Legado de Sangre: CAPÍTULO 9.
- ¿Diego? ¿Volvió a mentir? No lo entiendo…- exclamó Kay,
petrificado. Aquel fantástico suceso donde vivían en carne propia un hecho del
pasado y escuchaban todos los pensamientos de los personajes implicados en la
historia, acababa de desvanecerse. Los cuatro jóvenes volvían al Alto Mundo,
frente a la hermosa mujercita con el vestido blanco. Kay estaba bastante
alterado- Tengo un millón de preguntas y necesito que me las contesten.
- No- respondió Nadaya, cortante- Es todo. No tenemos más
sobre él, hasta ahí pudimos recopilar su historia. No es fácil rearmar hechos
que ocurrieron hace siglos, memorias de un único personaje.
Sony, en cambio, miraba a Lepra, el aprendiz del mago.
- EL ELEGIDO. Esas fueron las palabras del arqueólogo-
pensó- Así lo llamó Fismut, él le enseñó a practicar el Böju, por eso podía
hablar el idioma de los nativos. Sabía pocas cosas, parece que no tuvieron
mucho tiempo. El mago nos mintió otra vez. ¿A qué juega? ¿Es que no confía en
nosotros? ¿Será… qué teme que nos
pongamos de su lado? – se detuvo para observar a Dayas, quién estaba
bastante callado, mirando el suelo con seriedad- Lo que hizo y la decisión que
tomó… me parece comprensible. Me recuerda a mí, pero eso no significa que vaya
a cambiarme de bando, sigue siendo un asesino, cualesquiera que sean sus
razones. Lo hizo todo por su hermanito, quién me imagino que debe estar muerto.
Él…
- No sigas, por favor- le inquirió la voz de
la guardiana en su mente, Ella miraba a Kay y le conversaba- Estás escarbando en un terreno
muy peligroso…
- ¿Peligroso? – preguntó Sony en su mente, sin comprender.
Sin embargo, Nadaya no le respondió. Él se le quedó mirando, incrédulo.
- Probablemente les haya mentido a los marineros de la
segunda carabela para que no conozcan su verdadera identidad. No entiendo el
propósito, pero debe ser eso- indagó Lepra, nervioso. Nadaya asintió con cierto
grado de complicidad.
- No me cierra- habló Dayas al fin, pensativo y
acariciándose la barbilla.
- La historia no está para complacerte, príncipe- gruñó
Lepra.
Dayas le dirigió una breve, pero profunda mirada.
Nadaya se rió.
- Es mucho por hoy. ¿Por qué mejor no van a descansar? Los
guiaré hacia sus habitaciones, descansen y podrán partir cuando deseen.
Kay suspiró y miró a Lepra, ambos asintieron mutuamente,
decidiendo por los demás.
Sony tomó lo que yacía en su bolsillo y frunció el
entrecejo.
- Tengo miedo de mi propio instinto- pensó y observó a la
jovencita, para atraparla si intentaba leer su mente, no fue el caso.
Nadaya los llevó al salón principal, tan blanco como todos
los demás e increíblemente largo, conformado por columnas y monumentos. Luego
dobló a la derecha y les indicó que allí se quedarían, era una nueva habitación
con cuatro camas separadas, cubiertas por sábanas blancas y un cuarto más
pequeño al fondo: un baño.
Lepra, Dayas y Kay entraron rápidamente. Sony, en cambio,
se acercó a Nadaya cuando tuvo la oportunidad de hablar con ella a solas.
- Nos debemos una charla, ¿No te parece? – le preguntó
Sony.
Ella ni siquiera se atrevió a mirarlo y sólo se dispuso a
examinar que los huéspedes estuvieran cómodos.
- ¿No piensas hablar? Bien- dijo Sony, algo alterado- ¿Qué
hay dentro del sobre que me pediste que guardara? ¿Cómo llegaste a mi… mente?
¿Cómo sabías que íbamos a conocernos? – Sony aceleraba las oraciones con tanta
rapidez que no anticipó que Nadaya le colocara los dedos en los labios, para
callarlo.
- Se nota que no sabes tratar a una mujer- dijo, mirándolo
atentamente. Sony se estremeció cuando vio aquellos dos ojos fijos en él. Para
calmarse, le miró la nariz mientras hablaban.
- ¿Por qué me ayudas desde hace tanto? – preguntó con
tranquilidad cuando Nadaya le quitó los dedos de sus labios.
