martes, 25 de octubre de 2016

La Destrucción de Sarmander: CAPÍTULO 11.



La Destrucción de Sarmander: CAPÍTULO 11.   

Sin palabras, sin gestos. Así yacían los Elementales, sin apartar la vista del marcador, en el cual figuraba la latitud y la longitud que Frank y Nicolas habían trazado. ¿Hacia donde los llevaría? Esa fue la pregunta que perturbó durante todo el viaje. Si algo habían aprendido en aquella ocasión es que no tenían ni la más mínima idea de cómo se veía el rompecabezas completo. Muchas cosas quedaban por descubrir y ahora… un nuevo misterio se sumaba. ¿Y si Dimitrion masacró a la familia de Kay porque Frank había descubierto algo que nadie sabía? Más tarde, se encargó de Nicolas, quien también conocía el secreto, pero se lo guardó por alguna razón. Kay y Sony recordaron que cuando le preguntaron al malhechor el año pasado, este les había contestado: ‘’Sabían demasiado…’’   
De ser así… ¿Qué?
Esa noche parecía imposible dormir, Sony pensó mucho en su prima, no sabía porque aún, pero sentía una gran culpa con respecto a su muerte. Kay imaginaba a su padre biológico, le describía atributos y habilidades en su mente, las comparaba con las que Él sabía; era una forma de establecer una relación con aquella persona que nunca había conocido. Natal, por su parte, estaba muy perturbado; analizaba todo detenidamente, intentaba desentrañar el enigma del artefacto que sus compañeros habían heredado, sin resultados positivos. 
Los tres se encontraban en una nueva cápsula (del tamaño de todo un living), era el vehículo personal del Rey, este se las prestó y también se había tomado la molestia de dejarles las coordenadas exactas, además de provisiones para el viaje. También habían recuperado sus pertenencias, ya no llevaban los uniformes de los presos, sino sus propias ropas. La cápsula era mucho más lujosa que las de la S.I.C.A; rectangular (en vez de circular), repleta de tecnología avanzada, comandos, una cama de dos plazas, televisión HD, sanitario personal, muebles medianos, una alfombra roja y paredes doradas; adelante yacía un gran ventanal que recordaba a las naves espaciales de Star Wars. Estaba en piloto automático y en aquel momento, se encontraba cruzando el océano Atlántico hacia el sur. Dicho transporte aéreo había sido construido por las fuerzas militares, las mismas que presionaban al Rey, pues llevaba casi veinte años gobernando (cuando en realidad, lo establecido por la constitución de la G.N.U.M dictaba alrededor de diez años como máximo), esto se debía a que el Consejo Internacional no lograba encontrarle un sustituto; era difícil discernir a un individuo apto para el puesto. Todo eso había llegado a oídos de los Elementales por el propio Rey durante la cena. Kay y Sony se habían propuesto en ayudar y protegerlo, pero Natal estaba en desacuerdo, no quería involucrar a los Elementales en la política. El tema no volvió a tocarse.      
Kay, que estaba de mejor humor que el resto, rompió el silencio y habló.
- Oigan. Perdonen mi curiosidad, pero acabo de darme cuenta de algo.
- ¿Qué?- preguntó Natal examinando el artefacto, sin mucho interés.
- Habría algo que no estaría entendiendo: Si los narsogs fueron bestias y aparecieron junto a Hariet hace algunos siglos. ¿Cómo es que nadie las recuerda? Digo, las Bestias se integraron a la sociedad hace casi veinte años… lo que no tiene sentido si vinieron aquí mucho antes.
- Así que es eso…- dijo Natal, dirigiéndole la mirada.
- Además- agregó Sony de repente- Si los elementales lucharon en la guerra… ¿No tendrían que ser reconocidos por la historia de la humanidad? Nadie sabe que alguna vez existieron salvo nosotros y otros pocos más.
Natal sonrió y miró el suelo, acababa de notar que sus jóvenes espíritus seguían intactos.
