lunes, 29 de mayo de 2017

Cara a Cara: CAPÍTULO 13.



Cara a Cara: CAPÍTULO 13.

En el vuelo, tres águilas acompañaron a la gárgola hasta la guarida de los Kices, partieron apenas los elementales entraron a la ciudad entre las montañas. Las fuerzas se habían triplicado en el umbral, decenas de guerreros Kiceanos armados, patrullando la zona. Otra vez les apuntaron con sus espadas y lanzas apenas los vieron venir; rodeados, los elementales se quedaron inmóviles.
- No les haremos daño, estamos del mismo bando- les dijo Natal, con las manos extendidas como quien no quiere problemas. Sony comenzó a volver a la normalidad, acto que dejó boquiabiertos a los guardias; nada de temor, solo asombro. Ese hecho maravilloso en donde una abominable bestia color grisácea se reducía y achicaba a un simple joven de cabello oscuro. No duraba mucho tiempo la transformación, era solo cuestión de segundos, pero el hecho no dejaba de ser único e increíble. Muchos de ellos bajaron sus armas (a decir verdad, solo acotaban ordenes, la gran mayoría creía en ellos en secreto. Eso si, había dos bandos: los que estaban a favor y los que no). Koba apareció entre la multitud y ordenó que se los volviera a encerrar, estaba acompañado por los restantes miembros del consejo (Kaia y Hassian, descontando a Faír).
- Increíble que se atrevan a volver después de lo que hicieron- les dijo el hombre con rencor.   
- Somos inocentes, nos tendieron una trampa- dijo Kay, con el mismo tono que un niño usa con su mamá, explicándole porque se llevó materias del colegio a diciembre- Sabemos a la perfección que no te simpatizamos, pero por esta vez, tenemos que trabajar juntos.
Koba rió con soberbia.
- ¿Trabajar juntos? ¿Vosotros estáis locos?
- Un ejército viene hasta aquí. Minos lo planeó desde el principio, jugó con nosotros, nos hizo buscar esos artefactos para que no veamos con claridad su verdadero plan.- exclamó Sony, apoyando a Kay.
- ¿Tenéis prueba de ello?- preguntó Koba, dubitativo.  
- Ninguna…- dijo Kay, miró a Sony y luego a Koba- ¡Deben creernos!
- Encerradlos inmediatamente- ordenó el consejero Koba con frialdad- Solicitaré una orden para ejecutarlos a la mañana del día siguiente.
Los elementales tragaron saliva. Justo cuando la situación se había vuelto más complicada, apareció Faír.
- ¿Qué significáis esto?- preguntó, alzando la voz.
- Gran Faír- saludó Koba, fingiendo respeto- Los traidores deliran.
- Quiero saber que es lo que estáis diciendo.- repuso Faír con mayor tranquilidad- Solo un tonto volvería sabiendo lo que le espera.  
- Faír…- habló Sony.
- ¡Mienten!- interrumpió Koba, exaltado.
- ¡Dejadlos hablar!- gritó Faír, imponiendo su autoridad, Koba se quedó mudo.
- Minos estuvo esperando a que Dayas utilizara la última estatua en el castillo, así copiaría sus habilidades mediante su aliado mago…- le dijo Sony, estaba muy tenso.
- Fimas- afirmó Faír.
- El mismo.- combinó el elemental de lava- ¡Ha preparado a un grupo muy numeroso de soldados y vienen hasta aquí!  
- ¿Pero cómo? La guarida está muy bien oculta entre las montañas. Los secuaces de Minos han pasado por aquí y nunca han logrado hallarnos.
- No sabremos explicar cómo… al menos que el espía se los haya dicho- habló Kay.
- ¿Espía?- preguntó Faír.   
- Lo vimos, bueno… no en realidad, lo escuchamos.- dijo el elemental del fuego. Kaia, Koba y Hassian escuchaban con total atención sin hablar ni una palabra- Y eso no es todo…
Natal entendió lo dicho y posó el gran artefacto dorado sobre el suelo, los Kiceanos se sobresaltaron al verlo.
- ¡El artefacto dorado!- exclamó Faír, anonadado.
- Aún no está completo, le faltan las alas- indicó el elemental del fuego.
- Mongot. ¿Dónde está?- preguntó Natal con la mirada cansada.
- Aún no ha regresado- informó Faír- ¿Por qué?