- Porque me lo ordenaron- dijo Ella. Sony se quedó
perplejo, no podía evitar sentirse algo decepcionado.
- Fismut.
- Cómo siempre, lo adivinas todo.
- ¿Y por qué a mí y no a Kay? Yo sé que él no tuvo
conversaciones mentales contigo.
- El mago quería encargarse de tu amigo- respondió Ella,
sin quitarle los ojos de encima- ¿Pensaste que era por otra cosa?
El joven abogado sintió que acababan de tirarle una olla
con agua hirviendo en la cara; su estómago se tensó y aunque él no lo viera,
tenía el rostro más colorado que el de un tomate maduro.
- No. Sólo tenía esa duda- fueron las palabras que salieron
de su boca, intentando ser lo menos obvio posible.
- Vete a dormir, te lo mereces- Nadaya continuó caminando y
desapareció cuando dobló en una esquina.
Sony estaba tan anonadado, confundido y petrificado que no
notó que la mujercita ni siquiera le había respondido lo del misterioso
paquete.
- ¿Quién diría que el destino nos reuniría para ser los
encargados de salvar a la humanidad? – dijo Kay, acostado en su cama. Fue lo
primero que oyó Sony al entrar.
- El águila sabe muy bien lo que hace- dijo Dayas- Yo
siempre tuve la esperanza de volver a verlos.
- No quiero dar órdenes, pero me parece que lo mejor será
que descansemos. Fue un día largo- replicó Lepra.
- Tú sabías que Fismut lo mandó a destruir los nueve
corazones- dijo Kay, sin preguntar.
Lepra suspiró y asintió.
- Y sabías que Ambrosio lo traicionó y se dejó llevar por
esa extraña voz. La que al parecer pertenece a un señor oscuro anterior a él-
replicó el elemental del fuego.
Esta vez, Lepra sólo lo miró. Los demás escuchaban.
- No me gustan los secretos, Lepra- dijo Kay con frialdad-
Especialmente cuando vienen de mis amigos- Sony sintió una patada en el
estómago- Y si, para mí, tú eres mi amigo. Así que sé amable y sincero con
nosotros. Vamos a estar mucho tiempo juntos, la confianza mutua es importante.
¿Algo más que quieras agregar a la historia del arqueólogo?
- Nada- respondió Lepra, haciendo una mueca disimulada.
- Bueno, te creo. No nos mientas, somos un equipo.
Lepra se dio media vuelta y procuró dormir. Tenía un nudo
en la garganta y algunas lágrimas le recorrían el rostro.
- Lo siento tanto- pensó.
- Tampoco es necesario que seas tan duro con él- inquirió
Sony- Nadie es completamente honesto.
- Eso me recuerda a una conversación que tuvimos en la
guarida de la resistencia- le habló Dayas con una sonrisa.
Kay ignoró a Sony y también se dio la vuelta para
descansar.
El joven abogado continuó conversando con el príncipe,
recordando viejas épocas, tardaron una hora en irse a dormir.
Hacía todo un año que no ocurría; los sueños acecharon las
mentes de los JEN. En el caso de Kay, hubo destellos de imágenes aterradoras:
Natal con la pistola en la mano, apuntando a su sien, procurando acabar con su
vida.
En el caso de Sony, en un exótico lugar, repleto de
escaleras, esperaba un hombre de espaldas, sin su casco. Él, junto a Kay,
avanzaban hacia el individuo y vociferaban:
- YA NO HAY NADA QUE OCULTAR, SABEMOS QUIÉN ERES.
Despertaron al unísono, las ventanas de las paredes
presentaban un cielo oscuro y estrellado; Dayas y Lepra continuaban durmiendo.
Los dos respiraron agitadamente y evitaron el contacto visual, aunque fuera a
través de la oscuridad de la noche.
No tardaron en oír una voz en sus cabezas, perteneciente a
una mujer.
- No teman. Son señales de lo que fue y lo que vendrá- les
dijo. No le pertenecía a Nadaya- Tengo órdenes estrictas, tienen prohibido
conocer la verdad, y eso, mi hija lo sabe muy bien- Era Keila, la guardiana de
la Tierra, esposa de Grof y madre de Nadaya. Kay y Sony respiraban
forzosamente- Síganme. En mi opinión, es VITAL que lo sepan todo.