- A ver… según comprendo, los elementales creyeron que Hariet había traído a las bestias de otro lugar no identificado, muy lejano, para que lucharan por Él- pausó y recordó cuando el secuaz de Morgán mencionó a su ‘’dios’’- Para salvar a la Tierra, los ocho efectuaron un poderoso hechizo (el cual su Supremo Líder guiaba) y con este encerraron a todos los sirvientes del Oscuro, ninguno pudo escapar. Fue lo que ustedes conocieron como El Ritual de los Malditos, el año pasado. Es por eso que desaparecieron, ahora… ¿Por qué se manifestaron las bestias hace dos décadas? No lo se. ¿Y por qué los elementales no son recordados? Tampoco lo sé. Pero bueno, era otra época, son cosas difíciles de probar. De seguro que algunos historiadores las descartaron, creo yo…
- Mi cabeza va a explotar- suspiró Kay- ¿Las coordenadas nos llevarán a la espada divina? Imploro porque sí.
- Y es probable- le respondió su mentor- Ya veremos. Aquí dice que nos quedan otras tres horas de viaje, habrá que esperar.
El tiempo corrió, eran las cuatro de la madrugada, la cápsula se arrimó a su destino. Los tres se habían quedado dormidos, una alarma sonó y despertaron.
- ¿Qué fue eso?- preguntó Kay entre bostezos.
Sony fue el primero en recuperar energías, especialmente cuando divisó algo en el horizonte.
- ¡Miren!
Natal repasó las coordenadas rápidamente, la pantalla decía que solo faltaban minutos para abordar la localización. Estaba un poco decepcionado y abatido.
La longitud y latitud pertenecían a una isla voladora, un lugar que solo los Elementales podían ver, una tierra conocida como… Sarmander.
- ¡Esa fue la razón por la cual nunca la encontraron! ¡Solo los elementales o los que conocen sobre su existencia pueden verla y pisarla!- exclamó Kay con entusiasmo.
- Ya estuvimos ahí miles de veces, ¿Qué vamos a encontrar?- dijo Sony, igual de desilusionado que Natal- ¿Estará la espada divina allí?
- Sus padres buscaban la Isla al parecer, es un mito entre los Elementales, es lógico que se hayan esforzado por encontrarla. Creo que eso resuelve el misterio- habló Natal.
- ¿De verdad? Yo opino lo contrario- dijo Kay- Debe haber más que eso… el artefacto por ejemplo.
- Del cual no he logrado obtener nada, ni sabemos que es. Estamos perdidos. Puede que Morgán ya este apunto de obtener la espada…
- No… no llegamos hasta aquí por nada. ¡Hay que continuar…!
- Valoro tu entusiasmo, Kay. Pero es la realidad…
Kay apretó los dientes y no dijo más nada.
La cápsula aterrizó en tierra firme, un sector algo alejado de donde habitualmente se reunían. La inmensa luna se registraba sobre sus cabezas, razón por la cual Kay tuvo que quedarse dentro de la nave. Sony fue a tomar un poco de aire fresco y regresó a descansar. Toda Sarmander estaba increíblemente pacífica, las estrellas infinitas en el basto cielo, la brisa soplaba con suavidad, había escasa humedad y la oscuridad reinaba entre los árboles. Natal se quedó afuera, expuesto a las sombras y el silencio, fumó un cigarro para calmar los nervios y se adentró en el bosque sin temor.    

