jueves, 12 de julio de 2018

Entre las Sombras: CAPÍTULO 12.



Entre las Sombras: CAPÍTULO 12.

Sony se miró al espejo, desesperanzado. Estaba en un baño exótico, de cristales y rocas, muy prolijo y ordenado, sin ninguna de los artefactos que los terrestres conocemos para hacer nuestras necesidades. En su lugar, había un agujero oscuro rodeado de rocas brillantes que lanzaban hilos de agua como si se tratara de una fuente.

Tenía que hablar con él, no le quedaba otra. Eso pensaba. Habían pasado doce horas desde la batalla secreta y Müna había tenido la amabilidad de invitarlos a despejarse en las aguas termales del Reino, una maravilla arquitectónica del Zen.

El muchacho había tenido tiempo para dormir, la Reina del Oszen les había ofrecido habitaciones individuales para cada uno (alejadas entre sí). Razón por la cual, Sony llevaba horas sin ver a sus compañeros.

Müna estableció un horario para que visitaran las aguas termales y se relajaran, les insistió ya que creía que era lo que se merecían después de haber derrotado a un numeroso grupo de soldados invasores.

Contempló las cuencas oscuras de sus ojos verdes, ojeras que había ganado después de todo el viaje, las peleas y los descontentos de la travesía.

Llevaba días sin bañarse, sin dormir bien. Agradeció infinitamente a Müna en su mente, se sentía mejor, no del todo, pero mucho mejor.

¿Cómo se lo diría? Se preguntaba. Era un tema delicado, casi intocable. Su cabello oscuro estaba desmechado y despeinado, se sonó la ancha nariz con un pañuelo y suspiró amargamente.

Salió del baño y, por ende, de su habitación. Se dirigió por un pasillo de paredes doradas, adornado con cuadros, alfombras y tapices con osos dibujados.  

El pasillo estaba rodeado de puertas rojas, Sony conocía el camino y se dirigió a la última de ellas. Giró el picaporte y entró sin contratiempos.

Hasta entonces sólo había silencio y no se encontró con nadie, reinaba la solemnidad y la tranquilidad.

La nueva habitación estaba al aire libre, se asemejaba a una terraza, con columnas, arcos y grandes escaleras que descendían. Sony continuó caminando y vislumbró el final del camino.

Las escaleras blancas, cubiertas por una alfombra roja y dorada, desembocaban en lo que parecía ser un considerable lago ovalado y cerrado que irradiaba un vapor por toda la superficie del agua. Acorralado por rocas inmensas, nuevas columnas y estatuas de próceres. Había pasto y algunos árboles a los lados, donde también yacían dos mesas de mármol y reposeras de madera.  

Dayas, Lepra y Kay ya estaban allí, en traje de baño, disfrutando con los ojos cerrados y sin hablarse entre ellos.

Sony miró a Kay y tragó saliva. Tenía que encontrar el momento indicado, la situación era grave y temía por lo que podría llegar a pasar.

El joven morgano, el joven JEN y el joven príncipe estaban realmente gozando de la temperatura del agua, de la paz y el vapor. Cómo si nunca se hubieran enfrentado a una docena de soldados armados y enloquecidos.

Sony se sintió algo culpable cuando tocó el agua tibia con los pies y se sumergió a continuación.

- La Tierra sufriendo su peor destino y nosotros aquí… en paz- pensó, con la cara larga. Suspiró con la boca bajo el agua y dos o tres burbujas aparecieron- Sólo un rato y luego insistiré para que continuemos con el viaje. Estoy tan estresado…

Sony sintió un cosquilleo por todo el cuerpo y un calor atroz que se fue apaciguando hasta que mimetizó con la temperatura del agua.

Fue como si se le hubiera apagado el cerebro, se dejó llevar, no había ni un ínfimo sonido en la zona, nadie que lo molestara. Así, transcurrieron dos horas completas que fueron corroboradas por Müna, quién apareció ante ellos.

- Espero que les haya gustado el baño- dijo. Vestía una túnica rosa (compuesta por la piel de algún animal muy peludo) con runas antiguas y la cara del Oso; también llevaba la corona real por encima de la coronilla- Les recomiendo quedarse unos minutos más y salir. Puede ser dañino.

Los elementales abrieron los ojos, se sintieron aturdidos por tantas formas y colores, debido a que todos ellos llevaban dos horas con los parpados cerrados.

- Gracias- dijo Dayas con una sonrisa y fue el primero en salir. No se molestó en secarse, el ambiente era cálido y, aún con el torso desnudo, se inclinó ante Müna y levantó la cabeza- Eres maravillosa. Necesitaba algo así. No sé cómo agradecerte.

- No seas exagerado- rió Müna como si tuviera quince años y posó sus dedos en la barbilla del joven para contemplar su rostro y luego guiarlo para que se levante- Las bolsas están a mi disposición, cuando marchéis, se las daremos. Nosotros somos los que estamos en deuda con ustedes. Gracias a sus hazañas, no hubo bajas y Zimpat quedó impactada.

- Hay algo que quiero pedirte, Müna- le dijo Dayas. Ella lo miró con atención y ternura. El resto se dispuso a salir del lago- Es sobre la misión que tienes planeada- Ella no respondió ni hizo ningún gesto- Quiero proponerte otra cosa. Déjame a mí y a mis compañeros viajar a Zimpat, como incógnitos. Si las cosas son como tú crees, te enviaré un mensaje mediante mis águilas mensajeras y podrás seguir con tu plan, no me opondré. El Reino del águila se pasó de la raya.

- ¿Y si se diera lo contrario? – preguntó la Reina.

- Te informaré y quedará en ustedes la decisión que tomen. Quiero tener la oportunidad de comprobarlo con mis propios ojos. Mongot fue mi más grande amigo y lo conocí como a nadie. En honor a esa amistad, quiero darle el beneficio de la duda.

Müna tardó en contestar y se apartó, les dio la espalda y dijo.

- Déjame hablarlo con mis colegas y te daré una respuesta- luego se retiró y subió las escaleras.

Dayas suspiró, preocupado.

- ¿Planeas atrasar el viaje otra vez? – le preguntó Lepra con desgano.

Dayas se dio media vuelta y Lepra lo fulminó con la mirada, esperando una respuesta violenta del príncipe, no fue la ocasión. Dayas lo tomó del hombro, algo que incomodó a Lepra, y le dijo.

- Lo que te dije antes, no tenía derecho. Perdona. Estaba fuera de sí- pausó y reanudó con amabilidad- Espero que un día resolvamos nuestras diferencias y lleguemos a ser… amigos.   

Lepra se quedó mudo durante todo el día.

Sony tomó a Kay del hombro cuando Dayas y Lepra se retiraron a cambiarse a sus habitaciones.

- Tenemos que hablar.

- ¿De qué? – preguntó Kay, desinteresado.

Sony contuvo la respiración por un momento y largó lo que tanto lo molestaba.

- Los asesinatos que cometiste en la batalla- dijo al fin- Tienes un poder ilimitado, heredado de un mago famoso y de un titán, no puedes usarlo para hacer con la vida de los otros lo que se te plazca. Hay un límite.

- ¿Me estás hablando en serio? – dijo Kay con rencor.
- Kay… ¿Qué te diferencia de quién alguna vez fue Diego Kimhote? Qué tú NO matas porque sí y por crueldad. Simplemente respondes a la situación e intentas sobrevivir. No obstante, hay una línea que está en constante movimiento y si te sobrepasas, podrías llegar a perder el rumbo y tal vez… pensar como él.

Kay lanzó una risita irritante y socarrona.

- Métete en tus asuntos.

