martes, 4 de julio de 2017

El Águila Dorada: CAPÍTULO 18.



El Águila Dorada: CAPÍTULO 18.
  
Sony fue el último en despertar, inmediatamente pudo recuperar la consciencia y notar que estaban en alguna clase de mazmorra. Ya era la tercera vez que los encerraban en el Zen. Vio a sus compañeros tristes y abatidos; Kay con la cabeza entre las rejas y Natal acostado mirando hacia la pared.
- ¿Qué pasó?- preguntó el elemental de lava, aturdido- ¿Dónde está Clavito?
Kay se dio media vuelta y con gran tristeza le contó lo sucedido.
- Ya no está, Sony. Lo siento mucho.
Sony se quedó petrificado, esperando que todo se tratase de una mentira y que las cosas no hubieran salido tan mal. Pero aquello nunca sucedió, tragó saliva y se sentó contra la pared, con la cabeza entre las piernas, evitando llorar.
- Ese mal nacido…- murmuró el elemental de lava- Su sola existencia arruina nuestras vidas. Como quisiera nunca haberme enterado que soy un elemental, tal vez así nada de esto hubiera pasado.
- No es tu culpa, mi amigo- le respondió Kay, con empatía- Clavito saltó a defenderte, él sabía el riesgo que corría. Ha… Minos resultó ser un adversario letal.
- ¿Y ahora que haremos?
- No lo se, Sony. No lo se. Y yo que planeaba volver para vivir con Agustina…
Kay y Sony miraron a Natal, quien continuaba tumbado contra la pared sin señal de vida.
- ¿Cómo estas tu, Natal?- le preguntó Kay. Pero la cabeza de Natal era un caos, si alguien creía ser culpable de todo, debía de ser él; a causa de su plan que resultó mal, a la muerte de Clavito, a dejarse engañar durante el tiempo que estuvieron allí. Pero lo más perturbante de todo, la idea que le comía la cabeza, fue aquello que el soberano le dijo antes de dejarlo inconsciente…- ¿Natal?
- No tengo muchas ganas de hablar ahora- respondió el anciano con frialdad. 
Los JEN respetaron eso e intentaron descansar, después de todo, era lo único que podían hacer allí.

Minos ordenó posponer la matanza unos dos días más, al cabo de cuatro días, el Rey realizaría un acto público con el fin de enseñarle a sus súbditos lo que está mal en su reinado. Las mazmorras del castillo estaban llenas: mujeres, hombres y niños atrapados en ellas y condenados a la muerte. Los rumores no tardaron en fluir entre los conciudadanos de Zimpat, algunos a favor de esta decisión y otros en contra. La cantidad de discursos que algunas personas realizaban para justificar los letales actos del Rey eran increíblemente diversos, todo lo que buscaban era paz, sin importar el medio para alcanzarla. Otros cuantos repudiaban a Minos y estaban artos de su tiranía (su reinado no era malo, había prosperidad, pero todo aquel que se opusiera a su mandato, era eliminado), de todos modos, ninguno se animaba a hacerle frente, peor aún que la noticia de que había derrotado fácilmente a los magos más famosos de la zona se había hecho viral.
Minos ocultó el cubo y el incompleto artefacto dorado en el castillo; la misteriosa tumba había desaparecido, algunos soldados murmuraban que el propio Rey la había cambiado de lugar sin ayuda. Los rumores eran intensos, Minos siendo un mago, un hechicero místico o hasta incluso un semi-dios.
Por orden del monarca, la mayor parte del ejército del reino fue a vigilar las mazmorras y los alrededores del castillo. Ya no había protección en el pueblo y por eso, los saqueos, los robos y las disputas se hicieron cada vez más intensas.

Así pasaron tres oscuros días, donde tanto los Kiceanos como los elementales aguardaban el final de sus vidas a la mañana siguiente. Puede que algunos confiaban en que Dayas aparecería para rescatarlos, pero su imagen había bajado mucho y se lo tomaba como a un incompetente. Cada vez que alguno de sus más fieles compañeros escuchaba a alguien hablar así del príncipe, saltaban a defenderlo con sumo orgullo. Pero la pena era un poco más grande para los elementales, ahora que sabían la verdadera identidad de Minos, ¿Cómo podría derrotarlo? Ni siquiera utilizando todo su poder podría compararse a la fuerza del soberano. Los elementales creían, que viniendo o no, el desenlace estaba escrito.     
