jueves, 26 de abril de 2018

El Comienzo del Fin: CAPÍTULO 1.



Bienvenidos a la historia final de La Guerra de las Bestias. La quinta parte titulada ''EL MEDALLÓN DE PLATA'', a diferencia de las anteriores, contará con 30 capítulos todos los JUEVES. Si no leíste ninguna de las novelas pasadas, dejaré los links más abajo. ¡Nuevamente Bienvenidos!


El Comienzo del Fin: CAPÍTULO 1.

Abuelo Joseph:

‘‘Durante años los culpé, a ti y a mamá. Los culpé de mi cobardía, la que me negaba a reconocer. Sólo el ego y la soberbia me ayudaban a alejarme de aquella verdad.

Hace un año pasó algo que me cambió la vida, abuelo. Hice un viaje que terminó por definirme, por reconocer mis miedos y mis virtudes, por entender mejor a las acciones de la gente. Me enseñó a ser más tolerante y comprendí… que soy más valioso de lo que creí. Mucho más.

Yo amaba a Jessica, era la única mujer que con la que lograba sentirme a salvo, seguro, sin necesidad de fingir un personaje.

Y no murió de la forma en la que les hicieron saber… ella se sacrificó por mí. Dio su vida para que yo pudiera vivir, te juro que estuve años deseando contarles la verdad, pero no podía.

Al igual que papá, ella me defendió. No quiero que nadie más muera por mí. Soy responsable de dejar que esas personas hicieran los sacrificios que yo tuve que haber hecho.

No voy a quedarme de brazos cruzados esta vez. Voy a luchar. No estoy seguro si viviré al final de todo esto, pero quiero que sepas, tanto tú como mamá, que los amo.’’

Sony


El muchacho se apartó de la computadora, acababa de descargar cosas que arrastraba hacía años, al sentirse mejor, creyó que sería mejor borrar el mensaje, pero otra sensación se apoderó de él y le envió el e-mail a su abuelo. 

A continuación, se acostó en el respaldo de la silla con rueditas y derramó unas cuantas lágrimas. Se fregó los ojos húmedos con los dedos (índice y pulgar), apretó los dientes y se llevó la mano a la pera y los cachetes, pensativo.

Desde la sala podía oírse a una mujer hablando por el noticiero.

‘‘Y cuando creímos que ya no volvería, el famoso cazador Van Robin Hed regresa. Las autoridades dicen que asesinó… No, no voy a leer esto. ES MENTIRA. No lo defiendo, pero los televidentes tienen el derecho a saber la verdad- parecía que le hablaba al camarógrafo, se escuchaba al hombre que la filmaba diciéndole que no desobedezca las órdenes del gobierno militar o se verían en serios problemas, pero a la periodista no le importó- Hed se está dedicando a ASALTAR EDIFICIOS ULTRA-SECRETOS de nuestro gobierno, roba información y desaparece- el canal se desconectó rápidamente mediante un cartel que indicaba: DISCULPE, PROBLEMAS TÉCNICOS. ’’

- Al menos uno de ellos no apoya esta enferma dictadura…- pensó Sony y se levantó de un golpe. 

Sony vivía en la localidad de San Martín, solo. Había pasado más de un año desde su regreso a la Tierra…

Era sábado en el mes de abril del año 2229. Se cumplirían tres años de la dictadura militar que ocupaba toda América (a excepción de Estados Unidos). Las cosas estaban mal y el joven JEN, sabía que pronto lo estarían peor…

Hoy era el día, después de un mes, tenía que ir a ese único lugar que odiaba visitar. Se preguntó si habría otras personas mientras se vestía con un saco oscuro muy elegante, camisa blanca, zapatos negros y corbata del mismo color.

Tomó dos colectivos para llegar a la capital y caminó algunas cuadras de más; el día estaba nublado, húmedo y lluvioso. Cómo si estuviera triste…

La ceremonia ya había comenzado y notó que había un número bastante grande de personas, hombres y mujeres vestidos de negro y con las caras largas (alumnos y profesores), inclusive los directivos de la Universidad yacían allí, con paraguas en las manos, alrededor de un ataúd, a punto de ser enterrado en una nueva tumba, en el cementerio de Chacarita.

El sacerdote hablaba y todos escuchaban. Esas palabras de esperanza y redención en el otro mundo no ayudaron en nada al joven Sony.

Se sacudió el cabello corto y castaño; se llevó la mano a la cara e intentó no quebrarse.