- ¡Escúchame! ¡Eres mi hermano y una buena persona! ¡Apenas puedo sobrellevar la idea de que eres un asesi…! – Sony se interrumpió a sí mismo, estaba a punto de arruinarlo todo.

- Dilo- lo obligó Kay- ¿Qué soy un qué? ¡DILO!

- Acabaste con soldados militares por órdenes de Fismut. Órdenes de ese mentiroso- le contestó Sony con frialdad- A Morgán, a los Ryanos de La Cruz. Kay, temo en lo que puedes llegar a convertirte si sigues así…

- ¿Qué se te metió en la cabeza? No te tenía tan cínico- Kay empezó a subir las escaleras- Lo que yo haga o no es asunto mío. Yo les tendré tanta misericordia como ellos me la tendrán a mí…- sin decir más nada, atravesó la puerta roja y desapareció. Sony se quedó mirando por donde se había ido y apretó los dientes. 

Müna los convocó nuevamente a la sala que ya conocían, la que tenía las enormes mesas. Esta vez, las mesas estaban ocupadas por soldados desarmados que comían los frutos rojos con desesperación; los aplaudieron apenas entraron, muchos con las bocas llenas y la ropa sucia por los líquidos que derramaba el fruto. Luego, continuaron en lo suyo.

Una porción de la mesa estaba libre, allí yacía desplegado el tapiz que Hassian había descolgado de la pared en el capítulo anterior. En él, figuraba el mapa del Zen, un dibujo bastante diferente al que los JEN recordaban.

Para iniciar, arriba (en el centro) se encontraba el reino del Oszen, y el mapa que Kay y Sony habían conocido hacía tres años tenía a Zimpat en esa posición. El Oszen estaba al noroeste de Zimpat, razón por la cual, el tapiz revelaba nuevos lugares (a su derecha) que los JEN desconocían.

- Aceptamos el trato- fue lo primero en decir la Reina. Dayas asintió con la boca cerrada, complacido- Vamos a otorgarles una réplica del mapa para ayudarlos en su viaje.

Dayas analizó el mapa con cuidado y fue señalando los sectores que reconocía.

Empezando por la izquierda, al oeste del tapiz se situaba el famoso BOSQUE AZUL mediante el dibujo de algunos árboles sin color (un lugar que los JEN conocían muy bien), por encima yacía Zimpat (al noroeste), representado por un castillo y la insignia con la cabeza del águila justo abajo. Recorriendo el mapa por el hemisferio sur, desde el oeste, había una cordillera gigantesca (encarnada por siete montañas) dónde figuraban dos nombres: EX GUARIDA DE LOS KICES/CORDILLERA DEL SUR. 

El Oszen también estaba simbolizado por un castillo y su respectivo animal debajo del edificio. Al oeste del Reino de Oso yacía el camino recto por el que los Elementales habían llegado. Al este sólo había montañas y la tierra terminaba para darle paso al mar. A su vez, el Oszen formaba una diagonal con Zimpat (ubicado a su suroeste), en dicha diagonal se encontraba dibujado un enorme puente, el cual atravesaba un río transversal que provenía del noroeste y dividía el mapa en dos partes iguales (terminando en el sudeste), era conocido como RÍO ANIMAL. El río Animal era alimentado por un mar, que ocupaba casi todo el Noreste del plano, llamado MAR PLATEADO. Debajo del Mar Plateado se hallaba una isla (la cual ocupaba toda la mitad que el Río Animal dividía y el Mar Plateado no llenaba), la cual llevaba por título LAS TIERRAS INEXPLORADAS y estaba compuesta por muchas montañas conoidales.

Justo en el centro del plano, decía PANTANO RÍAWEY, representado por lagos y nubes. El Pantano Ríawey se situaba antes de llegar al río transversal que dividía el plano (a su oeste). Por debajo había más montañas, colinas y árboles. Lo que más llamaba la atención eran tres montañas colosales, que se diferenciaban de todos los otros dibujos, allí decía LOS PICOS GRANDES. Finalmente, por debajo (al sur del mapa) se encontraban los Reinos del Rinoceronte y del Ciervo, casi pegados el uno con el otro. 

Müna le otorgó a Dayas un mapa enrollado, mucho más pequeño que el tapiz. Dayas volvió a prestarle atención, le agradeció y se lo guardó.

- Mis hombres aceptaron por el sólo hecho de que tú y tus amigos salvaron a este Reino de una matanza. No obstante, el plan sigue estando vigente. Es todo lo que pude hacer…- dijo Ella con cierto grado de tristeza. A pesar de ser la Reina, parecía tener que responder a una cierta ‘‘democracia’’ que contradecía las monarquías conocidas.

- Hiciste más que suficiente- la interrumpió el príncipe- ¿Algún avance con los soldados encarcelados?

- Ninguno- negó la mujer de cabello corto- Parecen alterados, cómo si su locura hubiera brotado de la noche a la mañana, no se puede razonar con ellos.

- Interesante- dijo Dayas, llevándose la mano al mentón- Igualmente, no quiero formular teorías hasta estar seguro. A la tarde, mis compañeros y yo partiremos.

Kay, Sony y Lepra, que hasta entonces habían estado callados, asintieron con las caras largas. A decir verdad, ninguno quería abandonar aquel lugar.
Uno de los hombres que comía, se levantó y avanzó hacia ellos, era Hassian.

- Mi reina. ¿Le parece si los acompaño? – preguntó inmediatamente.

- ¿Acompañarlos? – dijo Müna, atónita- ¡Pero tú eres el eslabón principal de nuestra estrategia contra El Rey!

- Por eso mismo- afirmó Hassian con humildad. Sony lo miró con desconfianza, Dayas con interés, Lepra con indiferencia y Kay con sorpresa- Yo sé que los cuatro jóvenes me protegerán con uñas y dientes, así podré volver al Reino y otorgar la información necesaria, en caso de que se efectúe el plan- Dayas abrió los ojos como platos- ¿Qué le parece?

Müna pareció desorbitada, no sabía que pensar.

- Yo lo protegeré y me encargaré de que regrese sano y salvo- le prometió Dayas. Hassian miró al príncipe con afán. Sony creyó que Hassian era un oportunista y usaría aquella excusa para aliarse con quién le convenga. Kay, por otra parte, creyó saber por qué quería acompañarlos…

- Muy bien. Te doy mi permiso, a espaldas de mis compatriotas. Confío en Dayas- dijo Müna y tomó al príncipe del hombro- Regresen cuanto antes, es una orden.

Hassian hizo una reverencia, de la cual no se podía descifrar si era con honestidad u otra de sus falsas actuaciones.

- Hay individuos que nos siguen, no puedo contarte más- habló Dayas con severidad- En los mensajes, me referiré al grupo mediante un nombre clave, en caso de que intercepten mis águilas mensajeras. Seremos los Forasteros.

- Tengan cuidado e infórmame. Buena suerte.

Ella le apretó el brazo con fuerza y lo abrazó, no estaba dispuesta a dejarlo ir sin despedirse. Dayas la besó en la cabeza y realizó una amplia sonrisa. De todas las facetas que los JEN ya conocían del príncipe, creyeron que la de amante o novio era la que mejor le pintaba.


FUERA DEL OSZEN:

En dirección al puente que dividía al Oszen de Zimpat, los Forasteros avanzaban enérgicamente a ya metros del Reino del Oso, a excepción de Hassian (que aún tenía la herida en la costilla). Ni Sony ni Lepra estaban dispuestos a ayudarlo, Kay se le adelantó a Dayas y le murmuró a Hassian al oído.

- No me debes nada. Hice lo que tenía que hacer.
- Así que eras tú- sonrió Hassian, sus dientes eran horribles y parecían los de un pervertido, sin embargo, lo hacía con total naturalidad- Enfócate en la misión, hombre lobo. Puedo solo.

