martes, 25 de abril de 2017

La Decisión: CAPÍTULO 8.



La Decisión: CAPÍTULO 8.

Dayas despertó casi un día después (Sony se había encargado de llevarlos a la guarida mediante su transformación, razón por la que se saltaron los tres días de viaje), una vez lo hizo, se encontraba acostado en su propia cama, en la cabaña de la guarida. Al principio creyó que ya estaba muerto, luego, que todo había sido una perturbadora pesadilla; inmediatamente notó que alguien lo acompañaba, el anciano Faír. El hombre yacía descansando en una silla de madera a su lado, con la cabeza hacia arriba, las manos sobre la panza y roncando intensamente. Dayas rió, parecía ser que todo ese tiempo lo había estado cuidando. Si bien, Faír era un hombre muy serio y reservado, siempre había demostrado una gran amabilidad para con el príncipe, fue uno de los primeros en creer en él cuando tan solo era un niño que había huido de su hogar y siempre lo había apoyado en toda decisión de su vida. Y no solo a él, sino también al fortachón de Mongot. Hijo del antiguo líder de la resistencia: Mangat. Quien desgraciadamente fue despojado de su vida (por los hombres de Minos) poco después de que Dayas llegara.
Dayas comprendió que no sentía ningún dolor, ni físico ni emocional, se preguntaba exhaustivamente como podría haber llegado hasta allí y como estarían los ‘’magos’’ de la resistencia. Se colocó los zapatos (ya estaba vestido), decidió dejar descansar a Fair un rato más, se lo merecía. Salió de la cabaña mientras se colocaba el cinturón que portaba su espada y contempló que no había señal de ningún hombre suyo. A su alrededor, todo estaba desolado. El sol se introducía entre los espacios que las montañas le permitían, ya era hora de almorzar, aún así, nadie se encontraba.
Evitando imaginar lo peor, comenzó a correr por el sendero principal (el más grande). Atravesando ese camino sinuoso, escuchó, en primer lugar, un amplio murmullo. A medida que se fue acercando, dicho sonido fue creciendo, finalmente encontró a sus hombres amontonados, todos ellos riendo y gritando como una hinchada de fútbol. ¡Con razón estaba casi toda la guarida vacía! TODOS los hombres, mujeres y niños pertenecientes a la resistencia yacían juntos, todos parados en dirección al mismo lugar, algunos comiendo, otros hablando, o sino mirando impresionados hacia adelante. Dayas se hizo paso entre ellos, los cuales ni se percataban de su presencia. A diferencia de sus camaradas (hombres enormes, brazos anchos y espaldas robustas) él era un hombre pequeño, alto para su edad, pero flacucho.
Después de tanto tránsito, Dayas llegó hasta el punto que estaba generando la atención de todos los Kiceanos.
‘’Los magos’’ estaban enfrentándose entre sí, y como dichas habilidades eran únicas, aquel resultaba ser un gran espectáculo. Dayas pudo ver a Natal señalando a sus oponentes en tono de burla con los dos dedos (‘’vengan’’), el sujeto estaba tan derecho como una escoba, brazos y piernas juntas, pegadas al cuerpo (a excepción del brazo que emitía la señal), vestía un saco gris y una camisa blanca, con los botones desprendidos y dejando ver los pelos canosos en su pecho. Enfrente de él (a unos seis metros) estaban Kay y Sony, Dayas los vio exhaustos, respirando forzosamente, enojados con su mentor y mirándose entre sí constantemente. Kay vestía una camisa blanca desgastada y pantalón, Sony una camisa azul y pantalón (aquellas ropas se las habían dado los Kiceanos y estaban más acordes a su vestimenta); yacían muy demacrados y sucios (los rostros cubiertos de tierra). De repente, uno de ellos gritó: ¡AHORA!