Todos los presentes saludaron al difunto, le otorgaron hermosas flores de varios colores y tipos sobre la tumba; y se marcharon. Muchas de las jovencitas examinaron a Sony de abajo hacia arriba, encantadas de verlo y lanzándole risitas mientras se retiraban.

Sony ni siquiera se dio cuenta o, mejor dicho, no quería darse cuenta. A decir verdad, ya era todo un hombre y a pesar de ser tímido con el sexo femenino, ellas le coqueteaban y lo miraban con interés.

Cuando no hubo persona de testigo, Sony guardó el paraguas y se dejó empapar por la lluvia, el día estaba horrible.
- Así te enfermarás- le dijo el sacerdote, que aún seguía allí, portaba la Biblia en un brazo y el paraguas en el otro.
- Eso quisiera- le respondió Sony, con el cabello aplastado, los ojos achinados y los hombros encogidos.
El sacerdote se le acercó y le dijo.
- Ahora tengo que ir a dar unas palabras a otro funeral, no tardaré mucho, ¿Podrías esperarme? Hay algo que quiero decirte.
Sony asintió, con el ceño fruncido. El sacerdote se retiró con una sonrisa amable.

El joven de 22 años miró la tumba y sacudió la cabeza.
- Cómo me hubiera gustado decirte lo importante que eras para mí.

La tumba estaba cubierta por las flores y la tierra, su lápida estaba marcada por una fecha de nacimiento falsa, luego le seguía la fecha de la muerte: 14 de marzo del 2229. Arriba yacía su nombre: Dick Natal.

Sony se sentó de rodillas sobre la tierra mojada y lanzó un suspiro opulento. Supo que él acababa de llegar y le dijo.
- Llegas tarde. La ceremonia ya terminó.
- No pensaba concurrir- respondió Kay, a espaldas de Sony- Te traje los documentos.
- Aquí no, hay cámaras.
- No voy a ir contigo a ningún otro lugar- dijo Kay, tajante y serio.

Sony se levantó y se dio la vuelta. Kay estaba vestido como Van Robin Hed, con un nuevo traje metálico más futurista, un pañuelo rojo que le cubría parte de la cara hasta la nariz y otro del mismo color que le cubría el cabello. 
 
- Dáselo a tu hombre de confianza y encárgate del resto. Iré a revisar la guarida del sur…- amagó para retirarse, pero Sony lo detuvo.
- ¿Ni siquiera piensas despedirte? Después de todo lo que hizo por ti…
- Ya lo hice, este lugar no cambia nada- contestó Kay de espaldas, Sony notó que portaba una larga y oscura capa que guardaba más artefactos adentro.
- ¿Tú sabes por qué lo hizo? Porque cuando volvimos aquí, nos separamos, no nos preocupamos por él y sólo nos enfocamos en ¡nuestra absurda pelea! - gritó Sony, furioso e inhalando y exhalando con fuerza, mientras su boca formaba un hueco.
- ¿Terminaste?

- Kay… escúchame.
- No, tú hazlo. Él pudo haber mandado a quién quisiera y no lo hizo… no fue un asesinato ni un accidente. Natal se SUICIDÓ. Eligió quitarse la vida y nosotros no tuvimos nada que ver con eso.
- Kay- a Sony se le caían algunas lágrimas que se confundían con las gotas de la lluvia- A Natal no le gustaría vernos en esta situación. ¿Cuándo vas a dejar el pasado atrás? - Kay se quitó el pañuelo que le cubría parte del rostro y suspiró- Yo sé que fue mi culpa, pero somos nosotros quienes…
- Exacto, lo fue, Sony. Si hubieras sido sincero conmigo, si te hubieras comportado cómo mi amigo, mi mejor amigo, mi hermano… me habrías dicho que Agustina me engañaba y yo hubiera dejado Morena, ella y sus padres seguirían con vida. Yo sé que es egoísta echarte la culpa de todo, pero no puedo dejar de pensar… ¿Y si lo hubiera sabido? Ella estaría aquí- Kay se dio la vuelta- Sueño todas las noches, me esfuerzo para viajar al pasado cómo hice hace tres años y no hay caso. Tú no tienes idea cómo se siente perder a quién amas, desplomándose sin vida sobre tus brazos…
 
- Yo perdí a mi padre… a nuestro padre- dijo Sony, molesto- Lo único que entiendo es que te conviene echarme la culpa para no responsabilizarte de tus propias acciones… tú y ella estaban mal y no se entendían, me lo dijiste aquella noche en la terraza, y aún así seguías con esa idea de formar una familia con quién sabías que no durarías.