Kay y Sony no lo pensaron dos veces, se abrigaron, el
ambiente se había tornado frío y seco. Salieron de la habitación sigilosamente
y encontraron a Keila afuera, con un vestido negro que contrastaba con la
blancura del palacio. Sin decir más, se deslizó por los suelos como si fuera un
fantasma y los llevó nuevamente a la habitación con la cascada.
- ¿Qué tan fuertes son? – les preguntó.
Después de un tiempo, Kay y Sony se miraron entre sí, sin
saber que responder.
- Dámelos- le dijo Keila a Sony. Por alguna razón, el
elemental de la lava la entendió enseguida y sacó de su bolsillo los dos
collares idénticos que había encontrado en la mansión de Natal. Kay no
comprendía lo que estaba pasando.
Sony se acercó a Keila, expectante. Ella flotaba por los
aires, a centímetros del suelo, literalmente. A continuación, tiró ambos
artefactos a la cascada, luego, una luz centelleante iluminó el escenario y los
dejó ciegos por un momento. Todo desapareció: la habitación, las aguas y Keila.
Los JEN se alteraron con el cambio de panorama.
Ya no había blancura, todo estaba oscuro, encerrado y
sucio. Estaban en la habitación del sub-suelo en la mansión de su mentor.
LA
MUERTE DE NATAL:
‘‘Natal yacía sentado
frente a su escritorio, estudiando hoja por hoja, quién sabe qué. Revisó la
hora en su reloj-pulsera y se levantó de un salto. Caminó lentamente por los
pasillos hasta dirigirse a uno de los estantes más grandes, repletos de libros
regordetes, el profesor tenía una inmensa biblioteca. Ojeó dos o tres portadas
con desgano y suspiró amargamente. Todos los libros parecían ser diarios
personales.
A continuación, tomó otro
tomo, uno muy viejo, desgastado, las solapas derramaban un líquido pastoso que causaba
la sensación de estar podrido por dentro. Aun así, Natal lo sujetó y sonrío,
luego lo abrió; dentro de este mismo había una llave oxidada.
La agarró, fue hacia
uno de los cuadros más grandes pegados en la pared, revoleó la mano por los
aires y el cuadro se desplazó a un costado como si fuera una puerta.
Natal fue rápido y sacó
un cofre de madera de la bóveda (el cual llevaba manchas de pintura en los
extremos). Dick introdujo la llave y el cofre se abrió.
Adentro había un
exótico cubo, más papeles y un collar con el dije en forma de triángulo. Sintió
una intensa conmoción y se lo colocó.
- Tengo que usarlo más
seguido- se dijo a sí mismo.
Tales objetos parecían
ser los más valiosos para el profesor de historia; entre las hojas escritas,
también había un cuadro reluciente con la foto de tres personajes sonriendo.
Natal tomó el cuadro y
lo colocó verticalmente en la esquina del escritorio.
- Ojalá encontraran la
manera de comprenderse mutuamente y de hacer las paces- habló. En la foto
estaba Kay, Sony y él.
Natal vivía solo. Sony
se había ido a San Martín y Kay acababa de alquilar un departamento en la
capital. Ninguno de los dos quería molestarlo, lo que ellos no sabían es que
era todo un gusto para el profesor tenerlos como huéspedes. No obstante, nunca
había sido bueno para expresar lo que realmente sentía.
El silencio reinaba en
la habitación del sub-suelo, iluminada por tres barras en el techo,
recientemente instaladas. Eran las 4 a.m. del 14 de marzo del año 2229.
Natal examinó el cubo y
volvió a hablarse a sí mismo en voz alta.
- El cubo que se le
cayó a la estatua de Jimonte, el contenedor de su anterior contraparte de
Amdor. Si supiera como abrirlo, podría ser muy útil para enfrentar al siguiente
enemigo- volvió a suspirar, agitó los dedos y el cubo se suspendió por los aires
hasta aterrizar en el escritorio.
En un santiamén, las
tres barras que emitían luz se pulverizaron. Hubo oscuridad absoluta, Natal
lanzó un grito ahogado y se apresuró en formar el círculo de los magos bajo sus
pies, el cual irradiaba una amplia visibilidad. Encendió una vela para iluminar
los sectores más difíciles de alumbrar.
Últimamente se había
vuelto bastante paranoico, oía voces y el viaje al Templo de la Muerte le causó
secuelas. Cosas que deseaba no volver a repetir. Una vez se sintió seguro, se
sentó nuevamente en la silla frente al escritorio y echó la cabeza para atrás.
