres sentados en una roca. Tragó saliva y se levantó de un golpe, alerta. 

- Es imposible- musitó y se acarició el ojo izquierdo, inflamado por el golpe que el monstruo le había dado.

- Son curiosas las fogatas en grupo, ¿no te parece? – dijo uno de ellos, él que se sentaba a la izquierda- Nunca sabes si te encontrarás a viejos amigos o… a viejos enemigos.

Sony, Dayas y Lepra despertaron al mismo tiempo. Los hombres les dieron mantas para que se cubran. Tardaron unos minutos en incorporarse y observaron a Kay, tenso (cómo nunca lo habían visto), mirando a los dos hombres.

Sony fue el primero en prestarles atención y abrió los ojos como platos, sintió una roca atascada en su garganta.

- Es imposible- también dijo.

- Vístanse o se van a congelar- dijo el segundo hombre, sentado a la derecha. Dayas y Lepra no entendían lo que estaba pasando, pero Kay y Sony estaban más perturbados que nunca.

Lepra chasqueó los dedos y vistió a los cuatro con túnicas y uniformes negros.

- Muy útil- dijo el hombre a la izquierda, tenía el cabello corto y oscuro (con algunas canas), ojos marrones, nariz puntiaguda, algunas pecas y cicatrices, de contextura delgada y vestido con un traje negro de látex. Aparentaba tener cincuenta años. La manta que le había dado a Kay era su capa negra.

- ¿Quiénes son ustedes? – exclamó Dayas, con el ceño fruncido.

- El descendiente del idiota egocéntrico- le dijo el tipo de la derecha, también aparentaba cincuenta años. Sus ojos eran de color miel y llevaba el cabello largo canoso, una barba canosa, nariz chata, también delgado como su compañero, pero con más espalda y brazos. Vestía una túnica carmesí - Te delata el cabello rubio. A ver… - señaló a Lepra- Tú debes ser el único superviviente de la raza más conservadora e hipócrita del universo. Y bueno… los dos inútiles que nos mataron- señaló a Kay y Sony. Dayas y Lepra los observaron sin poder creerlo- La niña tenía razón, hicimos bien en recorrer el lado sur- esas palabras iban dirigidas a su compañero.

Sony se acercó lentamente a ellos y los tomó de los cachetes, lo que los incomodó.

- Son reales, no ilusiones- aclaró Sony.

- Suéltame- gruñó el del cabello largo y canoso- ¡Pues claro que soy real!

Sony se alejó y notó que ninguno de los dos tenía ojos rojos como en el pasado o tatuajes extraños, o partes de otra especie, eran completamente comunes y corrientes.

- Miljen Morgán y Dimitrion Curtansen- anunció Kay con sequedad- Los elementales del hielo y el fuego oscuro.

Dayas y Lepra, que habían oído las historias, se pusieron en guardia.

- No les haremos daño- aclaró Miljen, era el hombre con el cabello largo- Ya no estamos bajo el control de la marca negra, somos libres, bueno… entre comillas. Me pueden llamar José, aunque Miljen está bien, me da igual.

Kay apretó los dientes, confundido y sin saber qué hacer.

- Seis elementales juntos, es un acontecimiento- dijo Dimitrion con una sonrisa y metió un palo en el fuego, con un animal pequeño cocinándose- Deben de tener hambre.

- No… no lo entiendo. ¡Ustedes murieron! – exclamó Sony, desconcertado y alterado.

- Tranquilízate, joven Dameron y siéntate. Estamos del mismo lado, ustedes se encargaron de eso- le dijo Morgán.

- Nos liberaron de las marcas negras al matarnos- aclaró Dimitrion- Siéntense, Foucen ya no los molestará.

- ¿Foucen? ¿El gorila blanco era él? – exclamó Sony, no sabía qué sentir ni que pensar. No quería confiar en ellos…

Morgán y Dimitrion asintieron.

- Conocen la historia al parecer- dijo Morgán- Durante años lo hemos combatido, hasta bueno… hace poco detuvo sus ataques porque hay alguien a quién teme más que a nosotros. Pero bueno, coman algo y luego hablamos. La batalla los habrá dejado con hambre. 

Lepra y Dayas se sentaron, morían de hambre y no tenían ganas de discutir o detenerse a pensar si los hombres eran de confianza o no.

- Yo no puedo- dijo Kay con frialdad y procuró retirarse- Me hicieron mucho daño, a mí y a mi familia. No…

En ese instante, el tigre blanco acababa de entrar a la cueva en cuatro patas, caminó lentamente, estaba herido y con escarcha a su alrededor, nada grave. A continuación, un rayo lo rodeó y la criatura se achicó hasta conformar la silueta de una mujer. La sombra no lograba verse con claridad, pero pudieron notar que se estaba vistiendo. Luego se dirigió hacia ellos.

Dayas, Lepra, Morgán y Dimitrion sólo prestaron atención. Pero los corazones de Sony y de Kay se tambalearon violentamente, se quedaron mudos, de pie y con lágrimas en los ojos.

La mujer tenía el cabello castaño desaliñado y muy largo, le llegaba hasta la cintura. De ojos verdes muy grandes, tez blanca, rasgos de una adolescente (con cicatrices y heridas recientes en la mejilla), delgada y bajita. Se acomodó el cabello hacia atrás y se puso una bincha celeste desgastada en la cabeza (la cual tenía una flor gerbera y blanca como accesorio), también tenía un vestido del mismo color, zapatillas y una campera de cuero marrón desgarrada y cubierta de nieve.

- Desde aquí puedo ver ese ojo morado- dijo ella con una voz dulce y simpática. Kay y Sony dieron un paso al frente, Morgán y Dimitrion los miraban con afán y benevolencia. Dayas y Lepra no entendían nada, pero les llamaba la atención como los JEN habían reaccionado- Ustedes dos siempre metiéndose en problemas, hay cosas que nunca cambian.

jueves, 23 de agosto de 2018

El Hombre Detrás de la Máscara: CAPÍTULO 18.




El Hombre Detrás de la Máscara: CAPÍTULO 18.

“- Vive y vivirás, aleja la pena y ayúdate que un paso más debes dar- le cantaba Diego a su hermanito Pedro, en una granja, a metros de su casa. De dónde se oían gritos enfurecidos, vidrios rotos y golpes secos. Diego repetía la oración, cada vez con mayor volumen. El pequeño Pedro, de seis años, acurrucado con una manta, terminaba por caer en los dulces cantos de su hermano mayor y se dormía.

Finalmente, Diego suspiraba con tristeza, apretaba los puños, le daba un beso en la frente a Pedro y se dirigía a su casa, dónde los gritos habían cesado.

Al principio, cuando tenía nueve años, Diego era quién se apartaba en la granja abandonada para no presenciar la disputa entre sus padres; sin embargo, cuando Pedro nació, el muchacho tuvo un objetivo mucho mayor en su temprana vida: proteger a su hermano cueste lo que cueste y mantener su infancia intacta.

En este caso, Diego cumplía los quince años y conocía la rutina a la perfección: Entraba a la casa, testigo de un horrendo episodio donde su madre Clara yacía tirada en el suelo, rodeada de utensilios, botellas y objetos rotos, con moretones en los ojos y los cachetes, prácticamente inconsciente por los golpes; la ayudaba a levantarse, contenía el llanto, la acostaba en un espacio cómodo (un colchón en el suelo cerca de la cocina), le acariciaba el cabello mientras procuraba que siguiera respirando; subía las escaleras para comprobar que su padre Ernesto se quedara dormido después del alcohol y la energía gastada en los puñetazos, volvía a bajar y limpiaba el desastre.

Así era la triste vida de los Kimhote en Ondárroa, Vizcaya (España) de 1540, plena época feudal.  

