El Águila Dorada: CAPÍTULO
18.
Sony fue el último en
despertar, inmediatamente pudo recuperar la consciencia y notar que estaban en
alguna clase de mazmorra. Ya era la tercera vez que los encerraban en el Zen.
Vio a sus compañeros tristes y abatidos; Kay con la cabeza entre las rejas y
Natal acostado mirando hacia la pared.
- ¿Qué pasó?- preguntó el
elemental de lava, aturdido- ¿Dónde está Clavito?
Kay se dio media vuelta y
con gran tristeza le contó lo sucedido.
- Ya no está, Sony. Lo
siento mucho.
Sony se quedó petrificado,
esperando que todo se tratase de una mentira y que las cosas no hubieran salido
tan mal. Pero aquello nunca sucedió, tragó saliva y se sentó contra la pared,
con la cabeza entre las piernas, evitando llorar.
- Ese mal nacido…- murmuró
el elemental de lava- Su sola existencia arruina nuestras vidas. Como quisiera
nunca haberme enterado que soy un elemental, tal vez así nada de esto hubiera
pasado.
- No es tu culpa, mi amigo-
le respondió Kay, con empatía- Clavito saltó a defenderte, él sabía el riesgo
que corría. Ha… Minos resultó ser un adversario letal.
- ¿Y ahora que haremos?
- No lo se, Sony. No lo se. Y
yo que planeaba volver para vivir con Agustina…
Kay y Sony miraron a Natal,
quien continuaba tumbado contra la pared sin señal de vida.
- ¿Cómo estas tu, Natal?- le
preguntó Kay. Pero la cabeza de Natal era un caos, si alguien creía ser
culpable de todo, debía de ser él; a causa de su plan que resultó mal, a la
muerte de Clavito, a dejarse engañar durante el tiempo que estuvieron allí.
Pero lo más perturbante de todo, la idea que le comía la cabeza, fue aquello
que el soberano le dijo antes de dejarlo inconsciente…- ¿Natal?
- No tengo muchas ganas de
hablar ahora- respondió el anciano con frialdad.
Los JEN respetaron eso e
intentaron descansar, después de todo, era lo único que podían hacer allí.
Minos ordenó posponer la
matanza unos dos días más, al cabo de cuatro días, el Rey realizaría un acto
público con el fin de enseñarle a sus súbditos lo que está mal en su reinado.
Las mazmorras del castillo estaban llenas: mujeres, hombres y niños atrapados
en ellas y condenados a la muerte. Los rumores no tardaron en fluir entre los
conciudadanos de Zimpat, algunos a favor de esta decisión y otros en contra. La
cantidad de discursos que algunas personas realizaban para justificar los
letales actos del Rey eran increíblemente diversos, todo lo que buscaban era
paz, sin importar el medio para alcanzarla. Otros cuantos repudiaban a Minos y
estaban artos de su tiranía (su reinado no era malo, había prosperidad, pero
todo aquel que se opusiera a su mandato, era eliminado), de todos modos,
ninguno se animaba a hacerle frente, peor aún que la noticia de que había
derrotado fácilmente a los magos más famosos de la zona se había hecho viral.
Minos ocultó el cubo y el
incompleto artefacto dorado en el castillo; la misteriosa tumba había
desaparecido, algunos soldados murmuraban que el propio Rey la había cambiado
de lugar sin ayuda. Los rumores eran intensos, Minos siendo un mago, un
hechicero místico o hasta incluso un semi-dios.
Por orden del monarca, la
mayor parte del ejército del reino fue a vigilar las mazmorras y los
alrededores del castillo. Ya no había protección en el pueblo y por eso, los
saqueos, los robos y las disputas se hicieron cada vez más intensas.
Así pasaron tres oscuros
días, donde tanto los Kiceanos como los elementales aguardaban el final de sus
vidas a la mañana siguiente. Puede que algunos confiaban en que Dayas
aparecería para rescatarlos, pero su imagen había bajado mucho y se lo tomaba
como a un incompetente. Cada vez que alguno de sus más fieles compañeros
escuchaba a alguien hablar así del príncipe, saltaban a defenderlo con sumo
orgullo. Pero la pena era un poco más grande para los elementales, ahora que
sabían la verdadera identidad de Minos, ¿Cómo podría derrotarlo? Ni siquiera
utilizando todo su poder podría compararse a la fuerza del soberano. Los
elementales creían, que viniendo o no, el desenlace estaba escrito.
