La Batalla Secreta: CAPÍTULO 11.
‘‘- ¿La extrañas? – le
preguntó Nicholas a Frank, el segundo personaje yacía sentado en una roca
completamente blanca, decaído.
- No estoy acostumbrado
a estar tanto tiempo lejos de ella y del niño – respondió el elemental del
fuego de aquel entonces- ¿Y tú?
- Por supuesto. Me
matará si no regreso con vida- rió.
- Después de esto, creo
que lo dejaré- continuó Frank Montarnen- Tengo una hermosa esposa, un niño, y
pronto, vendrá otro… ya no puedo arriesgar mi vida de esta forma, mi deber es
cuidarlos.
Nicholas asintió. Ambos
se encontraban en un sector helado, semejante al polo norte. Hacía un frío
descomunal y había charcos por doquier, hielo derretido… ellos se encontraban a
un kilómetro de un pueblo enorme, repleto de edificios ingeniosamente
construidos con materiales inexistentes en la Tierra, luces de todos los colores
y un ambiente tan cálido que se asemejaba al de un parque de diversiones. No
obstante, no estaban solos…
- Ya viene- dijo
Veradic y formó el círculo de los magos (de color celeste) bajo sus pies. A
continuación, una avalancha se precipitaba desde el lado contrario del pueblo.
El vapor y el ruido estaban siendo causados por una inmensa sombra…
- ¿Listos? – preguntó
el Inmortal Arcas Sannon- Hagamos esto rápido, tengo que volver a casa- también
formó el círculo de los magos, de un tamaño mucho más grande que el de su
compañero y con cinco segmentos en su interior.
- ¿Tag agcioso estás? –
rió Aitor Carmanguer con su tono europeo. Un hombre corpulento y grandote, de
cabello oscuro, con el rostro grueso y un moustache (bigote francés) muy
prolijo. Aitor conformó unos hilos eléctricos que lo rodearon de pies a cabeza.
- Enseñémosle a no
meterse dónde no corresponde- vociferó Nicholas, adelantándose a sus compañeros
y formando rocas ígneas sin necesidad de empezar por la solidificación del
magma- ¿Te nos unes… Llama Roja? – se dirigió a su amigo Frank.
Frank asintió y se
levantó. Él y Nicholas tenían unos abrigos de colores extravagantes. Arcas y
Veradic llevaban las túnicas amarillas de los Inmortales y Aitor vestía un
abrigo de piel de leopardo y un sombrero de copa en la cabeza.
Frank movió las manos y
distintas chispas emergieron de sus dedos; luego, se fusionaron y conformaron
la figura de un arma; a continuación, una espada reluciente con la hoja bañada
en oro y plata y la empuñadora con el símbolo que los representaba, apareció
por arte de magia, Frank la tomó.
- ¡Vamos, proetas! –
gritó, liderándolos.
Los cinco hombres:
Frank Montarnen, Nicholas Dameron, Arcas Sannon, Veradic Viman y Aitor
Carmanguer armaron una fila, en guardia, esperando a la avalancha que se
acercaba rápidamente.’’
Kay
despertó y se miró las manos.
-
Lo sabía- pensó y se emocionó, dos lágrimas le cayeron en los dedos- Era suya.
¿La habrá sacado del Templo Azteca? ¿O tal vez…?
-
¿Durmieron bien? – interrumpió Dayas en voz alta, quién había hecho la guardia
nocturna.
Lepra
y Sony continuaban en el mundo de los sueños. Kay se secó las lágrimas y miró a
Lepra con desagrado.
-
Es imperdonable lo que el mago le hizo a Natal- le dijo Dayas con comprensión-
Pero él es su subordinado, fue criado por él, sólo sigue órdenes. Es como un
soldado de Zimpat.
-
A él pareces no caerle bien, y, sin embargo, lo defiendes- le respondió Kay-
Pero sí, tienes razón, es que… no, no puedo perdonarlo. Me pone los pelos de
punta sólo pensar en el mago y en su enferma forma de manejar las cosas. Estoy
harto de ser el peón de alguien.
-
No lo seas, escribe tú mismo lo que quieres vivir. Eso sí, en una situación
como esta, necesitarás ayuda. Me tienes a mí y a ellos dos.
Kay
también miró a Sony, quién estaba en posición fetal, exhalando por la boca.
-
Con él también, ¿Eh? – dijo Dayas, haciendo una mueca- Ambos están de tu lado,
recuérdalo. Estoy seguro de que, si el caso lo requiriera, sacrificarían sus
vidas por ti.
Kay
recordó a Agustina y como ella se interpuso entre Meddes y él cuando creyó que
lo mataría. Aunque ella lo engañaba y discutían continuamente, aquella había
sido la mayor muestra de amor que le habían dado.
-
¿No es irónico que todos nosotros seamos personas que sufrieron alguna pérdida
familiar importante? – vociferó Kay- Los cuatro tuvimos vidas complicadas, en
cierto sentido, nos parecemos a él.
-
Para nada- resaltó Dayas- Yo creo que hay una gruesa línea entre ese
desgraciado y nosotros. Nunca le perdonaré lo que le hizo a mi tío Minos, sin
embargo, los ayudaré a derrotarlo porque es lo correcto, no por venganza.
-
Ni Natal tuvo el valor de hacerle frente. El amor fue más fuerte que el odio-
dijo Kay, suspirando- Otra ironía más.
-
Dime… si derrotáramos a Hariet, ¿Qué sería lo que harías después?
-
… Quitarle la vida al mago- contestó Kay con rencor.
-
No, no. No me refiero a eso- lo corrigió Dayas- Yo, por ejemplo, ya no tengo
reino, no estoy atado a ningún título ni a ningún lugar. Cuando todo esto
termine, quiero… formar una familia.
Kay
separó sus labios, sorprendido. Ese sueño ya lo había dejado en el pasado desde
la muerte de Agustina y sus suegros.
-
Dudo que esa sea una opción para personas como nosotros- dijo Kay, pesadamente-
Yo lo intenté y… no funcionó.
-
Sony me contó algunas de sus hazañas con lujo de detalles. Sé que venciste al
Redentor cuando ya te había matado. En ese caso… ¿Se podría decir que volviste
a intentarlo?
-
Si… pero es diferente. Yo…- Kay se calló a sí mismo, no tenía palabras para
contrarrestar eso. Dayas emitió una sonrisa.
-
Despertemos a los demás- le indicó. Kay asintió y también sonrió.
Los
cuatro jóvenes se encontraban en un sector rodeado de algunos árboles que no
sobrepasaban la altura de un ropero. El sol naranja se asomaba lentamente e
iluminaba la noche de una forma bastante particular, a diferencia de nuestra
dimensión.
Sony
dormía sobre una de las bolsas de tela que Grof les había obsequiado para el
viaje (eran tres). Las otras dos yacían al lado de Lepra, Dayas se le acercó y
le sacudió un hombro para que se despertara. Kay hizo lo mismo con Sony.
Lepra
se levantó de mal humor, no era secreto para nadie que no le caía bien el
príncipe, estaba celoso de él y de que Fismut le haya confiado la misión que
salvaría al mundo. Le parecía injusto.