Una vez todo estuvo en orden y en silencio, Diego regresó por su hermanito y lo acostó dentro de la casa. Al muchacho le costó conciliar el sueño después de todo lo que hizo.

En la mañana siguiente, Clara hizo el desayuno a una familia apagada y distante: Ernesto tenía el rostro avejentado y sucio, barba escasa, ojos oscuros, corpulento, brazos cubiertos de pelo y la expresión sombría de un hombre borracho y manipulador.

La mujer no le prestaba atención y ocultaba los moretones en su cara con una venda.

- ¿Qué te pasó? – le preguntó el pequeño Pedro.

- Nada grave, cariño- le respondió Clara y le acarició el cabello, era una mujer corpulenta, bajita, cabello canoso, nariz chata, la cara redonda y unos hermosos ojos grises. 

Ernesto le pegó un manotazo a Diego en la nunca y vociferó.

- No pongáis esa cara en la mesa.

Diego apretó los dientes, Pedro se le había quedado mirado, razón por la cual, el muchacho fingió sonreír.

Todos ellos estaban sentados en dos bancos desgastados y desayunaban sobre la mesa de madera, en la cual había dos candelabros de plata, panes duros, queso y huevos.  Diego ayudó a Pedro a ajustar los últimos botones de su camisa de lienzo, la cual le quedaba muy grande.

- Soy grande, puedo hacerlo solo- exclamaba Pedro de seis años, pero Diego no le hacía caso.

- Sólo uno más… y listo- sonrió y le cerró el último botón. Diego evitó a su padre, quién yacía intentando sacarse la mugre de los dientes; besó a su madre en la cabeza (quién cortaba el pan), sacudió el cabello de su hermanito y se retiró.

Afuera hacía un frío invernal, a pesar del espléndido sol.

Diego contemplaba la ciudad a su alrededor y todos los hombres que caminaban de un lado a otro hacia sus respectivos trabajos. Volteaba por momentos para calcular a cuantos metros se encontraba de su casa; de planta cuadrada, cubierta de dos aguas, conformada por sillarejo, dos plantas y algunas ventanas.

Creyó que Ernesto no dañaría a su familia, era de día y tenía que hacer buena letra con las visitas.

Bajó la amplia pendiente por la que se situaban algunas casas de la clase baja y se dirigió hacia el río Artibai, donde una joven de cabello castaño enrulado y con un largo vestido oscuro, lo esperaba.

- Creí que te habíais olvidado- le dijo y él la besó en los labios.

- ¿Por qué lo haría, mi amor? – habló mientras tomaba sus cachetes con las manos.

- ¿Estáis bien? – preguntó la jovencita.

Diego suspiró y apretó los dientes.

- Lo estoy- mintió y volvió a besarla. Ella se rió.
- Diego Kimhote, el peor mentiroso del mundo.

- Keila… si ocurriera algo te lo diría, créeme.

Ella pareció no convencerse, sin embargo, Diego la tomó de la mano y juntos, a pesar del frío, fueron a bañarse al río.

Las horas pasaron, Diego y Keila se secaron, muertos de frío y festejando, enamorados.

- Será mejor que vuelvas con tu padre, deben estar esperándote- le dijo Diego, mientras la tomaba de la cintura y Ella, con el cabello mojado, lo miraba directamente a los ojos.

Antes de contestar, suspiró con opulencia.

- Yo no quiero ir- dijo- Apenas le importo.

- De cuna de oro y te vives quejando- le dijo Diego con simpatía.

- Vivas en la mugre o nazcas entre ricos no te hace ser feliz- respondió Keila lentamente- Yo desearía escapar de aquí y no rendirle cuentas a nadie. ¿Por qué no me acompañas?

Diego se separó de Keila y su rostro se tornó serio.

- Los tuyos son sueños tontos- le dijo y miró hacia otro lado, ofendido.

- ¿Dije algo que te molestó? – preguntó la joven, acercándosele.

Diego se quedó mudo. Keila no quiso insistir y se marchó, sabía que sería en vano intentarlo.

Mientras ella se retiraba, Diego se tomó la cara con las manos y descargó todos los gritos que se contenía en su hogar.

Regresó a la casa con la cara larga y fue recibido por Pedro en el patio central, quién acababa de encontrar una rata moribunda.

- Pedro, deja eso- le ordenó su hermano de mala manera. Pedro, que estaba muy entusiasmado por su hallazgo, cambió la expresión y lo observó hasta que entró a la casa.

Ernesto y Clara estaban siendo acompañados por un tercer personaje.

- Un placer conocerte- fue lo primero que le dijo el extraño.

Diego no supo que decir, a lo que el hombre añadió.

- Fernando Colón, y no, no soy su pariente lejano- bromeó. Clara rió, Ernesto le dirigió una espeluznante mirada a su esposa y se mantuvo callado. Diego ya sabía por qué aquel hombre los visitaba, era un posible empleador del cual su padre pensaba sacar provecho.

Se acercó y le estrechó la mano.

- Eres un hombre fuerte, Diego- le dijo- ¿Nunca pensaste en ser marinero?

Aquellas palabras retumbaron en la cocina, Ernesto pareció a punto de estallar, no obstante, no hubo contratiempos y no dijo nada. 

- No es algo que me llame la atención, señor- respondió Diego.

Fernando frunció los labios y miró a Clara pícaramente, el joven lo notó.

- Estoy muy seguro de que en la Corona podrían ofrecerle un trabajo cuando sea mayor de edad- habló y también miró a Ernesto, para disimular.

- Ya veremos- sonrió falsamente el padre de los Kimhote.

Diego saludó y subió las escaleras para dormir.

Hubo otro enfrentamiento luego de que Fernando Colón se fuera, Ernesto le reprochaba a Clara su actitud frente al hombre que se había ido, estaba celoso.

Ella le decía que se tranquilizara, Pedro (qué estaba durmiendo en el mismo colchón que Diego) se despertó por los ruidos. Diego fue rápido, lo vistió, lo alzó y lo sacó de allí antes de que las cosas empeoraran.

Juntos recorrieron las calles de la ciudad, tan empinadas como montañas. Algunas carretas y caballos interrumpían el tránsito. A Diego no se le ocurrió mejor idea que llevar a su hermano a los negocios, con la excusa de que los habían mandado a comprar más fruta.

El vendedor le ofreció una nueva fruta a Diego, proveniente del nuevo continente descubierto: una fruta redonda y roja. Lo invitó a probarla y a Diego no le gustó, le resultó algo ácida, sin embargo, a Pedro le encantó.

El vendedor insistió en que era el único que estaba ofreciendo dicha fruta y que aún no le habían atribuido un nombre concreto. Diego le dio todo lo que tenía para complacer a su hermanito, lo que le alcanzó para tres frutos.

Por un momento, Diego sintió que alguien lo observa entre las sombras, atento y dispuesto a todo para defender al niño de seis años, fue a examinar y no se encontró con nadie; creyó que había sido impresión suya.

Recorrieron la ciudad durante dos horas, para entonces, Diego creyó que ya podrían volver. Obligaría a su hermano a irse a dormir y él se encargaría del desastre.

Regresaron a su hogar, Diego llevó a Pedro arriba, dónde su padre dormía roncando. Lo dejó allí con cautela, lo ayudó a desvestirse y le deseó las buenas noches. Luego bajó a la cocina, fue desgarrador lo que vio.

Su mamá estaba tirada en el suelo, boca arriba. Con los ojos grises abiertos, llorando desconsoladamente, su ropa interior estaba desplegada a los lados, fuera de su cuerpo y apenas se cubría con el vestido. Tenía marcas en el cuello y respiraba con dificultad.

