miércoles, 4 de julio de 2018

La Batalla Secreta: CAPÍTULO 11.



La Batalla Secreta: CAPÍTULO 11.


‘‘- ¿La extrañas? – le preguntó Nicholas a Frank, el segundo personaje yacía sentado en una roca completamente blanca, decaído.

- No estoy acostumbrado a estar tanto tiempo lejos de ella y del niño – respondió el elemental del fuego de aquel entonces- ¿Y tú?

- Por supuesto. Me matará si no regreso con vida- rió.

- Después de esto, creo que lo dejaré- continuó Frank Montarnen- Tengo una hermosa esposa, un niño, y pronto, vendrá otro… ya no puedo arriesgar mi vida de esta forma, mi deber es cuidarlos.

Nicholas asintió. Ambos se encontraban en un sector helado, semejante al polo norte. Hacía un frío descomunal y había charcos por doquier, hielo derretido… ellos se encontraban a un kilómetro de un pueblo enorme, repleto de edificios ingeniosamente construidos con materiales inexistentes en la Tierra, luces de todos los colores y un ambiente tan cálido que se asemejaba al de un parque de diversiones. No obstante, no estaban solos…

- Ya viene- dijo Veradic y formó el círculo de los magos (de color celeste) bajo sus pies. A continuación, una avalancha se precipitaba desde el lado contrario del pueblo. El vapor y el ruido estaban siendo causados por una inmensa sombra…

- ¿Listos? – preguntó el Inmortal Arcas Sannon- Hagamos esto rápido, tengo que volver a casa- también formó el círculo de los magos, de un tamaño mucho más grande que el de su compañero y con cinco segmentos en su interior.

- ¿Tag agcioso estás? – rió Aitor Carmanguer con su tono europeo. Un hombre corpulento y grandote, de cabello oscuro, con el rostro grueso y un moustache (bigote francés) muy prolijo. Aitor conformó unos hilos eléctricos que lo rodearon de pies a cabeza.

- Enseñémosle a no meterse dónde no corresponde- vociferó Nicholas, adelantándose a sus compañeros y formando rocas ígneas sin necesidad de empezar por la solidificación del magma- ¿Te nos unes… Llama Roja? – se dirigió a su amigo Frank.

Frank asintió y se levantó. Él y Nicholas tenían unos abrigos de colores extravagantes. Arcas y Veradic llevaban las túnicas amarillas de los Inmortales y Aitor vestía un abrigo de piel de leopardo y un sombrero de copa en la cabeza.

Frank movió las manos y distintas chispas emergieron de sus dedos; luego, se fusionaron y conformaron la figura de un arma; a continuación, una espada reluciente con la hoja bañada en oro y plata y la empuñadora con el símbolo que los representaba, apareció por arte de magia, Frank la tomó.
- ¡Vamos, proetas! – gritó, liderándolos.

Los cinco hombres: Frank Montarnen, Nicholas Dameron, Arcas Sannon, Veradic Viman y Aitor Carmanguer armaron una fila, en guardia, esperando a la avalancha que se acercaba rápidamente.’’  

Kay despertó y se miró las manos.

- Lo sabía- pensó y se emocionó, dos lágrimas le cayeron en los dedos- Era suya. ¿La habrá sacado del Templo Azteca? ¿O tal vez…?

- ¿Durmieron bien? – interrumpió Dayas en voz alta, quién había hecho la guardia nocturna.

Lepra y Sony continuaban en el mundo de los sueños. Kay se secó las lágrimas y miró a Lepra con desagrado.

- Es imperdonable lo que el mago le hizo a Natal- le dijo Dayas con comprensión- Pero él es su subordinado, fue criado por él, sólo sigue órdenes. Es como un soldado de Zimpat.

- A él pareces no caerle bien, y, sin embargo, lo defiendes- le respondió Kay- Pero sí, tienes razón, es que… no, no puedo perdonarlo. Me pone los pelos de punta sólo pensar en el mago y en su enferma forma de manejar las cosas. Estoy harto de ser el peón de alguien.

- No lo seas, escribe tú mismo lo que quieres vivir. Eso sí, en una situación como esta, necesitarás ayuda. Me tienes a mí y a ellos dos.

Kay también miró a Sony, quién estaba en posición fetal, exhalando por la boca.

- Con él también, ¿Eh? – dijo Dayas, haciendo una mueca- Ambos están de tu lado, recuérdalo. Estoy seguro de que, si el caso lo requiriera, sacrificarían sus vidas por ti.

Kay recordó a Agustina y como ella se interpuso entre Meddes y él cuando creyó que lo mataría. Aunque ella lo engañaba y discutían continuamente, aquella había sido la mayor muestra de amor que le habían dado.

- ¿No es irónico que todos nosotros seamos personas que sufrieron alguna pérdida familiar importante? – vociferó Kay- Los cuatro tuvimos vidas complicadas, en cierto sentido, nos parecemos a él.

- Para nada- resaltó Dayas- Yo creo que hay una gruesa línea entre ese desgraciado y nosotros. Nunca le perdonaré lo que le hizo a mi tío Minos, sin embargo, los ayudaré a derrotarlo porque es lo correcto, no por venganza.

- Ni Natal tuvo el valor de hacerle frente. El amor fue más fuerte que el odio- dijo Kay, suspirando- Otra ironía más.

- Dime… si derrotáramos a Hariet, ¿Qué sería lo que harías después?

- … Quitarle la vida al mago- contestó Kay con rencor.

- No, no. No me refiero a eso- lo corrigió Dayas- Yo, por ejemplo, ya no tengo reino, no estoy atado a ningún título ni a ningún lugar. Cuando todo esto termine, quiero… formar una familia. 

Kay separó sus labios, sorprendido. Ese sueño ya lo había dejado en el pasado desde la muerte de Agustina y sus suegros.     

- Dudo que esa sea una opción para personas como nosotros- dijo Kay, pesadamente- Yo lo intenté y… no funcionó.

- Sony me contó algunas de sus hazañas con lujo de detalles. Sé que venciste al Redentor cuando ya te había matado. En ese caso… ¿Se podría decir que volviste a intentarlo?

- Si… pero es diferente. Yo…- Kay se calló a sí mismo, no tenía palabras para contrarrestar eso. Dayas emitió una sonrisa.

- Despertemos a los demás- le indicó. Kay asintió y también sonrió.

Los cuatro jóvenes se encontraban en un sector rodeado de algunos árboles que no sobrepasaban la altura de un ropero. El sol naranja se asomaba lentamente e iluminaba la noche de una forma bastante particular, a diferencia de nuestra dimensión.

Sony dormía sobre una de las bolsas de tela que Grof les había obsequiado para el viaje (eran tres). Las otras dos yacían al lado de Lepra, Dayas se le acercó y le sacudió un hombro para que se despertara. Kay hizo lo mismo con Sony.

Lepra se levantó de mal humor, no era secreto para nadie que no le caía bien el príncipe, estaba celoso de él y de que Fismut le haya confiado la misión que salvaría al mundo. Le parecía injusto.