Recordaron viejas épocas:
familiares que no volverían a ver, aventuras pasadas antes de volverse
elementales, noches de sábado, asados de domingo; antiguas novias y amigos.
Natal era el único que no compartía ni una palabra y se la pasaba en la misma
pose que antes. Ocurrió un alboroto en las celdas de más adelante (todas las
mazmorras estaban divididas por un gran muro de 20 cm de espesor), parecía
tratarse de una pelea entre prisioneros; los guardias abrieron una de las
celdas y separaron a quienes estuvieran causando el problema; luego, llevaron a
dos personas para que compartieran la celda con los elementales, se trataba de
Mongot y de Bin.
- ¡Mongot, Bin! ¡Están
vivos!- exclamó Kay. Mongot tenía la mandíbula manchada de sangre por una
trompada que uno de sus compañeros le había dado, Bin tenía el rostro
completamente sucio- ¿Qué fue lo que pasó?
- Algunos hombres hablaron
mal del príncipe, y bueno… reaccioné. Bin quiso ayudar pero solo consiguió que
nos echaran de la celda- habló Mongot, secándose la herida con la ropa.
- Tal vez si tú dejaras de
meterte en problemas y de enojarte cada vez que escuchas hablar mal de Dayas,
esto no pasaría- le dijo Bin con sumo enojo- Ya van tres veces que nos cambian
de celda.
- Oigan chicos, está todo
bien. Estamos juntos. Me alegra volver a verlos- dijo Kay sonriente.
- A nosotros también nos
alegra verlos con vida- respondió Bin- ¿Qué noticias nos traen?
- Quisimos rescatarlos, pero
el plan salió mal- habló Sony con el tono agravado- Resultó que Minos… es más
fuerte de lo que parece.
- ¿Dónde está Dayas?-
preguntó Mongot, impaciente.
- No sabemos, se marchó y no
lo volvimos a ver- respondió Kay.
- ¿Pero cómo?- exclamó el
comandante- Él nunca nos dejaría en esta situación.
- Bueno, todo tiene una
explicación…- comentó Sony.
Los JEN le contaron a los
hermanos como habían llegado al Zen y sobre su verdadera identidad, el linaje
elemental de Dayas y el secreto de Minos.
Mongot y Bin comprendieron
todo, a estas alturas, confiaban en ellos.
- ¿Tienen algún plan de
respaldo?- preguntó Mongot una vez terminaran de hablar de todo lo anterior- Su
compañero… ¿Se encuentra bien?- refiriéndose a Natal.
- Se siente culpable porque
fue su plan el venir a rescatarlos- le dijo Sony en voz baja- Ha estado así
durante los tres días que estuvimos aquí. Sin siquiera comer. Y no, no tenemos
plan de respaldo. Confiamos en que Dayas vendrá, pero tememos que todo esto
será demasiado para él.
- Ya veo- dijo Mongot,
pensativo- Entonces habrá que actuar sin él, no dejaré que mis camaradas mueran
por querer ser libres.
- Estoy de acuerdo- combinó
Bin- ¿Pero cómo?
Las trompetas anunciaron al
nuevo día, todos los habitantes del reino estaban invitados a presenciar el
castigo. Muchos curiosos fueron a ver de qué se trataba. El acto se realizó en
la plaza que antecede al castillo, miles de soldados custodiaban todas las
retaguardias; había cercas que prohibían a los ciudadanos pasar. Acumularon a
todos los prisioneros en una única prisión de inmenso tamaño, en el centro de
la plaza; hombres, mujeres y niños. Hubo protestas de parte de los habitantes
del reino, exigiendo que se los libere, por lo menos a los niños, que no tenían
la culpa de nada. Pero los soldados de Zimpat acotaban órdenes estrictas, no dejarían
a nadie entrar ni salir. Un hombre sopló un cuerno, y el timbre del retumbante
sonido de registro bajo indicó que pronto comenzaría la ejecución.
Los elementales estaban con
los Kiceanos, muchos se alegraron al verlos, si algo se habían ganado con el
descubrimiento del traidor (Hassian) era su respeto. Bin los acompañaba.
- Esto es inusual, ¿Por qué
no nos matan y ya?- exclamó Bin, indignado.
- En un lugar tan público
además…- agregó Sony.