- Necesito vacaciones-
pensó.
Tardó en reconocer a
una espesa sombra, la cual cubría parte del círculo brillante, dibujado en el
suelo. Cuando lo hizo, se resbaló de la silla por el susto. Empujó el
escritorio y el cuadro cayó al piso, el vidrio de la foto se hizo añicos
inmediatamente después. Impulsivamente, creó dos esferas de aire y frunció el
entrecejo, nervioso.
- ¿Sony? ¿Kay? Saben
que no soy fanático de las bromas- dijo. Su cabello había vuelto a ser largo y
canoso, tenía una barba blanca mal afeitada y sus ojos grises brillaban como
linternas. Vestía su mítica túnica de color turquesa, su favorita.
A pesar de las
advertencias, nadie le respondió y un fuerte golpe se hizo oír, seguido por
otro… eran los pasos de una persona.
Una espada, con el
mango en forma de calavera, fue clavada en el centro del círculo místico. La
luz de la invocación comenzó a fallar y Natal aún no podía vislumbrar al sujeto
con precisión.
Se quedó tenso,
respirando por la boca, temiendo lo peor.
- No voy a hacerte daño - le dijo una voz aterradora que retumbó en toda la
habitación subterránea.
- ¿Quién… eres? –
preguntó Natal, en guardia, muy asustado.
Los pasos se
acrecentaron, el profesor reconoció que el otro personaje llevaba una armadura
sobresaliente, de la edad media. Finalmente vio a la perfección a aquel sujeto
con ese pesado disfraz, era Hariet.
Dio un respingo del
susto y apretó los puños con notable furia, todo su rostro estaba tenso, tenía
al asesino de su familia frente a él.
- No vine aquí a pelear - declaró Hariet. Natal no le creyó y se quedó tieso,
esperando el primer ataque- Clavé mi espada allí para demostrártelo. Sólo quiero que hablemos.
- ¿Hablar? – repitió
Natal, como si acabara de insultarlo- Terminemos esto aquí y ahora, si viniste
a matarme, estoy listo.
El casco medieval del
Único se movió levemente hacia los costados, estaba negando.
- Ya basta de mentiras y engaños.
Vine aquí con un único propósito y no es asesinarte.
Natal, aunque creyó que
su enemigo estaba hablando en serio, no bajó la guardia, sus puños estaban
rodeados por esferas de aire.
- En esta época ya no
se usan armaduras así- dijo Natal, analizando la situación para agarrar al villano
desprevenido. También pensó en mandar una señal de alerta a los JEN mediante su
teléfono móvil, sin embargo, lo había dejado arriba.
- Lo sé. Es anticuada - respondió Hariet, con cierto grado de amabilidad- Ya buscaré otra. Después de
todo, ya cumplió su función.
Natal lo miró de reojo
con duda.
- Cuando volvía a Europa con mis
ideales aclarados, me di cuenta de que siendo joven nadie me tomaría en serio,
a pesar de mi poder- le contó- Recordé la reacción de los
nativos cuando nos vieron por primera vez, ellos creyeron que éramos dioses por
nuestras brillantes armaduras. Fue por eso por lo que opté por forjar esta
coraza que llevo puesta, quería causar la misma sensación en los españoles. Y
lo logré.
Natal, aún alterado, le
preguntó lo que siempre le intrigó.
- ¿Quién eres? ¿Por qué
la máscara?
El casco del Oscuro se
quedó petrificado, aquella visera para la vista ocultaba dos ojos humanos que
miraban a Natal con asombro.
- Creí que nunca me lo
preguntarías - admitió- Muchos me conocieron como el
arqueólogo Ambrosio de Morales, sin embargo, fue un nombre que tomé prestado de
otra persona de la época. Me hice pasar por él para viajar a América y cumplir
con mi objetivo. Yo tenía la misión de destruir los nueve corazones.
- ¿Qué…? ¿Quién te
ordenó eso? – preguntó Natal, tenía una mezcla de horror, odio y confusión.
- Fismut, el mago. Lo conocí unos
meses antes. Él me dijo que yo era parte de una profecía y que cambiaría el
mundo. El líder de su mundo, Yará, se lo dijo antes de fallecer. Yo me lo creí
y hubiera cumplido con mi cometido si no se me hubiera revelado la verdad - Natal suspiró con opulencia- Qué este mundo está mal
construido y necesita deshacerse para darle lugar a uno nuevo.