Dayas entendía a la perfección como se sentía Lepra y prefirió ignorarlo, creyó que con el tiempo podrían llegar a entenderse. No obstante, Lepra (quién había madurado mucho desde su viaje al Templo) parecía estar lejos de querer cambiar de opinión; el príncipe era su rival y alguien a quién estaba dispuesto a superar; nadie le quitaría su lugar junto al mago.

Kay miró a Sony mientras este se levantaba torpemente. Le costaba tanto perdonar a las personas cuando estas le fallaban, inclusive con su hermano y mejor amigo. Todo lo relacionado con Natal, Hariet y ahora los Proetas, los unía indudablemente, sin embargo, el pasado lo torturaba sin cesar: Agustina podría haber vivido… él se podría haber alejado de Jessica si conocía los sentimientos de su amigo.

Y para colmo, seguía guardándose secretos, como los dos collares idénticos que le dio a Keila para que conocieran la verdad. Al final de cuentas, Sony no confiaba en Kay, ya se lo había demostrado, y él no estaba dispuesto a dar el primer paso para la reconciliación. Razón por la cual, decidió que no le contaría nada sobre el sueño que había tenido.

El elemental del fuego tomó una de las bolsas, la cargó y se apartó de Sony. Dayas tomó otra y Lepra, ya levantado, agarró la que faltaba.

Sony tardó en seguirle el ritmo a sus compañeros, estaba fatigado y decaído. Cada día pasaba algo distinto y alarmante, ya no lo soportaba.

- No estoy seguro si nos habrán dejado en donde creo que estamos- informó Dayas al grupo- Creo que lo mejor será que sigamos a la luz del sol, luego les diré por dónde continuar.

Sólo Kay y Sony asintieron. Los cuatros elementales avanzaron, con los destellos del sol naranja perforando sus ojos hacia cierto sector del Zen.

Estuvieron horas caminando a la deriva, sin saber si Dayas conocía el camino o si estaba improvisando. Hasta que finalmente llegaron a un impecable sendero de mármol, que iba en línea recta hacia las murallas de un reino. Los árboles se alineaban a los costados y variaban sus colores, como si fueran hologramas.

Dayas, enérgico, vociferó.

- El camino del Oso- los demás lo miraron, abatidos- Ya me ubiqué. Estamos al noroeste de Zimpat, yendo hacia el sureste, hacia el reino Oszen.

- ¿Ese no era el reino al que pertenecía Faír? – preguntó Sony, adormecido.

Dayas sonrió, contento de que aún lo recordara.

- El camino del Oso es largo, calculo que llegaremos en unas cuantas horas- no fue alentador para nadie, el sendero de mármol parecía no tener fin y caminar en él, sin que el paisaje varíe, les daba la sensación de no estar avanzando en lo absoluto. 

Kay tragó saliva y le habló a Lepra, delante de todo el grupo.

- La historia de Foucen… ¿la conoces?

Lepra asintió con la boca cerrada, le llamaba la atención que Kay le dirigiera la palabra.

- ¿Y… cómo es? – preguntó Kay, claramente lo hacía por su sueño y sabía que Lepra era el único que tenía dicha información.

Dayas yacía adelante, dirigiendo al cuarteto y escuchando con atención. Sony, por su parte, caminaba en modo sonámbulo.

- Foucen, el demonio de hielo…- dijo Lepra, mirando el cielo- Cuando Sony nos contó sobre lo que había vivido junto a Meddes aquella vez que el sacerdote lo secuestró. Fis… el mago y yo nos dimos cuenta de que la misión de los Proetas había sido un error. Una confusión.

Kay y Dayas fijaron su atención en el joven morgano. Sony, a pesar de ser nombrado, continuaba en ese estado deplorable.

- Foucen fue expulsado de la dimensión dónde nacieron los primeros Elementales, donde tú y Sony viven- dijo Lepra con seriedad, mirando a Kay- ¿Por qué? No tengo idea. ¿Y cómo o dónde nació? Tampoco tengo idea. Lo que sí sé, es que era una criatura enorme, de aspecto feroz, y que aun así… odiaba la violencia.

<< Fue a parar al Mundo Helado, lugar habitado por los Ryanos que hoy en día integran su sociedad. Su líder o profeta los había abandonado y estaban desprotegidos contra una amenaza externa. Foucen, se convirtió en su protector y fue amado por los Ryanos, cómo su guerrero y guardián más excepcional.

Todo esto era conocido por los Inmortales de Morgana, que mantenían vigilado al monstruo por su increíble e inutilizado poder. Foucen y los Ryanos convivieron durante siglos en un ambiente de paz y armonía. Sin embargo, hace veintidós años, los Ryanos desaparecieron repentinamente en la noche y Foucen despertó en un pueblo fantasma.

Desesperado, comenzó a buscar a los únicos que lo habían acogido, sin éxito.

Esta información era desconocida para el mago, no obstante, supo de la desaparición de toda una especie y culpó a Foucen (admito que fue injusto) simplemente por ser el único superviviente. Formó a los Proetas y estos viajaron al Mundo Helado con la misión de matar al demonio de hielo.

Foucen se defendió. Y nos enteramos, gracias a Sony y realizando una investigación exhaustiva, que Foucen creyó que los Proetas eran los responsables de la desaparición de los Ryanos.
Hubo una batalla atroz basada en esta confusión y uno de los Proetas murió en ella. Llama Roja, tu padre- señaló a Kay- fue portador de una espada mágica para derrotarlo, creada por el mismo Fismut. Sospechamos que no sobrevivió a las heridas de la pelea y que yace muerto hace tiempo.

Todos creíamos que Foucen los había matado a todos, hasta que los Ryanos aparecieron en la sociedad humana. No obstante, se siguió creyendo que Foucen los había expulsado hasta que Sony nos contó la verdad y supimos que quién convenció a las bestias de unirse a la humanidad fue Hariet en el cuerpo del soberano Minos.

Grof dijo lo que escucharon porque aún no lo sabe. Foucen, aquel ‘‘demonio de hielo’’ sólo fue una víctima de un juego macabro.>>

- Pero mató a un hombre- señaló Kay.

- A mi tío- comentó Sony, más despabilado- Aitor Carmanguer- luego movió la cabeza y se le encendió la lamparita- Es curioso.

- ¿Por qué? – preguntó Lepra. Dayas y Kay escuchaban con atención.

- Porque Meddes me contó que él ayudó al soberano a viajar en el tiempo con el Yöbu, el arte místico de la mente. ‘‘Cuando vivía’’ fueron las palabras que le dijo a Minos. Hariet, en su otra forma, convenció a los Ryanos de integrarse a la sociedad de los humanos. El sacerdote terminó por causar el conflicto que su padre Arcas y el resto de Proetas tuvieron que solucionar antes de que crezca- hubo silencio- Es como si los hechos del tiempo estuvieran desordenados, pero perfectamente ubicados.

Kay se llevó la mano al mentón y no tardó en preguntarle a Lepra.

- La espada… ¿Qué ocurrió con ella?

- Llama Roja se la devolvió a Fismut. ¿Por qué?