- Minos está esperando a
Dayas, eso es lo que pasa- respondió Natal, finalmente.
Todos se alegraron de
escucharlo.
- Estamos felices de tenerte
de vuelta, compañero- le dijo Kay, con una pequeña sonrisa.
Algunos soldados dibujaron
un gran círculo rojo alrededor de la jaula, un mal presentimiento estremecía el
corazón de los elementales.
El soberano se hizo desear,
no apareció hasta pasadas cinco horas de preparación, si la condena no los
mataba, la espera lo haría...
Hasta que finalmente llegó,
entre cantos y trompetas, formaciones y alaridos; vestido con una gran armadura
de bronce, una capa (realizada con la piel de algún animal), la corona repleta
de perlas y diamantes preciosos; observó a sus súbditos y a los prisioneros con
soberbia, mientras llevaba la espada en su mano. Todos hicieron una reverencia
ante su presencia (a excepción de los Kiceanos y los elementales).
- Qué descortesía…- dijo
Minos con ironía- Demos inicio a su castigo- Minos se colocó sobre un pedestal
y habló al pueblo- Hoy es un día de festejo, hemos capturado a quienes nos han
perturbado desde hace veinte años. Abusaron de mi honestidad, planearon
destruir a nuestro pueblo con un nuevo líder, un joven que dice ser dueño de
estas tierras, se proclama heredero y no lo es…- comenzó un gran alboroto por
parte de los ciudadanos- Todos ustedes conocen al ‘’príncipe’’ Dayas, quien
entró en la locura al enterarse de la muerte de su querido padre. Culpó a todo
nuestro pueblo y atentó en contra de vuestras vidas- muchos Kiceanos gritaron
¡MENTIRA!- De pie mis súbditos. Hoy, mis camaradas, el traidor se presentará
ante ustedes y tratará de liberar a sus cómplices para concluir con la matanza
y ¡el exterminio de todos los habitantes de Zimpat!
La gente volvió a
alborotarse, los soldados se mantuvieron firmes. Los prisioneros intentaron
reversionar las acusaciones, pero siendo tantos, solo causaron otro gran ruido
en aquel lugar.
- ¡SILENCIO!- gritó Minos,
su voz retumbó como si se amplificara en un estadio. No hubo ni un sonido
después de ello- Fimas, haz lo tuyo.
El mago acababa de aparecer
a su lado, hizo unos gestos con sus manos y una llamarada surgió del círculo
dibujado.
- Mi querido Dayas, tienes
el camino libre, tan solo... ven a mi- se dijo el rey a sí mismo en voz
alta.
Los espectadores se quedaron
atónitos ante los hechos; Fimas continuó jugando con sus manos, de un lado a
otro, como si estuviera sosteniendo una pelota imaginaria, las llamaradas
cambiaron a un color verde y se abalanzaron sobre la jaula, como un capullo de
fuego. Los prisioneros aún no recibían daño.
- Porque siento que esto ya
lo vi antes- dijo Kay mientras observaba al fuego cubrirlos.
- Porque lo has hecho-
afirmó Natal- Minos está intentando hacer lo que Dimitrion no pudo y lo que
Morgán perdió…
- Los Narsogs…- dijo Sony,
atónito- ¿No se cansan de intentar siempre lo mismo? Aunque, ya es la tercera
vez que lo prueba, ¿Qué grado de importancia tienen los Narsogs
para Hariet?
Algunos hombres desesperados
intentaron salir de la jaula, pero al tocar la jaula se evaporaron.
- ¡Que nadie toque los
barrotes!- ordenó Bin en voz alta.
El fuego de color verde se
alzaba de lado a lado, sumando cada vez más capas. Los prisioneros empezaban a
quedarse sin oxígeno, muchos tosían intoxicados.
Algunas familias del reino
obligaron a sus hijos a que vuelvan a las casas, muchos a favor de la decisión
del rey se estaban arrepintiendo…
Minos esperaba, con
tranquilidad. Fimas estaba exhausto, pero por temor a su Rey, continuaba sin
descanso. Y justo en el momento menos pensado, una espada atravesó el estómago
del mago Fimas y lo dejó sin vida en el suelo. Minos se sobresaltó,
sorprendido.
- ¿Cómo hiciste para...?
El capullo de fuego
desapareció y los prisioneros comenzaron a recuperar fuerzas poco a poco.