Inmediatamente corrieron hacia su contrincante en diferentes direcciones, encerrándolo para que no pudiera escapar, Natal (sonriendo) dio un gran salto a veinte metros de altura (el público emitió una ovación), y volvió a descender hacia un costado. Sus aprendices, cansados de que los tomen de los pelos, volvieron a seguirlo, pero esta vez, lanzando sus respectivos elementos. El público realizó un grito de asombro y susto. Natal reaccionó a tiempo, esquivó la bola de fuego con unos reflejos impresionantes y cubrió la masa de lava con sus habilidades, luego la hizo ascender hacia los cielos hasta desaparecer. Mientras la gente miraba hacia arriba, Natal aprovechó el desconcierto y fue hacia Kay y Sony.
A todo esto, Dayas observaba la pelea, fascinado.
Lo engañaron, los JEN realizaron nuevas técnicas elementales, pero un segundo antes de implementarlas, Natal sacudió su mano, como cuando uno intenta matar a un mosquito. A continuación, los más jóvenes tropezaron, la bola de fuego cayó sobre el rostro de Kay y la masa de lava sobre la ropa de Sony. Al ser elementales, su fisonomía estaba mayor preparada para dichos ataques. Kay llevaba una gran máscara negra sobre su rostro y algunos indicios de sangre y raspaduras, a Sony, en cambio, le surgieron agujeros en la ropa y grandes raspones en su cuerpo. Ambos estaban acostados en el suelo, no tenían nada más que hacer. Kay cortó un pedazo de tela de su camisa blanca con la mano y la extendió.
- Nos rendimos- dijo y la agitó como una bandera.   
Natal caminó hacia ellos y los ayudó a levantarse.
- Y eso que no utilicé todo mi poder- les dijo, a gusto con todo el show.
- ¿¡Por qué no vas tú solo a derrotar a Minos!? ¿Eh? Tú que eres taaan fuerte- le contestó Kay con ironía, levantándose del suelo.
Natal no pudo responderle, debido a que la multitud aplaudió efusivamente todo el show que les habían brindado.
- Amo este lugar, deberíamos quedarnos- dijo Sony, quitándose la camisa y llevándola sobre su hombro derecho.
Kay borró la sonrisa y se marchó.
- ¿Qué le pasa?- le exclamó Sony a Natal.
- Debe estar molesto por su derrota, seguramente, ya sabes como es- le respondió este.
Sony sabía que aquella no era la razón.
La gente comenzó a marcharse y a volver a sus hogares o respectivos trabajos. Un animado Dayas apareció ante ellos.
- Buenos días- dijo.
- ¡Buenos días, joven príncipe!- exclamó Sony, muy alegre- Veo que finalmente despertó.
- Si… justamente eso quería preguntarles. Pero antes que nada, increíble pelea, muy buen entrenamiento.
- Bueno, ya sabe… estos niños necesitan algo de disciplina- dijo Natal en su tono de vanidoso. Sony no le hizo caso.
- ¿Qué es lo que necesita saber, Dayas?- preguntó Sony.
- Bueno, para empezar… ¿Qué pasó?
- ¿No recuerda nada de nada? 
- Nada de nada- repitió Dayas.
- En primer lugar, derrotó a esa bestia inmunda usted solo y…
- ¿De verdad? ¿Cómo lo hice? - exclamó el príncipe, con los ojos saltones.         
- No estoy seguro… fue una habilidad que nunca antes había visto en mi vida. Pero si, logró vencerla y luego se desmayó. Con los muchachos lo trajimos hasta aquí y después de un día entero volvió a despertar.
- Ya veo…
- Faír se puso como loco cuando lo vio así, prometió cuidarlo y bueno, lo dejamos bajo su cuidado.
- Muchas gracias, magos. De verdad. Faír continúa durmiendo en su asiento, pronto se despertará- hizo una pausa y al momento añadió- ¿Y Mongot, donde está?
- No sabemos, señor- Sony y Natal se miraron entre sí- No lo hemos visto.
- Qué extraño…
- Igualmente no se preocupe, lo buscaremos por usted- dijo Sony, intentando interrumpir los pensamientos de Dayas.  
- No será necesario, ya han hecho demasiado por mí. Yo lo buscaré, ustedes tómense el día libre, se lo han ganado.
- Cómo usted lo prefiera, joven príncipe. Con su permiso, me retiro- Sony se marchó. Natal le siguió.
- ¡Ah! El artefacto dorado está en manos de Hassian, fue al primero que vimos cuando llegamos aquí, dijo que lo guardaría en el salón principal- le informó Natal- ¡Suerte!
Dayas los vio alejarse y fue hacia el otro lado.   