Kay frunció el ceño.

- Si la espada que usó mi padre es la misma que yacía en el Templo Azteca, ¿Cómo llegó allí unos cuantos siglos antes? – pensó Kay y miró a Lepra en silencio, su compañero esperaba una respuesta. De inmediato, abrió los ojos como platos, algo se le había revelado- Jhor, el vidente dijo que no podía vislumbrar el pasado o el futuro LEJANO, y, sin embargo, Fismut mintió diciendo que (siglos antes) el oso parlante le había predicho que un elemental traicionaría al resto (hablando de Dimitrion); recuerdo que lo dijo cuando nos conocimos. Por otra parte, tengo entendido que el Yöbu, por más habilidoso que seas, no puede usarse con facilidad; es decir, el usuario no puede viajar a cualquier época lejana cómo y cuándo se le plazca. Lo dijo Lepra mientras regresábamos del Templo de la Muerte en el momento que Sony le contaba lo que había vivido con Meddes. Todo va hacia una ÚNICA y CLARA dirección. No sé cómo, pero Fismut… sabe cómo manipular el tiempo- luego le respondió a Lepra, fríamente- Curiosidad.

Este suspiró, no necesitaba ser un genio para notar que Kay se guardaba algo importante. De todas formas, Lepra creyó que no tenía derecho a preguntarle.

No volvieron a hablar entre ellos durante la caminata y la sombra del reino que yacía a kilómetros, comenzó a tomar forma hasta que después de cuatro horas, contemplaron las siluetas de unas enormes murallas. Dayas, entusiasmado, declaró.

- ¡Este reino es magnífico! Es bello y está lleno de habitantes agradables- a pesar de su euforia, nadie le prestó atención.

Después de media hora más, Dayas tuvo que tragarse sus propias palabras. La silueta se hizo clara y los elementales visualizaron los escombros de lo que alguna vez había sido una gigantesca muralla, aun así, escasas partes se mantenían en su lugar, dañadas y sucias, también había fuego por doquier y atrás, las edificaciones se incendiaban.

Dayas, desesperado, le lanzó la bolsa a Sony (quién se asustó), se adelantó a sus compañeros y corrió a toda velocidad.

- ¡Dayas! – le gritó Kay, sin comprender. Usó su súper velocidad para seguirlo, no tardaron en llegar a la entrada desmoronada del Oszen.

El sol yacía sobre sus cabezas, iluminando la destrucción del reino y a sus escasos sobrevivientes.

Sony y Lepra tardaron más tiempo en arribar la ubicación de sus compañeros; no mucho ya que el elemental de la lava usó las alas de la gárgola para transportarse (durante su entrenamiento con Meddes había aprendido a evadir el sol y no convertirse en piedra). Lepra, por su parte, mutó sus piernas a las del minotauro para ejercer mayor fuerza y correr más rápido.

Ambos volvieron a la normalidad apenas arribaron la entrada.
    
El reino del Oszen acababa de padecer una horrenda batalla; no sólo las murallas estaban desmoronadas, sino que también las edificaciones (chozas, caminos y viviendas triangulares que combatían la nieve), a su vez, decenas de cuerpos yacían en los suelos, hombres y mujeres con armaduras medievales, asesinados por flechas, espadas, lanzas o hachas. Algunos tenían la insignia del águila tatuada (en amarillo) en el pecho por encima de la coraza, otros tantos tenían incrustada la forma del oso con color rojo.
El humo se disipaba por doquier, había ladrillos desparramados, armas acumuladas, hogueras a dónde los ciudadanos comunes tiraban los cuerpos; pozos rectangulares recientemente cavados y criaturas redondas, peludas y pequeñas que atendían a los heridos.

Los habitantes del Oszen, con las caras largas, se estaban encargando de la limpieza del reino. Dayas, desesperado, examinó el paisaje con rapidez y corrió de un lado a otro, buscando algún conocido.

Kay, Sony y Lepra se horrorizaron al presenciar semejante masacre y al ver como niños tan pequeños o hombres de setenta años se limitaban a cargar los cadáveres hacia las hogueras. Ninguno se atrevió a hablar.

Dayas encontró a un anciano trabajando, y le preguntó.

- ¿Qué pasó? ¿Están todos bien?

El anciano tardó en dirigirle la mirada, cómo si no supiera que las preguntas iban dirigidas hacia su persona. Cuando lo hizo, abrió los ojos como platos y un rayo de esperanza invadió su corazón.

- ¡Forastero! – exclamó alegremente, como si no estuviera cargando un muerto entre brazos hacia la hoguera en un pueblo devastado- ¡El forastero de los siete reinos! – al escuchar los gritos, muchos habitantes fijaron su atención en el elemental del doble elemento, anonadados.

- Señor… ¿Qué pasó? ¿Dónde está Müna? – inquirió Dayas, preocupado.

- Nos atacaron. Ella está bien, forastero- replicó el anciano- Yace en el cuartel junto a los soldados supervivientes.

Dayas suspiró aliviado. Los elementales restantes no entendían nada.     

El anciano dijo con severidad.

- De seguir así, Zimpat nos vencerá.

Dayas se quedó petrificado, había estado tan preocupado por la situación que no se había detenido a observar los cadáveres… eran soldados de Zimpat y soldados del Oszen.

- Es imposible…- murmuró Dayas.

- Lo siento mucho, forastero- le dijo el anciano, retomando su trabajo- Sé que naciste allí. Lamentablemente, el Rey que gobierna el primer reino quiere un control total en el Oszen. Ve con Müna, ella te lo explicará mejor.

Dayas, apesadumbrado, asintió y se despidió. Luego se dirigió a sus compañeros, muy seriamente.

- Síganme- y avanzó inmediatamente hacia el interior del reino.

La destrucción aminoraba a medida que se aproximaban al centro, tal parecía ser que la batalla sólo había ocurrido en el sector más cercano a las murallas. Dayas estaba furioso.

Kay, Sony y Lepra notaron que, de no ser por el ataque, dicho reino habría sido una maravilla visual. Había estanques preciosos, rodeados de juegos para niños, colinas verdes que se situaban entre las casas y troncos gigantescos que atravesaban casas y las unían unas con otras a través de las paredes o los techos.

Caminaron por un puente ovalado que atravesaba un río estrecho y cristalino, dónde nadaban criaturas marinas inexistentes en la dimensión de la Tierra. Al final del recorrido, un edificio excepcional yacía por debajo del puente; rodeado de colinas. Allí había decenas de soldados armados, recuperándose y descansando.

El cuartel del Oszen era un edificio circular, su entrada era la figura de un oso con la boca abierta, sus colmillos estaban pintados en el suelo; a la lejanía daba una sensación de realismo impresionante.

Los soldados del reino se apresuraron y formaron filas perfectamente sincronizadas, creían que los Elementales eran soldados de Zimpat. También estaban acompañados por los especímenes redondos que ya habían visto, los cuales fruncieron el ceño y revelaron pinchos por todos sus cuerpitos.

La mayoría bajó la guardia cuando reconocieron a Dayas Jimonte.