Muchos no lo resistieron y alentaron a su capitán, pues sí, Mongot había sido
quien los había salvado.
- Terminemos esto ahora,
Minos- le dijo Mongot entre dientes.
- Muy astuto, muy astuto,
capitán- reconoció el soberano- ¿Cómo lograste escapar?
Mongot no le respondió, la
verdad era que ya tenía experiencia librándose de ataduras o cadenas mediante
técnicas que su padre le había enseñado. Durante el traslado a la gran jaula,
se escabulló sin ser visto (pues eran muchos) y se mantuvo entre las sombras,
esperando el momento adecuado. Lo había planeado junto a los elementales y su
hermano.
Una serie de pájaros
provinieron del este y se posaron sobre las columnas del castillo a observar.
Algo inusual, desde el reinado de Minos, ningún ave se había acercado a las fronteras,
hasta los animales le temían.
Minos y Mongot se detuvieron
a observarlos y continuaron con su disputa.
- No tiene sentido
preguntar. Después de todo, morirás aquí- lo desafió Minos.
Mongot quitó la espada
manchada de sangre del cuerpo sin vida de Fimas y con ella atacó al rey. Minos
solo se limitó a esquivar los ataques y burlarse de él.
- Deberías arrodillarte ante
tu rey y no combatirlo…
- ¡Tú no eres mi rey!- le
respondió Mongot.
- La verdad que no los
entiendo- dijo Minos, cambiando el tono de su voz- Me declaran la guerra a mí y
a Zimpat, combaten a su propio pueblo, hablan del honor, el compañerismo...
pero que yo sepa, Dayas aún no ha aparecido a salvaros.
- Confiamos en él… ¡Pero no
lo necesitamos para ser libres!- grito el capitán de los Kiceanos. Los
prisioneros hicieron un gran alboroto y empezaron a presionar los barrotes. Los
soldados se sintieron intimidados, dieron unos cuantos pasos atrás sin saber
que hacer. Algo inusual ocurrió, el pueblo se reveló, saltó las cercas y fue a
ayudar a los prisioneros; algunos soldados también lo hicieron, pero otros se
mantuvieron firmes y esperaron las ordenes de su rey.
- ¡Matadlos!- gritó Minos.
Los más despiadados
seguidores obedecieron, otros ayudaron al pueblo y a los prisioneros. Una intensa
y confusa batalla dio inicio.
Mongot prosiguió con sus
ataques, algunos soldados fueron a ayudar a su Rey, pero Mongot se deshizo de
ellos como el hábil guerrero que resultaba ser. Hacía mucho frío, el cielo
estaba completamente nublado (no había luna), había humedad y pronto llovería.
Los ciudadanos utilizaron cacerolas y utensilios de cocina para enfrentar a los
soldados a favor del rey.
Minos vio como Zimpat caía
en el descontrol y como sus fuerzas se veían cada vez más reducidas, por lo que
pronunció un hechizo y de la tierra empezaron a emerger horripilantes seres,
los cuales los elementales ya habían visto… nubes de vapor de carne y hueso,
conocidos como Snoros. Miles de estos Snoros comenzaron a destruir todo lo que
tuvieran a su alcance, sin importar a que bando pertenecieran.
Cabe destacar que los
elementales no podían utilizar sus habilidades, pese a la muerte de Fimas, el
hechizo perduraba y solo con la estatua completa podría deshacerse.
Los barrotes continuaban
allí, sin moverse, los intentos eran envano. Los prisioneros comenzaron a
desalentarse, pero Bin los animaba.
- ¡Vamos! ¡Hay que salir de
aquí y ayudar al pueblo!- gritaba como un auténtico líder.
- ¿Alguna idea, Natal?- le
preguntó Kay, acelerado.
- Ninguna- respondió Natal frunciendo
el ceño y analizando todo a su alrededor.
La impotencia de Sony
crecía, él de verdad se había encariñado con todo el asunto y con los Kiceanos;
no supo como, y posiblemente no lo descubriría hasta varios años después, pero
en medio de su cólera y sin poderes, empujó por cuenta propia y sin que nadie
lo ayudara, a un sector de barrotes; estos se desformaron hasta conformar una
brecha. Los prisioneros hicieron silencio al verlo.
- Sony… ¿Cómo?- dijo Kay
pero fue interrumpido por los gritos de los Kiceanos ‘’ ¡SOMOS LIBRES!’’