Dayas
entendía a la perfección como se sentía Lepra y prefirió ignorarlo, creyó que
con el tiempo podrían llegar a entenderse. No obstante, Lepra (quién había
madurado mucho desde su viaje al Templo) parecía estar lejos de querer cambiar
de opinión; el príncipe era su rival y alguien a quién estaba dispuesto a
superar; nadie le quitaría su lugar junto al mago.
Kay
miró a Sony mientras este se levantaba torpemente. Le costaba tanto perdonar a
las personas cuando estas le fallaban, inclusive con su hermano y mejor amigo.
Todo lo relacionado con Natal, Hariet y ahora los Proetas, los unía indudablemente,
sin embargo, el pasado lo torturaba sin cesar: Agustina podría haber vivido… él
se podría haber alejado de Jessica si conocía los sentimientos de su amigo.
Y
para colmo, seguía guardándose secretos, como los dos collares idénticos que le
dio a Keila para que conocieran la verdad. Al final de cuentas, Sony no
confiaba en Kay, ya se lo había demostrado, y él no estaba dispuesto a dar el
primer paso para la reconciliación. Razón por la cual, decidió que no le
contaría nada sobre el sueño que había tenido.
El
elemental del fuego tomó una de las bolsas, la cargó y se apartó de Sony. Dayas
tomó otra y Lepra, ya levantado, agarró la que faltaba.
Sony
tardó en seguirle el ritmo a sus compañeros, estaba fatigado y decaído. Cada
día pasaba algo distinto y alarmante, ya no lo soportaba.
-
No estoy seguro si nos habrán dejado en donde creo que estamos- informó Dayas
al grupo- Creo que lo mejor será que sigamos a la luz del sol, luego les diré
por dónde continuar.
Sólo
Kay y Sony asintieron. Los cuatros elementales avanzaron, con los destellos del
sol naranja perforando sus ojos hacia cierto sector del Zen.
Estuvieron
horas caminando a la deriva, sin saber si Dayas conocía el camino o si estaba
improvisando. Hasta que finalmente llegaron a un impecable sendero de mármol,
que iba en línea recta hacia las murallas de un reino. Los árboles se alineaban
a los costados y variaban sus colores, como si fueran hologramas.
Dayas,
enérgico, vociferó.
-
El camino del Oso- los demás lo miraron, abatidos- Ya me ubiqué. Estamos al
noroeste de Zimpat, yendo hacia el sureste, hacia el reino Oszen.
-
¿Ese no era el reino al que pertenecía Faír? – preguntó Sony, adormecido.
Dayas
sonrió, contento de que aún lo recordara.
-
El camino del Oso es largo, calculo que llegaremos en unas cuantas horas- no
fue alentador para nadie, el sendero de mármol parecía no tener fin y caminar
en él, sin que el paisaje varíe, les daba la sensación de no estar avanzando en
lo absoluto.
Kay
tragó saliva y le habló a Lepra, delante de todo el grupo.
-
La historia de Foucen… ¿la conoces?
Lepra
asintió con la boca cerrada, le llamaba la atención que Kay le dirigiera la
palabra.
-
¿Y… cómo es? – preguntó Kay, claramente lo hacía por su sueño y sabía que Lepra
era el único que tenía dicha información.
Dayas
yacía adelante, dirigiendo al cuarteto y escuchando con atención. Sony, por su
parte, caminaba en modo sonámbulo.
-
Foucen, el demonio de hielo…- dijo Lepra, mirando el cielo- Cuando Sony nos
contó sobre lo que había vivido junto a Meddes aquella vez que el sacerdote lo
secuestró. Fis… el mago y yo nos dimos cuenta de que la misión de los Proetas
había sido un error. Una confusión.
Kay
y Dayas fijaron su atención en el joven morgano. Sony, a pesar de ser nombrado,
continuaba en ese estado deplorable.
-
Foucen fue expulsado de la dimensión dónde nacieron los primeros Elementales,
donde tú y Sony viven- dijo Lepra con seriedad, mirando a Kay- ¿Por qué? No
tengo idea. ¿Y cómo o dónde nació? Tampoco tengo idea. Lo que sí sé, es que era
una criatura enorme, de aspecto feroz, y que aun así… odiaba la violencia.
<< Fue a parar al
Mundo Helado, lugar habitado por los Ryanos que hoy en día integran su
sociedad. Su líder o profeta los
había abandonado y estaban desprotegidos contra una amenaza externa. Foucen, se
convirtió en su protector y fue amado por los Ryanos, cómo su guerrero y
guardián más excepcional.
Todo esto era conocido
por los Inmortales de Morgana, que mantenían vigilado al monstruo por su
increíble e inutilizado poder. Foucen y los Ryanos convivieron durante siglos
en un ambiente de paz y armonía. Sin embargo, hace veintidós años, los Ryanos
desaparecieron repentinamente en la noche y Foucen despertó en un pueblo
fantasma.
Desesperado, comenzó a
buscar a los únicos que lo habían acogido, sin éxito.
Esta información era
desconocida para el mago, no obstante, supo de la desaparición de toda una
especie y culpó a Foucen (admito que fue injusto) simplemente por ser el único
superviviente. Formó a los Proetas y estos viajaron al Mundo Helado con la
misión de matar al demonio de hielo.
Foucen se defendió. Y
nos enteramos, gracias a Sony y realizando una investigación exhaustiva, que
Foucen creyó que los Proetas eran los responsables de la desaparición de los
Ryanos.
Hubo una batalla atroz
basada en esta confusión y uno de los Proetas murió en ella. Llama Roja, tu
padre- señaló a Kay- fue portador de una espada mágica para derrotarlo, creada
por el mismo Fismut. Sospechamos que no
sobrevivió a las heridas de la pelea y que yace muerto hace tiempo.
Todos creíamos que
Foucen los había matado a todos, hasta que los Ryanos aparecieron en la
sociedad humana. No obstante, se siguió creyendo que Foucen los había expulsado
hasta que Sony nos contó la verdad y supimos que quién convenció a las bestias
de unirse a la humanidad fue Hariet en el cuerpo del soberano Minos.
Grof dijo lo que
escucharon porque aún no lo sabe. Foucen, aquel ‘‘demonio de hielo’’ sólo fue
una víctima de un juego macabro.>>
-
Pero mató a un hombre- señaló Kay.
-
A mi tío- comentó Sony, más despabilado- Aitor Carmanguer- luego movió la
cabeza y se le encendió la lamparita- Es curioso.
-
¿Por qué? – preguntó Lepra. Dayas y Kay escuchaban con atención.
-
Porque Meddes me contó que él ayudó al soberano a viajar en el tiempo con el
Yöbu, el arte místico de la mente. ‘‘Cuando vivía’’ fueron las palabras que le
dijo a Minos. Hariet, en su otra forma, convenció a los Ryanos de integrarse a
la sociedad de los humanos. El sacerdote terminó por causar el conflicto que su
padre Arcas y el resto de Proetas tuvieron que solucionar antes de que crezca-
hubo silencio- Es como si los hechos del
tiempo estuvieran desordenados,
pero perfectamente
ubicados.
Kay
se llevó la mano al mentón y no tardó en preguntarle a Lepra.
-
La espada… ¿Qué ocurrió con ella?
-
Llama Roja se la devolvió a Fismut. ¿Por qué?
Kay
frunció el ceño.