- ¡El forastero! – gritó uno, otros cuchichearon su nombre, aplacados.

Dayas continuaba serio. Rápidamente, una mujer que había oído los gritos, se hizo paso entre los soldados y se acercó al príncipe.

Tenía el cabello naranja oscuro, con un corte escalado, las facciones de una mujer de treinta años y ojos de color café. Vestía la misma armadura que sus compatriotas a diferencia de que su insignia del oso en el pecho era de color morado. Se la notaba muy angustiada y tenía el rostro lastimado, algunas raspaduras y moretones; también cojeaba mientras caminaba.

Los JEN y el joven morgano examinaron la situación con cierto recelo. Todo se volvió más confuso cuando aquella mujer y Dayas se acercaron, se dieron un beso en los labios y se abrazaron violentamente.

- Me alegra que estés viva- dijo Dayas, mirándola directamente a los ojos.
- No creí que tu misión tardaría todo un año- respondió Müna- Realmente necesitaba abrazarte después de lo que pasó…

Los soldados, cómplices de aquella historia de amor, se sintieron aún mejor al ver el reencuentro entre ambos personajes.

Dayas carraspeó y se alejó un momento de Müna, la tomó de la mano y se la presentó a los elementales restantes.

- Ella es Müna, la reina del Oszen- dijo, algo atolondrado- Es mi…

- Hola- dijo Sony, levantando la mano, sin saber que decir o hacer.

Ella los miró a uno por uno.

- Guerreros, ¿verdad? Tal vez… ¿magos? – preguntó.

- Otra vez no- pensó Kay, recordando aquella confusión cuando conocieron a los Kiceanos.

- Elementales, como yo- le dijo Dayas- Bueno… el de la piel oscura es un mago también.

- ¿Piel oscura? – repitió Lepra en su mente, molesto.

- ¿Y a qué vinieron? – preguntó Müna.

- Estábamos de paso- contó Dayas- Pero… estamos dispuestos a ayudar. Primero, quiero saberlo todo.

La expresión de Müna se tornó triste.

- Sé que te dolerá- confesó- Nos vienen atacando hace cinco meses, hasta ahora, ganamos todas las batallas. Nos subestiman, traen un número reducido de soldados a morir aquí. Lo siento tanto, Dayas. De verdad. Sé que tú le cediste tu posición y él…

Müna no se atrevió a seguir hablando, Dayas estaba anonadado, furioso y decepcionado.

- Tiene que haber una explicación lógica, él jamás…- dijo en voz baja, le estaba costando respirar con naturalidad.
- No hay tiempo para estos dramas entre reinos. El mundo entero nos necesita- pensó Lepra, mirando a Dayas de reojo.  

- ¿El Rey de Zimpat sigue siendo…? – preguntó Sony, dejando la bolsa a un lado.

Dayas asintió con el rostro colorado, mirando al suelo.

Kay lo tomó del hombro, el único que se le había acercado.

- Entre ustedes había un traidor. Los Kiceanos creían que éramos nosotros, nosotros sospechábamos de Mongot y Mongot descubrió al verdadero espía- le recordó. Dayas miraba a un costado mientras lo escuchaba, triste. Müna observaba al muchacho que no conocía- Es tu amigo y lo conoces mejor que a nadie. Algo no cuadra.

Müna suspiró.

- El poder nubla la visión de las personas, inclusive la de las más sencillas y humildes- dijo- Sus voceros y mensajeros aparecen una semana antes de las tropas, nos sugieren que nos rindamos y nos obligan a actuar bajo las órdenes de un único soberano: El Rey Mongot Borbán- Al instante, hubo cuchicheos entre los soldados del Oszen- Las cosas son así, Dayas- dijo con un tono más dulzón para aminorar la carga del príncipe- Mongot traicionó los ideales por los que luchaste. Antes de la guerra, hubo conflictos por el negocio de los frutos rojos (la fruta nacional del Oszen); tomamos una medida para mantener nuestros productos entre las paredes de este reino, tal parece ser, que no les gustó para nada la medida. Y ahora proclaman la creación de ‘‘Un único reino’’.

- Pero… el hombre que yo conocí fue un líder nato, valiente y respetado que deseaba tanto la paz como la comprensión entre los reinos- susurró Dayas.

- Minos fue derrotado, los Kiceanos (la unidad de seis de los siete reinos) dejó de existir y cada reino siguió con lo suyo. Muchas cosas cambiaron, la historia está en constante forma, lo que tú y los…- Müna se detuvo en Kay y luego en Sony, como si acabara de recordar algo- Los famosos recolectores vinieron contigo.

Dayas asintió tristemente. Kay, Sony y Natal eran conocidos como ‘‘los recolectores’’ por todos los reinos pertenecientes a la antigua resistencia de los Kiceanos; debido a sus contribuciones a la guerra, buscando y encontrando los artefactos dorados que permitieron anular el escudo de Zimpat y finalizar con el conflicto. Era algo que había pasado (contando el año que estuvieron atrapados en el tiempo) hacía casi tres años.

Sony le devolvió la mirada a Müna, su rostro le resultaba muy familiar, para combatir el silencio incómodo y la tensión de la escena, le preguntó.

- ¿Nos vimos antes?

Ella sonrió.

- No, pero me parece lógico que lo preguntes- respondió la reina- Sus historias durante la guerra contra el Tirano son muy conocidas. Sé que viajaron a las Islas Gemelas y conocieron a mi padre…

Los ojos de Sony y Kay se abrieron como platos.
  
- ¿Eres hija de Mulón? – le preguntó Kay, con su mano en el hombro de Dayas. La señorita asintió rápidamente.

- Mi padre me tuvo cuando aún era menor de edad. El intuyó que tendría un problema con mi tío Urón por el liderazgo del reino Lonas, razón por la cual, me envió a mí y a mi madre hacia un reino vecino: el Oszen. Antes de la aparición de las torres de cristal y de los VORRJOS- los JEN escucharon con atención, Dayas había cerrado los ojos para disimular las lágrimas que se asomaban- Mi madre murió unos años después y Minos conquistó este reino. Crecí en un ambiente de hombres y a mis veinte años, incentivé a los demás a iniciar una revolución y así nos libramos de Zimpat. Cómo Minos había asesinado al monarca del Oszen y este no había generado descendencia, el pueblo me eligió y desde entonces gobierno.

- Cuando viajé a las Islas Gemelas, Mulón, conociendo mi objetivo, me pidió que visitara el Oszen y lo librara de las amenazas- agregó Dayas con la voz apagada- Me llevé una sorpresa al descubrir que no necesitaban mi ayuda.        

Müna vislumbró la cabeza agachada del joven rubio y lo miró con ternura y empatía.

- Vayamos adentro- lo tomó de la mano, le acarició el rostro y se abrió paso entre sus camaradas hacia la boca del oso.

Sony, Kay y Lepra los siguieron, cada uno llevando su bolsa correspondiente; fueron la atención principal de los hombres y mujeres con armaduras medievales (muchos de ellos yacían sucios y heridos). Los JEN se sorprendieron al notar que su participación en la historia de los reinos era legendaria.