- ¡Vamos!- exclamó Sony, tan
sorprendido de su fuerza como todos los demás, pero sin tiempo de meditar en
ello.
Empezando por los
elementales que estaban más cerca de la abertura, poco a poco los Kiceanos se
alborotaron para salir y se unieron a la batalla. Muchos de los hombres del
pueblo ayudaron a las mujeres y niños a salir del campo de guerra y los
llevaron a sus respectivas casas hasta que el problema se resuelva. Los hombres
se quedaron a pelear contra los soldados corruptos y las abominables criaturas
conocidas como Snoros.
Los elementales fueron a
ayudar a Mongot contra Minos. Natal detuvo a sus compañeros antes de acudir al
enfrentamiento.
- Nuestros poderes no
funcionan aquí, pero pudimos comprobar que dentro del castillo si, hay que
llevar a Minos hasta allí, y lo combatiremos juntos, no como antes.
Kay y Sony asintieron.
- ¿Cómo es posible que los
elementales de la Tierra
no puedan controlar la situación?- se burló el Rey apenas los vio
acercarse.
- Aún sin habilidades te
derrotaremos- respondió Natal con dureza.
Minos desenvainó otra
espada, con la que ya empuñaba en la mano, tenía dos.
- Váyanse, magos- dijo
Mongot, mientras combatía- Esta no es su guerra, no tienen porque morir aquí.
Vuelvan a su hogar.
- No lo haremos, Mongot.
Aquí nos quedamos- dijo Kay por los demás e intentó encender una llama con la
mano pero nada ocurrió.
- Esto es por Clavito- le
dijo Sony entre dientes e intentó crear una ola de lava y tampoco pudo.
Impotentes, se miraron entre sí y asintieron entre ellos. Los elementales
tomaron las espadas de algunos soldados caídos
Los cuatro combatieron al
despiadado tirano, quien corría de un lado a otro para no ser acorralado. Mongot
logró herirlo en un brazo, pero nada grave. Luego de eso, todos los guerreros
pausaron la pelea por un momento.
- No comprendo, ¿Para que
quieres a los Narsogs?- le dijo Natal- ¿De qué te sirven?
Minos rió mientras se
sujetaba el brazo y pronunció.
- Hace siglos, cuando los
creé, les di una parte de mi fuerza, de mi corazón. Sin ellos, no estoy completo. Sin ellos, no puedo regresar…
Entonces Natal volvió a
ajustar los fragmentos del misterio.
- ¡Tu cuerpo! ¡La caja negra
tiene tu verdadero cuerpo!- exclamó.
- Allí se encuentra mi
verídico poder. Con este cuerpo solo puedo usar los hechizos del libro, el que
escribió el mago Fismut- continuó Minos. A Sony le resultó notablemente
sospechoso que les estuviera contando su plan…
- ¿Y Dayas?- preguntó el
elemental de lava- ¿Cómo encaja en todo esto?
- Dayas es más fuerte que
Minos, su cuerpo es más valioso- respondió Minos- Esperaba a que descubriera
todos los secretos de su fuerza para así, cuando llegara el momento, tendría el
suficiente poder para recuperar mi auténtica forma- el don de Sony nunca
había sido su elemento, sino… el notar cuando una persona estaba mintiendo o
procuraba ocultar sus verdaderas intenciones. Y con Minos contándoles todos sus
planes como un viejo amigo, Sony notó que el soberano buscaba despistarlos.
- Mientes…- murmuró el
elemental y repitió con ímpetu- ¡MIENTES!
Al antagonista no le gustó
para nada escuchar esas palabras, se ajustó el brazo y elevó ambos.
- Sigo sin entender porque
me contengo con ustedes- dijo soberbiamente- Esta es una habilidad que me ha
gustado mucho desempeñar…
A continuación, el tirano
los señaló, como si estuviera sosteniendo una pelota.
Mongot, Natal, Kay y Sony se
paralizaron, su piel comenzó a liberar incontables cantidades de sangre, una
hemorragia en todo su cuerpo. Cayeron al suelo, cada vez más debilitados por el
conjuro, gimiendo por el insoportable dolor.
Al instante apareció Bin, quien
acuchilló con éxito a Minos por detrás, pero este ni se mosqueó y pateó al
soldado contra unas rocas. Minos aguantó el dolor de la apuñalada, su cuerpo no
era invencible, pues era humano…
La lluvia apareció,
acompañada de truenos y relámpagos, las aves continuaban allí sobre el
castillo, observando la situación.