Kay no respondió, se volvió a cubrir el rostro, le dejó a Sony un sobre de color mostaza; y con la fuerza magnética (que rechaza) que había aprendido el año pasado, apuntó las palmas hacia el suelo y se impulsó por los aires hasta la terraza de una casa, hizo lo mismo desde allí para transportarse de edificio en edificio.

Sony contuvo el llanto y creyó que había sido lo correcto cuando observó que el sacerdote regresaba a conversar con él.
- ¿Todo bien? - le preguntó. Sony guardó el sobre bajo su saco y abrió el paraguas.
- Si…
- Durante mis largos años de vida he perdido a muchos seres queridos, la vida y la fe en Dios me ha dado una perspectiva diferente de la muerte. Yo creo, y no mentiría al decir que no soy el único, que todo pasa por una razón. Tal vez, esta desgracia sea parte del comienzo de algo, de algo muy grande.

Sony miró al sacerdote, con duda.

- ¿De qué habla?

- Yo fui amigo de Pedro, él visitaba mi iglesia todos los domingos, bueno… las veces que no estaba de viaje cumpliendo alguna aventura.
Sony abrió los ojos como platos.
- Lo conoce, lo conoce de verdad. Sabe quién es. Él nunca habló de usted…
El sacerdote, que era un hombre de sesenta años, vestido de blanco, el cabello canoso y la piel repleta de manchas y arrugas, le respondió.
- No me sorprende, mantenía todas sus cosas en secreto. Pero a veces necesitaba consejo y acudía a mí. Pedro me habló de ustedes y de toda su…odisea.

Sony tragó saliva.
- Déjeme decirle algo, jovencito. Durante años apoyé y aconsejé a Pedro, quién se sintió perdido más veces de las que puedo recordar, quiso declinar días tras día. ¿Y sabe qué fue lo que lo hizo cambiar de opinión? Conocerlos a ustedes… le cambiaron la vida, lo hicieron sentirse útil y necesitado, los quería tanto como si fueran sus propios hijos- Sony tenía los ojos llorosos- Él era un buen hombre, de muchos secretos, que irónico que su muerte fuera igual. Sin embargo… la manera en que murió no tiene lógica. Yo creo, y tal vez Dios me acompañe en esto, que si alguien debe resolver este misterio, eres tú y tu compañero. 

Hubo silencio y el sacerdote no quiso agregar más nada, lo saludó y se retiró, dejando a Sony frente a la tumba de su mentor, solo.

Caminó a un lado de la avenida, con el paraguas en la mano, la lluvia no cesaba.
Procuraba regresar a San Martín hasta que… las imágenes del caso vinieron a él: la ambulancia, los policías, el arma homicida: un revólver. El cadáver sobre una camilla, cubierto por una manta verde. Sony no lo pensó dos veces y dio la vuelta…

Tomó un taxi y se dirigió al lugar de los hechos: la mansión de Natal. Pagó al chofer y bajó, ya era de noche. La tormenta estaba lejos de mermar. Toda la zona estaba cercada y cubierta por cintas amarillas que indicaban NO PASAR, ZONA RESTRINGIDA.

Sony entró de todas formas al terreno de aquella casa amarilla y gigantesca, no había nadie. La avenida se situaba justo en frente, el tráfico era bastante abundante. De todas maneras, creyó que nadie lo notaría.

Las calles a su alrededor estaban asfaltadas y múltiples edificios la rodeaban, a diferencia del año 2225. La vegetación, en cambio, parecía haberse esfumado junto a su dueño.

Sony revisó que nadie lo vigilara y como la puerta de la entrada estaba sellada, usó la habilidad para atraer objetos (la fuerza magnética) y está se desprendió, la mantuvo en el aire por unos segundos, entró y volvió a cerrar.

De noche, con lluvia, en una mansión inmensa y abandonada donde había ocurrido un suicidio, todo el escenario le recordaba a Sony una típica película de terror.

Lejos de tenerle miedo a la muerte, Sony se adentró entre los pasillos oscuros, quiso prender las luces, pero no hubo caso, ya no había electricidad. Recordaba todos los pasadizos y las salas, pues había vivido allí durante un tiempo.

Visitó el patio trasero, que no era muy grande y contempló aquel lugar que en el pasado había sido tan importante para él.

‘‘- Respira, relájate y concéntrate - le indicó Natal, quién lo observaba con suma atención.
Después de un leve rato, Sony lo logró, pero no dio en el blanco. La lava cayó al suelo y...
- ¡Sony detenla! - gritó Natal. Al instante, la lava se solidificó antes de caer sobre el césped, ni siquiera Sony sabía cómo lo había hecho- Eso es lo que me temía... pero bueno, descansa, es tu primer intento.
- No, quiero hacerlo una vez más - insistió Sony.