Recordaron viejas épocas: familiares que no volverían a ver, aventuras pasadas antes de volverse elementales, noches de sábado, asados de domingo; antiguas novias y amigos. Natal era el único que no compartía ni una palabra y se la pasaba en la misma pose que antes. Ocurrió un alboroto en las celdas de más adelante (todas las mazmorras estaban divididas por un gran muro de 20 cm de espesor), parecía tratarse de una pelea entre prisioneros; los guardias abrieron una de las celdas y separaron a quienes estuvieran causando el problema; luego, llevaron a dos personas para que compartieran la celda con los elementales, se trataba de Mongot y de Bin.  
- ¡Mongot, Bin! ¡Están vivos!- exclamó Kay. Mongot tenía la mandíbula manchada de sangre por una trompada que uno de sus compañeros le había dado, Bin tenía el rostro completamente sucio- ¿Qué fue lo que pasó?
- Algunos hombres hablaron mal del príncipe, y bueno… reaccioné. Bin quiso ayudar pero solo consiguió que nos echaran de la celda- habló Mongot, secándose la herida con la ropa.
- Tal vez si tú dejaras de meterte en problemas y de enojarte cada vez que escuchas hablar mal de Dayas, esto no pasaría- le dijo Bin con sumo enojo- Ya van tres veces que nos cambian de celda. 
- Oigan chicos, está todo bien. Estamos juntos. Me alegra volver a verlos- dijo Kay sonriente.  
- A nosotros también nos alegra verlos con vida- respondió Bin- ¿Qué noticias nos traen?
- Quisimos rescatarlos, pero el plan salió mal- habló Sony con el tono agravado- Resultó que Minos… es más fuerte de lo que parece.
- ¿Dónde está Dayas?- preguntó Mongot, impaciente.
- No sabemos, se marchó y no lo volvimos a ver- respondió Kay.
- ¿Pero cómo?- exclamó el comandante- Él nunca nos dejaría en esta situación.
- Bueno, todo tiene una explicación…- comentó Sony.
Los JEN le contaron a los hermanos como habían llegado al Zen y sobre su verdadera identidad, el linaje elemental de Dayas y el secreto de Minos.
Mongot y Bin comprendieron todo, a estas alturas, confiaban en ellos.
- ¿Tienen algún plan de respaldo?- preguntó Mongot una vez terminaran de hablar de todo lo anterior- Su compañero… ¿Se encuentra bien?- refiriéndose a Natal.
- Se siente culpable porque fue su plan el venir a rescatarlos- le dijo Sony en voz baja- Ha estado así durante los tres días que estuvimos aquí. Sin siquiera comer. Y no, no tenemos plan de respaldo. Confiamos en que Dayas vendrá, pero tememos que todo esto será demasiado para él.
- Ya veo- dijo Mongot, pensativo- Entonces habrá que actuar sin él, no dejaré que mis camaradas mueran por querer ser libres.
- Estoy de acuerdo- combinó Bin- ¿Pero cómo?

Las trompetas anunciaron al nuevo día, todos los habitantes del reino estaban invitados a presenciar el castigo. Muchos curiosos fueron a ver de qué se trataba. El acto se realizó en la plaza que antecede al castillo, miles de soldados custodiaban todas las retaguardias; había cercas que prohibían a los ciudadanos pasar. Acumularon a todos los prisioneros en una única prisión de inmenso tamaño, en el centro de la plaza; hombres, mujeres y niños. Hubo protestas de parte de los habitantes del reino, exigiendo que se los libere, por lo menos a los niños, que no tenían la culpa de nada. Pero los soldados de Zimpat acotaban órdenes estrictas, no dejarían a nadie entrar ni salir. Un hombre sopló un cuerno, y el timbre del retumbante sonido de registro bajo indicó que pronto comenzaría la ejecución.     
Los elementales estaban con los Kiceanos, muchos se alegraron al verlos, si algo se habían ganado con el descubrimiento del traidor (Hassian) era su respeto. Bin los acompañaba.
- Esto es inusual, ¿Por qué no nos matan y ya?- exclamó Bin, indignado.