- ¿Mal construido? –
repitió Natal- Yo viví mucho más tiempo que tú en esta dimensión y puedo
decirte que no todo lo que existe es malo. Igual… no sé por qué me esfuerzo en
conversar contigo. Aún no olvido que asesinaste a mis padres.
- ¿Sólo a tus padres? – preguntó Hariet, fingiendo inocencia.
- Y a mi hermano mayor-
gruñó Natal- ¡Dudo que sepas lo que significa perder a quién amas!
Hariet se echó para
atrás, en silencio.
- El collar. Después de tanto
tiempo, lo sigues usando.
Natal hizo un gesto de
incomprensión. ¿Cómo sabía Hariet que aquel collar lo tenía hacía añares?
- ¿Cómo sabes eso? – le
preguntó.
- Una madre les dio un regalo a
sus dos únicos hijos. Dos collares idénticos para que comprendan que siempre
debían de estar juntos y de cuidarse mutuamente- le dijo
Hariet e hizo un gesto en la oscuridad, Natal se sobresaltó. Quitó algo de su
interior y se lo entregó al profesor: era otro collar exactamente igual.
Natal, sin darse
cuenta, había bajado la guardia y las dos esferas de aire se habían esfumado.
- ¿Se lo robaste cuando
lo mataste? – dijo, tomando la réplica del collar. Un temor abundante se
acrecentaba en su pecho, algo peor que el miedo a la muerte.
Ocurrió una pausa
intensa, cargada de tensión exorbitante. Hariet, muy lentamente y con esa voz
espeluznante, dijo.
- El mayor dejó de ser un niño y
se convirtió en un hombre. Desde aquel día hasta hoy, lleva este collar como
símbolo de lo que alguna vez fue. Soy
Diego, Pedro. Soy tu hermano.
Natal sonrió, como si
le acabaran de contar un chiste. Su sonrisa se fue apagando poco a poco;
contempló el casco del Único, y con gran crudeza, le ordenó.
- Quítatelo.
Hariet obedeció,
presionó un botón en su nuca y un mecanismo comenzó a desprender herraduras que
mantenían el casco pegado a la armadura. Se lo quitó con delicadeza y lo dejó
en el suelo.
El corazón de Natal se
tambaleó. El profesor perdió la fuerza en las piernas y se cayó al suelo de
rodillas.
Un rostro avejentado,
con la mitad desfigurada y casi idéntico al de él, lo observaba con una sonrisa
tierna, con los ojos grises brillantes. No cabía duda, Hariet era Diego
Kimhote.
El pobre profesor
sintió que se le triplicaba el peso del cuerpo, su expresión de susto y dureza
se esfumó, estaba frágil y apesadumbrado. Había perdido la voluntad para
pronunciar una palabra y contestarle.
- El mago no te eligió porque sí- declaró
Hariet con seriedad, su voz había cambiado notablemente, ahora sí se asemejaba
a la de un ser humano, a la de un hombre de cincuenta años. Era ronca y con un
color similar a la de Natal- Te usó en mi contra. A mi propio hermano. Te
llevó a encontrar los corazones restantes para luego enfrentarme. ¿Lo
recuerdas? Durante la pelea que tuvimos en la época que nacimos, yo te quité la
máscara y ahí me enteré de la verdad; me quedé petrificado y Morgán me sorprendió
con la espada divina por detrás, con la guardia baja. Todo un cobarde.
- Yo… yo… vi… los
cuerpos, los cuerpos- dijo Natal, con los ojos fijos en el rostro de Diego-
Estabas muerto, junto a mamá y papá.
- Nuestro legado de sangre estaba maldito, Pedro-
inquirió el Único con una expresión muy benévola- Nuestros padres, Clara y Ernesto Kimhote, eran
dos seres repugnantes que hicieron de tu vida y de la mía las más miserables.
Puedes culpar al corazón, pero en el fondo, había querido deshacerme de ellos
desde mucho antes. Sólo recuerda… él era un ser violento y manipulador que
golpeaba a su mujer, y nuestra madre lo engañaba con su compañero. Toda una
novela. Eras muy chico para comprenderlo, siempre te mantuve lejos de todo,
hice que vivieras la mentira para poder ser feliz. Yo empecé esta travesía por
ti, para que vivas en un mundo mejor bajo mi protección.