Sony puntualizó su atención en las criaturitas (que guardaban los pinchos y saltaban alegremente), un recuerdo lo invadió y sintió una punzada en el corazón.

- Clavito…- le dijo Kay a Sony con lejanía- Son de la misma especie.

El joven abogado asintió sin expresión alguna y pensó.

- Cuántas muertes con las que tuve que lidiar, todas relacionadas con el hermano de Natal. 
Fue extraño sumergirse en la boca del Oso, y les resultó maravilloso conocer el interior de edificio: un auténtico cuartel de guerra, repleto de armas blancas (ubicadas en maderas que se colgaban en las paredes), estanterías descomunales de libros y bolas de cristal psicodélicas. Se asemejaba a una iglesia por el inmenso techo triangular (con dibujos transparentes de guerras anteriores) y el espacio. En el centro del cuartel, yacía la estatua de un prócer, anciano, de barba larga, túnica y postura encorvada, el sujeto estaba dándole unas flores a dos niñas que las recibían entusiasmadas. Dicho monumento se encontraba sobre un pedestal, dónde estaba retratada la siguiente frase:

Faír Tenegan Fraz y sus hijas
Representante y líder del consejo de los Kices
Héroe de guerra

Fue emocionante para los JEN vislumbrar semejante monumento a un hombre que habían conocido y que había muerto defendiendo al príncipe.

Müna y Dayas, tomados de la mano, pasaron a otra habitación (dónde había una prolongada mesa dónde entraban más de cien personas) y esperaron allí al resto de elementales. Al fondo se visualizaba una plataforma, dos ventanas triangulares y dos tapices (con los mapas del Zen), sobre el estrado se encontraba la silla plateada que le correspondía a la reina. No había nadie más.

- Aquí hablaremos más cómodos, sin tanta muchedumbre- dijo ella y cerró las puertas por las que habían entrado- Tengo que decirte algo importante, Dayas. Es una decisión tomada, no puedes interferir- advirtió- Pero quiero que estés al tanto y que cualquier disgusto lo manifiestes conmigo y no delante de mis soldados.

Dayas, serio, la miró a los ojos. Lepra, Kay y Sony se acomodaron en los bancos que acompañaban a las mesas, en silencio. Müna suspiró amargamente y pronunció.

- Vamos a invadir Zimpat- realizó una pausa para contemplar la reacción de los demás, sin embargo, todos se mantuvieron tiesos sin revelar lo que sentían- Un hombre llegó al Oszen unos meses después de tu partida, fue de gran ayuda para derrotar a los ejércitos invasores. Dice que conoce los pasadizos secretos del reino, nos guiará y eso nos dará la oportunidad de…- Müna se interrumpió a sí misma, no tenía el coraje para decir lo siguiente. Tragó saliva y continuó- Asesinar al monarca.

Kay apretó los dientes, Sony abrió los ojos como platos y Lepra se mantuvo igual, no le afectaba en lo absoluto.

Dayas le soltó la mano a Müna, se apartó de ella y se tomó la mandíbula con los dedos, mientras miraba el suelo, pensativo.

Un hombre abrió la puerta de inmediato y dijo.

- ¿Necesitáis algo, mi reina? – preguntó, sin hacer caso al resto de personas.

- Por ahora nada, bueno sí, tráeme los tapices con los mapas del Zen, por favor- contestó ella.

Nadie le había prestado atención al nuevo personaje después de semejante noticia. Sony fue el primero en observarlo y sus ojos, que ya estaban bien abiertos, se desorbitaron. Rápidamente le dio un codazo a Kay y este, lo miró de muy mala gana; a través de señas, Sony le indicó que mirara al sirviente de la Reina. Lepra seguía sin inmutarse.

Kay se atragantó. Dayas y Müna lo miraron. El príncipe vio la silueta del hombre que se acercaba al pedestal para retirar los tapices, le resultó muy familiar.

El hombre obedeció las órdenes y se acercó a ellos, luego dejó los tapices en la mesa. También se llevó una sorpresa enorme al prestarles atención.

Debía de tener cincuenta años, figura ancha, ojos oscuros, cabello revuelto y barba mal afeitada; vestía una túnica roja y las partes de una armadura medieval. Era Hassian, el antiguo comandante de los Kices, más conocido por haber traicionado a la resistencia y haberse unido a Minos.

La última vez que los JEN lo habían visto, estaba herido (Dayas lo había lastimado cuando se enteró de que era un elemental y de que Minos planeaba la ejecución de su gente); Kay y Sony lo cargaron por un corto período de tiempo y lo dejaron allí, en el bosque azul, hartos de su egoísmo y su crueldad. Por su culpa, las fuerzas de Minos habían entrado a la guarida de los Kiceanos y muchos habían caído, inclusive Faír…  

Kay y Sony se levantaron de un movimiento. Dayas se le quedó mirando, incrédulo. Hubo un momento de puro silencio y miradas asesinas.

- Él es el hombre del que te hablé- le dijo Müna a Dayas- Él nos guiará por los escondites del primer reino…

- Príncipe Dayas- vociferó Hassian, su aspecto de noble se había esfumado, parecía un plebeyo o campesino con armadura.

- ¿Se conocen? – preguntó Müna, sorprendida.

- Si- dijeron los JEN.

- No- mintió Dayas. Kay y Sony no lo podían creer y lo miraron sin comprender.

Müna no se esforzó en entender la situación y repentinamente, un nuevo soldado apareció, alarmado.
- ¡Mi reina! – gritó- ¡Venga cuanto antes! ¡Es un nuevo mensajero del Rey de Zimpat!

Ella suspiró amargamente y cuando vio la reacción de los elementales, sugirió que se quedaran y que ella regresaría en un momento. Se retiró y los cuatro elementales se quedaron solos con Hassian, el famoso traidor que Mongot había desenmascarado en el pasado.

- Sobreviviste…- gruñó Sony.

Hassian los reconoció, atónito.

- Los magos- dijo con arrogancia- Qué curioso que nuestros caminos vuelvan a cruzarse.

- Hará lo mismo que con los Kices…- lo acusó el joven abogado, apretando los dientes- Traicionará a…

- Los papeles se invirtieron. Ahora, quién me ‘‘desenmascaró’’ y delató es el enemigo- le interrumpió Hassian, divertido y sin abandonar aquel aire de superioridad.

- Basta- ordenó Dayas y hubo silencio. Estaba apesadumbrado, pero con gran carácter, se acercó a Hassian y este, sintió una punzada de miedo (la cual disimuló), no olvidaba lo que el príncipe le había hecho…- Te dejé solo y al borde de la muerte. No tenías a donde ir, divagaste por años, y viniste aquí. ¿Me equivoco?

Hassian se le quedó mirando, con desdén y recelo.

- El pasado es el pasado- siguió el elemental del doble elemento- Yo creo en las segundas oportunidades. No obstante, si tu idea es actuar a espaldas de Müna…

- Yo jamás haría algo en contra de mi reina- dijo Hassian, agravando el tono y con los ojos brillantes. Luego abrió la puerta y procuró retirarse.