Diego sintió una rabia intensa, tan grande que, por un segundo, deseó subir las escaleras y atravesarle el pecho a su padre dormido con un cuchillo.

Clara se negó a ser ayudada y se levantó sola, se vistió la ropa interior y se limpió las lágrimas, luego le dijo a su hijo con frialdad.

- Vete a dormir.

Diego se quedó mudo y asintió seriamente. Se retiró y la dejó allí sola, pensativa.

A la tarde del día siguiente, Diego había quedado con Keila para verse, tenían los días fijos para los encuentros. Sin embargo, no estaba seguro si ella asistiría por la pelea de la vez pasada.

Fue de todos modos y ella asistió. Cuando la vio, se arrepintió de haber ido. La imagen de su madre se le pasó por la cabeza y no pudo evitar sentir que él crecería para convertirse en su padre.

- ¿Mejor? – le preguntó Keila cuando estuvieron a metros de distancia.

- Tengo la sensación de que no lo repararé con un “lo siento”- afirmó Diego- Hace cinco años nos vemos aquí a escondidas de nuestras familias, no sé cómo me soportas.

Keila se le acercó y posó sus brazos alrededor del cuello del muchacho.

- Lo que tienes de complicado lo tienes de lindo- sonrió. Diego no se atrevió a tocarla, ni siquiera a mirarla- Cuéntame. ¿Qué pasó ahora?

Diego suspiró y se apartó de ella.
- Mis padres son complicados, mi vida es complicada. Lo único valioso que tengo es Pedro- vociferó.

- Creí que yo también era valiosa para ti- le reprochó Keila, cruzando los brazos.

- Lo eres… pero- Diego no sabía cómo decírselo- No te espera nada nuevo si te mantienes a mi lado. Yo nunca querré salir de aquí y dejar desprotegida a mi familia.

- No eres responsable de las atrocidades de tu padre- le recalcó Ella.

- Lo sé. Yo soy…

- Un cobarde- le dijo Keila con enojo- ¿Esta es tu manera de terminar con lo que empezamos?

- Mi madre y mi hermano me necesitan.

- Y yo te necesito a ti. Ese bastardo no te merece.

Diego volvió a suspirar y miró el horizonte, el día estaba nublado. Hubo una larga pausa, Keila no le sacaba los ojos de encima, esperando una respuesta desesperadamente. Él supo que no había manera de convencer a Keila, razón por la cual, fingió algo espantoso.

Actuó seriamente para asustarla y alzó la mano para darle una bofetada en el cachete. Agarró a Keila por sorpresa.

- Ese bastardo es mi padre- gruñó Diego.  

- Tal vez sí te conviertas en él, Kimhote- le dijo con frialdad y antes de que Diego bajara la mano, se marchó llorando.

No fue fácil para Diego dejar a la mujer que amaba, a la segunda persona que lo hacía sentirse bien consigo mismo. Pero Ella no merecía sufrir todos los problemas en los que estaba metido.

Así, transcurrieron seis años y Diego ya era mayor de edad, tenía veintidós y trabajaba en una herrería. Su padre le había conseguido el trabajo ya que era carpintero y conocía a muchos del ámbito.

Estaba tantas horas fuera de la casa que no tenía tiempo de estar con Pedro. Había vuelto a ver a Keila, la joven de quince años creció y se convirtió en una dulce y delicada mujer; salía con un noble de España, un caballero de cabello negro y facciones duras. Diego lo sabía porque él le fabricada sus espadas y escudos.

No fue a propósito y ninguno de los dos comentó o reveló que ya se conocían. Diego también había madurado, tenía algo de barba y estaba más corpulento que antes. El noble se presentó como Joaquín de Villa, hijo de Rodrigo de Villa e hizo mucho énfasis en esa última oración como si Diego lo conociera.

- Mi padre es el dueño de la Nueva Niña, contrató al mejor almirante de todos los reinos, Fernando de Urtubia. Una leyenda- le contaba Joaquín mientras Diego terminaba de calentar la espada en un horno especial. Diego sólo se limitaba a hacer su trabajo y asentir, no tenía mucho interés- Me encantaría ir y conocer la tierra de salvajes. Pero no puedo, vamos a casarnos dentro de algunos meses- y apretó la mano de Keila, quién sonrió falsamente. Aquello sí fue del interés de Diego y le causó un potente malestar.

- Felicitaciones- les dijo, sin mirar a ninguno de los dos y continuando con el trabajo. 

- Gracias, herrero- le respondió Joaquín- Regreso pronto, no me tardo- esas palabras fueron dirigidas a Keila. En diez segundos, Diego y Keila estaban solos de nuevo. Al principio, hubo silencio.

- Gracias por… no decir nada sobre mi presencia, ni revelar que nos conocíamos. Es algo celoso- dijo Ella con temor, llevaba un vestido blanco y un tocado del mismo color.

- De nada- contestó Diego fríamente y siguió trabajando.

- ¿Cómo has estado? – preguntó Keila, forzadamente.

- Bien.

- ¿Tu hermano… y… y… tu familia?

Diego tiró la espada en el horno de un golpe, lo que asustó a Keila por el sonido del metal. La miró a los ojos con seriedad y le dijo.

- No seas condescendiente conmigo- le aclaró- Terminamos, fin. No me interesa ser tu amigo- retomó la espada y siguió con lo suyo.

- Yo te hubiera amado con todo mi corazón, Diego Kimhote- le dijo Ella y se marchó. Diego suspiró con opulencia y se fregó la cara con las manos.

Ni Joaquín ni Keila volvieron a aparecer. La noche llegó y un cliente entró a la herrería cuando ya había terminado.

- Tendrá que regresar mañana- le dijo Diego.
  
El nuevo personaje no le hizo caso, era un hombre anciano, alto y con una larga barba blanca.

- UN HOMBRE DE APELLIDO KIMHOTE CAMBIARÁ LA HISTORIA PARA SIEMPRE- vociferó.

Diego frunció el ceño, las luces eran escasas y todo estaba muy oscuro para vislumbrar la imagen del anciano a la perfección.

La espada ropera que le había creado a Joaquín de Villa, se le acababa de caer, la levantó y contempló la hoja recta, así también como su empuñadora compuesta por un guardamano en forma de arco para proteger los nudillos, dos anillos perpendiculares al plano de la hoja y una serie de ramas que unían todos los elementos por la zona exterior. La empuñó en caso de necesitarla, pero cuando volteó, el hombre había desaparecido.

Se sintió aturdido y algo asustado. Cerró las máquinas y salió de allí rápidamente.

En su hogar, Ernesto, Clara y Pedro discutían. Pedro tenía quince años en el año 1546, ya no era un niño, sino que sabía defenderse sólo a pesar de ser delgado, aún tenía el cabello largo y los ojos igual de grises que su madre.

- ¡Estas cosas fueron traídas por tripulaciones, por asquerosos marineros! – le gritaba Ernesto a Pedro, escupiéndole en la cara. En su mano llevaba los frutos rojos que a Pedro tanto le gustaban- ¡Además oí que son venenosos!

- ¡Dámelo! – le gritaba Pedro- ¡Se llaman tomates, cavernícola!

Clara intentaba apaciguar la situación, sugiriéndole a Pedro que no insistiera.

De nada sirvió y a Ernesto no le gustó que su hijo más chico lo insultara, a continuación, le lanzó el tomate en la cara a Pedro. El muchacho, sin tiempo de reaccionar, gimió del dolor y se tambaleó.

Diego, furioso, fue a hacerle frente a su padre y se interpuso entre él y Pedro.

- ¿Te crees un hombre? ¿Eh? – le dijo Ernesto, suspirando amenazadoramente por los poros de la nariz y la piel enrojecida.