Hassian se apartó de Kay, negándose a recibir ayuda. Sony fulminaba al ex comandante con la mirada, no aceptaba bajo ningún pretexto que los acompañara. ¿Por qué parecía ser el único que recordaba todo lo que había hecho en el pasado? Apretó los dientes y trató de no prestarle atención.

Dayas estaba más callado que de costumbre, no podía dejar de temer por lo que se encontraría en Zimpat.

- ¿Cómo pudiste Mongot? ¿Es que olvidaste las atrocidades del Tirano? – pensó, frunciendo el ceño, su rostro estaba levemente colorado.

Lepra examinaba el suelo sin pronunciar palabra y miraba a Dayas de vez en cuando; el mago era toda la familia que le quedaba, tal vez por eso era tan sensible con respecto al asunto; el joven morgano sabía que no había sido el único acogido por Fismut, sin embargo, que haya elegido a otro para guiar la misión, lo hacía dudar de sí mismo, como guerrero y como persona digna de confianza. ¿Pero cómo? Fue lo que pensó Lepra, si él sabía aquel gigantesco secreto… Por otro lado, Dayas era muy talentoso, y Lepra, que siempre había sido egocéntrico y soberbio (aunque con baja autoestima) se sintió amenazado. No había posibilidad de amistad entre ellos. Podrían ser compañeros, después de todo, el elemental de la tierra estaba convencido de que Fismut sabía lo que hacía.

Pronto, el reino del Oszen desapareció del horizonte y se adentraron en un corral… de osos. Había dos o tres personas cuidando el recinto cerrado y fumando unas pequeñas ramas, saludaron a lo lejos y continuaron con lo suyo.

Minutos después, se toparon con el inmenso puente de madera. Debía de tener unos cinco metros de ancho y quinientos metros de largo; el Río Animal yacía justo debajo, era realmente inmenso, y la corriente golpeteaba las rocas con rudeza. Los elementales sintieron una pizca de pánico y vértigo cuando se encontraron a mitad del camino, con las imponentes aguas por debajo a cincuenta metros de altura. La construcción era recta, sin elevaciones extrañas u ondulaciones; compuesto por madera y rocas desconocidas; los tablones estaban perfectamente ubicados en posición horizontal, acumulados y conformando el sendero para transitar; a su vez, a los lados, había vallas de madera (también compuestas por rocas). Distintas columnas de roca sostenían el interminable pasaje, como puntos de apoyo que emergían del río y se mantenían estáticas.

La noche no tardó en llegar y Dayas tuvo que iluminar sus dedos (con el elemento luz) para generar el campo de visión. Ha determinado horario, sólo se vislumbraban las estrellas, la capa oscura, un viento ligero y se oía la corriente del río, así también como sus pasos a través de los tablones de madera.
El zen del Oszen había desaparecido y peor aún, la tierra (o zen) del Águila no se vislumbraba. Los forasteros comenzaron a desesperarse. Kay, Lepra y Sony llevaban las bolsas que en el Alto Mundo les habían obsequiado.

En hora buena, llegaron a tierra firme, preguntándose cómo habían hechos tantos soldados de Zimpat para cruzar aquel terrorífico puente. El sonido de la corriente se apaciguó y los forasteros se asentaron a metros del puente, bajo un árbol (que era prueba del inicio del Bosque Azul); armaron una fogata y quitaron los elementos de las bolsas (comida, platos, cubiertos, manteles). Minutos más tarde, parecían estar acampando.

A altas horas de la noche, no hubo conversación al principio, todos se limitaron a comer bajo la luz de la luna llena (la cual ya no afectaba a Kay por su ‘‘trato’’ con el lobo en la novela anterior) y las estrellas titilantes. 

- Al amanecer, estaremos en Zimpat- informó Dayas, unánime.

- ¿Piensas entrar, así como así, revelando quién eres? – le preguntó Kay, molesto.

- Como ya le dije a Müna- le respondió Dayas con fastidio- Entraremos en incógnito. Conozco mis prioridades, Kay.

Hassian se echó a reír mientras comía.

- ¿Qué es tan gracioso? – preguntó el forastero de los siete reinos (cómo lo conocían en el Oszen).

- Nada importante- contestó el ex comandante, luego agregó- Es que… tienes cierto parecido a tu padre.

- No menciones a ese desquiciado- gruñó el príncipe- No soy como él ni nunca lo seré.

- Vayas no era un hombre muy paternal- le comentó Hassian- Sin embargo, Zimpat hubiera caído por la peste y la hambruna de no haber sido por él.

- Me sorprende que hables de moralidad. Viniendo del hombre que DESCUARTIZÓ a dos miembros del consejo; mintió, asesinó, manipuló y engañó a su propia gente- saltó Sony con crudeza absoluta.

Hassian cerró los ojos, no le había gustado para nada el comentario.

- Uno aprende a las malas- dijo, después de una leve pausa- No estoy orgulloso de lo que fui.

- ¿Lo que fuiste? – vociferó Sony, furioso- ¡Lo que eres querrás decir!

- Sony, cálmate- le ordenó Dayas. Sony, inconscientemente, había cerrado el puño y rodeado de lava a la altura de su pecho - Él es nuestro guía. Tiene la oportunidad de demostrarnos que cambió… y no le conviene desaprovecharla.

Lepra comía en silencio, no le prestaba atención a nadie.

- Minos entró a la guarida por su culpa y Faír murió. Así también como Koba (aunque no me caía muy bien) y Kaia- continuó Sony, bajando el puño.

- De los aquí presentes, ninguno tiene las manos totalmente limpias- insistió Dayas con solemnidad e imponencia- Déjalo.

- ¿Cómo entraremos al Reino sin que nos descubran? – interrumpió Kay.

Hassian le respondió.

- Zimpat tiene tres posibles entradas secretas que muy pocos conocen.

- Ya entiendo- asintió Kay, mirando a Hassian directamente a los ojos, estaban sentados sobre el césped, uno al lado del otro- ¿Tomaremos el túnel que conduce a la habitación secreta del castillo?

- Aquella se encuentra al otro lado del Reino, el viaje duraría mucho más- le dijo Hassian. Sony, a su pesar, se mantuvo callado y prestó atención. Dayas también se concentró en oír al ex comandante- Hay otro, en el ala este de la frontera. No es subterráneo ni secreto, no obstante, siempre fue la parte más descuidada por los reyes de Zimpat, ya que allí sólo hay viviendas de aldeanos y algunas cosechas. Será perfecto.

- Si las cosas son como creemos, no tendré alternativa que retomar el trono- pensó Dayas, apesadumbrado, era lo último que quería.

- ¿Y luego? – preguntó Kay.

- No es la primera vez que tomo dicho atajo. A metros de la frontera, escondí trajes propios del Reino y armaduras para escabullirme con facilidad. Deben seguir allí.

- ¿Por qué decidiste acompañarnos? – le preguntó Sony, más calmado.

- … No es asunto tuyo.

- Esa respuesta sólo me genera más desconfianza.

Hassian sonrió y declaró.

- No les voy a pedir disculpas ni les voy a rogar para que me crean. No me interesa ser de su confianza, yo sólo vine a cumplir con mi deber.

- Me parece bien- dijo Kay, evitando que Sony le contestara- ¿Les parece si descansamos unas pocas horas y partimos antes del amanecer?