- Te estaré vigilando. No creo que les cause gracia saber que fuiste el responsable de la muerte de su héroe de guerra- dijo Dayas, amenazante. Él hablaba de Faír.

Hassian tragó saliva y se retiró. Los JEN volvieron a sentarse, no entendían la actitud del príncipe; sin embargo, en el fondo, en esa decisión que Dayas había tomado, yacía una lección para ambos.

Lepra parecía estar meditando, cerraba los ojos y se mantenía serio sin pronunciar palabra. Müna apareció treinta minutos después.
- ¡Quédense dónde están! – exclamó, agitada.

- ¿Qué ocurre? – preguntó Kay.

Müna no quería contestar, pero no le quedó otra.

- Zimpat. Envió a un nuevo mensajero y a una nueva tropa- volvió a suspirar con opulencia- Acabamos de librarnos de la batalla anterior, sacrificando la vida de muchos de los nuestros. Lo siento, Dayas. La misión se hará. El Rey de Zimpat tiene que morir para que esto pare.

- Los ayudaré, mi poder será de gran ayuda- dijo Dayas- Los soldados de Zimpat me recuerdan, puedo razonar con ellos.

Müna asintió y se retiró rápidamente. Dayas estuvo a punto de ir tras ella, pero fue empujado por un imponente soplido que cerró la puerta y la trabó. Kay extendía la mano.

- No puedes.

- ¡¿Por qué?! – preguntó Dayas, molesto.

Lepra abandonó la meditación y se puso de pie.

- Porque el Único no puede saber que estamos aquí, eres nuestro guía, deberías tenerlo más claro que nosotros- dijo el joven morgano con gravedad- Los soldados de Zimpat te conocen, puedes intentar razonar con ellos y fallar, no sabemos quién puede servir como fuente de información para el arqueólogo. Hariet busca a los JEN, no a ti, pero no podemos arriesgarnos.

- ¡No dejaré que el que alguna vez fue mi pueblo termine por aniquilar al reino de la mujer que amo! ¡Es mi responsabilidad! ¡Yo coroné a Mongot! - gritó Dayas, su rostro se había tornado colorado y una fuerza sobrenatural parecía emanar de su interior. Sacudió la mano y las puertas se derritieron…- Intenté ser paciente contigo, Viman. No te metas donde no te incumbe.

Lepra apretó los dientes y se quedó callado. Dayas estaba fuera de sí como para mantener el control de sus emociones.

Algo inusual ocurrió, una ráfaga sacudió al príncipe y lo tiró al suelo. Kay había estirado la otra mano.

- No puedo dejarte hacerlo. Hariet es una prioridad, Dayas. Entiendo lo que sientes y también me da impotencia, pero no podemos darnos el lujo de fallar a la misión. Él es más fuerte que tú, que yo o que cualquiera, esto es un juego de niños a comparación del futuro que tiene planeado para este mundo.

Dayas, más rojo que nunca, se levantó, dispuesto a atacar a Kay para que lo deje ir. Lepra se situó a un lado del elemental del fuego y formó el círculo de los magos.

- ¡Oigan! – intervino Sony y se posó en el medio de sus compañeros. No era un buen inicio para el reciente grupo- Tengo una idea.

Dayas procuró tranquilizarse y bajó la guardia, reconoció que se había pasado de la raya. Kay y Lepra continuaron alertas y serios.

- ¡Somos compañeros! ¡No enemigos! – se impuso el joven abogado- ¡Bajen la guardia! – a Lepra y a Kay les costó obedecer a Sony, finalmente lo hicieron.

- ¿Qué? – preguntó Kay de mala manera.

- Usemos máscaras. Los soldados del Rey no nos reconocerán- dijo al fin. Para Lepra y Kay, la idea parecía un disparate- Lo digo enserio.

- Identificarán a Dayas por sus poderes, es una leyenda en Zimpat- dijo Kay con escepticismo.

- Sólo por el agua, pocos saben que puede dominar la luz, ¿o no? - lo corrigió Sony, y Dayas asintió- A Lepra no lo conocen, él puede hacer lo que se le plazca. Aunque intuyo que también querrá usar máscara para evitar futuros problemas.

- ¿Y nosotros? – volvió a hablar Kay- También somos ‘‘famosos’’ entre ellos, saben que dominamos el fuego y la lava.

- No conocen los poderes que aprendimos este último tiempo, nuestras habilidades como las reencarnaciones de Tritán, no usemos los corazones- agregó Sony. Kay pareció estar de acuerdo porque no volvió a oponerse.

Sony fue rápido, afuera ya se oían los sonidos de un descontrol entre los ciudadanos. El muchacho formó el círculo del Yöbu y diseñó cuatro máscaras de yeso (con la forma de un lobo para Kay, de un águila para Dayas, de un tauro para Lepra y de una gárgola para él).

- Algo obvias, pero servirán- dijo y se las entregó a cada uno. Sin titubear, las vistieron, tenían dos orificios para los ojos y los agujeros de la nariz.

- No podemos perder el tiempo aquí- dijo Lepra.

- Evitemos otro Reroriam- le dijo Sony- Esta vez, solucionemos esto rápido y podremos seguir.

Dayas y Sony salieron por la boca del oso a toda velocidad. Lepra y Kay, a pesar de estar de acuerdo, continuaban distanciados; se quedaron tiesos unos segundos sin conversar entre sí y fueron tras ellos.
Afuera el descontrol era inminente, el ataque ya había comenzado. Kay y Lepra se sintieron aturdidos entre el fuego, el humo y los gritos desesperados; ayudaron a los habitantes enloquecidos a refugiarse en un lugar seguro; aquel mismo sector que habían visitado hacía instantes estaba devastado. Vislumbraron a Sony y a Dayas en la cima del puente ovalado, el que se encontraba sobre el río; fueron tras ellos y no necesitaron preguntar.

Examinaron el horizonte y reconocieron a un sinfín de soldados de Zimpat, organizados en batallones y vestidos con nuevas armaduras metálicas. Izaban sus banderas con la cabeza del águila dorada, y avanzaban en línea recta, procurando invadir aquel reino. No sólo eso, habían arribado las murallas del Oszen con armas insólitas… cañones gigantescos y catapultas (lanzadoras de bloques incinerados).

Los elementales dedujeron que así habían desmoronado los muros. El pueblo, que se encontraba atendiendo a sus heridos y arrinconando los cadáveres de la batalla anterior, se sintieron aturdidos por el golpeteo de tambores y el nuevo ejército invadiendo sus hogares.

Las fuerzas de Zimpat atravesaron las murallas, desenvainando sus espadas. Los elementales pudieron reconocer a los soldados del Oszen, liderados por Müna, que habían visto antes de entrar a la boca del oso. Ella, sin su casco y perfectamente reconocible por su cabello corto y anaranjado, portaba una lanza plateada y con esta, se lanzaba contra los conquistadores.

Los ejércitos del Oszen combatieron ferozmente a Zimpat. Dayas lanzó un grito ahogado, sentía que la historia volvía a repetirse y no podía dejar de culparse por ello. Tragó saliva bajo su máscara, frunció el ceño y corrió hacia la batalla.