Fue una tarde y noche muy incómoda, Kay no emitió palabra durante ningún momento, se sentía apenado, y nadie sabía por que. Ni siquiera Sony, que compartía ese gran lazo que los unía. Sony y Natal no se atrevieron a preguntar, de todos modos, no se tomaron muy en serio su enojo. Se acostaron a dormir, Kay fue el último en conseguir el sueño, su cabeza le daba vueltas.
Y otra vez… un sueño ocurrió. En esta ocasión, le tocó a Sony nuevamente:

‘’ Todo estaba muy oscuro y confuso.
- ¿Quién eres?- preguntó un joven de cabello dorado.
- ¿Eso importa?- respondió una terrible voz, que pronunciaba mucho las ‘’eses’’ y era tan grave y ronca que generaba una increíble sensación de temor al solo oírla. Sony ya había soñado con ella hace algunos días- ¡¿Dónde están?!
A una velocidad impactante, ocurrió un destello, una luz que volvió blanco todo el paisaje a su alrededor. Y allí estaba: despojado en el suelo, los ojos azules penetrantes e inmóviles, su cuerpo y rostro pálido, totalmente cubierto… de sangre. ’’

Sony despertó de un golpe, se cayó de la cama. Inhalaba y exhalaba sin cesar, se llevó los nudillos a los ojos y lloró.
- Sony, ¡¿Qué ocurre?!- Kay y Natal se habían despertado por el impacto.
Sin la posibilidad de razonar, Sony deliraba, emitiendo palabras incompletas mientras su rostro se bañaba en lágrimas y llantos desesperados.
Natal lo abrazó y lo contuvo.
- Ánimo, mi amigo. Enfréntalo, no es real. Es solo un sueño.
- No es un sueño- dijo Sony con frialdad.
Kay se quedó en silencio, perturbado, pero atento a las necesidades de su compañero. Durante una pausa agonizante, Sony intentó comunicarse.
- Un asesinato. Vi un asesinato.  
- ¿A quien, Sony? ¿A quien matan?- preguntó Natal con delicadeza.
Sony se echó a llorar por segunda vez. Lograron calmarlo durante unos minutos y más adelante, continuó hablando.
- Su rostro pálido y repleto de sangre, sus ojos azules tan fijos e inexpresivos, sin vida.
- Dayas…- murmuró Kay.
- Dime Sony, por favor, ¿Es Dayas la víctima?- preguntó Natal un poco más acelerado. Sony no respondió- ¡¡¿Es él?!!- gritó y lo sacudió.
- ¡¡Natal!! ¡Basta!- lo retó Kay y lo alejó de Sony, reemplazándolo en el abrazo- Está mal, ¿No lo ves? Compórtate como debes, yo me encargo.
Natal reflexionó y entendió lo que había hecho mal. Salió de la cabaña a tomar aire, estaba sofocado, desconcertado y muy asustado. Una vez cerró la puerta, Kay ayudó a Sony a volver a acostarse. El elemental de lava aún seguía sin todos sus jugadores.   
- Intenta descansar, Sony- le dijo Kay, suavemente- Tú puedes negarte a tener esos sueños- Sony negó con la cabeza nervioso- Si, mi amigo. Lo sé. Porque yo también los tengo, muy de vez en cuando, y muchas veces, me han dado a entender que… Bueno, no importa. Niega su acceso, hazme caso. Buenas noches- Kay lo tapó y se fue hacia su cama.
- Kay…- susurró Sony con los ojos abiertos como platos.
- ¿Hablaste? ¿Qué ocurre?
Sony tragó saliva y prosiguió:
- No es la primera vez que sueño con este… asesino- se dió media vuelta y se durmió.
Kay quedó petrificado. ¿Podría tratarse del tirano? ¿Del rey Minos? Odió profundamente a su corazón en ese momento, porque este mismo le negaba que se tratara de aquel personaje.