-
Si la espada que usó mi padre es la misma que yacía en el Templo Azteca, ¿Cómo
llegó allí unos cuantos siglos antes? – pensó Kay y miró a Lepra en silencio,
su compañero esperaba una respuesta. De inmediato, abrió los ojos como platos,
algo se le había revelado- Jhor, el vidente dijo que no podía vislumbrar el
pasado o el futuro LEJANO, y, sin embargo, Fismut mintió diciendo que (siglos
antes) el oso parlante le había predicho que un elemental traicionaría al resto
(hablando de Dimitrion); recuerdo que lo dijo cuando nos conocimos. Por otra
parte, tengo entendido que el Yöbu, por más habilidoso que seas, no puede
usarse con facilidad; es decir, el
usuario no puede viajar a cualquier época lejana cómo y cuándo se le plazca.
Lo dijo Lepra mientras regresábamos del Templo de la Muerte en el momento que
Sony le contaba lo que había vivido con Meddes. Todo va hacia una ÚNICA y CLARA
dirección. No sé cómo, pero Fismut… sabe
cómo manipular el tiempo- luego
le respondió a Lepra, fríamente- Curiosidad.
Este
suspiró, no necesitaba ser un genio para notar que Kay se guardaba algo
importante. De todas formas, Lepra creyó que no tenía derecho a preguntarle.
No
volvieron a hablar entre ellos durante la caminata y la sombra del reino que
yacía a kilómetros, comenzó a tomar forma hasta que después de cuatro horas,
contemplaron las siluetas de unas enormes murallas. Dayas, entusiasmado, declaró.
-
¡Este reino es magnífico! Es bello y está lleno de habitantes agradables- a
pesar de su euforia, nadie le prestó atención.
Después
de media hora más, Dayas tuvo que tragarse sus propias palabras. La silueta se
hizo clara y los elementales visualizaron los escombros de lo que alguna vez
había sido una gigantesca muralla, aun así, escasas partes se mantenían en su
lugar, dañadas y sucias, también había fuego por doquier y atrás, las
edificaciones se incendiaban.
Dayas,
desesperado, le lanzó la bolsa a Sony (quién se asustó), se adelantó a sus
compañeros y corrió a toda velocidad.
-
¡Dayas! – le gritó Kay, sin comprender. Usó su súper velocidad para seguirlo,
no tardaron en llegar a la entrada desmoronada del Oszen.
El
sol yacía sobre sus cabezas, iluminando la destrucción del reino y a sus
escasos sobrevivientes.
Sony
y Lepra tardaron más tiempo en arribar la ubicación de sus compañeros; no mucho
ya que el elemental de la lava usó las alas de la gárgola para transportarse
(durante su entrenamiento con Meddes había aprendido a evadir el sol y no
convertirse en piedra). Lepra, por su parte, mutó sus piernas a las del
minotauro para ejercer mayor fuerza y correr más rápido.
Ambos
volvieron a la normalidad apenas arribaron la entrada.
El
reino del Oszen acababa de padecer una horrenda batalla; no sólo las murallas
estaban desmoronadas, sino que también las edificaciones (chozas, caminos y
viviendas triangulares que combatían la nieve), a su vez, decenas de cuerpos
yacían en los suelos, hombres y mujeres con armaduras medievales, asesinados
por flechas, espadas, lanzas o hachas. Algunos tenían la insignia del águila
tatuada (en amarillo) en el pecho por encima de la coraza, otros tantos tenían
incrustada la forma del oso con color rojo.
El
humo se disipaba por doquier, había ladrillos desparramados, armas acumuladas,
hogueras a dónde los ciudadanos comunes tiraban los cuerpos; pozos
rectangulares recientemente cavados y criaturas redondas, peludas y pequeñas
que atendían a los heridos.
Los
habitantes del Oszen, con las caras largas, se estaban encargando de la
limpieza del reino. Dayas, desesperado, examinó el paisaje con rapidez y corrió
de un lado a otro, buscando algún conocido.
Kay,
Sony y Lepra se horrorizaron al presenciar semejante masacre y al ver como
niños tan pequeños o hombres de setenta años se limitaban a cargar los
cadáveres hacia las hogueras. Ninguno se atrevió a hablar.
Dayas
encontró a un anciano trabajando, y le preguntó.
-
¿Qué pasó? ¿Están todos bien?
El
anciano tardó en dirigirle la mirada, cómo si no supiera que las preguntas iban
dirigidas hacia su persona. Cuando lo hizo, abrió los ojos como platos y un
rayo de esperanza invadió su corazón.
-
¡Forastero! – exclamó alegremente, como si no estuviera cargando un muerto
entre brazos hacia la hoguera en un pueblo devastado- ¡El forastero de los
siete reinos! – al escuchar los gritos, muchos habitantes fijaron su atención
en el elemental del doble elemento, anonadados.
-
Señor… ¿Qué pasó? ¿Dónde está Müna?
– inquirió Dayas, preocupado.
-
Nos atacaron. Ella está bien, forastero- replicó el anciano- Yace en el cuartel
junto a los soldados supervivientes.
Dayas
suspiró aliviado. Los elementales restantes no entendían nada.
El
anciano dijo con severidad.
-
De seguir así, Zimpat nos vencerá.
Dayas
se quedó petrificado, había estado tan preocupado por la situación que no se
había detenido a observar los cadáveres… eran soldados de Zimpat y soldados del
Oszen.
-
Es imposible…- murmuró Dayas.
-
Lo siento mucho, forastero- le dijo el anciano, retomando su trabajo- Sé que
naciste allí. Lamentablemente, el Rey que gobierna el primer reino quiere un
control total en el Oszen. Ve con Müna, ella te lo explicará mejor.
Dayas,
apesadumbrado, asintió y se despidió. Luego se dirigió a sus compañeros, muy
seriamente.
-
Síganme- y avanzó inmediatamente hacia el interior del reino.
La
destrucción aminoraba a medida que se aproximaban al centro, tal parecía ser
que la batalla sólo había ocurrido en el sector más cercano a las murallas.
Dayas estaba furioso.
Kay,
Sony y Lepra notaron que, de no ser por el ataque, dicho reino habría sido una
maravilla visual. Había estanques preciosos, rodeados de juegos para niños,
colinas verdes que se situaban entre las casas y troncos gigantescos que
atravesaban casas y las unían unas con otras a través de las paredes o los
techos.
Caminaron
por un puente ovalado que atravesaba un río estrecho y cristalino, dónde
nadaban criaturas marinas inexistentes en la dimensión de la Tierra. Al final
del recorrido, un edificio excepcional yacía por debajo del puente; rodeado de
colinas. Allí había decenas de soldados armados, recuperándose y descansando.
El
cuartel del Oszen era un edificio circular, su entrada era la figura de un oso con
la boca abierta, sus colmillos estaban pintados en el suelo; a la lejanía daba
una sensación de realismo impresionante.
Los
soldados del reino se apresuraron y formaron filas perfectamente sincronizadas,
creían que los Elementales eran soldados de Zimpat. También estaban acompañados
por los especímenes redondos que ya habían visto, los cuales fruncieron el ceño
y revelaron pinchos por todos sus cuerpitos.
La
mayoría bajó la guardia cuando reconocieron a Dayas Jimonte.
-
¡El forastero! – gritó uno, otros cuchichearon su nombre, aplacados.