Aquel conflicto se desarrollaba a más de cuatrocientos metros de distancia (el puente ovalado permitía vislumbrar a la perfección parte del reino, como si se tratara de la cima de un risco), razón por la cual, de la espalda del príncipe, emergieron dos hermosas alas emplumadas (teñidas de oro); se lanzó hacia los aires a través de un impulso y Sony lo siguió mediante sus alas grisáceas de gárgola.

Kay y Lepra, que no tenían alas en sus contrapartes de Amdor, se sintieron insultados. Para suerte de ambos, Kay había desarrollado una súper velocidad con el linaje JEN (aquella energía que le daba sus poderes como reencarnación de un titán), le indicó a Lepra que lo tomara de la mano (muy a su pesar) y juntos corrieron hacia la pelea.

Lepra no pudo evitar sentirse mareado con el aire golpeando en su cara, los sonidos distorsionándose y sus pies suspendidos en el aire mientras los de Kay corrían a toda velocidad. Llegaron en un santiamén, segundos antes que sus compañeros voladores.

Los cuatro, aunque no lo habían planeado, aterrizaron metros antes de la batalla, con la intención de que los soldados de Zimpat no vieran sus medias transformaciones. Detrás de una construcción abandonada, parecida a una granja. 

Las alas de Dayas y de Sony desaparecieron (contrayéndose hacia sus dueños) apenas tocaron la tierra con sus pies.

Hubo una pausa incómoda entre los cuatro, el grupo estaba en su peor momento y acababa de formarse.

- Sony y yo iremos por las maquinarias que se encuentran detrás de las fuerzas- informó Dayas, se notaba que le costaba respirar con la máscara de cera en su rostro- Ustedes- se dirigió a Kay y Lepra- Van a bloquear a los ejércitos. Y… sólo desármenlos o atrápenlos, no quiero que les hagan daño.

A ninguno de los dos le gustó la idea, todo era mucho más difícil sino podían lastimarlos. Para no generar problemas y viendo la seriedad con la que Dayas estaba manejando las cosas, no dijeron nada al respecto.

- Esta es nuestra batalla secreta- dijo Dayas- Reconozco mi misión principal, así que recuerden lo que hablamos anteriormente y no se quiten las máscaras bajo ningún motivo.

Dayas se retiró rápidamente, Sony lo siguió.

Kay y Lepra se separaron.

El elemental del fuego se encontró con soldados combatiendo entre sí y a la novia de Dayas participando en aquel sangriento enfrentamiento. Vio a los niños y ancianos intentando escapar y sintió un hilo caliente recorriéndole las entrañas; se contuvo y usó la fuerza magnética para empujar a los soldados de Zimpat y arrebatarles sus armas. Los soldados del Oszen tropezaron cuando sus enemigos se vieron expulsados por un viento invisible y se miraron los unos a los otros, sin comprender.

No todo terminó allí, una nueva tanda avanzó. Un hombre yacía con un niño, atrapados por la cantidad de gente amontonada, estaban muy asustados. A continuación, uno de los soldados de Zimpat se acercó hacia ellos, el hombre, desarmado y creyendo que los atacarían, se abalanzó sobre el soldado, este lo hirió gravemente en la costilla y el hombre se tambaleó, ensangrentándose.

Kay reaccionó tarde y se dejó llevar por una imponente furia, estiró el brazo y formó una garra con los dedos; al instante, el soldado de Zimpat se suspendió por los aires (menos de tres metros) y cayó de bruces con la dura tierra, toda su armadura retumbó. El soldado estaba muerto.

Kay fue a ayudar al hombre, aún seguía vivo. Lo cargó, colocando el brazo del sujeto por detrás de la cabeza, lo llevó con su supuesto hijo; y los tres fueron a un lugar seguro. Arribaron la granja en la que los elementales se habían reunido. El JEN de fuego ayudó al hombre a sentarse en un montón de paja; el niño se encontraba a su lado, asustado. Kay usó el Böju e intentó curar al hombre, no tuvo mucho éxito, sin embargo, logró detener la hemorragia. El hombre estaba sentado, con el niño aferrándose a sus enormes brazos.

- No te preocupes- le dijo Kay al niño, quién no paraba de mirarle la máscara de lobo- Tu padre va a estar como nuevo.

- Él no es mi hijo, es mi sobrino. Lo estaba cuidando- lo corrigió el hombre- ¿Quién eres?

Kay levantó la cabeza, no se había detenido a observarlo y dio un respingo del susto, el hombre al que había salvado era Hassian.

Kay no tuvo tiempo de contestar, no fue necesario. Una mujer embarazada yacía buscándolos, desesperada.

- ¡Aquí! – le gritó Hassian. Ella abrazó al niño y se horrorizó al ver a Hassian herido- Estaré bien, no te preocupes- se paró a duras penas y la tomó de la mano- Vámonos de aquí, vayamos al fuerte. No sólo tenemos que cuidar de nosotros, sino también de nuestro bebé…- se dirigió a Kay y vociferó- Gracias, soldado. Yo me encargo del resto.

Kay asintió, petrificado y confundido. Los tres personajes se retiraron.   

¿Hassian estaba casado y estaba esperando un hijo? Se preguntó Kay, incrédulo. A decir verdad, le habían parecido sinceras las palabras del ex comandante cuando dijo que nunca traicionaría a su reina, y ahora, entendía por qué. Allí había construido una familia. Por un momento, pensó en lo que Dayas había dicho de las segundas oportunidades… se retractó rápidamente y volvió al campo de batalla.

Lepra, por su parte, usó el círculo de los magos para lanzar hechizos contra los soldados y privarlos del control de sus músculos. Era una habilidad que había desarrollado hacía poco.

También utilizó la tierra que pisaban para amoldarla a su gusto y atraparlos en arenas movedizas. Los soldados del Oszen estaban impresionados con su destreza.

Sony y Dayas, por su parte, combatían los cañones, que los tenían de punto. Los repentinos y continuos disparos, no les permitían acercarse. Dayas acababa de formar un escudo de luz para contrarrestar las enormes balas. Sony analizaba la situación, cómo comúnmente hacía en medio de una pelea, e intentó idear una estrategia.

Dayas se veía arrastrado hacia atrás cada vez que una bala chocaba con el escudo de luz. Sony intentó mantener la calma, formó el círculo del Yöbu bajo sus pies (de color azul) y diseñó unas redes verdes brillantes que sujetaban cuchillos de cristal. Dayas giró la cabeza, sin comprender.

Sony fue rápido y lanzó los cuchillos hacia las catapultas, se apartó de Dayas y comenzó a dar volteretas en el aire con una agilidad abrumadora como la de un acróbata profesional; continuó lanzando los cuchillos con las redes verdes y estas se enredaron en sectores estratégicos de las catapultas.

Una bala fue disparada y atravesó a Sony…

- Tranquilo- le dijo una voz a Dayas tras sus espaldas- Es sólo una ilusión.

Dayas sonrió y animado, extendió el escudo de luz.