Todos aceptaron. Lamentablemente, tuvieron dos horas para dormir, aunque no lo necesitaron ya que los baños en las aguas termales les habían generado sensaciones asombrosas que aún seguían vigentes. Hassian se cuidaba la herida que había recibido en la batalla secreta y la revisaba cada tanto. Cuando todos dormían, Hassian se quitó el vendaje y se pasó un líquido pastoso por ella, hacía muecas de dolor y sonidos ahogados cada vez que frotaba su costilla izquierda. Kay había tenido el mismo sueño sobre los Proetas y no tardó en despertar antes que los demás. Se levantó lentamente y le dijo.

- Déjame ayudarte- Hassian se rehusó con un gesto, sin embargo, Kay lo ayudó de todas formas, armó un pequeño círculo místico en la herida del hombre y con mucho empeño, intentó curarlo. Era algo muy difícil y Kay no sabía mucho de medicina, pese a todo, Kay logró que no se infectara y la cicatrizó.

Hassian aguantó el dolor que lo afligía y lanzó otro gemido durante la curación. Luego, no le sacaba los ojos de encima a Kay.

- Mataste a ese hombre por mí y mi familia; y ahora me curas. Tú no eres como tu compañero- le dijo con gentileza.

Kay estaba serio y concentrado en lo que hacía, tardo en responderle.

- Ya no te dolerá- luego le devolvió la mirada- Yo, más que cualquiera, no perdono con facilidad- Hassian asintió con comprensión y desvió su atención- Por el contrario, no voy a permitir que otro niño crezca sin su padre- el ex comandante abrió los ojos como platos y lo tomó del hombro.

- No lo merezco, lobo. Pero gracias.

Kay asintió, algo desorientado y se apartó. Dayas despertó a continuación, le siguió Sony. (Lepra yacía meditando, no había dormido nada). Levantaron campamento en plena noche y se dirigieron al reino del águila.


LA VUELTA A ZIMPAT: 

No había sido difícil escabullirse sin ser descubiertos, la zona que Hassian conocía estaba deshabitada. Entre las ropas que el ex comandante tenía en aquel recinto secreto, se encontraban las armaduras que los Kiceanos les habían obsequiado a los recolectores. (Roja para Kay, azul para Sony y verde para Natal). Les trajeron recuerdos, pues, la última vez que las vistieron fue en un establo cercano al castillo. Sony y Kay no lo pensaron dos veces, creyeron que no habría problema. Dayas y Hassian optaron por las típicas armaduras de los soldados de Zimpat. También dejaron las tres bolsas blancas en el escondite.

Los forasteros encontraron a los habitantes una vez se adentraron en el Reino, seguía igual a como los JEN lo recordaban, con la diferencia de diez u once edificios nuevos, bares y estatuas (de águila) quebradas.

Para su suerte, los hombres, mujeres y niños no les prestaban atención; sin embargo, el tráfico de gente se comportaba de una manera muy extraña, cómo si evitaran cruzarse entre ellos; todos vestían túnicas talares negras (en el pasado, los aldeanos eran muy coloridos para arroparse), inclusive las mujeres, las cuales, antes, llevaban faldas cuadradas de líneas rectas y mangas ajustadas, cabezas con tocados extravagantes y zapatillas de cuero. A simple vista, parecían un puñado de mendigos, tristes y asustados; esperando llegar a sus casas sin inconvenientes.

Sucios y desprolijos, se desperdigaban de aquí para allá cuando la luz del sol aún no había arribado la mañana. 

De antemano, Dayas había propuesto visitar uno de los bares, dónde procuraba recopilar información antes de entrar al castillo. Eso hicieron.

El bar era una de las peores edificaciones de todo el reino. Chico, sucio y repleto de borrachos empedernidos; apenas tenía cuatro mesas grupales y la barra que daba directamente con el cantinero. Se sentaron en una de las mesas y Dayas, fingiendo, no tardó en acercarse a la barra (quitándose el casco).

Allí había tres taburetes de madera con manchas rojas (sangre), dos de ellos estaban siendo usados por dos hombres, ambos aparentemente borrachos, durmiendo con las cabezas sobre la mesa del cantinero. El hombre que atendía le preguntó a Dayas que era lo que quería. Dayas sólo pidió agua y examinó a los desagradables hombres a su lado, uno de ellos tenía una capucha y su rostro no se veía con claridad. No les prestó mucha atención y fue a lo importante.

- Oiga… ¿Cuándo se celebrará otro año por la coronación del Rey? – preguntó en voz baja.

El cantinero lo miró, incrédulo. Era un sujeto calvo, relleno y barbudo, con amplias ojeras y el aspecto de un hombre malhumorado de treinta años.

- ¿Ese Rey existe todavía? – le respondió el cantinero con punzante ironía- Se la pasa encerrado en su castillo, dando órdenes absurdas y reprimiendo a su pueblo. Parecía tan noble al principio… - carraspeó y continuó- ¿Eres forastero? No hay celebraciones hace tiempo- le sirvió un vaso mugriento con agua, la cual estaba media amarillenta- Tómala y lárgate de aquí. Zimpat es el Reino del Infierno. No te conviene estar aquí. Si los vigilantes nocturnos te encuentran…

Se oyó un portazo y dos sujetos encapuchados entraron al bar. Los forasteros (Kay, Sony, Lepra y Hassian) se quedaron en su mesa, habían encontrado unas cartas y estaban simulando que jugaban. Dayas tenía un oscuro pañuelo en la cabeza que le tapaba su cabello rubio y se llevó la mano a la cara para cubrirla con sutileza.

El par de personajes maquiavélicos no hablaron ni produjeron sonido alguno, se acercaron al cantinero, a quién se lo notaba muy asustado y extendieron unas manos grises y porosas.

El cantinero, temblando, les obsequió una botella de su mejor vino y la sirvió entre dos inmensas jarras. Los encapuchados las tomaron sin dar las gracias, su sola presencia estaba generando un episodio de gran tensión. Kay cometió el error de apretar los puños con mucha fuerza, estos se rodearon de fuego sin que este se diera cuenta.

Dayas yacía inerte, llevándose el vaso con el agua amarilla a los labios, pero sin tomarla.

Después de minutos, los dos personajes, aún mudos, procuraron retirarse. Sin embargo, a uno de ellos le llamó la atención el grupo que ‘‘jugaba’’ a las cartas, pues, dos de ellos las sujetaban al revés.

Antes de que los vigilantes nocturnos se percataran de la mano incinerada de Kay, Hassian lo golpeó en el estómago disimuladamente, el elemental apagó su puño y acomodó las cartas que tenía al revés mientras decía: ¡GANÉ!

Los vigilantes nocturnos se marcharon, conformes. Y al cantinero pareció volverle el aire.

- ¿Los vigilantes nocturnos? – le preguntó Dayas y el cantinero asintió, sudando. Fue a buscar algo para secarse y el príncipe se sentó con sus compañeros. En esos segundos que se dirigió a la mesa, le pareció notar que el encapuchado borracho (el cual dormía), tenía el puño derecho cerrado y temblándole…

- La situación se vuelve cada vez más confusa. ¿De dónde salieron estos sujetos? – le murmuró Dayas a sus compañeros, mientras fingía que se sumaba a la partida y procuraba que los borrachos siguieran descansando.

- No lo sé, pero no me gusta nada- agregó Hassian, mirando sus cartas.

- Podrían estar manipulando a Mongot- dijo Kay.

- O no- comentó Lepra con frialdad.

- Sea lo que sea, tenemos que averiguarlo rápido- se sumó Sony, jugando una carta en la mesa- Nuestra prioridad es la fortaleza de…

Dayas lo calló.

- Ni se te ocurra mencionar hacia dónde vamos. En ningún momento- dijo con gravedad. Sony tragó saliva, apenado- ¿Alguien tiene dinero? Pedí un vaso de agua y no traje oro conmigo…

Hassian hizo una mueca y pagó. Tiempo después, los cinco salieron del pequeño bar, por fuera parecía una cueva de barro. 