Dayas
continuaba serio. Rápidamente, una mujer que había oído los gritos, se hizo
paso entre los soldados y se acercó al príncipe.
Tenía
el cabello naranja oscuro, con un corte escalado, las facciones de una mujer de
treinta años y ojos de color café. Vestía la misma armadura que sus
compatriotas a diferencia de que su insignia del oso en el pecho era de color
morado. Se la notaba muy angustiada y tenía el rostro lastimado, algunas
raspaduras y moretones; también cojeaba mientras caminaba.
Los
JEN y el joven morgano examinaron la situación con cierto recelo. Todo se
volvió más confuso cuando aquella mujer y Dayas se acercaron, se dieron un beso
en los labios y se abrazaron violentamente.
-
Me alegra que estés viva- dijo Dayas, mirándola directamente a los ojos.
-
No creí que tu misión tardaría todo un año- respondió Müna- Realmente
necesitaba abrazarte después de lo que pasó…
Los
soldados, cómplices de aquella historia de amor, se sintieron aún mejor al ver
el reencuentro entre ambos personajes.
Dayas
carraspeó y se alejó un momento de Müna, la tomó de la mano y se la presentó a
los elementales restantes.
-
Ella es Müna, la reina del Oszen-
dijo, algo atolondrado- Es mi…
-
Hola- dijo Sony, levantando la mano, sin saber que decir o hacer.
Ella
los miró a uno por uno.
-
Guerreros, ¿verdad? Tal vez… ¿magos? – preguntó.
-
Otra vez no- pensó Kay, recordando aquella confusión cuando conocieron a los
Kiceanos.
-
Elementales, como yo- le dijo Dayas- Bueno… el de la piel oscura es un mago
también.
-
¿Piel oscura? – repitió Lepra en su mente, molesto.
-
¿Y a qué vinieron? – preguntó Müna.
-
Estábamos de paso- contó Dayas- Pero… estamos dispuestos a ayudar. Primero,
quiero saberlo todo.
La
expresión de Müna se tornó triste.
-
Sé que te dolerá- confesó- Nos vienen atacando hace cinco meses, hasta ahora,
ganamos todas las batallas. Nos subestiman, traen un número reducido de
soldados a morir aquí. Lo siento tanto, Dayas. De verdad. Sé que tú le cediste
tu posición y él…
Müna
no se atrevió a seguir hablando, Dayas estaba anonadado, furioso y
decepcionado.
-
Tiene que haber una explicación lógica, él jamás…- dijo en voz baja, le estaba
costando respirar con naturalidad.
-
No hay tiempo para estos dramas entre reinos. El mundo entero nos necesita-
pensó Lepra, mirando a Dayas de reojo.
-
¿El Rey de Zimpat sigue siendo…? – preguntó Sony, dejando la bolsa a un lado.
Dayas
asintió con el rostro colorado, mirando al suelo.
Kay
lo tomó del hombro, el único que se le había acercado.
-
Entre ustedes había un traidor. Los Kiceanos creían que éramos nosotros,
nosotros sospechábamos de Mongot y Mongot descubrió al verdadero espía- le
recordó. Dayas miraba a un costado mientras lo escuchaba, triste. Müna
observaba al muchacho que no conocía- Es tu amigo y lo conoces mejor que a
nadie. Algo no cuadra.
Müna
suspiró.
-
El poder nubla la visión de las personas, inclusive la de las más sencillas y
humildes- dijo- Sus voceros y mensajeros aparecen una semana antes de las
tropas, nos sugieren que nos rindamos y nos obligan a actuar bajo las órdenes
de un único soberano: El Rey Mongot Borbán- Al instante, hubo cuchicheos entre
los soldados del Oszen- Las cosas son así, Dayas- dijo con un tono más dulzón
para aminorar la carga del príncipe- Mongot traicionó los ideales por los que
luchaste. Antes de la guerra, hubo conflictos por el negocio de los frutos
rojos (la fruta nacional del Oszen); tomamos una medida para mantener nuestros
productos entre las paredes de este reino, tal parece ser, que no les gustó
para nada la medida. Y ahora proclaman la creación de ‘‘Un único reino’’.
-
Pero… el hombre que yo conocí fue un líder nato, valiente y respetado que
deseaba tanto la paz como la comprensión entre los reinos- susurró Dayas.
-
Minos fue derrotado, los Kiceanos (la unidad de seis de los siete reinos) dejó
de existir y cada reino siguió con lo suyo. Muchas cosas cambiaron, la historia
está en constante forma, lo que tú y los…- Müna se detuvo en Kay y luego en Sony,
como si acabara de recordar algo- Los famosos recolectores vinieron contigo.
Dayas
asintió tristemente. Kay, Sony y Natal eran conocidos como ‘‘los recolectores’’
por todos los reinos pertenecientes a la antigua resistencia de los Kiceanos;
debido a sus contribuciones a la guerra, buscando y encontrando los artefactos
dorados que permitieron anular el escudo de Zimpat y finalizar con el
conflicto. Era algo que había pasado (contando el año que estuvieron atrapados
en el tiempo) hacía casi tres años.
Sony
le devolvió la mirada a Müna, su rostro le resultaba muy familiar, para
combatir el silencio incómodo y la tensión de la escena, le preguntó.
-
¿Nos vimos antes?
Ella
sonrió.
-
No, pero me parece lógico que lo preguntes- respondió la reina- Sus historias
durante la guerra contra el Tirano son muy conocidas. Sé que viajaron a las
Islas Gemelas y conocieron a mi padre…
Los
ojos de Sony y Kay se abrieron como platos.
-
¿Eres hija de Mulón? – le preguntó Kay, con su mano en el hombro de Dayas. La
señorita asintió rápidamente.
-
Mi padre me tuvo cuando aún era menor de edad. El intuyó que tendría un
problema con mi tío Urón por el liderazgo del reino Lonas, razón por la cual,
me envió a mí y a mi madre hacia un reino vecino: el Oszen. Antes de la
aparición de las torres de cristal y de los VORRJOS- los JEN escucharon con
atención, Dayas había cerrado los ojos para disimular las lágrimas que se
asomaban- Mi madre murió unos años después y Minos conquistó este reino. Crecí
en un ambiente de hombres y a mis veinte años, incentivé a los demás a iniciar
una revolución y así nos libramos de Zimpat. Cómo Minos había asesinado al
monarca del Oszen y este no había generado descendencia, el pueblo me eligió y
desde entonces gobierno.
-
Cuando viajé a las Islas Gemelas, Mulón, conociendo mi objetivo, me pidió que
visitara el Oszen y lo librara de las amenazas- agregó Dayas con la voz
apagada- Me llevé una sorpresa al descubrir que no necesitaban mi ayuda.
Müna
vislumbró la cabeza agachada del joven rubio y lo miró con ternura y empatía.
-
Vayamos adentro- lo tomó de la mano, le acarició el rostro y se abrió paso
entre sus camaradas hacia la boca del oso.
Sony,
Kay y Lepra los siguieron, cada uno llevando su bolsa correspondiente; fueron
la atención principal de los hombres y mujeres con armaduras medievales (muchos
de ellos yacían sucios y heridos). Los JEN se sorprendieron al notar que su
participación en la historia de los reinos era legendaria.