Intercambiaron miradas y hubo un momento de tensión insostenible. Al final, Diego se echó para atrás, no tenía el valor para enfrentar a su padre, siempre lo había sabido.

- No me sorprendería que te gustara por detrás- gruñó Ernesto Kimhote, miró a todos con odio y salió de la casa de un portazo.

Los tres se le quedaron mirando y Diego ayudó a Pedro a levantarse. Ahora fue él quien le pegó una cachetada a su hermano, Clara quiso retarlo, sin embargo, Diego se le adelantó.

- ¿Cuántas veces te dije que no lo hagas enojar? ¡Idiota! – Pedro bajó la cabeza, apenado- ¡Todo por una tonta fruta!

Pedro miró a Diego y le dijo.

- Un día pagará por ser…

Sorpresivamente, alguien entró por la puerta entreabierta, era Fernando Colón.

- ¿Llego en un mal momento? – preguntó.

A Diego le pareció sospechoso verlo, hacía años que aparecía en los momentos que su padre desaparecía.

Clara levantó a Pedro y lo limpió.

- Sólo jugábamos- mintió la mujer- Pasa, pasa. Vayan arriba ahora y NO bajen- les dijo a sus hijos.

Diego ni siquiera había comido, Pedro le dio un tomate y juntos subieron a la única habitación existente, sin antes saludar formalmente al amigo de la familia.

- Diego…- lo llamó Pedro, acostado en el sucio colchón dónde ambos dormían bajo el techo triangular y de escasa altura- ¿No te cansas?

- Quiero dormir, fue un día largo- se excusó Diego y volteó para no hablar. Pedro continuó hablando con aquella voz aguda de adolescente.

- Nuestro padre es el peor hombre que jamás he conocido. Ni siquiera entiendo cómo puede tener amigos. Sé que tuvo una infancia difícil, pero… a veces, desearía que alguien lo matara.

Diego tragó saliva y luego hubo silencio. Ambos procuraron dormir.

Horas más tarde, Diego bajó las escaleras de madera para buscar algo de pan, no se había conformado con el tomate. Bajó sigilosamente, creyendo que sus padres estarían durmiendo en el colchón que yacía en la habitación a un lado de la cocina. No fue el caso.

Escuchó murmullos y eso le llamó la atención. Se acercó sin ser visto ni escuchado y vio algo que lo dejó atónito.

Su madre sentada sobre Fernando, entre besos y caricias. No había rastro de su padre. Diego se tropezó y los amantes escucharon el ruido, se separaron temerosos y examinaron al intruso.

Diego se había quedado mudo. Fernando se acomodó el pantalón, Clara el vestido. Ella se le quiso acercar para hablar con él, no obstante, Diego salió de la casa a toda velocidad.

A pesar de lo horrendo que era su padre, a Diego sólo se le cruzó una cosa por la cabeza: su madre lo había traicionado. Fue hacia el río donde acostumbraba a ir con Keila hacía años. Se sentó en una roca bajo las estrellas, con una antorcha en la mano y lloró.

- ¿Por qué lloras, niño? – le preguntó una voz desconocida en la oscuridad.

Diego se sobresaltó del susto, un anciano de barba larga y blanca acababa de aparecer a su lado. Se le quedó mirando con recelo, creyendo que le haría daño.

- No tienes por qué temer- le dijo, portaba un bastón blanco en la mano, realizó unos golpecitos a la tierra y una luz brillante surgió de la parte superior del cetro, ofreciendo una amplia visibilidad. La antorcha se apagó y el muchacho la tiró al suelo, estaba anonadado y petrificado, incapaz de pronunciar palabra- Tu nombre es Diego, ¿verdad?

- Si…- dijo con dificultad.

- Diego Kimhote- continuó el anciano, clavó el cetro en la tierra justo frente a ellos, como si fuera un farol y se sentó en la roca junto al muchacho- No hay muchas familias en Europa con tu apellido. ¿Sabes?

- ¿Quién… quién eres? – le preguntó el joven de ojos grises, mirándolo con recelo e inclinando su cuerpo hacia el otro lado.

- Me llamo Fismut, Diego- le respondió con una sonrisa sin dientes- Vengo de lejos y vine por ti, a buscarte.

- ¿Buscarme…?

- Yo creo que en ti está la respuesta.

- ¿La respuesta?

- A la paz, Diego, y a la felicidad absoluta. Eres el elegido.

Diego abrió los ojos como platos, estaba realmente asustado.

La luz del cetro realizó un destello y conformó un cuerpo celestial, el molde de Diego sentado en la roca; luego desapareció como si se trataran de fuegos artificiales.

- ¿Qué fue eso?

- ¿Crees en la magia, Diego? – le preguntó Fismut.

- Hasta ahora no lo hacía- aclaró Diego- Entonces… ¿Eres un mago?

- El mago Fismut, así me conocen en mi mundo Morgana- le dijo al muchacho con amabilidad y cierta actitud paternal- Hace meses, mi supremo falleció, era un vidente llamado Yará. Antes de que su vida se desvaneciera, me pidió que fuera a visitarlo y me reveló una profecía, me la confiaba y me había responsable de su significado y de su cumplimiento.

- ¿Una profecía?

- Yará me dijo que un hombre de apellido Kimhote cambiaría la historia para siempre. Y no lo sé, Diego, te observé durante años y juraría que ese ser eres tú.

- ¿Estoy alucinando?

Fismut rió a carcajadas.

- No, muchacho. Esto es real, yo soy real- retomó- Eres el sujeto que acabará con la maldad que yace en los nueve corazones.

- ¿Los nueve corazones?

- Órganos humanos convertidos en contenedores de un terrorífico poder. No están aquí, sino en el nuevo continente. Diego… si los poderosos o los pobres llegan a hacerse con ellos, es probable que sea el fin del mundo. Tu deber es destruirlos, por eso eres el elegido.

Diego se quedó pensando, arqueó su espalda y le habló al mago.

- ¿Y qué gano yo con eso?

- No funciona así. Pero haré una excepción. Pídeme lo que quieras y yo te lo daré.

Diego pensó en desear que su padre muriera, pero no se animó, y en su lugar, dijo.

- Protege a mi hermano y a mi madre. Quiero una vida mejor para ellos. Mi padre los dañará si yo no estoy cerca…

- ¿Problemas con tu padre? – dijo Fismut, tornándose serio y mirando las estrellas- Te comprendo. Yo tampoco tuve una buena relación con mi padre, ya no vive, sin embargo, sus acciones continúan atormentándome.

Diego miró a Fismut, interesado.
- ¿Lo harás? ¿Los protegerás cuando no esté? ¿Y les darás una vida mejor cuando vuelva?

- Por supuesto, Diego. Tienes mi palabra. ¿Tenemos un trato?

Diego y Fismut estrecharon sus manos.

Así comenzó una relación bastante especial que le dio a Diego una increíble razón por la cual vivir. La magia existía, él era alguien importante para seres extraños de otro planeta, y su familia estaría salvada cuando lograra destruir los nueve corazones.

Fismut comenzó a entrenarlo, le dio conocimientos básicos de magia que a Diego le costó cinco meses en aprender. Salía de la herrería rápidamente para dirigirse al río y entrenar con el mago. La primera vez que pudo levantar una roca a distancia, lloró de la felicidad. Luego aprendió a combatir, a explorar, la geografía del mundo, la historia de los Reinos y cómo era registrada por monumentos, jeroglíficos o documentos.

En aquellos años no existía la profesión, pero Diego, sin saberlo, se había convertido en un arqueólogo.