- En un lugar tan público además…- agregó Sony.
- Minos está esperando a Dayas, eso es lo que pasa- respondió Natal, finalmente.
Todos se alegraron de escucharlo.
- Estamos felices de tenerte de vuelta, compañero- le dijo Kay, con una pequeña sonrisa.
Algunos soldados dibujaron un gran círculo rojo alrededor de la jaula, un mal presentimiento estremecía el corazón de los elementales. 
El soberano se hizo desear, no apareció hasta pasadas cinco horas de preparación, si la condena no los mataba, la espera lo haría...
Hasta que finalmente llegó, entre cantos y trompetas, formaciones y alaridos; vestido con una gran armadura de bronce, una capa (realizada con la piel de algún animal), la corona repleta de perlas y diamantes preciosos; observó a sus súbditos y a los prisioneros con soberbia, mientras llevaba la espada en su mano. Todos hicieron una reverencia ante su presencia (a excepción de los Kiceanos y los elementales).
- Qué descortesía…- dijo Minos con ironía- Demos inicio a su castigo- Minos se colocó sobre un pedestal y habló al pueblo- Hoy es un día de festejo, hemos capturado a quienes nos han perturbado desde hace veinte años. Abusaron de mi honestidad, planearon destruir a nuestro pueblo con un nuevo líder, un joven que dice ser dueño de estas tierras, se proclama heredero y no lo es…- comenzó un gran alboroto por parte de los ciudadanos- Todos ustedes conocen al ‘’príncipe’’ Dayas, quien entró en la locura al enterarse de la muerte de su querido padre. Culpó a todo nuestro pueblo y atentó en contra de vuestras vidas- muchos Kiceanos gritaron ¡MENTIRA!- De pie mis súbditos. Hoy, mis camaradas, el traidor se presentará ante ustedes y tratará de liberar a sus cómplices para concluir con la matanza y ¡el exterminio de todos los habitantes de Zimpat! 
La gente volvió a alborotarse, los soldados se mantuvieron firmes. Los prisioneros intentaron reversionar las acusaciones, pero siendo tantos, solo causaron otro gran ruido en aquel lugar.
- ¡SILENCIO!- gritó Minos, su voz retumbó como si se amplificara en un estadio. No hubo ni un sonido después de ello- Fimas, haz lo tuyo.
El mago acababa de aparecer a su lado, hizo unos gestos con sus manos y una llamarada surgió del círculo dibujado.
- Mi querido Dayas, tienes el camino libre, tan solo... ven a mi- se dijo el rey a sí mismo en voz alta.  
Los espectadores se quedaron atónitos ante los hechos; Fimas continuó jugando con sus manos, de un lado a otro, como si estuviera sosteniendo una pelota imaginaria, las llamaradas cambiaron a un color verde y se abalanzaron sobre la jaula, como un capullo de fuego. Los prisioneros aún no recibían daño.
- Porque siento que esto ya lo vi antes- dijo Kay mientras observaba al fuego cubrirlos.    
- Porque lo has hecho- afirmó Natal- Minos está intentando hacer lo que Dimitrion no pudo y lo que Morgán perdió…
- Los Narsogs…- dijo Sony, atónito- ¿No se cansan de intentar siempre lo mismo? Aunque, ya es la tercera vez que lo prueba, ¿Qué grado de importancia tienen los Narsogs para Hariet?   
Algunos hombres desesperados intentaron salir de la jaula, pero al tocar la jaula se evaporaron.
- ¡Que nadie toque los barrotes!- ordenó Bin en voz alta.
El fuego de color verde se alzaba de lado a lado, sumando cada vez más capas. Los prisioneros empezaban a quedarse sin oxígeno, muchos tosían intoxicados.
Algunas familias del reino obligaron a sus hijos a que vuelvan a las casas, muchos a favor de la decisión del rey se estaban arrepintiendo…
Minos esperaba, con tranquilidad. Fimas estaba exhausto, pero por temor a su Rey, continuaba sin descanso. Y justo en el momento menos pensado, una espada atravesó el estómago del mago Fimas y lo dejó sin vida en el suelo. Minos se sobresaltó, sorprendido.
- ¿Cómo hiciste para...?