- Solo curiosidad.- dijo el elemental del viento- Sospechábamos que el espía debía ser alguien cercano al príncipe…
- ¿Mongot?- exclamó Faír, indignado- Es imposible que él sea el traidor. Su padre…
- NOS EQUIVOCAMOS.- enfatizó Dick Natal.
- ¿Cómo dice?- Faír tragó saliva.  
- La voz que escuchamos no pertenecía a Mongot, sino a otro miembro de la resistencia- Natal señaló hacia los tres miembros del consejo. Faír se dio media vuelta- No estuve seguro durante todo el viaje, además no ha dicho nada en los últimos minutos, pero pude recordarlo. Él fue quien resguardó a todos los artefactos que fuimos recolectando, los robó y se los dio al tirano. ¡HASSIAN!
Las miradas fueron hacia el comandante Hassian en un abrir y cerrar de ojos, el hombre se mantenía pasivo, en un estado de total quietud.
- ¿Es eso cierto?- preguntó Faír a Hassian.
- Los magos no tenéis pruebas- habló Hassian, ahí fue cuando los elementales lo comprobaron- Soy representante de Zimpat, juré protegerla con mi vida, y ahora… unos ajenos planean inculparme por que se les da la gana.     
- ¿Tienen pruebas?- le preguntó Faír a los elementales.
- No…- dijo Kay, apenado.
Faír suspiró.
- Lo siento, muchachos- dijo el anciano- Soldados, pueden proseguir.
Los Kiceanos se les acercaron y los esposaron, los elementales no se resistieron. Ahora, Koba y Kaia observaban a Hassian con total desconfianza, el comandante no les prestaba atención y observaba seriamente el arresto de los magos. Faír amagó para retirarse, pero algo ocurrió. Escucharon el cabalgar de dos o tres caballos, los cuales se acercaban a velocidad. Los Kiceanos fueron hacia sus posiciones de combate, pero no fue necesario, Mongot era quien cabalgaba, junto a otros dos hombres (los cuales llevaban a otros dos).
- ¡Mongot!- exclamó Koba, enérgicamente.
Mongot se bajó del caballo y ordenó con rapidez.   
- ¡Soltad a los magos inmediatamente!- los Kiceanos obedecieron.
- ¿Qué es lo que ocurre?- preguntó Koba, sin entender. Pero Mongot no le prestó atención y volvió a hablarle a los Kiceanos.  
- Ahora soldados, arresten a Hassian, él es el espía.
Hassian frunció el ceño.
- Me acusáis sin pruebas, otra vez- dijo entre dientes.
Mongot sonrió con cierta picardía y le ordenó a sus hombres que bajaran de los caballos. Cada uno llevaba a un prisionero (soldados de Zimpat).
- ¿Qué estáis planeando?- Hassian empezó a preocuparse.  
- Tú- Mongot se le acercó a uno de los prisioneros- ¿Reconoces a este hombre?
El prisionero asintió.
- ¿De donde lo conoces?- le preguntó el comandante.
- Lo he visto entrar al castillo una vez cada cinco meses, le pasa información al Rey Minos, este le paga, y luego se retira.   
- ¿Y tú quien eres?- dijo Mongot.  
El prisionero suspiró.
- Van a matarme después de esto. Pero que más da… soy un guardia del castillo, paso allí todos los días desde el sol hasta la luna.
- No me hagáis reír- exclamó Hassian, algo perturbado- ¿Le diste letra para que ensaye?
- Revisen entre sus cosas, allí encontrarán oro de Zimpat, como señal de pago- indicó el otro prisionero, más seguro. Kaia se apresuró y le quitó una bolsa entre sus vestimentas, repleta de monedas de oro con la insignia del águila.
Repentinamente, los soldados arrestaron a Hassian.
- Ya es demasiado tarde- dijo el comandante con maldad.
- Siempre lo supe, desdichado- Mongot se le acercó- También te acuso de la muerte de Grax y Barón, utilizaste sus muertes para inculpar a los magos del robo de los artefactos; cuando en realidad Minos te había ordenado llevárselos. 
Luego fue Koba quien le habló al oído.
- Así que esta fue la razón por la cual te rehusaste a unirte a nuestra causa. Mataste a Grax y a Barón. Si hubierais aceptado, las cosas habrían salido de otra manera.
- Koba…- le habló Mongot finalmente- Usted también está arrestado, por conspiración contra la voluntad de los Kiceanos.