Por primera vez en su vida, Diego tenía a alguien a quién idolatrar, respetaba a Fismut y quería ser como él. Fismut, por su parte, veía en Diego rastros de un familiar que había perdido hacía mucho tiempo; le tenía mucha estima, lo que disimulaba muy bien ya que se había prometido a sí mismo que no guardaría afecto para con nadie, no obstante, con Diego era diferente. El muchacho se superaba día a día, enfocado en su misión y en los posibles resultados.

Durante octubre, Pedro le preguntó a dónde iba después de trabajar, porque siempre regresaba tarde, ya comido, exhausto y con raspaduras por todo el cuerpo. Diego no se atrevía a revelarle semejante verdad a Pedro y sólo le dijo que se veía con una jovencita de la clase alta.

Pedro le creyó. Por otra parte, ni Ernesto ni Clara le dirigían la palabra, como si no existiera. Diego decidió no comentar nada sobre lo que había visto y prefirió guardarse el secreto. Cada vez que Fernando lo detenía o entraba a la casa, lo ignoraba, evitando cualquier tipo de conversación incómoda.

Un lunes a la tarde, Joaquín de Villa y Keila aparecieron en la herrería para requerirle un escudo. Él, a pesar de la desagradable visita, se lo notaba muy radiante.
- ¿Estáis teniendo un buen día, herrero? – le dijo Joaquín y se acarició el cabello liso.

- Por suerte, mi señor- le respondió Diego y miró a Keila por un leve instante.

- Lo necesito para el viernes, es un regalo para mi padre antes del viaje al nuevo continente- le requirió.

Diego y Fismut habían estado meses pensando alguna forma de ir hasta allí sin saber cómo. Al joven de ojos grises se le acababa de ocurrir una idea.

- ¿La tripulación está completa? – preguntó disimuladamente.

- Lo está o eso creo. Aún faltan tres marineros y un sujeto que se encargue de las narraciones y los documentos. Tengo entendido que contrataron a un tal Ambrosio de Morales. Hasta el viernes, herrero.

- Ya te alcanzo, amor mío- le dijo Keila- También quiero un escudo para mi padre- Joaquín aceptó y se marchó a otro negocio.

Keila y Diego se miraron durante unos segundos.

- Estáis sonriendo- le dijo.

- Algunas cosas buenas me están pasando.

- Estoy feliz por ti. Te lo mereces. Ella será muy afortunada.

Diego se quedó mudo, aunque le disgustara, era preferible que pensara eso.

- Gracias- le respondió.

Keila procuró retirarse, pero se detuvo, dio media vuelta y confesó.

- Mi padre me obligó a casarme con Joaquín cuando descubrió que estaba intentando escapar. El padre de Joaquín y el mío son grandes amigos. Estoy atada nuevamente, Diego. No creas que lo elegí- luego se retiró, triste.

Diego sintió pena por ella y cuando salió de la herrería y se encontró con Fismut a la noche, le dijo.

- Quiero agregarle algo a nuestro trato- Fismut lo miró con interés- También protegerás a la mujer que amo, Keila. Le darás la oportunidad de vivir en un lugar donde ella pueda ser quién quiera ser.

- Imagino que semejante exigencia viene acompañada de una buena noticia- le dijo Fismut con la barba sacudiéndose a un costado por el viento.

- Si- afirmó el joven- Ya sé cómo viajar.

Fismut abrió los ojos como platos. Por esa vez, se quedaron conversando y Diego le contó que pensaba hacerse pasar por Ambrosio. A Fismut le pareció brillante y le aseguró que él se encargaría de que el verdadero Ambrosio nunca se enterara del trabajo que la Corona le había encomendado.

Así, Diego se hizo pasar por Ambrosio de Morales, con todos los conocimientos que su mentor le había dado. Sólo se despidió de Pedro, abandonó la herrería y no le dijo nada a sus padres. Quienes lo dieron por muerto durante muchos meses.

EL REGRESO DE AMÉRICA

Diego Kimhote se había ido de España un viernes de octubre del año 1546, llegó a América en enero de 1547 y regresó a su tierra natal en septiembre de ese mismo año, días después del cumpleaños de Pedro (el cinco). Para entonces, Diego ya no era el mismo.

La segunda carabela lo dejó en el puerto de Ondárroa debido a que varios tripulantes venían de allí y casualmente Diego pudo regresar a su hogar.

No se despidió de nadie y se marchó sin ser visto. Caminó a través del Puente Viejo y caminó hasta la amplia pendiente, dónde se encontró con la casa de los Kimhote.

Tenía una mezcla de sensaciones en su interior, un animal incontrolable que estaba por terminar con la poca cordura que le quedaba. Quería sacar a Pedro de allí cuanto antes, tenerlo bajo su protección.

A pesar de todo lo que había hecho, se situó frente a la puerta de su casa y se sintió el mismo muchacho indefenso y triste que había abandonado su hogar.

Tocó la puerta y su madre Clara la abrió. Diego la notó asustada, en vez de feliz por volverlo a ver, ya se imaginaba por qué.

Ella le dio un abrazo, con los ojos llorosos, pero no fue un abrazo maternal, fue algo seco…

Adentro, Ernesto y Fernando conversaban. Eran las ocho de la madrugada, el sol se asomaba y el frío no menguaba hasta la tarde. Pedro no estaba.

Al principio, los dos hombres no lo reconocieron, estaba pálido, más delgado y con mucha barba, sus ojos tenían ojeras, su rostro colorado y una expresión sombría que nunca habían visto.

Estaban compartiendo un pescado recién cocinado y dos braseros nuevos (ollas redondas con tres patas) yacían encendidos calentando las esquinas de la cocina.

Diego entró y miró a ambos hombres con desprecio, tenía la ropa sucia y desgastada.

- ¿Por qué dejaste entrar un borracho a la casa? – le preguntó Ernesto a Clara, rabioso.

- Soy yo, padre- le dijo el arqueólogo.

Ernesto se levantó lentamente de la mesa con los ojos desorbitados, Fernando también estaba atónito.

- ¿Estáis vivo? – exclamó Fernando Colón, asustado.

Ernesto lo rodeó, caminó a su alrededor y lo examinó de arriba a abajo. Diego ni se inmutó, estaba unánime.

- Nos preocupamos mucho por ti, Diego- dijo Ernesto con notable falsedad- Eso no se les hace a los padres. Te creímos muerto. ¿A dónde fuiste?

- Viajé al nuevo mundo- respondió Diego con frialdad. Aquellas eran las peores palabras que Diego podría haber dicho- ¿Dónde está Pedro? Me voy de aquí con él.

Clara apretó los dientes y se llevó las manos a la boca, espantada. Fernando miraba a Ernesto con seriedad.

- Un marinero. Por eso nos dejaste. Para unirte a ellos, a quienes ni les importamos- vociferó Ernesto, hubo silencio. Suspiró, tomó uno de los braseros y a pesar del dolor por las quemaduras, se lo arrojó a su hijo.

Fernando y Clara se echaron para atrás, asustados. Pero Diego se mantuvo allí, ni siquiera lo esquivó y el fuego le quemó todo el perfil izquierdo de su rostro y su cuello.

Sin explicación, el fuego se apagó por sí solo en el cuerpo del arqueólogo, quién no gimió, ni se quejó ni habló ante el fuego que acababa de desfigurarle la cara.

- ¿Terminaste? – le preguntó con tranquilidad.

Ernesto se quedó anonadado y justo en ese momento, Diego tomó a Ernesto de la garganta y lo exprimió como a una naranja. Estiró su mano hacia arriba, y Ernesto dejó de pisar el suelo mientras era ahorcado por su hijo mayor.   

- ¿Dónde… está… Pedro? – preguntó lentamente.