El capullo de fuego desapareció y los prisioneros comenzaron a recuperar fuerzas poco a poco. Muchos no lo resistieron y alentaron a su capitán, pues sí, Mongot había sido quien los había salvado.
- Terminemos esto ahora, Minos- le dijo Mongot entre dientes.
- Muy astuto, muy astuto, capitán- reconoció el soberano- ¿Cómo lograste escapar?
Mongot no le respondió, la verdad era que ya tenía experiencia librándose de ataduras o cadenas mediante técnicas que su padre le había enseñado. Durante el traslado a la gran jaula, se escabulló sin ser visto (pues eran muchos) y se mantuvo entre las sombras, esperando el momento adecuado. Lo había planeado junto a los elementales y su hermano.
Una serie de pájaros provinieron del este y se posaron sobre las columnas del castillo a observar. Algo inusual, desde el reinado de Minos, ningún ave se había acercado a las fronteras, hasta los animales le temían. 
Minos y Mongot se detuvieron a observarlos y continuaron con su disputa.
- No tiene sentido preguntar. Después de todo, morirás aquí- lo desafió Minos.
Mongot quitó la espada manchada de sangre del cuerpo sin vida de Fimas y con ella atacó al rey. Minos solo se limitó a esquivar los ataques y burlarse de él. 
- Deberías arrodillarte ante tu rey y no combatirlo…
- ¡Tú no eres mi rey!- le respondió Mongot.
- La verdad que no los entiendo- dijo Minos, cambiando el tono de su voz- Me declaran la guerra a mí y a Zimpat, combaten a su propio pueblo, hablan del honor, el compañerismo... pero que yo sepa, Dayas aún no ha aparecido a salvaros.
- Confiamos en él… ¡Pero no lo necesitamos para ser libres!- grito el capitán de los Kiceanos. Los prisioneros hicieron un gran alboroto y empezaron a presionar los barrotes. Los soldados se sintieron intimidados, dieron unos cuantos pasos atrás sin saber que hacer. Algo inusual ocurrió, el pueblo se reveló, saltó las cercas y fue a ayudar a los prisioneros; algunos soldados también lo hicieron, pero otros se mantuvieron firmes y esperaron las ordenes de su rey.
- ¡Matadlos!- gritó Minos.
Los más despiadados seguidores obedecieron, otros ayudaron al pueblo y a los prisioneros. Una intensa y confusa batalla dio inicio.
Mongot prosiguió con sus ataques, algunos soldados fueron a ayudar a su Rey, pero Mongot se deshizo de ellos como el hábil guerrero que resultaba ser. Hacía mucho frío, el cielo estaba completamente nublado (no había luna), había humedad y pronto llovería. Los ciudadanos utilizaron cacerolas y utensilios de cocina para enfrentar a los soldados a favor del rey.
Minos vio como Zimpat caía en el descontrol y como sus fuerzas se veían cada vez más reducidas, por lo que pronunció un hechizo y de la tierra empezaron a emerger horripilantes seres, los cuales los elementales ya habían visto… nubes de vapor de carne y hueso, conocidos como Snoros. Miles de estos Snoros comenzaron a destruir todo lo que tuvieran a su alcance, sin importar a que bando pertenecieran. 
Cabe destacar que los elementales no podían utilizar sus habilidades, pese a la muerte de Fimas, el hechizo perduraba y solo con la estatua completa podría deshacerse.
Los barrotes continuaban allí, sin moverse, los intentos eran envano. Los prisioneros comenzaron a desalentarse, pero Bin los animaba.
- ¡Vamos! ¡Hay que salir de aquí y ayudar al pueblo!- gritaba como un auténtico líder.
- ¿Alguna idea, Natal?- le preguntó Kay, acelerado.
- Ninguna- respondió Natal frunciendo el ceño y analizando todo a su alrededor.
La impotencia de Sony crecía, él de verdad se había encariñado con todo el asunto y con los Kiceanos; no supo como, y posiblemente no lo descubriría hasta varios años después, pero en medio de su cólera y sin poderes, empujó por cuenta propia y sin que nadie lo ayudara, a un sector de barrotes; estos se desformaron hasta conformar una brecha. Los prisioneros hicieron silencio al verlo.
- Sony… ¿Cómo?- dijo Kay pero fue interrumpido por los gritos de los Kiceanos ‘’ ¡SOMOS LIBRES!’’ 