El sol comenzaba a iluminar la mañana, los forasteros se toparon con un número considerable de vigilantes nocturnos encapuchados, todos ellos altos y encorvados, con esas manos grises y porosas. Iban de aquí para allá, guiando a los leñadores, señalando misiones a los soldados y torturando a los débiles que descansaban durante el trabajo. Dayas apretó los dientes, tenía un ladrillo atascado en la garganta.

Sin consultar con el resto, tomó el camino sinuoso que ascendía hacia la colina donde yacía el castillo del Rey, sus compañeros lo siguieron.

Pasar entre las sombras del reino no fue nada fácil, distintos soldados se les acercaban y les hacían preguntas como: ¿Qué te toca hacer hoy? ¿Tenéis noticias de la tropa?

Hassian se encargó de las respuestas y pasaron desapercibidos. Inclusive Kay y Sony a pesar de sus llamativas armaduras, no le generaban interés a nadie.

Tardaron tres horas en llegar al castillo y el sol ya se alzaba, radiante, sobre sus cabezas. Debían de ser las 12pm.

Una vez se encontraron con el establo, antecesor al castillo, y el inmenso jardín que los JEN recordaban muy bien, Kay y Sony entendieron por qué sus armaduras coloridas no habían sido motivo de preocupación.

La guardia personal del Rey entrenaba, unos sesenta soldados, y todos ellos llevaban armaduras azules, rojas y verdes, iguales a las de ellos. Cómo un horrendo y triste homenaje a los recolectores…

- Tu turno- le dijo Dayas a Lepra, quién suspiró con hastío. Los cinco se ocultaron y Lepra creó el círculo de los magos bajo los pies del grupo, ahora eran invisibles. Sólo ellos podían verse entre sí.

- Sólo durará algunos minutos- informó con desgano.

- Bastará- dijo Dayas e indicó que lo siguieran. Las enormes puertas de hierro estaban abiertas, por donde entraban y salían filas de soldados. Los forasteros se escabulleron mediante la invisibilidad y avanzaron con cuidado.

Todos los soldados con cotas de malla, túnicas de lana, armaduras, escudos y cinturones que envainaban espadas y cuchillos desaparecieron por las puertas de hierro.

El aire del castillo continuaba siendo fresco y cautivador, repleto de alfombras rojas y doradas con la insignia del águila, y columnas blancas que sujetaban el techo de cincuenta metros de alto. La sala del Rey se encontraba unos metros adelante, doblando a la derecha.

Se ocultaron tras una de las columnas y Sony reforzó el hechizo de Lepra, brindándole su círculo místico del Yöbu y compartiéndole energía de su cuerpo. Razón por la cual, se mantuvieron invisibles durante mucho más tiempo.

Tal y como lo recordaban, el sector principal del castillo estaba conformado por paredes de cristal; una gran cantidad de cuadros con pinturas rupestres, históricas y retratos de reyes pasados (los de aquel mundo); la alfombra roja subía tres escalones y desaparecía en una inmensa silla dorada; dónde estaba sentado Mongot Borbán.

Se lo notaba mucho más adulto que antes, seguía siendo fortachón, de dos metros de altura; cabello largo y oscuro, atado y recogido hacia atrás por una coleta; dos pequeños cuernos en la cabeza, a centímetros de sus orejas puntiagudas. Vestía una túnica carmesí gigantesca y los pedazos de una armadura plateada, así también como llevaba la corona real (de oro y repleta de cristales) sobre la cabeza.

Mongot Borbán se tomaba de las manos, como si estuviera rezando y posaba su ancha nariz en ellas. 

Un soldado de armadura verde (como la de Natal), perteneciente a su guardia personal, se inclinó ante él y vociferó.

- Los hombres enviados al Oszen no regresaron, señor. Ninguna de las dos tropas, o siguen en batalla o…

- Envíen otra tropa, urgentemente- le ordenó Mongot con severidad, liberando las manos por un momento y volviéndolas a cerrar.

- Pero señor…

Mongot fulminó a su subordinado con la mirada y este asintió, tragando saliva. Se retiró rápidamente. El Rey de Zimpat parecía preocupado, serio y decaído, su carácter era evidente.
Dayas, furioso y confirmando lo que tanto temía, estuvo a punto de presentarse ante su viejo amigo. No obstante, nadie necesitó detenerlo porque lo hizo solo…

Alguien acababa de ATERRIZAR en la alfombra frente al pedestal con la silla donde se sentaba el Rey.

- Los rumores dicen que el príncipe Dayas se esconde en el Oszen, no detengas los ataques hasta encontrarlo, querido- dijo, era una mujer. Mongot, tomado de las manos, la miró con odio- Siento tanto lo que estás pasando. Ya te lo expliqué, pero nunca deja de ser divertido repetírtelo- continuó con cierto tono seductor- Él sabe de un lugar que mi amo busca hace años.

Dayas se quedó inmóvil, el resto igual.

Ella era una especie de ángel o demonio con forma humana. Joven y muy hermosa, de facciones delicadas, nariz respingada, labios rojos, piel blanca, cabello violeta y castaño (como si estuviera teñido y llevara días sin ser lavado); contextura delgada y alta (a simple vista, parecía una modelo); ojos de color morado y cejas del mismo tinte. Y eso no era todo, llevaba dos colosales alas negras en la espalda como las de un cuervo, extendidas hacia los lados; acababan de planear para que ella aterrizara frente a Mongot.

Su voz fina y engatusadora no afectaba al Rey Mongot, quién se contenía para no atacarla y la miraba con una expresión de locura incontrolable.

- Quieres hacerlo ¿verdad? – le preguntó Ella, acercándose provocadoramente y sentándose sobre sus piernas, mientras sus alas se acomodaban. Vestía una blusa oscura de mangas cortas, un jean pegado a sus piernas y yacía descalza. Sus uñas pintadas de morado se situaron sobre la boca del soberano, quién yacía inmóvil, conteniendo la respiración. Ella le susurró al oído algo que, por alguna razón, retumbó en toda la habitación.

- Hazlo.

Mongot sabía que aquella era la oportunidad perfecta, desenvainó un cuchillo entre sus ropas y apuntó a los omoplatos de la mujer. Le atravesó la espalda de un movimiento y ella gimió excitada, como toda una sádica. Luego se echó a reír, sus alas se movieron y el cuchillo salió de su cuerpo por sí solo.

- Es una buena terapia- dijo Ella- Ya es la quinta vez que lo intentas.

Mongot la empujó y Ella planeó por los aires a centímetros del suelo para caer de pie.

- ¡Ya hice lo que querías! ¡Deja a mi familia fuera de esto! – le ordenó Mongot, al borde de la ira.

- El trato no está cerrado, querido- contestó la mujer- Tu familia será libre cuando encuentres a tu amigo. Sino… tus dos hijos compartirán el mismo destino que tu hermanito. ¿Cómo se llamaba? Ah sí… el leal Bin.

A Dayas y a los JEN les dio un vuelco en el corazón. El hermano menor de Mongot, Binmatt Borbán estaba muerto. Y toda la situación había dado un giro considerable. Hassian le indicó a los demás que no hicieran nada, que se contuvieran.

- ¡Basta, Hélen! ¡Basta! – gritó Mongot y se levantó de la silla- ¡Márchate y llévate a tus lacayos vigilantes! ¡Sólo causas dolor y desdicha en mi reino!

- ¿Tu reino? – se echó a reír la mujer conocida como Hélen- Eres gracioso, por eso me gustas.