Natal hizo una mueca, pero se lo permitió. Esta vez, Sony intentó sentirse un poco más seguro; no tardó mucho, en segundos extendió los brazos, y una gran cantidad de lava penetró en la cerámica; se mantuvo así durante un rato; Natal, con alegría, le indicó que continuara.

La cerámica soportaba la temperatura a duras penas, además de la fuerza que el movimiento del elemento efectuaba sobre el objeto; Kay estaba impresionado y muy contento.’’ (…)

‘‘- Me excedí un poco. Pueden irse a bañar a las duchas, vayan- ordenó su mentor. Kay y Sony se marcharon juntos, agradeciendo. Natal se dirigió a Jessica, tomándola del hombro- Ahora... muéstrame de lo que eres capaz, elemental- la chica sonrió nuevamente y una descarga eléctrica de baja tensión hizo que Natal soltara su hombro de inmediato- Increíble...- sonrió complacido.’’ (…)


‘‘- Sabes controlarlo muy bien- le dijo Natal a Jessica y aplaudió. Miró a sus compañeros detrás suyo, ambos boquiabiertos, se habían quedado un momento a observar.
- Bienvenida al club- le dijo Kay, Jessica lo miró, embobada.’’ (…)[1]


Sony contempló que a un lado estaba el hormigón, la cerámica y el pedazo de goma, amontonados como basura. Analizó el jardín en la oscuridad, que desembocaba en una sala de madera, mitad quincho, mitad jardín. Allí estaba el poste, a un lado de la fuente, donde Natal había colocado el pedazo de goma para que Jessica practicara.

Los recuerdos y el pasado torturaron al joven JEN y sin darse cuenta, tiró las cosas que sostenía, se acostó en el largo y húmedo césped, bajo la lluvia.

Lanzó gritos realmente desgarradores aquella noche.

Estuvo horas allí, sin miedo a nada. Pensando que daría lo que fuera por volver a ese momento de felicidad.

Y tras largos momentos sin hacer nada, recordó la razón por la que había vuelto, se levantó de un golpe, entró a la mansión nuevamente y se dirigió a la habitación en el sub-suelo.

Tal y como la recordaba, repleta de cuadros antiguos, tan grande como una sala de estar, sin ninguna ventana que ventilara. Objetos de decoración que pertenecían a distintas épocas del mundo (cómo el romanticismo, la industrialización, la ilustración, las mitologías aztecas, griegas y romanas).

Sony creó una bola de lava, que se mantuvo girando a centímetros de su mano, ofreciendo un rango bastante amplio de visibilidad.

Examinó la gran alfombra roja y dorada que cubría el piso apenas bajaba por las escaleras de madera; también el escritorio al final de la sala, tan desordenado como siempre. El aroma, a pesar del abandono, continuaba siendo cautivador.

Sony pudo notar que varias personas habían estado allí e intuyó que se trataba de los policías y los médicos que lo encontraron muerto.

Había sangre en la alfombra, mal limpiada.

A pesar de la hora, Sony seguía despierto, intentaba mantenerse con insomnio por temor a tener alguna nueva premonición (las cuales odiaba).
- Depresión y suicidio- recordó el joven, lo que había leído de las causas de la muerte de su mentor.

El escritorio marrón claro, hecho de madera, parecía estar más desordenado de lo habitual, cómo si Natal lo hubiera revuelto con brusquedad, buscando algo…

Una foto… de él, junto a Kay y Natal, en un hermoso cuadro, yacía entre los papeles y con el vidrio roto. Eso no era todo, sobre la foto había dos collares idénticos… los dijes eran triángulos de cristal, muy pequeños. Sony los tomó, sin comprender, lo creyó importante para su investigación y los guardó en su húmedo bolsillo.

Continuó sacando todos los objetos con cuidado (mojando a unos cuantos) y finalmente pudo notar que de todas las cosas que sabía que Natal tenía, algo faltaba… EL CUBO que le quitaron a la estatua de Jimonte en el Templo del Zen hacía dos años.


Links de novelas anteriores:
Los nueve corazones (1) 
La espada divina y el tesoro de los aztecas (2) 
El águila dorada (3) 
El templo de la muerte (4) 


[1] La Guerra de las Bestias: Los nueve corazones. CAPÍTULO 10. ‘‘Jessica’’. Págs. 34, 35 y 41.