Mongot no se rindió, a pesar
del dolor, avanzó a gatas hacia su enemigo, tomó una espada del suelo, pero Minos
le pisó la mano, Mongot liberó un grito desgarrador. Finalmente se posó sobre
el suelo, la sangre se mezclaba con el agua, un gran charco se extendía a unos
cuantos centímetros; los elementales yacían en el suelo, sin fuerzas y sin
intenciones de combatir. Mongot vio el fin de su vida, todos sus recuerdos
posaron por su memoria, él estaba dispuesto a morir, pero no así, él quería que
los Kiceanos sean libres, deseaba aquello de todo corazón, inclusive más que
ver a su viejo amigo.
Minos vio su trabajo hecho y
se marchó.
Una de las aves bajó del
cielo y acompañó a Mongot en los que parecían ser sus últimos momentos. Mongot
la observó con atención y le acarició el ala, algo que la criatura permitió. De
repente, todas las aves fueron con él. Mongot se sorprendió, pero no le quedaba
mucho tiempo, acostó su cabeza y lloró. Las aves vieron al hombre soltar una
lágrima y lo imitaron, todas ellas lo hicieron sobre el caído capitán.
Minos fue testigo de lo
inexplicable, en cuestión de minutos, Mongot se puso de pie y le gritó. Las
aves repitieron lo mismo con los elementales y con el soldado Bin, estos
también volvieron a levantarse, curados de sus heridas.
- ¿Cómo…?- dijo Minos,
anonadado.
- Crees que lo has visto
todo, querido Rey. Pero no es así- dijo una retumbante voz. No tardaron en
descubrir que una de las aves era quien había hablado.
Minos frunció el ceño, pero
estaba ansioso en su interior.
Las puertas del castillo se
abrieron de par en par de un empujón, como por arte de magia; de allí, otras dos
criaturas traían consigo el artefacto. Luego, desde los cielos aparecieron más
aves, llevando entre ellas a las dos
partes faltantes (las dos alas).
Minos y los cuatros guerreros yacían boquiabiertos. Las criaturas juntaron
todas las piezas, estas brillaron en intensidad, hasta desplegar un gran campo
de energía sobre todo el reino.
Kay intentó encender una
llama en su mano… ¡y lo logró! El hechizo de Fimas se había desvanecido.
Minos efectuó una llamarada
de repente y asesinó a todas las especies que encontró. Las restantes, giraron
alrededor del rey a gran velocidad, Minos se sobresaltó y quiso quitárselas de
encima, como uno se deshace de un mosquito; pero fue inútil. Las aves cambiaron
de posición, giraron entre sí y formaron una pequeña bola de plumas y magia. La
bola ocasionó un intenso destello de luz que cegó a todos los combatientes por
unos segundos. Tanto los soldados, como los Kiceanos, los habitantes y los
Snoros se quedaron petrificados observando el increíble acto. Una luz radiante
permaneció durante un buen tiempo, hasta que una inmensa sombra se hizo ver.
Dayas apareció.
- Sobrino… - dijo Minos
entre dientes.
- Oscuro- le respondió
Dayas, algo había cambiado en él, una centelleante luz iluminaba su rostro, con
la claridad que se contempla a un cuadro. Serio y seguro, levantó las manos y
frunció el ceño.
La lluvia se intensificó,
grandes masas de agua rodearon a los Snoros, los cubrieron y los hicieron
polvo. Pero lo más impactante aún no había ocurrido, la figura de Dayas cambió por completo: su cuerpo creció (y cambió de forma),
se emplumó, le surgieron unas inmensas alas; su boca se volvió un pico y sus
ojos se transformaron en dos faroles de fuego que evolucionaron a dos agujeros
amarillos de pupilas oscuras. El viento empezó a agitarse con fuerza, una vez se
completó la transformación, el cielo se abrió en dos (en un vórtice entre las
nubes) y un rayo cayó sobre el águila, tiñéndola completamente de oro.
Radiante como la luz en la
noche, caminó hacia Minos y gritó, aunque esté grito fue muy dulce, semejante al
tarareo de una canción. El pueblo no podía creer lo que veía con sus propios
ojos, se encontraban observando en silencio, algunos con las bocas
entreabiertas.
Y esa, fue la aparición del águila
dorada.
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