- Dile a tu amo que ya no quiero negociar o iré yo mismo a hacerle frente.

- Él no tiene tiempo para plebeyos como tú, querido- le dijo Hélen dulcemente y luego agregó con frialdad- Átate a las normas o mataré a tus hijos y a tu sobrino, de la misma forma que asesiné a tu hermano.

Mongot se derrumbó y se volvió a sentar, juntó las manos y cerró los ojos. Dayas pudo ver a la perfección como las mejillas de su viejo compañero se llenaban de lágrimas.            

Hélen, el ángel de la muerte, se apartó con desagrado y voló por los aires, atravesando la habitación y desapareciendo. Era la oportunidad de Dayas, ya no había nadie, era momento de revelarle a Mongot que no estaba solo y que solucionaría todo el problema.

Hassian se le adelantó y junto a los otros, lo llevó a una habitación vacía, lejos del Rey.

- ¡Mongot está ahí solo! – exclamó Dayas en voz baja, disgustado con Hassian. Quién daba la impresión de estar liderando el grupo. Los demás se quedaron en silencio. Habían vuelto a ser visibles y el círculo desapareció repentinamente. Hassian tomó a un Dayas desesperado por hablar con su amigo.

- Escúchame- le dijo, sin éxito. Dayas forcejeaba para ir con Mongot- ¡Escúchame! – exclamó con ímpetu, intentando no elevar la voz- ¡Jimonte! ¡Compórtate! ¡Usa la cabeza! ¡Esa mujer debe tener a Mongot vigilado, no podemos revelarnos ante él, así como así!

- Pero…

- ¡Escúchame por una vez en tu vida! ¡Te diré por qué decidí acompañarlos! ¡Te diré la verdad si te calmas!
Dayas se quedó tieso, suspiró seriamente y escuchó al ex comandante.

- Mucho mejor- le dijo Hassian. Sony apretaba los dientes, esperando escuchar que él sabía todo y los había llevado a una trampa ya que Hélen buscaba al príncipe, no fue el caso- Toda mi vida viví con rencor. Envidia hacia tu padre, a su poder como soberano y a la mujer que eligió para casarse, a tu madre, Dayas. Yo amé a tu madre y ella murió cuando te dio a luz a ti- Hassian miró los ojos azules de Dayas y la recordó- Tú eras la prueba viviente del amor que nunca pude tener. Desde su muerte, lo único que me reconfortaba era el poder y me volví un ser ambicioso, traicioné a quienes les juré lealtad, todo por más poder, para tener un título, para ser reconocido, eso era lo único que me importaba. Me volví frío y quité la vida de inocentes o no tan inocentes… para alcanzar mis objetivos. Fui cruel y despiadado. Fui la peor escoria que existe en este planeta. Me uní a Minos y traicioné a los Kiceanos por un puesto, por ser propietario de algo. Y, sin embargo, Minos me dejó en el olvido tras el ataque a la guarida, tú me dejaste al borde de la muerte y los recolectores se burlaron de mí en mis momentos más críticos. Me lo merecía- todo el grupo abría los ojos como platos, inclusive Lepra- Me merecía eso y mucho más. Lo reconozco.

Dayas lo interrumpió.

- ¿Y eso que tiene que ver con…? – Hassian le hizo una seña para que lo dejara continuar, el joven rubio se quedó callado.

- Divagué por el Zen, sobreviviendo a duras penas, sin pertenecer a ningún lugar. Y en lo único que pensaba era en venganza, en matarte- Dayas apretó los dientes- Hasta que un día crucé el puente y conocí a una muchacha, una criadora de osos del Oszen. Ella me ayudó con amabilidad, sin exigirme nada, sin juzgarme por mi mal aspecto y la sangre sobre mi cuerpo. Me cuidó y me enseñó otras cosas que yo no conocía- pausó y reanudó-  Yo… me enamoré, Dayas. No fue algo que esperaba y tampoco sé cómo fue que pasó, yo sólo pensaba en volver a por ti- el rostro de Dayas había cambiado por completo, Hassian aún lo sostenía- Estamos esperando un hijo, Dayas. ¡Un hijo! ¡Mi propia sangre! – los ojos de Hassian comenzaron a brillar- ¡No puedo explicarte lo feliz que me siento! Finalmente, se me reveló la cruda verdad, yo era un criminal, un traidor y un asesino sin escrúpulos. Yo no quiero criar a un hijo sabiendo que sólo fui eso en mi vida, por eso opté por ayudar a Müna en su lucha contra Zimpat, y por eso estoy aquí. Yo sé que tienes una misión mucho mayor a esta, lo intuyo y no soy estúpido, no pido que me cuentes ni nada, sólo quiero que aceptes mi ayuda. Así que cuando te digo que te quedes, hazlo. Mongot no puede saber que estás aquí, tenemos que idear algo para deshacernos de Hélen.

Para Dayas tampoco era fácil olvidar todo lo que el ex comandante había hecho en el pasado, lo sobrellevaba a duras penas y a la lejanía, sin embargo, aquella confesión había cambiado totalmente su manera de pensar. Asintió y estiró su brazo, Hassian tardó en comprender, ambos se dieron un apretón de manos.     

Lepra siguió a Hélen, ella se encontraba en los jardines del reino, acompañada de un grupo de veinte vigilantes nocturnos, miraba a los soldados entrenar y vociferaba.

- No le tengan piedad a ningún ser vivo sobre esa tierra- y esas palabras retumbaron en las consciencias de los soldados, volviéndolos más salvajes.

Lepra acababa de entenderlo. Hélen controlaba los deseos de la gente, manipulando mentes. Lo estudió con atención para averiguar por qué no había hecho lo mismo con Mongot y con otros soldados (que parecían actuar normal). Al rato dedujo que su habilidad no funcionaba en todas las mentes, por lo cual intuyó que aquellas personas de poca convicción cederían con facilidad a su control mental.

Kay y Sony habían recorrido las mazmorras del Reino para encontrar a la familia de Mongot. Dayas y Hassian yacían espiando a Mongot en la habitación del Rey. El plan ya había comenzado.

Los JEN vistieron sus armaduras coloridas con los cascos incluidos para pasar inadvertidos. Para su desgracia, las mazmorras estaban repletas de vigilantes nocturnos, y a ellos no les gustaba la idea de que dos guardias del Rey los acompañaran.

La batalla comenzó antes de lo esperado. Kay y Sony no sabían si los habían descubierto o si los vigilantes nocturnos repudiaban a los soldados de Zimpat.

Se encontraban en un pasillo estrecho y horrible, el techo apenas los sobrepasaba por unos pocos metros; las paredes estaban repletas de antorchas.

Los vigilantes nocturnos los atacaron, Kay y Sony usaron sus habilidades elementales y estas no funcionaron. Los sujetos encapuchados eran seres atemorizantes que se lanzaban sobre ellos como si fueran vampiros, con intenciones homicidas.

Los JEN reconocieron que debían cambiar de habilidades y usaron las fuerzas magnéticas para combatirlos, lo que resultó. Para su sorpresa… les quitaron sus capuchas. Los vigilantes nocturnos eran… NARSOGS.

Ahora todo tenía sentido, Hélen trabajaba para Hariet. De todos modos, no fue ninguna sorpresa para los jóvenes JEN.

Se acordaban perfectamente de los ‘‘maldecidos’’ por el corazón oscuro, así también como sus debilidades…

Kay usó la súper velocidad para golpearlos súbitamente, Sony utilizó su súper fuerza para revolearlos contra las cercanas paredes y amasarlos a puñetazos.
En la batalla contra el Redentor, habían aprendido que los Narsogs eran inmunes a los elementos y frágiles ante los ataques cuerpo a cuerpo.