- ¡Vamos!- exclamó Sony, tan sorprendido de su fuerza como todos los demás, pero sin tiempo de meditar en ello.
Empezando por los elementales que estaban más cerca de la abertura, poco a poco los Kiceanos se alborotaron para salir y se unieron a la batalla. Muchos de los hombres del pueblo ayudaron a las mujeres y niños a salir del campo de guerra y los llevaron a sus respectivas casas hasta que el problema se resuelva. Los hombres se quedaron a pelear contra los soldados corruptos y las abominables criaturas conocidas como Snoros.

Los elementales fueron a ayudar a Mongot contra Minos. Natal detuvo a sus compañeros antes de acudir al enfrentamiento.
- Nuestros poderes no funcionan aquí, pero pudimos comprobar que dentro del castillo si, hay que llevar a Minos hasta allí, y lo combatiremos juntos, no como antes.
Kay y Sony asintieron.
- ¿Cómo es posible que los elementales de la Tierra no puedan controlar la situación?- se burló el Rey apenas los vio acercarse. 
- Aún sin habilidades te derrotaremos- respondió Natal con dureza. 
Minos desenvainó otra espada, con la que ya empuñaba en la mano, tenía dos.
- Váyanse, magos- dijo Mongot, mientras combatía- Esta no es su guerra, no tienen porque morir aquí. Vuelvan a su hogar.
- No lo haremos, Mongot. Aquí nos quedamos- dijo Kay por los demás e intentó encender una llama con la mano pero nada ocurrió.
- Esto es por Clavito- le dijo Sony entre dientes e intentó crear una ola de lava y tampoco pudo. Impotentes, se miraron entre sí y asintieron entre ellos. Los elementales tomaron las espadas de algunos soldados caídos
Los cuatro combatieron al despiadado tirano, quien corría de un lado a otro para no ser acorralado. Mongot logró herirlo en un brazo, pero nada grave. Luego de eso, todos los guerreros pausaron la pelea por un momento.
- No comprendo, ¿Para que quieres a los Narsogs?- le dijo Natal- ¿De qué te sirven?
Minos rió mientras se sujetaba el brazo y pronunció.
- Hace siglos, cuando los creé, les di una parte de mi fuerza, de mi corazón. Sin ellos, no estoy completo. Sin ellos, no puedo regresar
Entonces Natal volvió a ajustar los fragmentos del misterio.
- ¡Tu cuerpo! ¡La caja negra tiene tu verdadero cuerpo!- exclamó.
- Allí se encuentra mi verídico poder. Con este cuerpo solo puedo usar los hechizos del libro, el que escribió el mago Fismut- continuó Minos. A Sony le resultó notablemente sospechoso que les estuviera contando su plan…
- ¿Y Dayas?- preguntó el elemental de lava- ¿Cómo encaja en todo esto? 
- Dayas es más fuerte que Minos, su cuerpo es más valioso- respondió Minos- Esperaba a que descubriera todos los secretos de su fuerza para así, cuando llegara el momento, tendría el suficiente poder para recuperar mi auténtica forma- el don de Sony nunca había sido su elemento, sino… el notar cuando una persona estaba mintiendo o procuraba ocultar sus verdaderas intenciones. Y con Minos contándoles todos sus planes como un viejo amigo, Sony notó que el soberano buscaba despistarlos.
- Mientes…- murmuró el elemental y repitió con ímpetu- ¡MIENTES!
Al antagonista no le gustó para nada escuchar esas palabras, se ajustó el brazo y elevó ambos. 
- Sigo sin entender porque me contengo con ustedes- dijo soberbiamente- Esta es una habilidad que me ha gustado mucho desempeñar…
A continuación, el tirano los señaló, como si estuviera sosteniendo una pelota.
Mongot, Natal, Kay y Sony se paralizaron, su piel comenzó a liberar incontables cantidades de sangre, una hemorragia en todo su cuerpo. Cayeron al suelo, cada vez más debilitados por el conjuro, gimiendo por el insoportable dolor.
Al instante apareció Bin, quien acuchilló con éxito a Minos por detrás, pero este ni se mosqueó y pateó al soldado contra unas rocas. Minos aguantó el dolor de la apuñalada, su cuerpo no era invencible, pues era humano…
La lluvia apareció, acompañada de truenos y relámpagos, las aves continuaban allí sobre el castillo, observando la situación.