Sony contemplaba la esfera dorada y carmesí con sus propias manos; leía las insignias sin entenderlas y lo examinaba como si fuera todo un experto. Kay dormía. Al instante se aburrió y empezó a pasarlo de mano en mano, como si fuera una pelota de béisbol; por error, notó que una ranura se abrió y dejó de juguetear. Entonces, movió la ranura y esta se desplazó hacia un costado; Sony lo comprendió, se asemejaba a un cubo mágico (los que resolvía con facilidad cuando era niño). Obsesionado e intrigado, tomó a la esfera con ambas manos y comenzó a desplazar las ranuras de un lado a otro en diferentes direcciones, estuvo tanto tiempo haciéndolo que en un momento oportuno, las ranuras dejaron de moverse y el artefacto se abrió…

Natal continuaba paseando en el bosque de Sarmander, ya había perdido de vista a la cápsula, pero se ubicaba perfectamente. Después de todo, había visitado esa Isla muchas veces y la conocía de lado a lado. Era un hombre muy pacifista, odiaba la violencia y al movimiento de la ciudad. Durante el año que fue docente, corregía en la Isla, para estar más relajado. Ya casi ni vivía en su inmenso hogar; sino que se la pasaba allí, meditando, lamentando y recordando. Tiró el cigarro, lo pisó, cerró los ojos y respiró profundo. Algo en el aire cambió y Natal pudo entrever, aún sin visión, que ya no estaba solo. Abrió los ojos y contempló al individuo que yacía frente a Él. No se alarmó en lo absoluto y lo observó detenidamente.
- Sabía que tarde o temprano vendrías- le dijo.
- Después de todo… nos debemos una charla, ¿no es así, Pedro?- contestó Miljen Morgán.
- Exactamente ‘’Redentor’’, ¿Qué pretendes? La espada solo traerá destrucción a este mundo si no es usada como se debe, lo sabes más que nadie. Tú juraste protegerlo cuando eras joven. Lo sé porque yo estaba ahí.
- Pasaste de ser un niño a todo un hombre, eh Pedro- rió Morgán, algo raro había en Él- No puedo evitarlo.
- Entonces… ¿Por qué has venido? Sé que no quieres matarme.
- Porque este es el único momento donde me queda algo de cordura- la luz de la luna se filtraba entre las copas de los árboles, Morgán fue iluminado por su destello. Natal se sobresaltó…
Ya no era un híbrido entre las dos especies, sino que yacía exactamente igual a como Natal lo recordaba, era un humano. 
- ¿Qué sucede aquí? ¿Es una ilusión? ¿José?
José se le acercó a Natal y le dio un fuerte abrazo.
- No lo entiendo…
José se apartó de Natal y lo miró directamente a los ojos.
- Por alguna razón, su control se debilitó.
- ¿De qué hablas?- Natal experimentaba angustia y confusión al mismo tiempo.
- De esto- José arremangó su brazo derecho y dejó a la vista una gran marca, un tatuaje exactamente igual al que Dimitrion tenía en su rostro.
- Ese tatuaje… ¿Qué es?- preguntó Natal, lleno de curiosidad. 
- La marca negra… un hechizo que nos obliga a hacer cosas desagradables por ordenes de otro ser.
Natal abrió los ojos como platos.
- ¿Quién?- pero José no necesitó responderle para que Natal lo reconociera- Entonces…
- Hace tiempo ya, aproximadamente diecinueve años- se apresuró Morgán en contestar- Sabes a la perfección que Dimitrion y yo siempre fuimos muy unidos; y cuando obtuvimos los poderes de los Elementales, tomamos una decisión. Viviríamos de aventuras, inmortales, hasta el final de los tiempos. Y así fue. Recorrimos gran parte del mundo y nos enfrentamos a su historia. Pero todo cambió… cuando nos enamoramos de la misma mujer.
Natal hizo un gesto extraño.
- Se llamaba Gloria, la conocimos en Chile, me enamoré de ella al instante y ese amor fue correspondido. Pero Dimitrion también sentía cosas por ella y decidió partir para continuar con las aventuras, olvidar a la mujer que amaba. Dimitrion y yo nos separamos en aquel entonces. – pausó, tragó saliva y continuó- Años más tarde, Gloria envejeció a diferencia de mí, no podía darme un hijo por ser estéril y esa fue la razón por la cual mi inmortalidad no cedió. Ella sufrió una enfermedad terminal y yo estaba muy desesperado, no quería perderla…
José pareció no poder continuar con el relato.
