Mal
Augurio: CAPÍTULO 1.
- La
búsqueda ha terminado, señor- dijo una sombra en la noche, en un lugar místico
de procedencia desconocida.
- Tráelos ante mi...- le respondió otra
voz, esta resonaba notablemente, era más aterradora y siniestra- Sabes qué hacer...
-
Si, señor- la primera sombra se trataba de un sujeto encapuchado de pies a
cabeza. Inclinó la cabeza en respuesta a la orden de su amo y se levantó.
La
voz del segundo ser desapareció, como por arte de magia. La luna brillaba intensamente
en un color verde, había un bosque con árboles extraños nunca antes vistos en
nuestro mundo; la noche no compartía estrellas y la brisa se ausentaba sin
revelar rastro.
De
repente un suspiro se oyó, el suspiro de una persona que se encontraba
escondida, escuchando la conversación que tenían estos dos seres en la noche.
-
¡Un intruso!- exclamó el encapuchado.
El
intruso empezó a correr a toda velocidad y la sombra fue detrás de él.
Corrieron sin cesar, atravesando arbustos, ramas, vegetación y árboles; la
persecución parecía interminable. El bosque llegó a su fin, y a continuación
corrieron a un descampado, donde había gran cantidad de rocas en los alrededores.
El intruso se detuvo y esperó en el interior de aquel campo. El otro sujeto se
acercó a paso lento, también había dejado de correr.
-
No te tengo miedo- gruñó el intruso entre dientes, era un joven de cabello oscuro,
altura media, ojos marrones, piel morena, vestido con un uniforme negro de
líneas rojas y un símbolo similar al del judaísmo.
-
¿Y por qué tienes que tenerme miedo? No voy hacerte nada- respondió la sombra,
la cual se le había acercado hasta un par de metros de distancia.
-
Sé lo que planeas, sé quién eres y para quién trabajas- dijo el joven con
firmeza.
-
Y yo también sé quién eres…- sonrió el encapuchado- Sé porque estás aquí y sé
que no estás solo...
-Así
es- afirmó un hombre que acababa de revelarse, se encontraba escondido detrás
de unas rocas. Era viejo, alto, cabello largo ondulado y canoso (le llegaba
hasta la espalda), piel pálida, vestido con una túnica color blanca de pies a
cabeza. Llevaba un cetro blanco y robusto en la mano.
-
El gran mago Fismut- aclamó el encapuchado.
- Te
acuerdas de mí, después de tanto tiempo- respondió este.
-
¿Por qué envías a tus sirvientes a hacer el trabajo sucio? Siempre has sido un
cobarde, anciano.
-
¿Y tú por qué sigues acatando ordenes de la peor de todas las maldades que
existen?- preguntó el anciano, llamado Fismut.
- Tu
odio está injustificado. Además, no tengo por qué darte explicaciones, viejo
compañero, tengo una tarea y debo cumplirla.
-
Así no llegarás a nada, Arcas Sanon hijo.
-
Mejor llámame Meddes, sacerdote
Meddes, querido amigo.
-
Ya no soy más tu amigo, ni nunca lo seré. Traicionaste a tu gente y los condenaste
al fuego y la muerte. Hoy estamos aquí para detenerte de una vez por todas- le
respondió el mago con una increíble pasividad.
-
Entonces apártate de mi camino- Meddes estiró el brazo, un bastón apareció en
su mano (parecido al del mago Fismut) y con él efectuó un poderoso rayo contra
sus enemigos.
Pero
este chocó con una enorme roca que se había interpuesto de imprevisto entre medio
de ambos. La roca se destruyó en mil pedazos, las cenizas se esparcieron por el
pasto y luego desaparecieron.
Meddes
observó que el joven que yacía al lado de Fismut había efectuado la defensa,
controlando mágicamente la roca a su gusto.
-
¡Así que ahora tus súbditos, aparte de espías, son magos también!- exclamó sorprendido.
Fismut
sonrió.
- Él
no es solo un mago, mi viejo compañero, es un elemental...
-
¿Un elemental? Fascinante revelación. Llegué a creer que solo quedaban cuatro
de ellos con vida, bueno tres… supiste como engañarme, no has cambiado nada- le
respondió Meddes.
- Tú
sí que has cambiado, y para mal.
Meddes
rió malévolamente.
-
Descubrirás que mis cambios, van mucho más allá… de mis ideales- se acercó a
una velocidad supersónica efectuando una maniobra de ataque.
Fismut
y su aprendiz cayeron al suelo muy mal heridos, el impacto los desconcertó por
un momento; su contrincante desapareció en el interior del bosque.
El
tiempo y la noche transcurrieron. El más joven logró recuperar sus fuerzas y se
acercó a Fismut para ayudarlo.
-
Maestro, resultó ser cierto lo que usted decía, trabaja para Él…
El
joven lo tomó entre sus brazos y cuando estuvo apunto de levantarlo, el anciano
agarró el brazo del muchacho con fuerza y le exclamó:
-
¡¿Qué le ordenó el gran espíritu?!
-
Em... – respondió el joven evitando el contestar.
-
¡Dímelo!- gritó Fismut.
-
Le ordenó llevarlos ante Él, maestro-
le contestó el muchacho, bajando la cabeza.
El
anciano quedó atónito ante la noticia, los ojos se le desorbitaron
momentáneamente, meditó durante cuatro o cinco segundos y luego, muy
desesperado, le dijo a su aprendiz:
-
Escúchame Lepra, tienes que evitar que el sacerdote Meddes llegue a
ellos, debes viajar lejos. Si logra su cometido... las puertas del templo de la muerte se habrán abierto al
fin.
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