Ernesto comenzó a reírse como un desquiciado y con dificultad, le contestó.

- Cuando te fuiste, desapareció. No sabemos dónde está.

Clara estaba petrificada para acotar algo, Fernando fue con ella y la abrazó. Diego los observó y recordó su amorío.

- ¿Dónde está Pedro? – les preguntó a ellos.

- Fue al río. Desde que te fuiste, se la pasa allí- le dijo Fernando, al notar que Clara no iba a responderle. Ella lloraba desconsoladamente.

- ¿Ahora eres un hombre, Diego? – le preguntó Ernesto, escupiendo saliva.

- Mi nombre ya no es Diego Kimhote- aclaró el arqueólogo y terminó por asesinar a su progenitor, luego lo tiró al suelo como si fuera una bolsa de patatas.

A continuación, una fuerza magnética comenzó a atraer elementos metálicos de toda la ciudad, envolvieron a Diego y se tiñeron de negro, conformando una oscura armadura. Al final, un casco aterrador le cubrió la cara y su voz se tornó grave y resonante.

- Yo soy Hariet - Clara gritó, Fernando intentó llevársela de allí, pero Diego trabó las puertas. Movió los dedos y el fuego de los braseros se extendió por toda la casa- Lo siento - les dijo a los dos amantes, aterrados, antes de apretar el puño y hacer explotar la casa con ellos dentro. El pueblo se había reunido para ver lo que estaba pasando y vivenciaron a un sujeto con una armadura saliendo de las llamas. Él pensó- Fueron culpables de mi sufrimiento y del de Pedro, en mi nuevo reino no se toleran las traiciones.

 Entre las personas estaba Pedro, delante de todos, petrificado.

Hariet quiso acercársele para aclararle todo, sin embargo, Pedro no le hizo caso y entró a la casa en llamas, dónde contempló tres cuerpos carbonizados, irreconocibles.

Pedro insultó a Hariet con todas sus fuerzas, entre lágrimas, hasta quiso atacarlo. El arqueólogo no soportó que su hermano se comportara así y lo ignoró. Al final, Pedro huyó rápidamente hasta desaparecer.

Los habitantes no estaban sorprendidos por un sujeto con una armadura, hasta que el Único utilizó sus habilidades para desmoronar los cimientos de la construcción, moviendo los dedos. Las personas se alarmaron y lo contemplaron con recelo.

- Aquí se hizo justicia- aclaró- Yo soy Hariet, soy su rey y su dios, su protector y su soberano. No quiero hacerles daño, pero lo haré si están en mi contra.

Las mujeres tomaron a sus niños y los aferraron a ellas, algunos hombres también lo insultaron, a lo que Hariet utilizó chispas de energía (blancas y negras) para pulverizarlos al instante. Hubo gritos de horror y espanto, al final, todos se arrodillaron ante él.

Hariet conocía al pueblo y sabía cuáles eran las familias que tenían contacto directo con la Corona, a ellas, las destruyó y las eliminó de la existencia.

Buscó a Pedro durante horas, siendo atacado y observado por las personas que lo veían caminar por la pendiente con aquella coraza.

Fue hacia el río dónde creyó que lo encontraría, sin embargo, se topó con otra persona.

- Bonita armadura- le dijo el hombre con notable ironía. Era Fismut.

- Tenías razón, mago. Soy el elegido, tengo que reconstruir este absurdo mundo- le dijo.

- Yo te encomendé una misión y no la cumpliste. Teníamos un trato y yo hice lo que me pediste.

- ¿Dónde está Keila? – preguntó el Oscuro, lo acababa de recordar.

- Lejos y a salvo… de ti- le dijo Fismut, con la túnica blanca y portando el cetro en la mano derecha.

- Sólo estoy haciendo lo que debo, no lo que quiero, mago. No quiero matarte, no te lo mereces. Fuiste amable conmigo y me diste un propósito, pero si no te apartas, no tendré opción.

- Ibas a destruir los nueve corazones, a traerlos ante mí para que yo los eliminara, no a usarlos a tu provecho- vociferó Fismut, furioso- Yo creí en ti y en tu voluntad, pensé que así superarías la voz dentro del corazón de Büul.

- ¿Büul? Así que ese era el nombre de ese parásito. No te preocupes, tenías razón y mi voluntad lo superó.

Fismut se quedó anonadado.
- ¿Y dónde dejaste a los otros corazones? – preguntó el mago con cautela.

- Lejos de aquí, no eran útiles.

- Diego, por favor, medita lo que estáis haciendo, nos matarás a todos.

- Yo crearé un mundo nuevo, sin abusos, sin traiciones, sin tristeza. Me encargaré de unir a los pueblos y de someterlos, sólo así, no se atreverán a causar guerras y desgracias.

- Estáis jugando con fuego, niño- le dijo Fismut- Ese poder es más antiguo y terrible de lo que piensas, corrompe a todo aquel que lo porta. Yo lo vi con mis propios ojos- suspiró y continuó- Tus intensiones son nobles, Diego. Eres un buen chico, no un asesino. Dame el corazón y olvidémonos de que esto alguna vez pasó- Fismut tendió su palma y se acercó al nuevo señor oscuro, lentamente.

- Sería egoísta de mi parte cumplir con la misión que me encomendaste, disfrutar de los beneficios que me diste y dejar que todo un mundo siga sufriendo por no tener un orden adecuado- le contestó Diego y le lanzó un rayo de dos colores al mago, Fismut anticipó que lo atacaría y forjó un escudo de fuerza luminoso con su bastón blanco.

Hariet manipuló la materia del río para solidificar las aguas y convertirlas en bloques de hielo que acecharon al mago. Fismut alzó el bastón para defenderse de los bombardeos mediante aquel escudo circular, el cual se deformaba por cada impacto.

Hariet apareció detrás de Fismut y le dio un puñetazo en la cara con sus manos metálicas. El mago salió volando y se arrastró por los suelos, rebotando con la dura tierra, hasta quedar tumbado. Estaba sangrando por los labios, las orejas y las mejillas, mientras su túnica blanca estaba manchada y sucia.

El tercer señor oscuro creó un círculo de rayos blancos y negros alrededor de Fismut para que no escapara.

- Como ya dije, fuiste amable conmigo, no soy capaz de quitarte la vida- le dijo Hariet y alzó su mano, Fismut voló unos centímetros por los aires y cayó en línea recta, dañándose aún más.

En ese momento, Hariet conformó una espada con el mango en forma de calavera gracias a sus poderes. La enterró en la tierra y los ríos de Artibai se secaron, la tierra conformó agujeros y de allí, brotaron decenas de seres repugnantes con las bocas alargadas: los Narsogs.

Fismut respiraba con dificultad, su bastón había quedado fuera del círculo mágico y no podía alcanzarlo. Estaba realmente débil.

El ejército de Hariet avanzó hacia el pueblo, eran millones de monstruos grotescos que producían gruñidos y sonidos extraños.

Hariet se acercó a Fismut.

- Gracias, mago. Sin ti, nunca hubiera llegado a darme cuenta de la realidad- y en ese instante, una luz surgió y con ella, un agujero negro. Hariet estiró los brazos, esperando un ataque. Del agujero surgió un sujeto esquelético, con dos piernas metálicas y una armadura medieval verdosa.

Hariet se limitó a observarlo.

- El elegido por el corazón apareció- vociferó Gargas y se arrodilló ante él con dificultad- Será un honor servirlo, ¿señor…?

- Hariet, el Único- respondió- Levántate. ¿Quién eres?

- Gargas, el intocable me llaman- dijo con una sonrisa, mirando a Fismut- El despertar de los Narsogs advirtió a los chamanes de mi gente, ellos me trajeron aquí. Mis fuerzas y mis habilidades están a tu disposición, Único.