- ¿Y qué pasó?- preguntó Natal.
- Tuve la visita de un viejo enemigo, uno que creí que había muerto. Me prometió salvarla a cambio de su lealtad… me negué rotundamente al principio.
Natal se quedó petrificado.
- Pero a medida que iba presenciando la frágil vida de Gloria, una cruel desesperación me cubrió y sentí un imponente odio. Acepté… pero Él jugó conmigo y no la salvó. Ella falleció. Entré en un estado de cólera y lo enfrenté. No se como, pero a medida que mi odio hacia Él crecía, más fácil a su poder cedía. Ahora obedezco a su voluntad mediante esta maldición. Pedro… quiero pedirte un favor. No tengo derecho, pero quiero hacerlo antes de que sea demasiado tarde y vuelva a ejercer su control sobre mí.
- Dime, José. Lo que necesites- le respondió Natal, conmovido.
- MÁTAME.
Natal dio un pasó atrás, aturdido.
- No puedo hacerlo. Debe haber alguna otra forma…
- No la hay, Pedro. ¡Esta marca es de por vida! Por favor, te lo imploro…- José se puso de rodillas, aún así, su cabeza casi estaba a la altura de la de Natal.
Natal tendió una mano, con la mirada seria. Morgán cerró los ojos, bajó la cabeza y agradeció. Pero Natal posó su mano sobre su hombro y le dijo.
- No puedo hacerlo, José. Eres mi amigo. Te juro que encontraremos la forma de salvarte.
José, desilusionado, levantó la cabeza.
- Lo comprendo. Pero espero que no estés cometiendo un error.
- Soy consciente de mis actos. Quiero preguntarte algo… ¿Qué sabes de tus pupilos?
José apretó los dientes y soltó una lágrima.
- Entiendo si los JEN me odian. Yo también lo haría. Él los quería muertos a los dos, pero nunca supe porque… lo único que puedo decirte es que guardaron un profundo secreto. Él está detrás de los JEN, Pedro.
- Kay, Sony…
- ¡Cuídalos, amigo mío! Son la llave a un universo más grande del que podemos imaginar.- Morgán lanzó un alarido, todo su perfil derecho comenzó a mutar nuevamente a la bestia.
- ¡José!- gritó Natal.
- ¡Vete! ¡Ahora!
- Pero…
Morgán gritó otra vez, la marca en su brazo parecía cobrar vida y simulaba funcionar como otro órgano de su cuerpo.
- Dimitrion es inocente…- dijo José, resistiéndose a la maldición.
- ¿Cómo…?
- Natal… ¿Así es como te llaman ahora, no?
Natal asintió.
- Ese Kay… es igualito a su padre- luego gritó desgarradamente- ¡Huye!
Natal comenzó a correr en el medio de la noche.

- Sony… ¿Qué hiciste?- refunfuñó Kay, se había despertado con la intensa luz del aparato.
La esfera comenzó a modificar su estructura, distintas formas y líneas muy angostas aparecieron en su superficie; fue como si dibujaran sobre ella, pues acontecieron nuevos diseños. Un rayo de luz muy intenso, que rebosaba en un color amarillento, surgió del interior del objeto, e increíblemente los destellos reflejaron sobre los nuevos formatos mecánicos del artefacto y en la pared más cercana del vehículo (hacia donde apuntaban los dibujos) apareció un resplandor en forma de imagen. Es decir, una clase de esquema se presentó frente a ellos; y allí, contemplaron montañas de gran tamaño, unidas por cadenas, valles, senderos y vegetación.
- Es… ¡un mapa! ¡La esfera es un mapa!- exclamó Sony.
Atónitos, observaron dicha imagen durante un buen rato, como atrapados en un sueño.
- Computadora, escanea las coordenadas de dicho diseño- le dijo Sony a la maquina.