- ¿¡Qué!? ¿Cómo dice? No tenéis pruebas.- gritó Koba, histérico.  
- Dayas me dijo que uno de los magos se enteró de todo al respecto- habló Mongot, Kay y Sony se miraron sin comprender, Natal les hizo un gesto de que había sido él- Y a estas alturas, el peso que habéis ganado en la resistencia es superior al vuestro. 
- ¿Eso es todo? ¡¿Prefieren creerle a un desconocido antes que a uno de sus líderes?! Me equivoqué contigo, Mongot. Con tu familia, ¡todos son una manga de cerdos!
Mongot le pegó un puñetazo en la cara que dejó al pobre Koba muy aturdido y sin un diente. Los elementales no podían creer lo que estaba pasando, una sensación de mezcla, alegría y temor recorría sus espíritus en esos instantes.
- ¿Cómo lo supiste?- preguntó Natal, sorprendido.
- Mi padre Mangat, antes de morir, me advirtió que siempre había dudado de los intereses de la mayoría de los miembros del consejo. Los investigué uno por uno, me mantuve cercano a aquellos de los que más sospechaba hasta juntar la suficiente cantidad de pruebas para arrestarlos. Fue una deuda para con mi padre, por eso no quise alertar al príncipe hasta estar seguro.
- Una vez te vi desaparecer, sospechaba otra cosa…- le dijo Sony, apenado.
- Deposité mi confianza en muy pocos hombres, los que me ayudaban a recolectar la información necesaria- le respondió Mongot- Cambiando de tema por un segundo, quiero disculparme con vosotros. No los traté como os merecían, tenía mis dudas, pero poco a poco lograron ganarse mi confianza. Así lo hicieron cuando escaparon e intentaron regresar al castillo para descubrir la verdad.
- ¿Usted lo sabía?- preguntó Kay.  
Uno de los soldados Kiceanos se quitó el casco, se trataba del joven Bin (quien los había ayudado a escapar).
- Bin ha sido mi mano derecha desde que tengo memoria.... Es mi hermano menor.- señaló Mongot.
Binmatt los saludó sonriente, con el ojo morado (por el golpe que Natal le había dado), algunos rasgos eran similares a los de Mongot, pero a los elementales ni se les habían pasado por la cabeza, estaban verdaderamente petrificados.
- Entonces actuaste cuando nos encerraste, planeaste todo…- dijo Sony.
- Así es, tenía que actuar frente a los responsables. Solo así las cosas saldrían bien. – respondió el comandante.
- Mongot, te has ganado todo nuestro respeto- le dijo Natal y estiró su brazo para efectuar un apretón de manos. Esta vez, Mongot no dudó y completó el apretón con gusto.  
- De todas formas, no hay tiempo que perder, las fuerzas de Minos se acercan.
- ¿Cómo es que nos han descubierto, Mongot?- preguntó Faír.
- Me fui con algunos hombres y asaltamos un campamento alejado del castillo, donde encontramos a estos hombres. Me confesaron que siempre supieron donde estábamos. Minos estaba esperando a que su experimento funcionara, la estatua que transportará a su ejército muy cerca de aquí, así podría enviar a los soldados que quisiera y tendría la batalla ganada.
- Ese hijo de…- dijo Kaia entre dientes.
- ¡Todos en posición!- gritó Mongot con fervor como un auténtico líder- ¡Den el aviso! ¡Se aproxima una intensa batalla! ¡Lleven a las mujeres y a los niños al refugio! ¡Dejen libres a los prisioneros! ¡Refuercen el acceso a la guarida!
Los Kiceanos obedecieron, todos estaban a las corridas. Los prisioneros que había capturado Mongot escaparon por la entrada, asustados. Entonces, un preocupante sonido se hizo escuchar entre las montañas. Armaduras…
- ¡Ocúltense!- le dijo Mongot a los elementales.  
- ¡No, nos quedaremos a pelear!- exclamó Kay, decidido.
- Esto no es un juego, sin importar los poderes que tengan, esta será una batalla horrible.
- Dijimos que los ayudaríamos en todo, aquí nos quedamos- habló Natal con firmeza. Mongot no volvió a insistir. Faír salió disparando. La tensión fue creciendo, todo se sacudía levemente, nadie reconocía si en verdad estaba pasando o si eran los nervios por la situación. De repente, una lluvia de flechas provino desde el camino posterior a la entrada, los Kiceanos utilizaron sus enormes escudos para defenderse, algunos cayeron atravesados.