Todos ellos abrieron sus bocas y gimieron sonidos agudos, afónicos y desagradables; se libraron de las capuchas y dejaron al descubierto su piel grisácea y porosa; los cuernos en los caparazones, en las mejillas, en las cabezas, las piernas, los brazos y las espaldas. Así también como las abominables bocas alargadas que chorreaban litros de saliva, el escaso cabello blanco, las garras y, algunos, su falta de ojos (por ser ciegos).

Kay y Sony, vistiendo las armaduras coloridas, combatieron ferozmente. Dejaron a todos inconscientes, pero Kay quería…

- Recuerda lo que te dije- le dijo Sony bajo el casco de su armadura azulada. Kay se detuvo, había estado a punto de extirparle los órganos a todos los inconscientes.

- Si despiertan, matarán a otros y será TU culpa- le respondió.

- Tengo una idea- dijo Sony y señaló las celdas. A continuación, encontraron a dos mujeres (la esposa de Mongot y la esposa de Binmatt) con tres niños que no debían sobrepasar los dos años (dos de ellos eran mellizos y eran los hijos de Mongot, el otro niño era su sobrino). Usaron la fuerza magnética para liberarlos y Kay les dijo.

- Tranquilas, venimos de parte del soberano Mongot. Él nos ordenó que las saquemos de aquí- mintió.

- Pero… ¡Ella dijo que nos va a matar si…! – empezó la esposa de Mongot, una mujer de orejas puntiagudas y rulos castaños.

- Descuide- la interrumpió Sony para tranquilizarla- Todo está controlado.

 Hassian y Dayas espiaban a Mongot, aún sentado, unánime en su silla, como si fuera un ente inmóvil. El plan era simple: tenían que incentivar a Mongot a combatir a los intrusos sin revelarle que ellos estaban allí.

A pesar de la claridad de la estrategia, los medios para alcanzarla eran bastante complicados. Lepra usó la invisibilidad para volver con ellos y envolverlos tras una columna. Informó lo que había estudiado del ángel de la muerte, a Dayas se le había ocurrido llamar mentalmente a Grof para que le enseñara a hablar telepáticamente, después de todo, era lo que el guardián de la Tierra le había ofrecido en el Alto Mundo. No era algo que se aprendía con facilidad, razón por la cual, Grof aceptó ser el intermediario entre todos ellos para comunicarles como seguía el plan.

Tuvo dificultades con Hassian ya que no lo conocía y uno no puede establecer una comunicación mental con quién se le plazca, razón por la cual, Dayas le indicaba lo justo e indispensable a través de señas con las manos.

Ya habían establecido un medio de comunicación (Grof) y un medio de ocultamiento (la invisibilidad). Así, el espionaje seguiría intacto.

Ahora, lo primordial era convencer a Mongot. ¿Pero cómo? Dayas no tenía la habilidad para hablar telepáticamente con él y los vigilantes nocturnos habían establecido un perímetro que le prohibía al exterior ver al Rey.

A través de aquella red de circulación irreal, las noticias volaron y a Sony se le había ocurrido utilizar las imágenes ilusorias (que tanto él como Lepra podían hacer), reemplazando la figura de alguno de ellos por la animación de la esposa de Mongot, para convencerlo sin que nadie sospechara.

Grof le comunicó a Dayas lo acontecido y el príncipe decidió ser quién hablara con Mongot. Todos estuvieron de acuerdo, Hassian, en su interior y sin demostrarlo, estaba fascinado con cada uno de sus compañeros.

Kay y Sony llevaron a la familia del Rey a un lugar seguro, y los cuidaron hasta que todo pasara. Sony no tardó en desprenderse de Kay y fue a cerciorarse que Hélen siguiera afuera dando órdenes, disfrazado de soldado de la guardia.

- ¡Tú! ¡Ve a entrenar ahora mismo que en veinte minutos viajarán! – le gritó Hélen a Sony, al verlo salir del castillo, completamente solo. No tuvo mayor remedio que obedecer, tomó una espada y se batió a duelo con los demás soldados. A través de la visera del casco, la observaba disimuladamente, atento a que no entrara al castillo.

La segunda fase tuvo inicio: Lepra y Hassian se ocultaron tras una columna, abandonando la invisibilidad (no era sencillo para el joven morgano manipular dos habilidades mágicas distintas y pertenecientes a segmentos distintos, al mismo tiempo). Luego moldeó la figura del príncipe para que se viera igual a la mujer de Mongot. Se mantuvo concentrado y le indicó a Dayas que no se moviera mucho, ya que estaba exhibiendo una imagen animada sobre una superficie sólida, como si se tratara de un proyector de cine y la pantalla.

- ¿Estás bien? – preguntó la voz de una mujer, quién claramente era Dayas, pero a ojos y oídos del Rey no lo era.

- Lilah…- exclamó Mongot, levantándose de su asiento, anonadado- ¿Cómo saliste? ¿Dónde están los niños?

Dayas dio un paso atrás, si Mongot llegaba a tocarlo, se daría cuenta enseguida del engaño.

- Están bien- le dijo la voz de su esposa y dio un paso hacia atrás cuando Mongot se le acercó- A salvo, con su tía. Me dejaron venir a verte- agregó al ver la expresión de los vigilantes nocturnos que estaban alertas. Por fortuna del príncipe, se tragaron aquella mentira.

- Ya no puedo más- soltó Mongot entre suspiros- Soy el peor Rey que pisó el zen.

- No digas eso. Aún puedes hacer algo al respecto…

Mongot amagó para tomar a ‘‘Lilah’’ de los brazos, pero Ella se echó para atrás y lo evitó. Lepra sostenía la imagen animada con precisión. Mongot se sintió desorientado, pero habló de todas formas.

- No quiero que compartan el mismo destino que Bin. Yo dejé que esa desquiciada hiciera lo que quisiera con Zimpat, nuestras vidas están bajo sus garras. Tengo tanto miedo de que se desquite contigo o con los niños…

- No pasará. Estaremos a salvo. Tú ocúpate del Reino y deshazte de los intrusos- le dijo la mujer de cabello enrulado.

- No puedo… nunca debí haber aceptado semejante responsabilidad. Dayas hubiera sabido que hacer. Y ahora… aparte de mi pueblo, también lo traiciono a él, ayudando a esa maníaca.

- Hiciste lo que tenías que hacer por tu famil… por nosotros- se corrigió la falsa Lilah- Él lo entenderá. Estoy seguro-a. Segura.

- ¿Te sientes bien? Estás actuando algo extraña…- le dijo Mongot y quiso tomarla de las manos, pero Ella dio una vuelta y se alejó nuevamente.

- Si… es que ya no soporto la situación.

Y en ese instante, apareció Hélen, volando por los aires y aterrizando a la derecha de ambos. Sony había querido avisar a través de Grof, demasiado tarde.

- ¿Qué significa esto? ¡¿Qué haces fuera de tu celda?! – gruñó, sus ojos morados brillaban de crueldad.

- Yo…- Dayas se tropezó hacia atrás, se rascó la cabeza y por torpeza, desprendió el pañuelo negro que llevaba en la cabeza. La imagen se vio algo borrosa en ese momento y Lepra insultó al príncipe en su mente.

- Tengo una idea- le susurró Hassian a Lepra- Ven conmigo rápidamente y cambia de poder, de las imágenes ilusorias a la invisibilidad, sólo cuando yo te diga- el joven morgano, sudando y con la mano extendida, asintió seriamente.

- Déjala en paz, Hélen. Tus soldados la dejaron verme- le dijo Mongot.
- No me gusta la competencia, querido- le dirigió la mirada Hélen con dulzura fingida- Y tus chistes ya no son tan divertidos, mis soldados no razonan, son seres irracionales que sólo responden a las leyes básicas de la existencia.