La inteligencia artificial de la capsula analizó el mapa efectuando una luz azulada sobre el esquema y lo implementó en la pantalla.
Frente a los elementales, el monitor indicaba la longitud y latitud de dicho paisaje.
- La cordillera de los Andes… sobre Mendoza. Todo este tiempo, la espada estuvo aquí, en Argentina- dijo Kay- Computadora, traza un nuevo curso y llévanos hasta allí.
Y en ese mismo instante, apareció Dick Natal, desesperado.
- ¿Dónde estabas?- le preguntaron y notaron lo agitado que estaba.
- Hay que irnos, ahora- dijo entre suspiros. 
Kay y Sony observaron, por la ventana, algo aterrador… todo el bosque se congeló, las copas de los árboles se volvieron blancas y la tierra se transformó en hielo. La temperatura descendió rápidamente y el vehículo sufrió una embestida.
Natal se apresuró en encender los controles de la nave, llevaba unos pocos minutos el procedimiento, pero el tiempo se les acababa…
El Redentor se acercaba a la nave y extendía su mano derecha.
- ¡Es Miljen Morgán!- exclamó Kay- Esto se termina acá…
Natal no tuvo tiempo de impedir que fuera a enfrentarlo, pero no fue necesario, Kay sufrió una punzada en donde Morgán lo había mordido y se echó para atrás, sin el control de su cuerpo. El motor inició su tarea…
Durante la espera, presenciaron a su enemigo utilizando sus increíbles habilidades: extendió ambos brazos y millones de peñascos de hielo cayeron sobre la Isla, destruyendo todo a su paso y provocando agujeros gigantescos. Ocurrió un terremoto y la tierra se abrió. Morgán se movía de un lado a otro, el hielo cubría la naturaleza y luego se auto-destruía en miles de pedazos. Sarmander contaba su último cuento. El terremoto y los peñascos dañaron algunas partes de la cápsula, la cual estaba compuesta por materiales muy resistentes; aún así, no impidió que el piloto automático fallara.
- ¿Y ahora?- preguntó Sony, desesperado.
- Computadora, cambia a modo manual- indicó Natal. Al instante, dos controladores se activaron y el profesor los tomó.
- Dime que entre tus tantas profesiones, sabes pilotear una de estas…- le dijo Kay.
La cápsula comenzó a despegar.
- Lamentablemente no- respondió Natal y accionó todas las perillas.
Miljen Morgán, ahora siendo un auténtico monstruo con parte humana, sacudió los hombros y les dijo en voz alta.
- No escaparan, se irán al infierno junto a esta isla inmunda.
Bloques de hielo, del tamaño de edificios, cayeron sobre Sarmander como golpe final. Toda la Isla se vio rodeada de hielo y explotó; Morgán desapareció entre tanta espectacularidad. La cápsula, en modo manual, condujo con precaución hasta que otro peñasco la desestabilizó; luego… comenzó a caer. Los elementales estaban desesperados, ya imaginaban a la muerte avecinarse con presunción. Giraban dentro de la cápsula como si no hubiera gravedad.
Todos gritaron y el más viejo de ellos, apretó los puños…
E increíblemente la nave volvió a alzar vuelo, manteniéndose estable. Misteriosamente, cayeron suavemente sobre el suelo.
- ¿Se encuentran bien?- preguntó Natal.
- Si…- dijo Kay, con el rostro rojo.
- El maldito de Miljen Morgán se salió con la suya- frunció el ceño Sony, acomodando el equilibrio de su cuerpo.
Desgraciadamente, vivenciaron los restos congelados de la Isla que caían sobre el amplio y oscuro cielo, todos ellos se derritieron en lluvia sobre la verdadera tierra.
Natal retomó los controles y examinó por última vez, el paradero de la tierra voladora. Con gran tristeza, pronunció:

- La isla Sarmander, guarida de los Elementales por generaciones, fue destruida.  

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