El verdadero Sony apareció por el lado contrario de la ilusión, ante el desconcierto de sus enemigos que vieron como la imagen se borroneaba hasta desaparecer y la bala era detenida por la fuerza magnética del joven abogado, regresando hacia el cañón y destruyéndolo en mil pedazos, 

El muchacho de la Tierra volvió a lanzar los cuchillos (los que había lanzado el falso Sony también era irreales) y estos se sujetaron a las catapultas, Sony tiró de los hilos con su súper fuerza y cinco catapultas se dieron media vuelta, desplomándose y quedando fuera de funcionamiento.

Sin detenerse por un momento, volvió a emplear la fuerza magnética de atracción y ahora que nadie le disparaba, abarcó al resto de catapultas y cañones, todas estas se concentraron en una única masa hasta autodestruirse mediante colisiones.

Dayas usó una habilidad cegadora con la luz del sol, para privar a sus enemigos de la visión, especialmente a aquellos que apuntaban a Sony con sus arcos y flechas. El príncipe creó una esfera luminosa y la lanzó por los suelos cómo si estuviera jugando al bowling. La bola se convirtió en un potente destello que dejó a los arqueros con cegués temporal.

Sony forjó una prisión de rocas ígneas a su alrededor para que no escaparan. Dayas asintió, complacido, no obstante, aún había soldados dentro del reino.

Corrieron hacia las puertas del Oszen para brindarle apoyo al resto.

Müna era una guerrera formidable, desplomaba a todo hombre o mujer que se le opusiera.  
Dayas y Sony se sorprendieron al notar la dificultad con la que Lepra y Kay estaban manejando las cosas. Ya había muertos y Sony notó que varios de ellos no habían sido asesinados por las armas de un soldado, sino por habilidades especiales… se le heló la sangre y miró a Kay con desdén.

El elemental del fuego yacía repeliendo balas de cañón con sus poderes magnéticos, acompañado de Lepra, que se encontraba modificando la Tierra a su alrededor para defenderse de los ataques lejanos. Los soldados de Zimpat habían entendido que esos dos muchachos eran la verdadera amenaza y habían enfocado toda su atención en destruirlos. Cien arqueros disparaban flechas de fuego a lo lejos, la caballería se abalanzaba sobre ellos con ímpetu, razón por la cual, al joven morgano y al JEN les estaba costando mantener la defensiva.

Los soldados del Oszen aprovechaban la distracción de sus enemigos para atender a los heridos y ayudar a los civiles desprevenidos que aún no habían ido al fuerte.

Dayas apretó los dientes y suspiró, le molestó lo sucedido, no obstante, sabía que estaban en guerra y aquella idea de ‘‘no asesinar a nadie’’ parecía improbable con semejantes ofensivas, provocadas por los soldados del Reino del águila.

Kay y Lepra estaban acompañados por Müna, quién se batía a duelo con los espadachines que los elementales descuidaban, la situación se les estaba yendo de las manos, miles y miles de soldados iban tras ellos.   

Dayas y Sony se miraron y asintieron. Sony concentró toda la energía en su interior y realizó un resonante pisotón que separó a un grupo de trescientos soldados del resto, y los arrastró hacia atrás. Estos cayeron a la tierra y se deslizaron por ella mientras sus armas quedaban en el camino. Sony logró conducirlos a la cárcel de rocas ígneas. Apenas lo hizo, se cayó al suelo de rodillas, exhausto.

- ¿Estás bien? – le preguntó el joven de cabello rubio, tomándolo del hombro- Son demasiados, es como si hubiera habido superpoblación en Zimpat durante el tiempo que no estuve.

Algunos soldados se percataron de la presencia de los dos muchachos y fueron tras ellos.

Sony no tenía la fuerza para levantarse. Dayas, consciente de ello, utilizó sus habilidades en la luz para crear cinco discos titilantes, los lanzó y estos volaron por los aires, se expandieron por encima de las cabezas de los soldados y atraparon a una docena, cada uno. Los discos rodearon a los enemigos como si fueran sogas, amarrándolos y dejándolos incapaces de liberarse o moverse.

Dayas dio un tropezón, al igual que Sony, también se estaba quedando sin fuerzas para luchar.
En ese preciso instante, Kay apareció ante ellos, junto a Lepra y Müna, a través de su súper velocidad.

- ¿Cómo te sientes? – le preguntó Müna a Dayas, cuando lo vio sudando y respirando con dificultad bajo la máscara con forma de águila.

Los soldados tardaron en reaccionar y se dieron media vuelta, entre gritos de batalla, se abalanzaron sobre ellos.

- Esto no parece terminar nunca- dijo Kay, mirando el horizonte, por el cual, una nueva tanda de soldados avanzaba.

- Es hora de concluir con esta situación- dijo Sony, frunciendo el ceño y se puso de pie- Elementales, trabajemos juntos y démosle fin.

Dayas, Kay y Lepra evitaron el contacto visual y asintieron seriamente. El príncipe también se levantó. Müna los contempló, sin imaginarse que era lo que estaban planeando hacer.

Realmente no tenían una táctica en común predeterminada, simplemente improvisaron, aunque… a pesar de los disturbios y los problemas individuales de cada uno, a los ojos de todos los demás, fue como si hubieran estado siempre juntos.

La técnica especial comenzó cuando los cuatro formaron un cuadrado, juntando las espaldas y realizando movimientos elásticos (la danza mística), los cuales forjaron un círculo resplandeciente en los suelos, de cuatro colores diferentes (dorado, rojo, azul y celeste). Los elementales habían juntado toda la energía que les quedaba en una única fuente, para compartirla entre ellos.

Lepra fue el primero en desplazarse de un lado a otro, en silencio. A continuación, la tierra a su alrededor conformó olas colosales, cómo las de una tormenta de arena. Los soldados se detuvieron, anonadados y aterrados.

Las casas volaron y muchos tuvieron que escapar del alcance de las olas. Estas se quedaron quietas y al mismo tiempo, una luz centelleante obligó a los presentes a taparse los ojos, incluida Müna y su gente.

Los discos de luz de Dayas, los cristales (lava solidificada) de Sony y unos hilos de fuego pertenecientes a Kay, acecharon a todos los soldados, los atraparon y los amarraron. Hubo gritos de horror y desesperación.

Sony y Lepra reconstruyeron el muro del reino, combinando las rocas ígneas con la tierra. Así, les cerraron el paso a los futuros enemigos y establecieron un fuerte para el Oszen.

Cuando la tormenta de arena desapareció y los soldados del Oszen pudieron volver a ver, vivenciaron cómo TODOS los soldados de Zimpat estaban apresados por diferentes cosas, totalmente vencidos.

El círculo bajo los pies de los cuatro se diluyó y el grupo se tambaleó, rendido.

Al principio sólo hubo silencio, Müna tenía la boca abierta, en su vida entera nunca había visto algo tan fantástico. Después, sólo se oyeron gritos de festejo de la multitud enloquecida. El reino había sufrido muy pocas bajas y todo gracias a la llegada de esos cuatro jóvenes. 


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