- ¿Puedes decírnoslo? Es importante- exigió Natal al día siguiente en el desayuno- Cuéntanos sobre ese sueño que tuviste, por favor.
- No fue un sueño, fue mucho más que eso, fue tan… real- respondió Sony con la cabeza gacha, estaba casi normal- Lo podía sentir Natal, al viento en mi cara, pude oler el aroma de los árboles y oír los sonidos del bosque. He tenido muchas pesadillas, pero nunca… algo como esto. Un hombre encapuchado enfrentándose a un monstruo. Y…- Sony hace una pausa-  Lo pude comprender; a su enojo, a su furia, a su inagotable deseo de venganza. Entendía su cólera, Natal. Sus ganas de descuartizar al enemigo, de hacerlo pagar por todo. El mayor horror que he sentido. Esa aterradora empatía que no resultaba ser lo que aparentaba. Pues no tardé en reconocer, que el monstruo… era yo.
- ¿Tú?- Natal se acarició la barba- ¿Cómo puedes ser tú el asesino?
- No, no.- negó el elemental- Ese fue el primer sueño en donde apareció este encapuchado. El segundo fue el de esta noche… y fue peor.
Natal quiso preguntar, pero Kay lo detuvo colocando su mano sobre su pecho en señal de ‘’detente’’.  De todos modos, Sony siguió:
- Vi morir a una persona, a alguien que todos nosotros conocemos, a Dayas…
- Santo dios…- murmuró Natal y frunció el ceño- ¿Qué demonios está pasando aquí?    
Kay suspiró.
- Sea quien sea este sinvergüenza, mantendremos al príncipe a salvo. Debe cumplir con su cometido.
- No lo entienden…- respondió Sony- No se porqué lo sé, pero, también pude comprender aquello que esa criatura estaba buscando…
- ¿Y que era?
- A nosotros, Kay. Nos estaba buscando a nosotros.
- A ver si entendí- habló Natal- ¿Un psicópata mal nacido los está buscando?
Sony asintió impaciente.
- ¡Significa que debemos alejarnos de Dayas cuanto antes, su vida corre peligro estando cerca de nosotros!- exclamó Kay.
- No Kay, aún no sabemos si aquello con lo que soñó Sony es real o simplemente un sueño- aconsejó Natal.
- Pero yo el año pasado…
- Eso no quiere decir que tu compañero posea esa habilidad. Roguemos porque no.
Sony respiró profundamente y se levantó totalmente erguido.
- No dejaré que nada le ocurra al príncipe- inmediatamente fue a buscar sus cosas, cuando un hombre entró en sus aposentos.
- Mil disculpas, jóvenes magos. El príncipe Dayas les otorga un regalo por sus servicios- dijo el hombre con suavidad, era de estatura media, llevaba una pequeña barba color café y anteojos redondos. Dejó tres paquetes sobre la mesa y se marchó- Adiós, buenas tardes.
Los elementales agradecieron y se quedaron mirando fijamente los paquetes, cada uno de diferente color (rojo, azul y verde), el primero llevaba el nombre de Kay en una tarjeta, el segundo el de Sony y el tercero el de Natal. Estaban pesados, se preguntaron como había hecho el hombre para cargar los tres a la vez, debería de ser un súper hombre.
Los abrieron impacientes y con gran emoción. Dayas les había obsequiado armaduras especiales para sus batallas, cada una con el respectivo color del paquete. Eran grandes y ajustadas, con un amplio tamaño en sus espaldas (lo que les causaba la sensación de ser más robustos), la tela que en primer lugar vestían era extremadamente dura y cómoda, tan brillante que parecía haber sido forjada con diamantes. La de Sony era azul, la de Kay roja y la de Natal verde. Le seguía un resplandeciente caparazón en forma de armadura, de color plateado e indestructible, que ocupaba de pies a la garganta. Optaron por no usar el casco, el cual se asemejaba a los existentes en la edad media de nuestro mundo, con algunos cambios especiales en la visera (por donde se mira) y en el yelmo (parte trasera). Por último, dichas armaduras estaban acompañadas por un arma blanca, una espada de gran tamaño (todas eran iguales), presumiblemente forjadas en el mismo lugar; el mango llevaba la insignia ‘M’ de ‘’Mago’’. Los elementales entendieron que todos los regalos habían sido exclusivamente creados para que solo ellos los utilizaran.
- Son increíbles…- exclamó Sony, encantado. Los sueños habían quedado atrás.
Se las probaron y pasaron algunas horas enfrentándose con sus espadas fuera de la cabaña, Kay le llevaba algo de ventaja a Sony, pues él había sido el portador de la reliquia azteca. Aún así, se estaban divirtiendo a lo grande. Sony pidió un descanso y entró a la cabaña a buscar algo de agua. Kay lo esperó afuera. Natal leía, sentado en la cama.
- ¿Y cómo te fue?- le preguntó a Sony.
- Mal, Kay lleva más ventaja. No me sorprendería que la espada divina le haya indicado como usarla adecuadamente.
Natal río.
- Ustedes, los jóvenes, si que tienen una gran imaginación.
- Después de todo lo que vivimos me dices eso…-  Sony le devolvió la sonrisa mientras se servía un vaso de agua. Accidentalmente, el vaso de madera se cayó al suelo y rodó hasta esconderse bajo la cama de Kay, desparramando el líquido- ¡Maldita sea!
Sony fue a buscarlo y sorpresivamente encontró algo más. La campera de jean con la que Kay había venido al Zen (y la cual se había hecho añicos cuando Kay se transformó en lobo) estaba allí oculta.
- Creí que se había deshecho de ella cuando llegamos…- pensó.
Sony la tomó con una gran curiosidad, en ella encontró una carta…
Con el corazón en la mano, abrió el sobre y la leyó:

‘’Estimado señor Montarnen, queríamos avisarle que su solicitud de pago fue aprobada. El próximo mes nos comunicaremos con usted para cerrar con las negociaciones. Muchas Gracias. ’’

Morena alquileres
          
A continuación, Kay entró a la cabaña.
- ¡Oye! ¿Por qué tardas tanto con la bebida…?- se quedó petrificado al ver que su amigo sostenía la carta.
- ¿Qué significa esto, Kay?- preguntó Sony, Natal abandonó la lectura para escuchar.
Kay se la quitó de prepo.
- No es nada, no deberías revisar mis cosas sin mi permiso, Sony.
- Habla, Montarnen- Sony agravó el tono.
Kay le dio la espalda y suspiró.
- No quería decírselos hasta que las negociaciones estén terminadas. En realidad, pensé en comentárselos la noche que vinimos aquí, pero… los militares y sus armas no lo permitieron.
- ¿Decirnos que?- preguntó Natal, dejando el libro a un costado.
- Bueno… hace varios meses comencé a comunicarme con Agustina, la chica que conocimos en San Robo- los otros dos asintieron disconformes- Ella planea venir a vivir a la capital de Buenos Aires, sin sus padres. Desde la anónima donación que realizamos en la ciudad, ya no tiene nada que hacer allí- pausó y continuó- Hay un pueblito a las afueras de la capital, se llama Morena, el régimen militar no es muy estricto allí, pues es un pueblo de poco valor para el gobierno. Y bueno… hablé con unos viejos amigos y me consiguieron un alquiler y un trabajo. Me voy para allá a ir a vivir con ella.  
Al principio solo hubo silencio.
- ¿Y no nos pensabas decir nada? No ves a Agustina hace un prolongado tiempo. ¿No te parece muy acelerado todo esto?- exclamó Sony, indignado.
- Sony, pensaba decírtelo… ¡decírselos! Pero no se presentó la oportunidad, surgió todo esto de la resistencia y el Rey Minos, y Dayas…
- Por eso te fuiste enojado del entrenamiento, eres un idiota- Sony salió de la cabaña, enojado.
- Sony…- vociferó Kay.
- Déjalo, ya se le pasará- habló Natal mientras se quitaba los lentes- Es verdad que tuviste que habernos avisado siquiera. Pero bueno, Sony te quiere mucho, ha perdido a algunos miembros de su familia y a ti te considera parte de la suya, no te quiere lejos. Debe comprender que todos tenemos el derecho de hacer nuestra vida, te admito que no estoy del todo de acuerdo, en especial hablando de una mujer a la que solo viste una vez. Pero eres adulto, y eres responsable de tus acciones. Haz lo que mejor te parezca a ti.
Kay inhaló y lanzó una exhalación que duró quince segundos. 