Sony
puntualizó su atención en las criaturitas (que guardaban los pinchos y saltaban
alegremente), un recuerdo lo invadió y sintió una punzada en el corazón.
-
Clavito…- le dijo Kay a Sony con lejanía- Son de la misma especie.
El
joven abogado asintió sin expresión alguna y pensó.
-
Cuántas muertes con las que tuve que lidiar, todas relacionadas con el hermano
de Natal.
Fue
extraño sumergirse en la boca del Oso, y les resultó maravilloso conocer el
interior de edificio: un auténtico cuartel de guerra, repleto de armas blancas
(ubicadas en maderas que se colgaban en las paredes), estanterías descomunales
de libros y bolas de cristal psicodélicas. Se asemejaba a una iglesia por el
inmenso techo triangular (con dibujos transparentes de guerras anteriores) y el
espacio. En el centro del cuartel, yacía la estatua de un prócer, anciano, de
barba larga, túnica y postura encorvada, el sujeto estaba dándole unas flores a
dos niñas que las recibían entusiasmadas. Dicho monumento se encontraba sobre
un pedestal, dónde estaba retratada la siguiente frase:
Faír Tenegan Fraz y sus
hijas
Representante y líder
del consejo de los Kices
Héroe de guerra
Fue
emocionante para los JEN vislumbrar semejante monumento a un hombre que habían
conocido y que había muerto defendiendo al príncipe.
Müna
y Dayas, tomados de la mano, pasaron a otra habitación (dónde había una prolongada
mesa dónde entraban más de cien personas) y esperaron allí al resto de
elementales. Al fondo se visualizaba una plataforma, dos ventanas triangulares
y dos tapices (con los mapas del Zen), sobre el estrado se encontraba la silla
plateada que le correspondía a la reina. No había nadie más.
-
Aquí hablaremos más cómodos, sin tanta muchedumbre- dijo ella y cerró las
puertas por las que habían entrado- Tengo que decirte algo importante, Dayas.
Es una decisión tomada, no puedes interferir- advirtió- Pero quiero que estés
al tanto y que cualquier disgusto lo manifiestes conmigo y no delante de mis
soldados.
Dayas,
serio, la miró a los ojos. Lepra, Kay y Sony se acomodaron en los bancos que acompañaban
a las mesas, en silencio. Müna suspiró amargamente y pronunció.
-
Vamos a invadir Zimpat- realizó una pausa para contemplar la reacción de los
demás, sin embargo, todos se mantuvieron tiesos sin revelar lo que sentían- Un
hombre llegó al Oszen unos meses después de tu partida, fue de gran ayuda para
derrotar a los ejércitos invasores. Dice que conoce los pasadizos secretos del
reino, nos guiará y eso nos dará la oportunidad de…- Müna se interrumpió a sí
misma, no tenía el coraje para decir lo siguiente. Tragó saliva y continuó-
Asesinar al monarca.
Kay
apretó los dientes, Sony abrió los ojos como platos y Lepra se mantuvo igual,
no le afectaba en lo absoluto.
Dayas
le soltó la mano a Müna, se apartó de ella y se tomó la mandíbula con los dedos,
mientras miraba el suelo, pensativo.
Un
hombre abrió la puerta de inmediato y dijo.
-
¿Necesitáis algo, mi reina? – preguntó, sin hacer caso al resto de personas.
-
Por ahora nada, bueno sí, tráeme los tapices con los mapas del Zen, por favor-
contestó ella.
Nadie
le había prestado atención al nuevo personaje después de semejante noticia.
Sony fue el primero en observarlo y sus ojos, que ya estaban bien abiertos, se
desorbitaron. Rápidamente le dio un codazo a Kay y este, lo miró de muy mala
gana; a través de señas, Sony le indicó que mirara al sirviente de la Reina.
Lepra seguía sin inmutarse.
Kay
se atragantó. Dayas y Müna lo miraron. El príncipe vio la silueta del hombre
que se acercaba al pedestal para retirar los tapices, le resultó muy familiar.
El
hombre obedeció las órdenes y se acercó a ellos, luego dejó los tapices en la
mesa. También se llevó una sorpresa enorme al prestarles atención.
Debía
de tener cincuenta años, figura ancha, ojos oscuros, cabello revuelto y barba
mal afeitada; vestía una túnica roja y las partes de una armadura medieval. Era
Hassian, el antiguo comandante de los Kices, más conocido por haber traicionado
a la resistencia y haberse unido a Minos.
La
última vez que los JEN lo habían visto, estaba herido (Dayas lo había lastimado
cuando se enteró de que era un elemental y de que Minos planeaba la ejecución
de su gente); Kay y Sony lo cargaron por un corto período de tiempo y lo
dejaron allí, en el bosque azul, hartos de su egoísmo y su crueldad. Por su
culpa, las fuerzas de Minos habían entrado a la guarida de los Kiceanos y
muchos habían caído, inclusive Faír…
Kay
y Sony se levantaron de un movimiento. Dayas se le quedó mirando, incrédulo.
Hubo un momento de puro silencio y miradas asesinas.
-
Él es el hombre del que te hablé- le dijo Müna a Dayas- Él nos guiará por los
escondites del primer reino…
-
Príncipe Dayas- vociferó Hassian, su aspecto de noble se había esfumado,
parecía un plebeyo o campesino con armadura.
-
¿Se conocen? – preguntó Müna, sorprendida.
-
Si- dijeron los JEN.
-
No- mintió Dayas. Kay y Sony no lo podían creer y lo miraron sin comprender.
Müna
no se esforzó en entender la situación y repentinamente, un nuevo soldado
apareció, alarmado.
-
¡Mi reina! – gritó- ¡Venga cuanto antes! ¡Es un nuevo mensajero del Rey de
Zimpat!
Ella
suspiró amargamente y cuando vio la reacción de los elementales, sugirió que se
quedaran y que ella regresaría en un momento. Se retiró y los cuatro
elementales se quedaron solos con Hassian, el famoso traidor que Mongot había
desenmascarado en el pasado.
-
Sobreviviste…- gruñó Sony.
Hassian
los reconoció, atónito.
-
Los magos- dijo con arrogancia- Qué curioso que nuestros caminos vuelvan a
cruzarse.
-
Hará lo mismo que con los Kices…- lo acusó el joven abogado, apretando los
dientes- Traicionará a…
-
Los papeles se invirtieron. Ahora, quién me ‘‘desenmascaró’’ y delató es el
enemigo- le interrumpió Hassian, divertido y sin abandonar aquel aire de
superioridad.
-
Basta- ordenó Dayas y hubo silencio. Estaba apesadumbrado, pero con gran
carácter, se acercó a Hassian y este, sintió una punzada de miedo (la cual
disimuló), no olvidaba lo que el príncipe le había hecho…- Te dejé solo y al
borde de la muerte. No tenías a donde ir, divagaste por años, y viniste aquí.
¿Me equivoco?
Hassian
se le quedó mirando, con desdén y recelo.
-
El pasado es el pasado- siguió el elemental del doble elemento- Yo creo en las
segundas oportunidades. No obstante, si tu idea es actuar a espaldas de Müna…
-
Yo jamás haría algo en contra de mi reina- dijo Hassian, agravando el tono y
con los ojos brillantes. Luego abrió la puerta y procuró retirarse.