Mongot tragó saliva, sin saber que decir, no estaba entendiendo como su esposa Lilah había llegado allí. En ese momento de distracción, Lepra cambió de habilidad rápidamente: el círculo de los magos seguía vigente bajo sus pies y la figura de Lilah volvió a ser la de Dayas. En un respiro, Lepra y Hassian se abalanzaron sobre Dayas para que entrara al perímetro que te permitía ser invisible. Lepra y Dayas regresaron a su ubicación detrás de la columna, pero Hassian, no. Se quedó donde estaba Dayas y dijo en voz alta.

- Me descubrieron.

- ¿¡Qué hace!?- exclamó Dayas y Lepra lo tomó del hombro para que no interviniera.

- Es… imposible. ¿Comandante Hassian? Creí que estaba muerto- vociferó Mongot. Los vigilantes nocturnos, armados con lanzas, le apuntaron a la distancia- ¿Qué hace aquí?

- Así que un mago…- dijo Hélen, mirándolo de arriba hacia abajo- Te estabas haciendo pasar por esa repugnante mujer.

- Un placer, señorita- le respondió Hassian y desenvainó su espada- Vengo de parte del Oszen.

Mongot estaba petrificado.

- Así que esos inútiles decidieron contraatacar- dijo Hélen, apretando los dientes- Tengo que reconocer que son hábiles y que saben resistir. ¡Inútiles, busquen por todo el reino, este hombre no vino solo! – la mayoría de los vigilantes nocturnos corrieron afuera, sólo dos se quedaron con ellos. Ella se acercó a Hassian, quién empuñaba la espada con decisión. Mongot tenía los ojos desorbitados, no sabía que creer.

Helén se quedó a unos metros del ex comandante, giró 90° y su ala derecha golpeó a Hassian, quién cayó de bruces con el suelo. Lepra sostenía a Dayas, quién estaba desesperado, no quería que le hagan daño.

- Espera, Helén- le dijo Mongot y tomó el cuchillo del suelo que había utilizado anteriormente contra el ángel de la muerte- No lo hagas.

El ángel de la muerte lo miró con aprehensión y reveló una vara de un metro, ondulada y oscura.

- No te atrevas, monarca- dijo y le clavó la vara a Hassian en su costilla izquierda, donde ya lo habían atacado con anterioridad. Hassian gimió del dolor y se arrodilló en el suelo, vomitando sangre.

- No puedes hacer nada. Él lo eligió- le susurró Lepra a Dayas, que estaba impotente- Ella trabaja para Hariet, recuérdalo.

Quitó la vara del interior del ex comandante y lamió la sangre en la punta.

- Hoy, todos los intrusos, morirán- informó aquella despiadada mujer- Y luego, el Oszen será destruido. Esta vez, iré yo.

Ella salió de la habitación con aire triunfante. Hassian agonizaba y Mongot dejó la espada a un lado para ayudarlo.

- ¡Llamen a los curanderos, ahora! – ordenó, pero los vigilantes nocturnos no le hicieron caso.

- Los papeles se invirtieron, sub-comandante, perdón… Rey- le dijo Hassian, tomándolo del brazo- Yo soy el valiente y tú eres el cobarde.

- No estás en posición de insultar…

- Defiende este pueblo, aunque sea lo último que hagas, es lo que te encargaron hace tiempo y es tu deber- le dijo, débil y con el rostro manchado.

Lepra y Dayas aparecieron rápidamente, disfrazados de soldados.

- Nosotros nos encargaremos, señor- le dijo Lepra. Dayas solo se limitó a sacar a Hassian de allí.

- Gracias, soldados- dijo Mongot, desesperanzado y mirando cómo se llevaban a Hassian lejos de su vista. 

- Dile a Grof que les comunique a los otros que hay que salir de aquí- le ordenó Lepra a Dayas mientras los dos cargaban a un hombre moribundo hacia la habitación dónde se suponía que estaban los médicos. El lugar estaba vacío y repleto de camas vacías.

- Iré a buscar a los curanderos- se apresuró Dayas, pero Hassian lo agarró de la mano. Estaba llorando.

- No puedo morirme ahora, aún tengo mucho por hacer, quisiera conocer la cara de mi hijo…- dijo entre sollozos. Lepra y Dayas se miraron con tristeza, y tragaron saliva- No quiero que crezca sin su padre… él…- en medio de la agonía, parecía que un rayo de cordura le había dado- Salgan de aquí o Hélen los encontrará y su misión se vendrá abajo.
- También hay que avisarle a Müna que Hélen planea otro ataque- pensó Dayas en ese momento y apretó la mano de Hassian, luego le dijo- Estaremos bien, camarada. Sólo resiste.

Hassian sonrió con dificultad y vociferó.

- Si eres la viva imagen de tu padre es porque algo bueno tenía, él cumplía sus promesas al pie de la letra- dijo. Dayas reflexionó y tomó a Hassian con ambas manos.

- Yo cuidaré de tu hijo, Hassian. Ese niño crecerá fuerte y sano, bajo mi tutela, lo prometo- dijo. Lepra se quedó con los labios abiertos.

- Gra…cias- respondió Hassian y falleció con una sonrisa en su rostro.

Dayas rezó y Lepra cerró los ojos por un momento. No tuvieron tiempo de más, los vigilantes nocturnos recorrían los castillos esperando encontrar actividades sospechosas. Ambos dejaron a Hassian sobre una de las camillas de la habitación y huyeron.

Kay dejó a la familia fuera del alcance de los vigilantes, en la casa de otra familia de Zimpat que desconocía (habían llegado allí de pura casualidad). Sony fingió que buscaba a los intrusos por órdenes (o manipulación mental de Hélen) y aprovechó el desconcierto para unirse a sus compañeros. Los cuatro se reunieron en el establo, el plan había fracasado y Hassian estaba muerto. Ahora, sólo les quedaba salir de allí sin ser descubiertos. Pues, miles y miles de soldados, guardias y vigilantes nocturnos peinaban al Reino en su totalidad, buscando espías. Quemando viviendas e interrogando a la gente a la fuerza.

Por otro lado, Mongot yacía en la habitación del Rey, pensativo. Se había vuelto a sentar en la silla, como todo un inútil. Escuchaba el escándalo de afuera y apretaba los puños con fuerza… hasta que lo vio. Un oscuro pañuelo en el suelo… justo al lado del charco de sangre que Hassian había dejado. Se levantó, anonadado y lo tomó. Luego lo olió y reconoció dicho aroma, finalmente, lo había entendido todo.

Frunció el ceño, tomó su espada y se enfrentó a los dos vigilantes nocturnos, los mató rápidamente. Salió a los jardines, dónde sus soldados corrían de aquí para allá. Encontró un cuerno y lo sonó. Los soldados se detuvieron. Hubo silencio y todas las miradas fueron hacia el Rey Mongot. Él llevaba la espada ensangrentada envainada en su cinturón, con la mano derecha sostenía el cuerno (que luego tiró) y con la izquierda a un pesado cadáver, perteneciente a un vigilante nocturno. Lo desplomó en el suelo y todos se quedaron atónitos. Hélen no estaba.

- BASTA. SE ACABÓ. NO MÁS. ¡ZIMPAT, ES HORA DE LA VENGANZA! ¡¡¡ES HORA DE VUESTRA REVOLUCIÓN!!!

Lo último que oyeron los elementales al conseguir escapar del Reino sin ser descubiertos, fueron los vitoreos de una multitud de gente enloquecida y el inicio de una sangrienta batalla.  

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