Mongot no se rindió, a pesar del dolor, avanzó a gatas hacia su enemigo, tomó una espada del suelo, pero Minos le pisó la mano, Mongot liberó un grito desgarrador. Finalmente se posó sobre el suelo, la sangre se mezclaba con el agua, un gran charco se extendía a unos cuantos centímetros; los elementales yacían en el suelo, sin fuerzas y sin intenciones de combatir. Mongot vio el fin de su vida, todos sus recuerdos posaron por su memoria, él estaba dispuesto a morir, pero no así, él quería que los Kiceanos sean libres, deseaba aquello de todo corazón, inclusive más que ver a su viejo amigo.
Minos vio su trabajo hecho y se marchó.
Una de las aves bajó del cielo y acompañó a Mongot en los que parecían ser sus últimos momentos. Mongot la observó con atención y le acarició el ala, algo que la criatura permitió. De repente, todas las aves fueron con él. Mongot se sorprendió, pero no le quedaba mucho tiempo, acostó su cabeza y lloró. Las aves vieron al hombre soltar una lágrima y lo imitaron, todas ellas lo hicieron sobre el caído capitán.
Minos fue testigo de lo inexplicable, en cuestión de minutos, Mongot se puso de pie y le gritó. Las aves repitieron lo mismo con los elementales y con el soldado Bin, estos también volvieron a levantarse, curados de sus heridas.  
- ¿Cómo…?- dijo Minos, anonadado.
- Crees que lo has visto todo, querido Rey. Pero no es así- dijo una retumbante voz. No tardaron en descubrir que una de las aves era quien había hablado.
Minos frunció el ceño, pero estaba ansioso en su interior.
Las puertas del castillo se abrieron de par en par de un empujón, como por arte de magia; de allí, otras dos criaturas traían consigo el artefacto. Luego, desde los cielos aparecieron más aves, llevando entre ellas a las dos partes faltantes (las dos alas). Minos y los cuatros guerreros yacían boquiabiertos. Las criaturas juntaron todas las piezas, estas brillaron en intensidad, hasta desplegar un gran campo de energía sobre todo el reino.
Kay intentó encender una llama en su mano… ¡y lo logró! El hechizo de Fimas se había desvanecido.
Minos efectuó una llamarada de repente y asesinó a todas las especies que encontró. Las restantes, giraron alrededor del rey a gran velocidad, Minos se sobresaltó y quiso quitárselas de encima, como uno se deshace de un mosquito; pero fue inútil. Las aves cambiaron de posición, giraron entre sí y formaron una pequeña bola de plumas y magia. La bola ocasionó un intenso destello de luz que cegó a todos los combatientes por unos segundos. Tanto los soldados, como los Kiceanos, los habitantes y los Snoros se quedaron petrificados observando el increíble acto. Una luz radiante permaneció durante un buen tiempo, hasta que una inmensa sombra se hizo ver. Dayas apareció.
- Sobrino… - dijo Minos entre dientes.
- Oscuro- le respondió Dayas, algo había cambiado en él, una centelleante luz iluminaba su rostro, con la claridad que se contempla a un cuadro. Serio y seguro, levantó las manos y frunció el ceño.
La lluvia se intensificó, grandes masas de agua rodearon a los Snoros, los cubrieron y los hicieron polvo. Pero lo más impactante aún no había ocurrido, la figura de Dayas cambió por completo: su cuerpo creció (y cambió de forma), se emplumó, le surgieron unas inmensas alas; su boca se volvió un pico y sus ojos se transformaron en dos faroles de fuego que evolucionaron a dos agujeros amarillos de pupilas oscuras. El viento empezó a agitarse con fuerza, una vez se completó la transformación, el cielo se abrió en dos (en un vórtice entre las nubes) y un rayo cayó sobre el águila, tiñéndola completamente de oro.
Radiante como la luz en la noche, caminó hacia Minos y gritó, aunque esté grito fue muy dulce, semejante al tarareo de una canción. El pueblo no podía creer lo que veía con sus propios ojos, se encontraban observando en silencio, algunos con las bocas entreabiertas.

Y esa, fue la aparición del águila dorada

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