Hariet se sintió gustoso.

- Büul me habló de ti- los ojos de Gargas se llenaron de interés.

- ¿Él… le habla?

- Lo hace- le respondió Hariet, sin revelarle lo otro.

Gargas se llenó de felicidad y dirigió su atención a Fismut.

- Él es un problema, señor. Lo conozco, es Fismut, el mago- vociferó- Permítame quitarle su miserable y patética vida.

La expresión de Fismut había cambiado, estaba lleno de odio, todo dirigido hacia Gargas.

- No- ordenó Hariet- Lo quiero vivo.

- ¿Vivo…? Pero…

Fismut aprovechó la distracción de sus enemigos y el bastón se vio atraído hacia él, cuando lo tomó, golpeó el suelo y una luz lo envolvió, desapareció en un santiamén.

- Déjalo, no será un problema- habló Hariet- Acompáñame, tenemos una guerra por planear.

Hariet, Gargas y los Narsogs comenzaron por invadir la villa Lequeitio y todas las villas vecinas, luego avanzaron hacia Madrid, Sevilla y otras ciudades de España.

A Carlos I le habían llegado las noticias un mes después de la primera invasión, no tardó en enviar sus fuerzas contra el ejército del Único, de nada sirvió.

Ocurrieron dos años de batallas, Hariet había dominado toda Europa en ese período de tiempo y ya estaba expandiéndose hacia Asia, Oceanía y el nuevo continente. Era 4 de septiembre de 1549 y el Señor Oscuro no había tenido noticias de su hermano Pedro o de Fismut, su búsqueda continuaba.

No obstante, unos meses antes, Hariet había recibido primicias. Alguna fuerza desconocida estaba avanzando por el sur, liberando a las villas y ciudades de los Narsogs. Eran rumores y no estaban del todo confirmados. Hariet no temía, Carlos I no era motivo de preocupación. Sin embargo, los rumores se acumularon, sujetos con propiedades mágicas, vestidos con trajes y máscaras.

Hasta que Lequeitio fue encontrada deshabitada por Gargas y el esqueleto parlante fue seriamente atacado por cosas que no supo explicar ni ver con claridad. Hariet no sabía lo que estaba pasando hasta que nuevos rumores le llegaron, aquellos guerreros eran sólo ocho y se hacían llamar LOS ELEMENTALES.

Ese 4 de septiembre de 1549 los Elementales aparecieron en Ondárroa y conformaron un extraño ritual para encerrar a los Narsogs en una dimensión desconocida. Eran guerreros entrenados, todos delgados y cubiertos con ropas negras, uniformes que también llevaban máscaras que ocultaban su identidad, sólo sus ojos eran visibles. El Único sólo contó siete guerreros.

Hariet los enfrentó y así confirmó que eran capaces de manipular los elementos de la naturaleza. Rocas inmensas, llamas de dos colores, olas de lava, olas de agua, luces, ráfagas de viento y rayos lo acecharon. Era la segunda vez que se enfrentaba con individuos mágicos y esta vez, no le resultó fácil.

Al final, Hariet reveló un poder que él mismo desconocía. A través de la furia, fue capaz de someter a los siete guerreros, destruyendo las casas y calles de Ondárroa a su paso. Pudo tomar a uno de ellos y lo ahorcó con tanta fuerza que casi lo desnuca, sin embargo, sus compañeros lo salvaron y todos ellos huyeron mediante transformaciones en criaturas mitológicas con alas y colmillos. Hariet no podía creer lo que acababa de presenciar y un malestar comenzaba a manifestarse sobre sus raíces.

Fismut había creado el grupo, los cuales habían tomado los corazones restantes del cofre, no había otra explicación para Hariet. Gargas notó el terror de su amo y a la mañana siguiente, regresó a su dimensión sin avisar, traicionando a Hariet.

Los Elementales volvieron a aparecer y para sorpresa de Hariet, había un octavo integrante en esa ocasión, y este portaba una espada de oro y plata.

Hariet manipuló la materia y utilizó todos los poderes que conocía, fue capaz de torturarlos y vencerlos. El nuevo integrante era capaz de manipular el hielo. Se enfrentó cara a cara con Hariet, sin la oportunidad de rozarlo con la espada. Hubo un choque entre los rayos blancos y negros y los bloques de hielo del elemental, este último salió perdiendo y cayó al suelo, debilitado.

El Único estaba harto y ya había demostrado ser más fuerte que todos ellos, había vuelto a confiarse. Tomó a uno de los heridos y le quitó la máscara… era Pedro.

Hariet se quedó paralizado, el anciano, el maldito de Fismut había puesto a su hermano en su contra. Una mezcla de sensaciones lo invadió y justo en ese momento, sintió una punzada en el cuerpo, miró hacia abajo y la punta de una espada ensangrentada salía de su pecho. El elemental de hielo lo había sorprendido por detrás.

MINOS JIMONTE   

Hariet fue liberado de la prisión fantasma en el Templo de Jimonte en el mundo Zen, usurpando el cuerpo de Minos Jimonte, el hermano del Rey de Zimpat, Vayas Jimonte.

Apenas habían pasado algunos días desde su liberación, estaba atrapado en una época y en un mundo que desconocía, lejos de lo que tenía sentido para él. Sin los poderes del oscuro corazón y sin su verdadero cuerpo.

Perdido y anonadado, las imágenes del pasado se le cruzaban por la cabeza sin cesar. El viaje a América, Keila, el asesinato de sus padres, Fismut, los Elementales, Gargas, Pedro…

Todo pesaba y nada parecía tener sentido después del largo tiempo dormido. ¿Por qué no estaba muerto? ¿Dónde estaba su verdadero cuerpo? ¿Qué haría con su vida?

Tres elementales habían visitado el Zen hacía unos meses y así, Hariet se había enterado de cosas muy interesantes (manipulando mágicamente a uno de ellos). El hombre que lo había apuñalado se llamaba José Morgán y conoció los nombres de todos los Elementales que había enfrentado en el pasado (así también como las habilidades extras que poseían como la inmortalidad). Descubrió que su hermano seguía con vida, buscando a un supuesto elegido.

Hariet le había hecho un trato a Morgán y le prometió que se volverían a ver, pero no estaba seguro de poder cumplir con lo que dijo. Se sintió viejo e ingenuo, ya no pensaba igual que antes.

Caminaba de un lado a otro con los brazos en la espalda, pensando. Tenía la vestimenta de un noble: una larga capa dorada, la armadura tallada en plata con la insignia del águila; la barba y el cabello anaranjado y la tez blanca.

Entonces lo oyó, un intruso… desenvainó su larga espada y vociferó.

- Me gusta estar solo.

Y así conoció al sacerdote Meddes y su vida dio un giro considerable. El tiempo pasó y gracias a él pudo viajar a la Tierra (a través del medallón de bronce), donde visitó Ondárroa en el año 2207.

Se preguntó si después de tantos años la sociedad había madurado. Una parte de él quería darle una oportunidad a la civilización, sin embargo, se llevó una desagradable sorpresa.

Se disfrazó de civil con un saco y un sombrero, visitó las calles nuevas de su viejo hogar, quedó anonadado ante los automóviles, los teléfonos celulares y toda la tecnología que existía en el siglo nuevo.

Continuó caminando y encontró a un tumulto de gente acumulada en un negocio de relojes. Un hombre sin vida estaba tendido en el suelo. Hariet escuchó los murmullos, la gente decía que un auto lo había atropellado, algunos insinuaban que había sido suicidio por el incremento de tarifas, otros sostenían que había sido un accidente. Luego volteó y en un callejón vio a niños hambrientos, siendo rechazados por todas esas personas con aparatos electrónicos cada vez más extravagantes.