-
Te estaré vigilando. No creo que les cause gracia saber que fuiste el
responsable de la muerte de su héroe de guerra- dijo Dayas, amenazante. Él
hablaba de Faír.
Hassian
tragó saliva y se retiró. Los JEN volvieron a sentarse, no entendían la actitud
del príncipe; sin embargo, en el fondo, en esa decisión que Dayas había tomado,
yacía una lección para ambos.
Lepra
parecía estar meditando, cerraba los ojos y se mantenía serio sin pronunciar
palabra. Müna apareció treinta minutos después.
-
¡Quédense dónde están! – exclamó, agitada.
-
¿Qué ocurre? – preguntó Kay.
Müna
no quería contestar, pero no le quedó otra.
-
Zimpat. Envió a un nuevo mensajero y a una nueva tropa- volvió a suspirar con
opulencia- Acabamos de librarnos de la batalla anterior, sacrificando la vida
de muchos de los nuestros. Lo siento, Dayas. La misión se hará. El Rey de
Zimpat tiene que morir para que esto pare.
-
Los ayudaré, mi poder será de gran ayuda- dijo Dayas- Los soldados de Zimpat me
recuerdan, puedo razonar con ellos.
Müna
asintió y se retiró rápidamente. Dayas estuvo a punto de ir tras ella, pero fue
empujado por un imponente soplido que cerró la puerta y la trabó. Kay extendía
la mano.
-
No puedes.
-
¡¿Por qué?! – preguntó Dayas, molesto.
Lepra
abandonó la meditación y se puso de pie.
-
Porque el Único no puede saber que estamos aquí, eres nuestro guía, deberías
tenerlo más claro que nosotros- dijo el joven morgano con gravedad- Los
soldados de Zimpat te conocen, puedes intentar razonar con ellos y fallar, no
sabemos quién puede servir como fuente de información para el arqueólogo.
Hariet busca a los JEN, no a ti, pero no podemos arriesgarnos.
-
¡No dejaré que el que alguna vez fue mi pueblo termine por aniquilar al reino
de la mujer que amo! ¡Es mi responsabilidad! ¡Yo coroné a Mongot! - gritó
Dayas, su rostro se había tornado colorado y una fuerza sobrenatural parecía
emanar de su interior. Sacudió la mano y las puertas se derritieron…- Intenté
ser paciente contigo, Viman. No te metas donde no te incumbe.
Lepra
apretó los dientes y se quedó callado. Dayas estaba fuera de sí como para
mantener el control de sus emociones.
Algo
inusual ocurrió, una ráfaga sacudió al príncipe y lo tiró al suelo. Kay había
estirado la otra mano.
-
No puedo dejarte hacerlo. Hariet es una prioridad, Dayas. Entiendo lo que
sientes y también me da impotencia, pero no podemos darnos el lujo de fallar a
la misión. Él es más fuerte que tú, que yo o que cualquiera, esto es un juego
de niños a comparación del futuro que tiene planeado para este mundo.
Dayas,
más rojo que nunca, se levantó, dispuesto a atacar a Kay para que lo deje ir. Lepra
se situó a un lado del elemental del fuego y formó el círculo de los magos.
-
¡Oigan! – intervino Sony y se posó en el medio de sus compañeros. No era un
buen inicio para el reciente grupo- Tengo una idea.
Dayas
procuró tranquilizarse y bajó la guardia, reconoció que se había pasado de la
raya. Kay y Lepra continuaron alertas y serios.
-
¡Somos compañeros! ¡No enemigos! – se impuso el joven abogado- ¡Bajen la
guardia! – a Lepra y a Kay les costó obedecer a Sony, finalmente lo hicieron.
-
¿Qué? – preguntó Kay de mala manera.
-
Usemos máscaras. Los soldados del Rey no nos reconocerán- dijo al fin. Para
Lepra y Kay, la idea parecía un disparate- Lo digo enserio.
-
Identificarán a Dayas por sus poderes, es una leyenda en Zimpat- dijo Kay con
escepticismo.
-
Sólo por el agua, pocos saben que puede dominar la luz, ¿o no? - lo corrigió
Sony, y Dayas asintió- A Lepra no lo conocen, él puede hacer lo que se le
plazca. Aunque intuyo que también querrá usar máscara para evitar futuros
problemas.
-
¿Y nosotros? – volvió a hablar Kay- También somos ‘‘famosos’’ entre ellos,
saben que dominamos el fuego y la lava.
-
No conocen los poderes que aprendimos este último tiempo, nuestras habilidades
como las reencarnaciones de Tritán, no usemos los corazones- agregó Sony. Kay
pareció estar de acuerdo porque no volvió a oponerse.
Sony
fue rápido, afuera ya se oían los sonidos de un descontrol entre los
ciudadanos. El muchacho formó el círculo del Yöbu y diseñó cuatro máscaras de
yeso (con la forma de un lobo para Kay, de un águila para Dayas, de un tauro
para Lepra y de una gárgola para él).
-
Algo obvias, pero servirán- dijo y se las entregó a cada uno. Sin titubear, las
vistieron, tenían dos orificios para los ojos y los agujeros de la nariz.
-
No podemos perder el tiempo aquí- dijo Lepra.
-
Evitemos otro Reroriam- le dijo Sony- Esta vez, solucionemos esto rápido y
podremos seguir.
Dayas
y Sony salieron por la boca del oso a toda velocidad. Lepra y Kay, a pesar de
estar de acuerdo, continuaban distanciados; se quedaron tiesos unos segundos
sin conversar entre sí y fueron tras ellos.
Afuera
el descontrol era inminente, el ataque ya había comenzado. Kay y Lepra se
sintieron aturdidos entre el fuego, el humo y los gritos desesperados; ayudaron
a los habitantes enloquecidos a refugiarse en un lugar seguro; aquel mismo sector
que habían visitado hacía instantes estaba devastado. Vislumbraron a Sony y a
Dayas en la cima del puente ovalado, el que se encontraba sobre el río; fueron
tras ellos y no necesitaron preguntar.
Examinaron
el horizonte y reconocieron a un sinfín de soldados de Zimpat, organizados en
batallones y vestidos con nuevas armaduras metálicas. Izaban sus banderas con
la cabeza del águila dorada, y avanzaban en línea recta, procurando invadir
aquel reino. No sólo eso, habían arribado las murallas del Oszen con armas
insólitas… cañones gigantescos y catapultas (lanzadoras de bloques
incinerados).
Los
elementales dedujeron que así habían desmoronado los muros. El pueblo, que se
encontraba atendiendo a sus heridos y arrinconando los cadáveres de la batalla
anterior, se sintieron aturdidos por el golpeteo de tambores y el nuevo
ejército invadiendo sus hogares.
Las
fuerzas de Zimpat atravesaron las murallas, desenvainando sus espadas. Los
elementales pudieron reconocer a los soldados del Oszen, liderados por Müna,
que habían visto antes de entrar a la boca del oso. Ella, sin su casco y
perfectamente reconocible por su cabello corto y anaranjado, portaba una lanza
plateada y con esta, se lanzaba contra los conquistadores.
Los
ejércitos del Oszen combatieron ferozmente a Zimpat. Dayas lanzó un grito
ahogado, sentía que la historia volvía a repetirse y no podía dejar de culparse
por ello. Tragó saliva bajo su máscara, frunció el ceño y corrió hacia la
batalla.