Bin volvió a colocarse el casco y ayudó a la barricada que defendía la entrada. Los arqueros no se hacían visibles, hubo otra ligera pausa… hasta que el grupo de soldados apareció.
Mongot gritó en un extraño idioma, los Kiceanos alinearon sus escudos, ocupando toda la entrada. Los soldados del Rey chocaron contra ellos y empezaron a hacer fuerza para entrar en la guarida. Los elementales estaban a la expectativa, Natal les indicó que se colocaran los cascos (aunque las armaduras fueran iguales a la de los soldados de Zimpat), luego desenvainaron sus respectivas espadas, aguardando… lo peor.
Los soldados del Rey, entre alaridos, continuaban efectuando una embestida cuerpo a cuerpo; todos amontonados, el número comenzó a crecer, el angosto valle se vió repleto. Los Kiceanos soportaron el ataque durante un largo período, sus escudos aún no habían sido atravesados. Hasta que apareció el mago Fimas en el valle y utilizó una extraña bola de energía para deshacerse de los Kiceanos protegiendo la entrada. Inmediatamente, los soldados de Zimpat entraron y lucharon contra los Kiceanos, los elementales se unieron a la batalla. Hassian aprovechó el desconcierto, tomó de improvisto a un soldado, le robó su espada y violentamente mató a los guardias que lo habían arrestado. Sin oportunidad de escapar, Hassian asesinó a Koba a sangre fría.
- Una lástima que no te hayas unido a nuestra causa, sino las cosas habrían salido de otra manera- le dijo en tono de burla, le quitó la espada del estómago (repleta de sangre) y Koba cayó al suelo sin vida.
Kaia le hizo frente, pero Hassian era un guerrero excepcional, le cortó un brazo y luego le atravesó el cuello.
Aprovechó que nadie se había percatado de lo sucedido y huyó.    
Fimas se enfrentó a los elementales, el mago oscuro era un sujeto adulto de facciones duras, con el torso musculoso al descubierto; vestía una clase de pollera blanca que llevaba joyas y un cinturón. Era calvo, nariz ancha, ojos oscuros y dos aritos en las orejas. Su poder era atroz, hubo una feroz batalla en donde utilizaron gran parte de sus habilidades.
Los soldados del Rey habían utilizado antorchas encendidas para incendiar las viviendas y desconcertar a sus enemigos.
Mongot luchaba intensamente, ningún soldado del Rey podía contra su ferocidad. Su hermano Bin lo acompañó en su lucha, juntos se las arreglaron para detener a muchos de los soldados; pero las fuerzas del Rey continuaban llegando, la guarida recibía cada vez más visitantes.   
Y fue entonces, cuando finalmente entró el Rey Minos a la escena, vestido con una gran armadura de cobre que se distinguía de todas las demás, en especial por su inmenso casco de batalla.
- ¡Es Minos!- exclamó Bin, con el rostro manchado de sangre.
Mongot no lo dudó, fue a hacerle frente, pero la gran cantidad de soldados se lo impidieron.
Minos no parecía muy interesado en formar parte de la batalla, caminó con suma tranquilidad hacia determinada cabaña, la de Dayas…
Ningún soldado Kiceano era rival para Minos, quien no necesitaba de una espada para quitarles sus vidas. Pero cuando estuvo muy cerca de llegar a su objetivo, alguien se le interpuso: Faír.
- Quítate de mi camino- ladró Minos.  
- Le prometí a un viejo amigo que cuidaría de este chico hasta el final de mis días.
Minos rió efusivamente.
- Vayas murió, viejo. Aquella promesa se la llevó el viento.
- No se lo prometí al difunto rey, sino a tiviejo amigo.
- Nada de lo que digas o hagas detendrá mi propósito.  
- En guardia, entonces- Faír tampoco necesitó de su espada para combatir contra el Rey.
La batalla que se libró entre ambos fue sorprendente, digna de antiguos luchadores de artes marciales. Faír, a pesar de su edad, combatía a Minos en un mismo nivel. Minos se quitó la armadura para aligerar el cuerpo (a excepción del casco) y Faír se deshizo de la túnica celeste, abajo llevaba un conjunto pegado al cuerpo, totalmente oscuro. Minos cometía faltas en varias ocasiones, hasta que se artó, sorpresivamente desenvainó su espada y con ella atravesó al estómago del último miembro del consejo. Faír cayó al suelo de rodillas.