La policía llegó y las masas se dispersaron. Hariet continuó investigando de cerca y vio el patio de una escuela, allí dos niños se molían a golpes.

- ¡Basta! - gritaba uno de ellos, recibiendo los puñetazos en el hombro- Te lo presto, pero déjame en paz. 

Escuchó gritos, quejas, insultos, voces y voces acumuladas en un dilema sin fin. Así lo supo. Los errores que había notado en el pasado seguían vigentes en la actualidad. Todo había cambiado y avanzado notablemente, pero sin duda, los pobres seguían siendo pobres y los ricos igual. La envidia entre las clases continuaba intacta y los hombres frustrados como su padre seguían existiendo.

Una reconstrucción, eso era lo necesario. Un mundo dónde no existan las clases sociales.

Salió de allí y usó el medallón para viajar a Argentina, dónde se encontraría con Morgán para aniquilar al JEN.”

PLANETA ÓNIX

Kay y Sony volvieron a la orilla, estaban empapados y muertos de frío. El monstruo Frodo yacía ocupando gran parte de la laguna de tiempo, movía los tentáculos de su rostro con energía.

- Muy interesante- vociferó- Muchos recuerdos.

A los JEN les costó retomar el aire, Frodo los había sumergido en la laguna durante mucho tiempo, ni siquiera sabían cómo habían hecho para estar tanto tiempo bajo el agua. Cuando finalmente lograron incorporarse, Sony dijo.

- Keila, la guardiana de la tierra. Ella es la clave.

- No- le dijo Kay, arrastrándose por la orilla- Son sus intenciones, esa es su debilidad.

Sony lo miró con duda.

- Creo que…

Al instante, un agujero negro surgió en la orilla y por allí aparecieron Dayas y Lepra.

- ¡Aquí están! - exclamó el príncipe- ¡Los estuvimos buscando por todos lados!

- ¿Cómo… cómo llegaron aquí? – preguntó Sony, confundido y contento a la vez.

- Gracias a mí- habló el monstruo gigante y gelatinoso conocido como Frodo- Mientras mirábamos las memorias de los Kimhote, le avisé a mi amigo Grof que estaban aquí.

- Grof nos avisó a nosotros- le dijo Dayas, entusiasmado por encontrarlos y sin detenerse a observar el mundo que lo rodeaba o al monstruo inmenso que hablaba.

- El valle oscuro resultó ser un laberinto de dimensiones- contó Lepra, examinando a su alrededor y con la misma seriedad de siempre- Un sector repleto de grietas espaciales y temporales, una trampa inteligente de Gargas.

- Ya veo…- dijo Sony, levantándose con dificultad y tomando los restos de la armadura azul que había dejado en la orilla durante la batalla con Kay. Kay también se puso de pie.

- Tenemos que irnos ya – habló Lepra nuevamente.

- Rak logró crear un portal para traernos aquí, pero no lo puede mantener por mucho tiempo, ni siquiera lo puede cruzar. Tenemos que volver antes de que se cierre- continuó Dayas.

Kay y Sony asintieron con las miradas cansadas. Por las heridas que tenían, el príncipe y el morgano intuyeron que habían peleado entre ellos. No dijeron nada al respecto, ni siquiera le hicieron caso a Frodo y los guiaron hacia el agujero negro por el que habían aparecido.

- Gracias- le dijo Sony a Frodo.

El monstruo movió sus tentáculos y el muchacho interpretó que eso quería decir un “de nada”, eso fue lo último que vieron de él.

VALLE OSCURO
  
Aparecieron en el mismo pasillo estrecho que se habían quedado, allí estaba Rak formando un triángulo con sus dedos y sudando. Los cuatro elementales atravesaron el portal y Rak pudo descansar, separando sus manos.

- Se tardaron- le dijo a los recién llegados.

Kay y Sony aún seguían empapados, Lepra usó sus habilidades mágicas para envolverlos en aire caliente y secarlos rápidamente.

- ¿Mejor? – les preguntó. Kay y Sony asintieron.

- ¿Y díganme… que estuvieron haciendo? – preguntó Rak, sentándose en una roca- No sé si lo saben, pero estuvieron horas desaparecidos. Tanto tiempo que logramos encontrar la salida, sin embargo, no nos animamos a cruzarla hasta saber algo de ustedes.

Los JEN estaban aturdidos para conversar, acababan de conocer otra extensa historia y más detalles sobre su enemigo y su mentor que no podían dejar de pensar en eso.

- Vimos el pasado de Hariet, muchas cosas sobre su pasado y su relación con… Natal- dijo Sony, lentamente.

- ¿Alguna pista de como detenerlo? – preguntó Lepra, interesado.

- Tal vez…- dijo Sony- No estoy seguro.

Kay no se sumó a la conversación y se mantuvo callado, se sentó en el suelo y se abrazó las piernas, estaba cansado. Las voces de sus compañeros se volvieron irreconocibles y no tardó en apoyar la cabeza sobre sus rodillas y dormirse.

“- Frank, tenemos que ir, algo que me dice que tenemos que hacerlo- le insistía Nicholas a Frank en un lujoso cuarto de estar, estaban solos.

- No hay nada allí, Nicholas. Sólo esa fuente extraña y la tumba de ese tal Gyan- le respondía Frank, sentado en su sillón, tomando una copa de vino.

- Amigo… piénsalo. Es una dimensión de bolsillo, se encuentra dentro del Mundo Helado- le aclaró Nicholas, de pie y con los ojos desorbitados- ¡Tengo el presentimiento de que allí está la respuesta a las preguntas que siempre nos hicimos!

Frank suspiró, dejó la capa sobre la mesa de madera que yacía a su lado y le dijo.

- ¿Y cómo planeas volver allí? Aquella vez entramos y salimos de pura casualidad.

- La espada, Frank- exclamó Nicholas- La espada nos llevará hasta allá. ¿La tienes?

- Si…

- ¡Búscala!

- ¿Ahora?

- ¡Si, ahora!

Frank tomó un cofre viejo, lo abrió con una llave especial, allí estaba su collar con el símbolo de los Proetas, una foto y el estuche de un arma blanca: la espada con la hoja de oro y plata. La tomó y Nicholas le dijo.

- Dile que quieres ir a la dimensión bolsillo del Mundo Helado- le indicó Nicholas. A Frank le pareció un disparate, era de noche y Giselle se había ido a visitar a sus padres con Ulises. Sin embargo, lo dijo en voz alta. Nada ocurrió al principio, lo que fue una decepción para Nicholas, no obstante, al cabo de unos minutos, la espada brilló.

Nicholas tomó su copa de vino y en un instante, aparecieron nuevamente ante la insólita fuente redonda y de piedra, y la lápida con el nombre de Gyan.

Pero esta vez, había un hombre con una túnica negra, de espaldas, esperándolos.

Lo observaron con recelo hasta que lo reconocieron.

- En este momento hay DOS espadas iguales. La que tienes, Frank, tiene que viajar en el tiempo y ser encontrada por los aztecas, para que la segunda espada exista- era la voz de Fismut.

Frank tragó saliva, la expresión del mago había sido notablemente sombría. A Nicholas se le cayó la copa de las manos y esta se rompió en mil pedazos, en un suelo cubierto por vapor.

- Nosotros sólo queríamos…- comenzó Nicholas, petrificado.

- Sabía que volverían aquí- continuó Fismut y se dio media vuelta, portaba dos cuchillos alargados en cada mano- Lamentablemente, yo no quiero que nadie conozca mi secreto”

Kay despertó desesperado y gritó.

- ¡Tenemos que ir al MUNDO HELADO, ahora!