Natal examinaba
exhaustivamente la figura de su hermano.
- ¿Qué te pasó? – le
preguntó, señalándole aquel perfil lastimado, cubierto de cicatrices y
quemaduras de primer y segundo grado.
- Un último recuerdo de nuestro progenitor.
Intentó deshacerse de mí cuando se enteró que había viajado a América sin su
consentimiento. Luego lo maté- dijo Diego Kimhote con crudeza, sin
abandonar aquel aspecto indulgente.
- El tercer cuerpo…
- El sujeto que confundiste conmigo,
irreconocible por las llamas, era el amigo de Ernesto, el amante de mamá…
Natal tragó saliva,
lanzó un soplido por la nariz y vociferó.
- ¿Por qué ahora? ¿Por
qué me dices la verdad RECIÉN AHORA?
- Tranquilo, Pedro. Recuerda que estuve siglos
encerrado y atrapado en un cuerpo ajeno, no me hubieras creído. Procuraba
seguir ocultándote la verdad hasta el final, cuando mi objetivo esté completo,
como un regalo para ti. No obstante, tú tienes algo que necesito, el cubo…
Natal miró hacia el
escritorio, el cubo de Jimonte yacía sobre la mesa.
- La criatura que Juan Jimonte encerró allí tiene
un poder que necesito para resucitar a los agentes del caos. Antes de mí y
después de Tritán, hubo otro señor de la oscuridad, yo mismo me apoderé de él
cuando tomé su corazón en América. Los agentes del caos son los seres más
temibles del universo, son PARÁSITOS E INFECTAN A LA GENTE CON FACILIDAD, provocándoles una muerte rápida. La PURGA será mucho más sencilla con
ellos de mi lado.
Natal dio un paso
atrás.
- Yo te admiraba- dijo,
furioso- Fuiste mi ejemplo durante todos estos años que viví en soledad;
soporté cosas que ni te imaginarías, todo para vengar a mi familia. Para vengar
a aquel hombre que me apartaba de casa cuando mamá y papá discutían y me
cantaba la misma canción, todas las noches. Quién me enseñó a luchar por lo que
quiero, quién me enseñó a ser valiente, a ser fuerte, quién se comportó como un
hermano y un padre para mí. Fuiste todo eso- no pudo contenerlo, mientras más
hablaba, más lloraba- El amor que me diste fue lo que me ayudó a ser el hombre
que soy ahora. Y… - Hariet lo miraba, conmocionado- Todo en lo que creí resultó
ser mentira. La misma persona que me enseñó todo lo que sé, destruyó
familias, manipuló personas y asesinó inocentes.
- En el nuevo mundo, los muertos volverán a nacer
y las ambiciones estarán limitadas. ¡Todo será perfecto!
- ¡Eso no es sinónimo
de un mundo ideal! – Natal tenía el rostro colorado y bañado en lágrimas- ¡No
eres mejor que los hombres de este mundo!
Hariet lo observó y
suspiró.
- Creciste, Pedro- dijo- Y nuestros rostros se hicieron parecidos, a
diferencia de nuestros ideales. Ya lo entenderás, toma mi mano y unámonos-
Diego le extendió la mano metálica a su hermano, esperando una respuesta- Sé que eso significa que tendrás que
enfrentarte a tus propios estudiantes, pero su muerte es indispensable, su
sacrificio dará lugar a la felicidad absoluta.
- Fismut me mintió todo
este tiempo, jugó conmigo y me dio un propósito vacío- pensó Natal,
petrificado, contemplando la mano cubierta por la armadura.
Sin que Diego Kimhote
se diera cuenta, Pedro Kimhote abrió un cajón a sus espaldas y quitó su viejo
revólver.
- La verdad, hermano,
es que estoy cansado y esto, esto ya es demasiado para mí. No voy a elegir un
bando, ni a los JEN ni a ti- Pedro tomó a Diego de la mano- Pero quiero que
sepas, que, a pesar de todo, siempre te amaré.
Hariet pareció
comprender y fue a tomar su casco, en ese momento de distracción, Natal quitó
el seguro del revólver y se disparó en la cabeza.
- ¡NO! – gritó Diego, aunque ya fuese
demasiado tarde. El cuerpo de Natal se tambaleó con el cráneo desfigurado y
ensangrentado, su hermano lo tomó entre sus brazos antes de que cayera, y antes
de acostarlo en el suelo, lloró desconsoladamente.