Aquel
conflicto se desarrollaba a más de cuatrocientos metros de distancia (el puente
ovalado permitía vislumbrar a la perfección parte del reino, como si se tratara
de la cima de un risco), razón por la cual, de la espalda del príncipe,
emergieron dos hermosas alas emplumadas (teñidas de oro); se lanzó hacia los
aires a través de un impulso y Sony lo siguió mediante sus alas grisáceas de
gárgola.
Kay
y Lepra, que no tenían alas en sus contrapartes de Amdor, se sintieron
insultados. Para suerte de ambos, Kay había desarrollado una súper velocidad
con el linaje JEN (aquella energía que le daba sus poderes como reencarnación
de un titán), le indicó a Lepra que lo tomara de la mano (muy a su pesar) y
juntos corrieron hacia la pelea.
Lepra
no pudo evitar sentirse mareado con el aire golpeando en su cara, los sonidos
distorsionándose y sus pies suspendidos en el aire mientras los de Kay corrían
a toda velocidad. Llegaron en un santiamén, segundos antes que sus compañeros
voladores.
Los
cuatro, aunque no lo habían planeado, aterrizaron metros antes de la batalla,
con la intención de que los soldados de Zimpat no vieran sus medias
transformaciones. Detrás de una construcción abandonada, parecida a una
granja.
Las
alas de Dayas y de Sony desaparecieron (contrayéndose hacia sus dueños) apenas
tocaron la tierra con sus pies.
Hubo
una pausa incómoda entre los cuatro, el grupo estaba en su peor momento y
acababa de formarse.
-
Sony y yo iremos por las maquinarias que se encuentran detrás de las fuerzas-
informó Dayas, se notaba que le costaba respirar con la máscara de cera en su
rostro- Ustedes- se dirigió a Kay y Lepra- Van a bloquear a los ejércitos. Y…
sólo desármenlos o atrápenlos, no quiero que les hagan daño.
A
ninguno de los dos le gustó la idea, todo era mucho más difícil sino podían
lastimarlos. Para no generar problemas y viendo la seriedad con la que Dayas
estaba manejando las cosas, no dijeron nada al respecto.
-
Esta es nuestra batalla secreta- dijo Dayas- Reconozco mi misión principal, así
que recuerden lo que hablamos anteriormente y no se quiten las máscaras bajo
ningún motivo.
Dayas
se retiró rápidamente, Sony lo siguió.
Kay
y Lepra se separaron.
El
elemental del fuego se encontró con soldados combatiendo entre sí y a la novia
de Dayas participando en aquel sangriento enfrentamiento. Vio a los niños y
ancianos intentando escapar y sintió un hilo caliente recorriéndole las
entrañas; se contuvo y usó la fuerza magnética para empujar a los soldados de
Zimpat y arrebatarles sus armas. Los soldados del Oszen tropezaron cuando sus
enemigos se vieron expulsados por un viento invisible y se miraron los unos a
los otros, sin comprender.
No
todo terminó allí, una nueva tanda avanzó. Un hombre yacía con un niño,
atrapados por la cantidad de gente amontonada, estaban muy asustados. A
continuación, uno de los soldados de Zimpat se acercó hacia ellos, el hombre,
desarmado y creyendo que los atacarían, se abalanzó sobre el soldado, este lo
hirió gravemente en la costilla y el hombre se tambaleó, ensangrentándose.
Kay
reaccionó tarde y se dejó llevar por una imponente furia, estiró el brazo y
formó una garra con los dedos; al instante, el soldado de Zimpat se suspendió
por los aires (menos de tres metros) y cayó de bruces con la dura tierra, toda
su armadura retumbó. El soldado estaba muerto.
Kay
fue a ayudar al hombre, aún seguía vivo. Lo cargó, colocando el brazo del
sujeto por detrás de la cabeza, lo llevó con su supuesto hijo; y los tres
fueron a un lugar seguro. Arribaron la granja en la que los elementales se habían
reunido. El JEN de fuego ayudó al hombre a sentarse en un montón de paja; el
niño se encontraba a su lado, asustado. Kay usó el Böju e intentó curar al
hombre, no tuvo mucho éxito, sin embargo, logró detener la hemorragia. El
hombre estaba sentado, con el niño aferrándose a sus enormes brazos.
-
No te preocupes- le dijo Kay al niño, quién no paraba de mirarle la máscara de
lobo- Tu padre va a estar como nuevo.
-
Él no es mi hijo, es mi sobrino. Lo estaba cuidando- lo corrigió el hombre-
¿Quién eres?
Kay
levantó la cabeza, no se había detenido a observarlo y dio un respingo del
susto, el hombre al que había salvado era Hassian.
Kay
no tuvo tiempo de contestar, no fue necesario. Una mujer embarazada yacía
buscándolos, desesperada.
-
¡Aquí! – le gritó Hassian. Ella abrazó al niño y se horrorizó al ver a Hassian
herido- Estaré bien, no te preocupes- se paró a duras penas y la tomó de la
mano- Vámonos de aquí, vayamos al fuerte. No sólo tenemos que cuidar de
nosotros, sino también de nuestro bebé…- se dirigió a Kay y vociferó- Gracias,
soldado. Yo me encargo del resto.
Kay
asintió, petrificado y confundido. Los tres personajes se retiraron.
¿Hassian
estaba casado y estaba esperando un hijo? Se preguntó Kay, incrédulo. A decir
verdad, le habían parecido sinceras las palabras del ex comandante cuando dijo
que nunca traicionaría a su reina, y ahora, entendía por qué. Allí había
construido una familia. Por un momento, pensó en lo que Dayas había dicho de
las segundas oportunidades… se retractó rápidamente y volvió al campo de
batalla.
Lepra,
por su parte, usó el círculo de los magos para lanzar hechizos contra los
soldados y privarlos del control de sus músculos. Era una habilidad que había
desarrollado hacía poco.
También
utilizó la tierra que pisaban para amoldarla a su gusto y atraparlos en arenas
movedizas. Los soldados del Oszen estaban impresionados con su destreza.
Sony
y Dayas, por su parte, combatían los cañones, que los tenían de punto. Los
repentinos y continuos disparos, no les permitían acercarse. Dayas acababa de
formar un escudo de luz para contrarrestar las enormes balas. Sony analizaba la
situación, cómo comúnmente hacía en medio de una pelea, e intentó idear una
estrategia.
Dayas
se veía arrastrado hacia atrás cada vez que una bala chocaba con el escudo de
luz. Sony intentó mantener la calma, formó el círculo del Yöbu bajo sus pies
(de color azul) y diseñó unas redes verdes brillantes que sujetaban cuchillos
de cristal. Dayas giró la cabeza, sin comprender.
Sony
fue rápido y lanzó los cuchillos hacia las catapultas, se apartó de Dayas y
comenzó a dar volteretas en el aire con una agilidad abrumadora como la de un
acróbata profesional; continuó lanzando los cuchillos con las redes verdes y
estas se enredaron en sectores estratégicos de las catapultas.
Una
bala fue disparada y atravesó a Sony…
-
Tranquilo- le dijo una voz a Dayas tras sus espaldas- Es sólo una ilusión.
Dayas
sonrió y animado, extendió el escudo de luz.