- Tram…poso- le dijo, totalmente inmóvil, con los ojos azules abiertos como platos y las arrugas confundiéndose con las lágrimas.   .  
- Te dije que nadie podría interponerse- Minos limpió la espada con un pañuelo naranja y la envainó.
- ¡NO!- gritó la voz de Dayas, quien aún herido, salió de sus aposentos.
- Príncipe… no- le susurró Faír con sus pocas fuerzas y se acostó en el suelo completamente debilitado.
Minos quiso avanzar hacia su sobrino, pero Faír lo tomó del tobillo y le dijo.
- Tú no eres aquel muchacho que yo conocí alguna vez… y finalmente puedo entender por qué- Faír falleció, sus ojos se quedaron abiertos e inmóviles mirando fijamente a Minos y la mano que había tomado el tobillo del Rey cayó al suelo.
Minos continuó avanzando.
- Tú y yo, finalmente. Cara a cara- le exclamó al príncipe, limpiándose los moretones que le había causado Faír con su túnica celeste, luego la tiró al suelo.
Dayas explotó, su rostro pálido volvió a enrojecerse, y aún rengueando, una inmensa luz salió de su interior. Las aguas de los lagos fueron hacia él, rodearon y envolvieron a Minos, el Rey no reaccionó.
- Muéstrame lo que puedes hacer- lo desafió.

Mientras tanto, las fuerzas de Minos habían tomado una increíble cantidad de prisioneros, muchos muertos en batalla, los Kiceanos se rindieron, pensando en sus familias. Los elementales habían desaparecido, Fimas dirigía a las tropas en ausencia de Minos. Irrumpieron en el refugio, secuestraron a las mujeres y niños, y los llevaron a Zimpat, junto a todos los demás hombres; allí serían castigados. Mongot y Bin continuaban vivos, pero habían perdido la consciencia, los privaron de sus armas y los volvieron prisioneros.

El combate entre Dayas y Minos se hizo intenso, el príncipe no tenía la suficiente fuerza y dejó de utilizar sus habilidades, tomó la espada y enfrentó a su tío. Minos se burló de su condición y lo dejó innumerables veces en el suelo. Dayas estaba en un completo descontrol mental, la tristeza por la muerte de Faír, su fracaso como comandante, la impotencia de haber sido manejado como un juguete por un extraño encapuchado; todo pesaba. En un momento, cayó al lado del cuerpo sin vida de Faír, le cerró los ojos, lloró y dijo:
- Por ti, Faír.
Dayas se levantó y tiró la espada.  
- Eres terco- rió Minos con suma tranquilidad- Quédate ahí donde estas y mis lacayos te llevarán a Zimpat para que compartas el destino de tus hombres.    
Herido, triste y confundido, Dayas apretó los puños y volvió a utilizar la técnica del agua de los lagos, rodeó a Minos y lo atrapó.
- ¿Otra vez esto?- se burló el Rey.
Aún débil, Dayas utilizó todo su poder, las masas de agua torturaron al tirano; lo dejaron debilitado y a respiros forzosos en el suelo. El príncipe se le acercó, le quitó el casco y le dio una feroz patada en la mandíbula. Difícilmente se agachó y entre lágrimas comenzó a molerlo a golpes, Minos reía como un desquiciado, mientras tanto, tenía la mandíbula y el bigote anaranjado manchado de sangre. Por la furia, Dayas desenvainó la espada del Rey y lo amenazó con ella.
- Vamos, ¿Qué esperas? Córtame la garganta- lo incitó Minos, sin fuerzas.     
Entre los arbustos, los elementales se habían ocultado, debilitados y heridos por la batalla; observaban lo ocurrido con sumo asombro.
Dayas frunció el ceño, por más que toda la furia de su corazón quisiera hacerlo, no podía. Tiró la espada y relajó los hombros, luego se levantó y se alejó.
Minos aprovechó la distracción y le arrojó la espada, pero entonces Natal la desvió con sus habilidades en el viento. Kay efectuó una barrera de fuego entre ambos. Los soldados del Rey aparecieron e intentaron pasar pero fracasaron. Los elementales tomaron a Dayas y huyeron hacia el bosque.

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