Afuera llovía y los
sonidos de la tormenta no tardaron en aparecer. Hariet, devastado, acariciaba
el cabello de Pedro mientras le cantaba.
- Vive y vivirás, aleja la pena y ayúdate que un
paso más debes dar.
Le cerró los ojos y
juntó su frente con la del fallecido, tuvieron un contacto por unos largos
minutos.
- Crearé un mundo donde no haya mentiras porque
todos me deberán la verdad a mí. Allí te volveré a ver, Pedro.
Se volvió a colocar el
casco, tomó el cuadro roto del trío elemental y lo colocó sobre la mesa, luego
le quitó el primer collar con forma de triángulo a Natal, el cual yacía en el
cuello del profesor; y al segundo que yacía en su mano sin vida. A ambos los
dejó encima de la foto. Tomó el cubo de Jimonte y desapareció en la oscuridad
por la que había venido.’’
Todo
el episodio terminó y los JEN volvieron a encontrarse con la blancura del
palacio en el Alto Mundo, frente a Keila, quién fruncía el ceño, preocupada.
Kay
y Sony estaban tiesos, en silencio.
Fismut
había cometido errores, les había mentido o les había ocultado la verdad muchas
veces, pero esto… era diferente. No sólo usó a Natal como defensa contra el
arqueólogo, sino que le había dado una misión engañosa que le había costado la
felicidad al pobre hombre. En cierto sentido, al final de todo, quién disparó
la pistola fue el mago.
Rabia,
impotencia, odio, empatía; todo eso se desarrolló en los corazones de los JEN y
ambos se vieron dominados por algo endemoniado. Keila se quedó sin aire que
respirar, había metido la pata.
El
techo se desprendió y las paredes se deformaron, una fuerza gravitacional
rodeaba a los dos jóvenes y absorbía lo que tuviera a su alrededor. Keila gritó
desesperada.
Dayas,
Lepra y Nadaya aparecieron minutos después por los gritos y el descontrol que
los JEN estaban causando.
Sus
venas sobresalían por doquier, un aura colorida los rodeaba y los suelos se
desmoronaban bajo sus pies; de seguir así, causarían la destrucción del palacio
en el Alto Mundo.
Ninguno
estaba en sus cabales y hablarles no funcionó en lo absoluto.
-
¿¡QUÉ HICISTE, MADRE!? – le gritó Nadaya a Keila, furiosa. Keila tensaba el
pecho, asustada.
Dayas
no quería hacerles daño y creó una esfera de agua para que los objetos o los
fragmentos de las paredes que se revolearan por los aires quedaran atrapados
allí y no los dañaran.
Lepra,
en cambio, sabía que tenía que tomar medidas más extremas, dio un pisotón en el
suelo para que los JEN tropezaran por la onda de la Tierra, tampoco hubo
caso.
-
¡Tenemos que atacarlos al mismo tiempo o nos matarán a todos! – le gritó Lepra
a
Dayas.
-
¡¿QUÉ?! ¡NO, JAMÁS! ¡NO LES HAREMOS DAÑO!
-
¡Escúchame estúpido!
No
tuvieron tiempo de nada, una fuerza repulsiva los empujó contra una de las
paredes blancas, ambos perdieron la consciencia rápidamente.
Nadaya
formó el círculo de los magos, brillaba en un tono plateado y realizó la danza
mística para crear destellos que atrapaban a los escombros y los mantenían
inmóviles.
Los
ojos de Kay y de Sony se habían tornado blancos y sin pupilas, estaban fuera de
sí y gritaban desesperados, conducidos por la ira y el llanto.
Keila
se cubrió los brazos y se colocó tras su hija, ella intentaba desviar todos los
proyectiles con los destellos plateados que había creado.
Kay
y Sony, recordando a su querido mentor, gritaron más fuerte y con locura.
Muchas paredes más se deshicieron, el cielo oscuro y estrellado yacía a la
vista de todos.
Y
justo cuando parecía que todos morirían allí, apareció Grof, el guardián de la
Tierra. Formó un círculo místico diferente al de su hija (del mismo color, pero
con cuadrados y triángulos en el interior), luego usó todo su poder para
terminar con la fuerza gravitatoria; a continuación, le pegó un puñetazo en la
cara a Sony, formó un bastón morado y le dio una golpiza a Kay. Ambos cayeron
desmayados y todo volvió a la normalidad.
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