El
verdadero Sony apareció por el lado contrario de la ilusión, ante el
desconcierto de sus enemigos que vieron como la imagen se borroneaba hasta
desaparecer y la bala era detenida por la fuerza magnética del joven abogado,
regresando hacia el cañón y destruyéndolo en mil pedazos,
El
muchacho de la Tierra volvió a lanzar los cuchillos (los que había lanzado el
falso Sony también era irreales) y estos se sujetaron a las catapultas, Sony
tiró de los hilos con su súper fuerza y cinco catapultas se dieron media
vuelta, desplomándose y quedando fuera de funcionamiento.
Sin
detenerse por un momento, volvió a emplear la fuerza magnética de atracción y
ahora que nadie le disparaba, abarcó al resto de catapultas y cañones, todas
estas se concentraron en una única masa hasta autodestruirse mediante
colisiones.
Dayas
usó una habilidad cegadora con la luz del sol, para privar a sus enemigos de la
visión, especialmente a aquellos que apuntaban a Sony con sus arcos y flechas.
El príncipe creó una esfera luminosa y la lanzó por los suelos cómo si
estuviera jugando al bowling. La bola se convirtió en un potente destello que
dejó a los arqueros con cegués temporal.
Sony
forjó una prisión de rocas ígneas a su alrededor para que no escaparan. Dayas
asintió, complacido, no obstante, aún había soldados dentro del reino.
Corrieron
hacia las puertas del Oszen para brindarle apoyo al resto.
Müna
era una guerrera formidable, desplomaba a todo hombre o mujer que se le
opusiera.
Dayas
y Sony se sorprendieron al notar la dificultad con la que Lepra y Kay estaban
manejando las cosas. Ya había muertos y Sony notó que varios de ellos no habían
sido asesinados por las armas de un soldado, sino por habilidades especiales…
se le heló la sangre y miró a Kay con desdén.
El
elemental del fuego yacía repeliendo balas de cañón con sus poderes magnéticos,
acompañado de Lepra, que se encontraba modificando la Tierra a su alrededor
para defenderse de los ataques lejanos. Los soldados de Zimpat habían entendido
que esos dos muchachos eran la verdadera amenaza y habían enfocado toda su atención
en destruirlos. Cien arqueros disparaban flechas de fuego a lo lejos, la
caballería se abalanzaba sobre ellos con ímpetu, razón por la cual, al joven
morgano y al JEN les estaba costando mantener la defensiva.
Los
soldados del Oszen aprovechaban la distracción de sus enemigos para atender a
los heridos y ayudar a los civiles desprevenidos que aún no habían ido al
fuerte.
Dayas
apretó los dientes y suspiró, le molestó lo sucedido, no obstante, sabía que
estaban en guerra y aquella idea de ‘‘no asesinar a nadie’’ parecía improbable
con semejantes ofensivas, provocadas por los soldados del Reino del águila.
Kay
y Lepra estaban acompañados por Müna, quién se batía a duelo con los
espadachines que los elementales descuidaban, la situación se les estaba yendo
de las manos, miles y miles de soldados iban tras ellos.
Dayas
y Sony se miraron y asintieron. Sony concentró toda la energía en su interior y
realizó un resonante pisotón que separó a un grupo de trescientos soldados del
resto, y los arrastró hacia atrás. Estos cayeron a la tierra y se deslizaron
por ella mientras sus armas quedaban en el camino. Sony logró conducirlos a la
cárcel de rocas ígneas. Apenas lo hizo, se cayó al suelo de rodillas, exhausto.
-
¿Estás bien? – le preguntó el joven de cabello rubio, tomándolo del hombro- Son
demasiados, es como si hubiera habido superpoblación en Zimpat durante el
tiempo que no estuve.
Algunos
soldados se percataron de la presencia de los dos muchachos y fueron tras
ellos.
Sony
no tenía la fuerza para levantarse. Dayas, consciente de ello, utilizó sus
habilidades en la luz para crear cinco discos titilantes, los lanzó y estos
volaron por los aires, se expandieron por encima de las cabezas de los soldados
y atraparon a una docena, cada uno. Los discos rodearon a los enemigos como si
fueran sogas, amarrándolos y dejándolos incapaces de liberarse o moverse.
Dayas
dio un tropezón, al igual que Sony, también se estaba quedando sin fuerzas para
luchar.
En
ese preciso instante, Kay apareció ante ellos, junto a Lepra y Müna, a través
de su súper velocidad.
-
¿Cómo te sientes? – le preguntó Müna a Dayas, cuando lo vio sudando y
respirando con dificultad bajo la máscara con forma de águila.
Los
soldados tardaron en reaccionar y se dieron media vuelta, entre gritos de
batalla, se abalanzaron sobre ellos.
-
Esto no parece terminar nunca- dijo Kay, mirando el horizonte, por el cual, una
nueva tanda de soldados avanzaba.
-
Es hora de concluir con esta situación- dijo Sony, frunciendo el ceño y se puso
de pie- Elementales, trabajemos juntos y démosle fin.
Dayas,
Kay y Lepra evitaron el contacto visual y asintieron seriamente. El príncipe
también se levantó. Müna los contempló, sin imaginarse que era lo que estaban
planeando hacer.
Realmente
no tenían una táctica en común predeterminada, simplemente improvisaron,
aunque… a pesar de los disturbios y los problemas individuales de cada uno, a
los ojos de todos los demás, fue como si hubieran estado siempre juntos.
La
técnica especial comenzó cuando los cuatro formaron un cuadrado, juntando las
espaldas y realizando movimientos elásticos (la danza mística), los cuales
forjaron un círculo resplandeciente en los suelos, de cuatro colores diferentes
(dorado, rojo, azul y celeste). Los elementales habían juntado toda la energía
que les quedaba en una única fuente, para compartirla entre ellos.
Lepra
fue el primero en desplazarse de un lado a otro, en silencio. A continuación,
la tierra a su alrededor conformó olas colosales, cómo las de una tormenta de
arena. Los soldados se detuvieron, anonadados y aterrados.
Las
casas volaron y muchos tuvieron que escapar del alcance de las olas. Estas se
quedaron quietas y al mismo tiempo, una luz centelleante obligó a los presentes
a taparse los ojos, incluida Müna y su gente.
Los
discos de luz de Dayas, los cristales (lava solidificada) de Sony y unos hilos
de fuego pertenecientes a Kay, acecharon a todos los soldados, los atraparon y
los amarraron. Hubo gritos de horror y desesperación.
Sony
y Lepra reconstruyeron el muro del reino, combinando las rocas ígneas con la
tierra. Así, les cerraron el paso a los futuros enemigos y establecieron un
fuerte para el Oszen.
Cuando
la tormenta de arena desapareció y los soldados del Oszen pudieron volver a
ver, vivenciaron cómo TODOS los soldados de Zimpat estaban apresados por
diferentes cosas, totalmente vencidos.
El
círculo bajo los pies de los cuatro se diluyó y el grupo se tambaleó, rendido.
Al
principio sólo hubo silencio, Müna tenía la boca abierta, en su vida entera nunca
había visto algo tan fantástico. Después, sólo se oyeron gritos de festejo de
la multitud enloquecida. El reino había sufrido muy pocas bajas y todo gracias
a la llegada de esos cuatro jóvenes.
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