La noche se hizo evidente, aún no había señales de Sony. Kay y Natal se separaron para buscarlo. Luego de horas y horas sin éxito, Kay lo encontró sentado sobre un tronco, cantando frente a un hermoso lago (él mismo lugar donde Dayas y Sony habían estado). En silencio, se sentó a su lado. Sony contemplaba los destellos de la luna entre las montañas, con la misma fascinación que la primera vez. Kay también lo notó y se quedó sorprendido.
- Es un muy bonito lugar- dijo el elemental del fuego.
Sony paró de cantar y le respondió.   
- Dayas me lo enseñó, no entiende porque a la mayoría del pueblo no le gusta venir aquí. Es tan… pacífico.
- Tendrán sus razones. – el joven que alguna vez había sido Van Robin Hed, apretó los dientes.  
- Escucha Kay, lamento haberme enojado. Es que… siento que todo lo que nos pasa año tras año no lo puedo enfrentar solo. Eres una gran compañía y un gran amigo, no se que haría sin ti.- carraspeó y continuó- Conozco Morena, fui por trabajo una vez, sé que queda a 800km de la capital.
- Nunca estarás solo, mi amigo. Nos visitaremos continuamente. Hemos pasado toda nuestra corta vida juntos, sabremos enseguida si alguno necesita la ayuda del otro.
- El encapuchado… ¿Y si va a por ti cuando estas en Morena y te asesina? No podría perdonármelo.
- Sea quien sea este sujeto, no podrá contra la fuerza de los JEN, ni Dimitrion ni Miljen pudieron, ¿Por qué él si?
- Tienes razón. Tú sabes que te deseo lo mejor, me cuesta aceptarlo, pero de verdad quiero que seas feliz. Tú y tus pésimos chistes se lo merecen.
Kay rió.
- Gracias, supongo. Extrañaré nuestras estupideces, siempre me hacían sentir mejor.
- Este último tiempo volvimos a ser carne y uña, como antes.- Sony volvió a mirar la brecha.- Por eso me cuesta tanto aceptarlo. Cuando volví a la Argentina, eras mi único hogar, el único individuo al que consideraba familia. Eras mi boleto seguro para tener paz cuando me alejara de mi madre y de mi abuelo. Fue duro todo, pero me hizo crecer. Hasta incluso siento a Natal como si fuera un… bueno, ya sabes.  
- ¿Un erudito amargado?
Kay y Sony rieron efusivamente en ese preciso instante.
- Viviría mucho más tranquilo sin nosotros- dijo Sony inclinándose de un lado para otro por la risa.
Kay paró de reír y estiró su puño:
- ¿Siempre juntos?
- Siempre juntos- respondió Sony y chocaron sus puños. 

Dayas estaba allí observándolos, ya era rutina para él recurrir aquel lugar para meditar. Esta vez, no quiso interrumpir y se alegró de verlos charlando y sonriendo. En ese mismo momento, recordó el día que conoció al valiente Mongot:

‘’Tras la traición de Minos a su hermano mayor Vayas, Dayas huyó hacia los bosques, donde se topó con Mongot. En aquella época, Mongot era un pequeño hombrecito de diez años que se encontraba recolectando frutos para la cena de su familia. Dayas tenía ocho años y estaba completamente asustado, exhausto por el largo viaje que había tenido que emprender por temor a su malvado tío. La educación de Mongot era muy estricta, exacta para un futuro guerrero, así que apenas lo vio, lo amenazó con su lanza.
Sin ninguna compasión, Mongot le exigió que se fuera o lo dañaría, pero Dayas no tenía a donde ir.  Secretamente lo siguió, el joven Mongot lo sabía a la perfección.
- Tienes que aprender a ser más sigiloso, tus pisadas son muy evidentes- le habló Mongot sin apartar la vista del camino.
Pero Dayas no respondió, su rostro estaba sucio, sus cachetes colorados y sus ojos azules más atentos que nunca, moría de hambre.
Mongot se apiadó de él, y le tiró uno de los frutos que había recolectado en la copa de los árboles más grandes. Dayas se abalanzó sobre el alimento sin dar las gracias. Apenas lo terminó, se dio cuenta que Mongot había desaparecido. Estuvo horas allí, solo, con frío y triste. Pronto llovería, algunas gotas habían comenzado a caer.
- Si te quedas ahí, morirás de frío, mi amigo- le dijo la voz de Mongot, había estado acostado sobre lo alto de la rama de un árbol todo este tiempo, comiendo y observándolo.
Dayas se levantó, sin decir ni una palabra.
- No eres de comunicarte mucho, ¿No es así?- continuó Mongot. A continuación le lanzó otro fruto azul- Te lo regalo. Eres una pena.
- Gracias…-murmuró Dayas, tímidamente.
- ¿De donde vienes?- preguntó Mongot mientras mordía el fruto, era un niño bastante osado y de carácter superado.
- … de mi reino- respondió Dayas después de una breve pausa.
- Ajá- asintió Mongot- ¡¿Y qué estas esperando?! Súbete al árbol antes de que se largue la lluvia.
Dayas obedeció, le costó treparlo, pues estaba a unos 10 metros del suelo; el joven lo logró y se sentó a su lado, en otra rama. Las ramas por encima de ellos eran tan gruesas y abundantes que las gotas no caían. La lluvia intensa no tardó en aparecer. Dayas no se animaba a mirar a los ojos a Mongot, quien no paraba de observarlo.
- No eres del pueblo. Bueno, nunca te he visto en mi vida. Y aquí todos nos conocemos. ¿Cómo te llamas?
- Soy… Da… Dayas.
- Un gusto Dayas, mi nombre es Mongot, hijo de Mangat, el capitán de las fuerzas Kiceanas.
- ¿Kiceanas?
- ¡Pues claro! Kiceanos, los soldados del pueblo, protectores de la paz en Zimpat.
- No sabía que existieran.
- Bueno… creo que ahora andan de vacaciones o algo así. Por eso mi padre está en mi hogar. Vaya muchacho... ¿Vives en una roca? No sabes nada de nada.
- Perdona…
- No tienes porque disculparte. Ahora dime… ¿De quien huyes?
- ¿Cómo sabes que huyo?- preguntó el pequeño Dayas, casi en un murmuro.
- ¡Por favor hermano! ¡Mírate! Se nota que has estado días, tal vez semanas, caminando por el bosque. Y mira que no es un lugar muy seguro. Además, tu ojo está morado, como si hubieras recibido un golpe. ¿Te robaron? ¿Dónde está tu familia?        
- Pude haberme perdido…
- ¡Vamos muchacho! Ningún hombre se sumerge en el bosque solo. Un acto de desesperación te trajo hasta aquí.
- Mi tío… Él intentó asesinarme.
- ¡¿Cómo dices?! Santo… apenas la lluvia se detenga vendrás a mi casa. Mi familia te ayudará a buscar a tus padres.
- Mis padres están muertos. Estoy solo.
- Vaya que la vida te ha golpeado donde mas duele. Entonces, vendrás a vivir conmigo.
- ¿De verdad?- el rostro de Dayas se iluminó.
- Por supuesto- sonrió Mongot.
De repente, un rayo partió en dos el árbol donde se encontraban.
- ¡CUIDADO!- gritó Mongot.
Ambos cayeron al suelo en diferentes direcciones, la lluvia los envolvió por completo; truenos, relámpagos y rayos se proyectaban de aquí a allá. La mitad del tronco cayó y chocó contra otro árbol, que solo se inclinó y soportó su peso. La otra parte continuaba pendiendo de unas ramas (las cuales colgaban), otro rayo penetró en la corteza e hizo que empezara a caer. Mongot estaba justo debajo.
- ¡Ayuda! ¡Va a aplastarme!- gritó desesperado el niño.
Dayas se levantó con sus pocas fuerzas, atolondrado por la caída. Observó como Mongot se encontraba ante el borde de la muerte. E inmediatamente, sin meditarlo, su rostro pálido se volvió rojo; cada gota de la lluvia cambió su dirección a voluntad del joven, se acumuló lo suficiente como para asemejar el tamaño de una ola, envolvió al tronco apunto de aplastar a Mongot, ralentizó su acción y lo corrió a un costado. Finalmente, el tronco cayó lejos del joven.
Dayas volvió a la normalidad y se tiró al suelo exhausto. Mongot, sorprendido y con la boca entreabierta se levantó y corrió hacia él, lo tomó entre sus brazos, Dayas no había perdido la conciencia.
- ¡¿Cómo… cómo hiciste eso?!- exclamó Mongot.
Dayas abrió los ojos y con sus pocas fuerzas respondió:
- Soy Dayas, hijo de Vayas, rey de Zimpat.
Mongot lo comprendió enseguida, cerró los labios e hizo ver una inmensa sonrisa.
- Dayas Jimonte, heredero al trono del reino del águila, quiero que sepas, que a partir de hoy te ganaste un fiel amigo, compatriota y compañero para toda la vida. Te estaré eternamente agradecido por salvarme.
A Dayas le cayó una lágrima, mientras mostraba una diminuta sonrisa, la que sus energías le permitían. Nunca había tenido amigos, ni siquiera en el reino, siempre estaba solo, los niños de su edad no lo querían por celos y lo evitaban todo el tiempo. Mongot se había transformado en su primer amigo, y con el tiempo, en el mejor. Al rato se desmayó y Mongot lo llevó inconsciente a su hogar. ‘’

Dayas apartó la mirada de los JEN y volvió a su cabaña a descansar.

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